LA MATANZA DE TEXAS -LOS TIEMPOS CAMBIAN


La matanza de Texas
(1974), dirigida por Tobe Hooper es un clásico del terror, creo que indiscutible, que cambió las reglas del género. Una experiencia extrema que utilizaba técnicas del cine documental e incluso, usaba a su favor su escaso presupuesto y el casi anonimato de sus actores, para imprimir realismo a su escabroso relato aterrorizando a los espectadores de la época. Presentada casi como un found footage, sin serlo, la película de Hooper es áspera, incómoda, de una atmósfera malsana y sobre todo de una violencia salvaje: el ensordecedor ruido de la motosierra de Leatherface (Gunnar Hansen) bailando enloquecido con la luz menguante del atardecer. Curiosamente, es una película en la que apenas hay violencia explícita y gore, elementos que sí explotarán sus numerosas secuelas, ninguna realmente comparable con la original. El propio Tobe Hooper firmó La matanza de Texas 2 (1986), la mejor de todas, que inteligentemente opta por la comedia de horror, entendiendo que era complicado igualar el terror extremo de la original, consiguiendo una estupenda cinta, divertida, macabra, pero también con momentos escalofriantes y un final enloquecido que parece la principal influencia de La casa de los mil cadáveres (2003) de Rob Zombie. Luego vendría una serie de películas más bien olvidables: la fallida La matanza de Texas 3 (1990), un loable intento maltratado por productores y censura; la muy torpe La matanza de Texas: La nueva generación (1994) dirigida por el coguionista de Hooper en la película original, Kim Henkel. Más tarde vendría un primer y estimable intento de reinicio, con La matanza de Texas (2003) de Marcus Nispel y su precuela inmediata, La matanza de Texas: el origen (2006). Más recientemente, otras dos películas han intentado -sin éxito- resucitar la franquicia, como La matanza de Texas 3D (2013) enésimo intento de explotar la figura de Leatherface; y precisamente Leatherface (2017) de los franceses Alexandre Bustillo y Julien Maury, con mucha imagen de impacto, pero poco interés dramático. Ahora, llega a Netflix una nueva matanza de Texas que, siguiendo los pasos de Scream (2022) y sobre todo de Halloween (2018), se propone continuar la historia del clásico original, cuatro décadas después, olvidando todas las secuelas previas (no era difícil) y rescatando a un personaje del film original para buscar cierta legitimidad. Dirige David Blue García y se encarga del guión Chris Thomas Devlin, apadrinados nada menos que por el uruguayo Fede Álvarez -No respires (2016)- que ya demostró su buen hacer con otra franquicia legendaria en el remake de Posesión infernal (2013). Así, lo mejor que se puede decir de La matanza de Texas 2022, es que es inteligente. No intenta emular a la película de Tobe Hooper, sino que establece un diálogo con la misma. Si la familia de asesinos caníbales de 1974 representaba un orden primitivo y aterrador que devoraba a la generación hippie que protestó contra Vietnam, aquí el monstruo regresa para encontrarse con unos Estados Unidos divididos: por un lado los hipsters, ecologistas, usuarios de las redes sociales y abanderados de la gentrificación -la pareja compuesta por Melody (Sarah Yarkin) y Dante (Jacob Latimore)- y por el otro, el votante de Trump, defensor de la posesión de armas, probablemente racista y machista -el paleto Richter (Moe Dunford)-. En medio de estos dos grupos enfrentados, una marginada, Lila (Elsie Fisher), víctima de la violencia de las armas en un instituto. Así, las dos La Matanza de Texas, separadas por cuatro décadas, se plantean como relatos de terror que sirven de radiografía del momento que vive Estados Unidos. Solo que la jugada es mucho más clara en 2022, donde los guiños a la actualidad son obvios, y la historia, más que aterrorizar, se conforma con entretener. Nada que objetar. Esta nueva película se aleja de la violencia seca y apuesta por el gore festivo: la motosierra persigue a una víctima, bajo el suelo de madera de una casa, como si fuera la aleta invertida de un tiburón; o la sangrienta escabechina que significa la entrada del asesino psicópata en un autobús repleto de niñatos de fiesta. Leatherface (Mark Burnham) pierde a su familia, se queda solo y se convierte más que nunca en un trasunto de Michael Myers o Jason Voorhees, una máquina de matar imparable que vuelve una y otra vez, con lo que el argumento se acerca al slasher puro y se aleja del esquema recurrente en la saga, en la que la familia de asesinos atrapa y tortura a un grupo de incautos. Aire fresco para una secuela bien empaquetada, que pierde la carga transgresora e incómoda del original, y busca un acabado preciosista en la realización y en la fotografía -como ya hizo Marcus Nispel en 2003- alejándose de la crudeza y el feísmo de 1974. Un buen producto, entretenido y contundente para los fans del terror.

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