MAESTRO -LA DOBLE VIDA DEL GENIO

Los grandes artistas con vidas conflictivas y polémicas siempre han sido un buen gancho para novelas y películas, y ese es el caso de Leonard Bernstein (1918-1990), célebre compositor y director de orquesta. Bradley Cooper lleva su vida al cine en Maestro (2023) -estrenada en Netflix-, dejándose llevar por la tentación de encarnar a un personaje histriónico y excesivo. Arropado por Martin Scorsese y Steven Spielberg como productores, Cooper se pone detrás de la cámara, y delante de ella desaparece, bajo el maquillaje -diseñado por el ganador del Óscar, Kazu Hiro- algo aparatoso en algunos momentos, como suele ocurrir en este tipo de producciones, pero que consigue la ilusión de convertirle en otra persona. Como actor, Cooper está impecable, con momentos estupendos, como cuando emula a Bernstein dirigiendo una orquesta, dejándose llevar por el poder de la música. Como director, Cooper plantea una contradictoria puesta en escena, que convierte la película en una serie de diálogos dramáticos entre los personajes principales, con aliento teatral, buscando casi siempre el lucimiento del actor. Cooper encuadra algunas escenas desde la distancia, como si sintiese pudor ante lo que nos cuenta, colocando puertas, ventanas y pasillos entre el objetivo y los actores; pero en otros momentos utiliza el primer plano, acercándose mucho a los actores, hasta dejarnos ver lágrimas o gotas de sudor, por lo que no queda claro cuál es exactamente su postura como realizador. Cuando la historia lo requiere, tampoco tiene reparos Cooper en dejarse llevar por la pirotecnia hollywoodiense, permitiendo que la cámara vuele -por ejemplo, el plano secuencia que da inicio al primer flashback en blanco y negro-. La primera parte del metraje está marcada por escenas dramáticas, en las que los dos personajes principales -Bernstein y Felicia (Carey Mulligan)- comienzan su sorprendente romance. Son escenas que parecen algo frías, de diálogos que buscan el ingenio y resultan un poco intelectuales, que separan a los personajes de su entorno social e histórico por lo que rozan la abstracción -en algún momento recuerda el planteamiento de Blonde (2022)-. El guión del propio Cooper y Josh Singer no nos muestra el ascenso de Bernstein como artista, sino que nos lo presenta ya en su primer momento de éxito. Se nos dice que es un joven talentoso, pero nada más. El acento de la historia está puesto en la homosexualidad de Bernstein y en cómo marca su matrimonio con Felicia, quien se ve obligada a aguantar con la 'doble cara' del genio. Y si bien el planteamiento de la historia convierte al músico en prácticamente un villano, un giro dramático trastoca nuestra visión del protagonista. El clímax del film es ciertamente lacrimógeno, melodramático, pero la gran interpretación de Mulligan salva la función. Al final, por cierto, Cooper no puede resistir la tentación de añadir imágenes del Bernstein real para dejarnos claro que lo ha hecho muy bien.

A FUEGO LENTO -PLATO COMBINADO

 

A fuego lento (2023) es un plato típico del cine francés. Tiene los ingredientes del cine de calidad y del éxito taquillero: la presencia de una estupenda -y guapísima- actriz con gancho para el público, como es Juliette Binoche, y un tema que ya ha dado buenos resultados como es la gastronomía. La película, dirigida por el director vietnamita Tras Anh Hung -que ya estuvo nominado al Óscar por El olor de la papaya verde (1993)- es además un drama de época y una adaptación literaria -de la novela de Marcel Rouff-. La pregunta es si una película, con tantos ingredientes para el éxito -mencionemos también el protagonismo de Benoít Magimel- puede balancearlos adecuadamente, sin compromisos, para resultar una obra cinematográficamente satisfactoria, con alma, con personalidad. La gran apuesta del film es centrarse, de forma decidida, en mostrarnos la preparación de decenas de platos, mostrándonos minuciosamente sus ingredientes, la forma en la que deben ser preparados y hasta cómo hay que degustarlos, todo en el contexto de la época, a finales del siglo XIX. En este sentido, hay que decir que A fuego lento es una película que hace agua la boca. Sin embargo, la historia -de amor- que une a los dos protagonistas, parece algo endeble, a pesar de estar narrada con sensibilidad, sin excesos románticos, y con la virtud de contar con dos estupendos intérpretes. Un fantástico diseño de producción -decorados, vestuario- y, sobre todo, la estupenda fotografía de Jonathan Ricquebourg -creo que inspirada en los pintores impresionistas-hacen de A fuego lento un festín visual, una obra agradable, aunque quizás le falte algo de sustancia.

ROBOT DREAMS -¿SUEÑAN LOS ANDROIDES?


Robot Dreams
(2023) es de esas -escasas- obras que crean un universo en el que te gustaría vivir. Pablo Berger adapta el cómic de Sara Varon en la película animada del año -con permiso de Miyazaki- y una de las mejores cintas españolas de 2023. La historia es tremendamente sencilla: Perro es un tipo solitario que encuentra a su pareja perfecta en Robot, hasta que la fatalidad los separa ¿Conseguirán reunirse de nuevo? La película cuenta con una animación sencilla pero técnicamente impecable, potenciada por la estupenda puesta en escena de Berger, que continuamente busca soluciones visuales para contar la historia con la mayor eficacia posible, pero también con cierta poesía. Los diseños de los personajes son preciosos y la ciudad de Nueva York es un escenario ideal porque, en el fondo, es la ciudad de ciudades, la del cine, la que todos tenemos en la mente cuando pensamos en grandes centros urbanos. El planteamiento puede parecer sencillo, pero sirve para hablar de la soledad, de la amistad y de las relaciones de pareja llegando a ideas muy profundas. La decisión artística de que los personajes sean animales de todo tipo permite que la historia sea interpretada desde cualquier sensibilidad: pueden ser dos amigos, o una pareja gay, o lo que sea. Esto da pie a múltiples reflexiones sobre cómo nacen el amor y la amistad, y cómo se puede sobrellevar la pérdida, la distancia, la añoranza del otro. Cómo la vida sigue aunque estemos separados de nuestros seres queridos y no pasa nada, no es una tragedia. La película juega con las expectativas del espectador -no necesariamente infantil- y su mensaje reside, precisamente, en frustrarlas. Y esa ‘moraleja’ de la historia, me parece mucho más sana -y más adulta- que la de otra de las películas del año, Vidas pasadas (2023), cuyo romanticismo de ficción habla del destino de una forma discutible cuando menos. Me parece un acierto que el niño o niña que vea Robot Dreams se pregunte al salir de la película las razones que han llevado al desenlace de la historia. Y para el espectador adulto, Pablo Berger propone también un festín de divertidos guiños cinéfilos que resultan francamente entretenidos: Nosferatu (1922), El héroe del Río (1928) de Buster Keaton, Planeta prohibido (1956), Psicosis (1960), 2001: Una odisea del espacio (1968), Tiburón (1977), Star Wars (1977), Manhattan (1979) -y hasta Mazinger Z- además de las citas obvias como El mago de Oz (1939) o los musicales, entre muchos guiños más. En mi opinión, la referencia más divertida, es la alusión a una novela de Stephen King que en el mundo de la película debe tener un giro muy interesante.

EL CHICO Y LA GARZA -LIBERTAD


Lo más maravilloso de
El chico y la garza (2023) es la libertad creativa que demuestra esta película. Quiero imaginar que, al menos Hayao Miyazaki, es un tipo que puede plantear sus ideas sin que un comité -sean los ejecutivos de un estudio, los guionistas de una serie o tus compañeros de trabajo- le hayan dicho que no se puede hacer una película así. Que nadie le haya preguntado por qué meter a un hombre narigudo dentro de una garza, o por qué el espectador medio tiene que entender que un juego de construcción puede ser la metáfora del universo. Gracias al poder y prestigio de Miyazaki, podemos asistir a un espectáculo de animación que es pura imaginación. Nos puede gustar o no la propuesta. Podemos quedarnos dormidos a mitad de la película. Incluso podemos no entender nada y pedir explicaciones por esa necia necesidad de comprenderlo todo. Pero tenemos que agradecer que, al menos él, puede hacer lo que le da la gana. Y el resultado es precioso. El protagonista es un chico de 12 años, Mahito, que sufre la pérdida de su madre, el horror de una guerra, la ausencia de su bienintencionado padre, la incertidumbre de mudarse a una nueva vida. Y como le ocurre a Alicia con el conejo, a Mahito se le aparece una garza que lo llevará a entrar en el país de las maravillas. Un viaje fantástico lleno de sorpresas y situaciones surrealistas que nos harán pensar y maravillarnos ante un despliegue de belleza visual. Miyazaki, a sus 82 años, no pierde fuerza: sus obras animadas van de un realismo minucioso a lo fantástico, haciendo que lo imposible parezca cotidiano. La película está llena de momentos extraordinarios desde el principio: Mahito vive un terrible incendio y la animación se torna expresionista; el primer contacto con la garza es un momento de terror puro; el ataque de los hambrientos pelícanos o la llegada al reino de los periquitos son delirantes. Miyazaki firma una gran obra, que puede resumir todo lo que ha hecho previamente, y que sería la extraordinaria despedida de un gran artista, con la libertad para expresarse.

ANATOMÍA DE UNA CAÍDA -¿LA MEJOR DEL AÑO?


Al final de El reflejo de Sibyl (2019), la protagonista -interpretada por Virginie Efira- llegaba a la conclusión de que su vida es una ficción igual a la de los libros que escribe y que puede, por tanto, cambiar la realidad a su antojo. En el inicio de Anatomía de una caída (2023) -Palma de Oro en Cannes-, la protagonista, Sandra (Sandra Hüller), es también una escritora a la que conocemos siendo entrevistada por una estudiante. Sandra revela a la joven que no la percibe como una persona, sino como a un personaje que puede incorporar a sus novelas. La directora Justine Triet, en sus cuatro largometrajes hasta la fecha, ha colocado siempre en el centro de la acción a una mujer, casada o divorciada con hijos, existencialmente desorientada -como todo el mundo- y en esta película se trata de Sandra, quien se convierte en la principal sospechosa de la misteriosa muerte de su marido, en un thriller judicial que nos mantendrá dudando sobre si es culpable o no durante el metraje de dos horas y media. El guión de Triet -escrito junto a su pareja y colaborador habitual, Arthur Harari- explora meticulosamente los hechos -de los que el espectador no es testigo- y el ambiente familiar, revelando poco a poco nuevas informaciones que pueden inclinar la balanza de la culpabilidad hacia un lado u otro. En el centro del conflicto está el gran tema de la filmografía de Triet desde La batalla de Solferino (2013), los problemas de pareja, vista esta como la suma de dos individuos, con ambiciones, anhelos y necesidades, que se obligan mutuamente a compartir su vida y a realizar ciertos sacrificios en nombre del amor. El enigma de quién era realmente el fallecido Vincent (Swann Arlaud) marca la película tanto como la culpa de ambos padres por la ceguera de su hijo, Daniel (Milo Machado-Graner), única concesión de la cinta al melodrama. El esquema de 'película de juicios' -al que Triet ya recurrió en la comedia Los casos de Victoria (2016)-, aunque manido, permite explorar el tema de la verdad y la mentira, pero también, propicia el lucimiento de actores como Antoine Reinartz, estupendo como abogado fiscal; y también posibilita estupendos monólogos sobre asuntos diversos, como la discapacidad, las ambiciones frustradas, la vida. Triet no había escrito un guión tan estimulante ni había conseguido una puesta en escena tan precisa hasta esta, su mejor película. Y el gran subtexto del film es la ficción y la realidad -asunto ya explorado en la mencionada El reflejo de Sibyl- que plantea interrogantes muy jugosas para la conversación al salir de la sala de cine: ¿Hasta qué punto nuestros recuerdos son fiables? ¿Existe una verdad absoluta o todo depende de la perspectiva de cada uno? Y sobre todo ¿Podemos construir un relato ficticio para cambiar nuestra realidad?

WONKA -A PRECIO DE CHOCOLATE


¿Qué puede salvar a Wonka (2023) de ser un prescindible producto derivado de un personaje muy conocido? La película opta por la transitada vía de la precuela y nos cuenta el origen del inventor/mago chocolatero creado por Roald Dahl. Eso suele ser una película que nadie pidió y en este caso, inevitablemente, también lo es. Pero también es cierto que el director Paul King imprime todo el entusiasmo posible en esta nueva historia protagonizada, esta vez, por Timothée Chalamet, que tiene la complicada papeleta de medirse con Gene Wilder y Johnny Depp, quienes le precedieron en el mismo rol. Este nuevo Willy Wonka no solo es mucho más joven, sino también mucho más inocente y de corazón puro. Nada que ver con el extraño personaje, algo huraño y amenazador del libro original. El Wonka de Chalamet no es tan desconfiado como el de Wilder -todo lo contrario- ni tan excéntrico como el de Depp a las órdenes de Tim Burton. Dicho esto, la historia sí tiene algún elemento de esa crueldad característica de la obra de Dahl para con los niños: ahí están los ruines personajes interpretados por Olivia Colman y Tom Davis maltratando a una pobre huérfana, Noodle (Calah Lane), auténtico corazón del relato -que me hizo pensar en el estupendo musical de John Huston, Annie (1982). Pero estamos ante una película sobre todo amable, perfecta para estas fechas navideñas y familiares, en la que brilla el diseño de producción: los decorados, el vestuario y las caracterizaciones son fantásticos, con la dosis justa de efectos especiales. Otro punto a favor es el reparto de personajes que rodea a Wonka, la mayoría graciosos y entrañables, tanto sus aliados como sus enemigos. El guión plantea una suave crítica del sistema -capitalista- en la que el chocolate suplanta al dinero y corrompe a los empresarios, a la policía (Kegan-Michael Key) e incluso a la Iglesia (Rowan Atkinson). Si añadimos a un divertido Hugh Grant como un imposible Oompa-Loompa, tenemos un entretenimiento eficaz en el que solo se echa en falta una historia más trabajada en su tramo final. Habría sido todo un clásico.

EL MAESTRO QUE PROMETIÓ EL MAR -BUENAS INTENCIONES


El maestro que prometió el mar (2023) tiene una historia preciosa, basada en la novela de Francesc Escribano, inspirada, además, en hechos reales. La exhumación de varias fosas comunes de la Guerra Civil es la excusa para desenterrar la vida de un docente, Antoni Benaiges, que fue detenido y ejecutado por el bando nacional por sus ideas izquierdistas y su laicismo. Luego, su cuerpo, se perdería para siempre. Como tantos otros. En la película, Laia Costa interpreta a Ariadna, la nieta de unos de los alumnos de este profesor, que en una carrera contra el tiempo -su padre, ya anciano y con alzhéimer, pierde rápidamente la memoria- intenta recuperar sus restos. Poco a poco, Ariadna -en la mitología es la que ayuda a Teseo con su hilo a encontrar la salida del laberinto- irá conociendo la historia de aquel profesor que cambió la vida de los vecinos de un pequeño pueblo de Burgos. Ese profesor es interpretado por Enric Auquer, fantástico actor que, aquí, está quizás demasiado enfático. Pero es tal la convicción de este estupendo intérprete, que acaba ganándose la simpatía y la credibilidad necesarias para que esta historia emocione al espectador. Lo peor de El maestro que prometió el mar son, paradójicamente, sus buenas intenciones: hablar de la memoria histórica; denunciar la ignorancia y la violencia del fascismo; y resaltar la importancia de la educación no como preparación para un futuro laboral, sino como forma de alcanzar la felicidad en la vida. Estas buenas intenciones llevan al relato a caer en lo convencional y a dibujar a sus personajes de forma maniquea. No ayuda tampoco la puesta en escena de la directora Patricia Font, que se conforma con plasmar el guión en imágenes, planteando una narrativa eficaz, pero carente de una mirada más personal. A esto hay que sumar una fotografía preciosista y un uso demasiado enfático de la música. El resultado es una feel-good movie para espectadores convencidos de antemano.

QUE NADIE DUERMA -TIEMPOS CONVULSOS


Que nadie duerma
(2023) podría ser la versión femenina de Taxi Driver (1976) o El rey de la comedia (1982). Aquí, nos encontramos con un personaje solitario, con un trauma del pasado, cuya percepción de la realidad es puesta en duda constantemente y en el que adivinamos emociones negativas que pueden explotar en cualquier momento. Como un personaje de Paul Schrader pero con los rasgos de Malena Alterio. Lo que hace esta actriz es un recital interpretativo, que pasa por todas las emociones posibles, jugando siempre al despiste con el espectador. La protagonista, Lucía, puede ser tan cercana y reconocible como divertida o aterradora. Y en esa duda la película va creciendo según avanza el metraje. De partida, Lucía toma varias decisiones importantes tras perder su trabajo injustamente: se convierte en taxista y busca el amor. Como todo el mundo. Pero también miramos con inquietud sus obsesiones: su fijación con un misterioso hombre que no estamos seguros de si existe realmente y con la ópera Turandot. Desde el primer momento de la película, el director Antonio Méndez Esparza crea un clima de paranoia, apoyándose en el montaje, en encuadres expresivos y sobre todo en la música en crescendo de Zeltia Montes. Con estos elementos se genera una tensión que, de primeras, no sabemos muy bien de dónde viene. Su origen está en el torbellino emocional de la protagonista, que acaba contaminando toda la película hasta llegar al delirio. Que nadie duerma está muy centrada en su personaje principal y tiene una estructura episódica que delata su origen literario: es la adaptación de la novela de Juan José Millás, escrita por el propio Méndez Esparza y por Clara Roquet, en un ejercicio estupendo de traducción de un texto literario al cine.

TE ESTOY AMANDO LOCAMENTE -ORGULLO LGTBQ


Te estoy amando locamente
(2023) parte del relato y la vivencia personal, presentándonos como protagonista a Miguel (Omar Banana) un adolescente gay que en 1977 se enfrenta a la discriminación fascista y homófoba de una sociedad en la que se mantienen todavía las dinámicas de la dictadura tras la reciente muerte de Franco. La película de Alejandro Marín nos muestra paulatinamente cómo Miguel comienza a darse cuenta de quién es y abandona el mundo de su madre, Reme (Ana Wagener), que veía en él al sustituto de su marido -un sindicalista- y un futuro abogado de prestigio. Pero Miguel sueña con ser cantante, por lo que acaba descubriendo un submundo de marginados -homosexuales y lesbianas- que se refugian en un bar clandestino para escapar del odio generalizado y de los palos la Guardia Civil de la época. Tras esto, Marín hace girar el punto de vista argumental de la historia de lo personal a lo colectivo, abandonando a Miguel para concentrarse en un grupo activista -Alba Flores, La Dani, Alex de la Croix, Jesús Carroza, entre otros- que conseguiría organizar la primera manifestación del orgullo LGTBQ en Andalucía, en 1978, y poniendo el énfasis emocional en la transformación de la madre, en la toma de conciencia de Reme. La película brilla sobre todo en el retrato de personajes, la mayoría entrañables y valientes, en su lucha por sobrevivir en un mundo que les rechaza, pero quizás confía demasiado en sus reivindicaciones -necesarias- para emocionar al espectador, cuando se necesitaba un desarrollo dramático más elaborado.

VIDAS PASADAS -¿Y SI?


En Breve encuentro (1945) -una de las mejores películas de la historia del cine- David Lean adapta la obra teatral de Nöel Coward para hablarnos del amor imposible y de la vida no vivida. Laura (Celia Johnson) es una mujer que elige quedarse con su marido y sus hijos, aún sabiendo que a quien realmente ama es a Alec (Trevor Howard), un médico al que conoce, por obra del destino, de forma casual en una estación de tren. En Vidas pasadas (2023), ópera prima de la dramaturga Celine Song -de origen coreano, nacionalidad canadiense y residente en Estados Unidos- esta se inspira en una vivencia personal para mostrarnos a Nora (Greta Lee), una mujer entre dos hombres, Hae Sung (Teo Yoo) y Arthur (John Magaro), sentada en la barra de un bar en Nueva York. Nora se descubre también entre dos vidas, su infancia en Corea del Sur y su presente en Estados Unidos, país al que ha emigrado persiguiendo sus sueños de realización personal. La película plantea interrogantes sobre cómo nos cambia el paso del tiempo, el paso de la infancia a la vida adulta, y sobre todo cómo dejamos atrás aspiraciones, lugares, personas y posibles caminos vitales. Un tránsito natural en cualquiera, pero que en el inmigrante se convierte en una fractura que divide de forma abrupta la vida en dos partes que a veces no parecen tener mucho que ver entre sí. Nora mira su vida pasada con asombro, como ajena a ella, pero sabiendo, al mismo tiempo, que entonces comenzó todo. Vidas pasadas es una película lenta y contemplativa, compuesta de silencios y sentimientos no expresados. Una película de imágenes preciosistas -la fotografía es de Shabier Kirchner-, con mucha presencia de la música -Christopher Bear y Daniel Rossen- que busca sobre todo el confort del espectador. Song se plantea el amor como una idea romántica en la que el destino determina quién es nuestra pareja ideal, pero también de forma práctica: no podemos enamorarnos más que de la persona que tenemos al lado, con la que compartimos nuestra vida real y diaria. Aunque la mayoría siga pensando y recordando a esa persona con la que, por razones misteriosas o por decisiones mediocres, nunca pudo tener esa idealizada historia de amor.

NAPOLÉON -LO MEJOR Y LO PEOR


Durante su larga carrera, Ridley Scott ha cultivado el cine histórico y épico en varios títulos de su filmografía a los que ahora se añade Napoleón (2023) cinta tremendamente irregular, capaz de lo maravilloso y de lo extravagante. Con Joaquin Phoenix como aliado -y estrella de la función- Scott se embarca en la recreación, a todo lujo, de parte de la vida del líder militar francés. El relato se inicia de forma espectacular con la revolución francesa y la decapitación de María Antonieta. A partir de ese momento estaremos ante la narración del ascenso de Napoleón al poder absoluto. Al menos en el montaje estrenado en cines, de dos horas y treinta y ocho minutos -luego llegará un montaje de 4 horas a Apple TV- la historia -que firma David Scarpa- gravita entre las insidias políticas y la historia de amor entre el militar y Josefina (Vanessa Kirby). Napoleón es presentado como un genio estratega, pero también como un tipo pueril, de modales infantiles, perdidamente enamorado de su mujer, quien lo desprecia siéndole infiel. Lo cierto es que resulta complicado establecer cuál es el tono de la película, que por momentos parece decantarse por la sátira y el humor, imprimiendo un registro cínico, desmitificador y una puesta en escena vibrante, dando un tono muy moderno al relato histórico. Sin embargo, según avanza la historia, el personaje de Napoleón madura y se va haciendo cada vez más grave, menos bufonesco. La película se transforma también y gana terreno el biopic en el sentido más tradicional del término. El retrato humano pierde importancia frente a las batallas, magníficamente planificadas por Scott: el enfrentamiento con el ejército ruso -sobre un lago congelado- rebosa tensión y, sobre todo, la famosa y fatídica batalla de Waterloo es espléndidas y absorbente. El problema de Napoléon es que no se sabe muy bien cuáles son las intenciones de Scott con esta obra, quizás porque en los tiempos que corren siempre esperamos que cada película refleje el momento político del mundo en el que vivimos. ¿Se puede haber limitado a Scott a llevar a la pantalla la vida de un gran personaje histórico? Por si acaso ha sido demasiado eficiente en su labor, un texto final nos recuerda todas las víctimas fallecidas en las batallas de Napoleón, no sea que su historia nos parezca ejemplar y admirable.

LA MESÍAS -LA SERIE DEL AÑO


La Mesías
(2023) no es solo la mejor serie del año -no he incluido la palabra ‘española’ conscientemente- sino también me parece la mejor película -solo haría falta estrenarla en salas-. Esta ficción de ‘Los Javis’, producida por Movistar +, es su obra más ambiciosa y la que los coloca ya definitivamente entre los autores más interesantes de nuestro país -y del mundo-. Javier Calvo y Javier Ambrossi dan un paso adelante como directores y guionistas gracias a una obra exuberante que cuenta muchas cosas a la vez de una forma cinematográfica, innovadora y estimulante. 
En ella encontramos los rasgos que marcan la obra de los Javis y que podemos enumerar brevemente: personajes femeninos fuertes, costumbrismo, el interés por los marginados sociales y los ‘frikis’, la fe religiosa, la ficción como vía de escape de la realidad, cierto ánimo revisionista con un punto nostálgico y una querencia por lo retro que los hace volver a las décadas de los 80 y 90, una y otra vez. Cada episodio de La Mesías está planteado como un largometraje en sí mismo, que se va conectando con los otros capítulos para formar un gran fresco que refleja de diferentes formas el tema principal de la serie: la familia. Los lazos de parentesco vistos como algo que marca la vida de cada uno, que produce traumas, pero que también imprime una personalidad única a la que no podemos renunciar.

El primer episodio de La Mesías se postula como la historia -sobre todo- de Enric (Roger Casamajor), un hombre perdido, desorientado vitalmente, marcado por su pasado, que encuentra cierto consuelo en un alucinado grupo de obsesos de la ufología que creen haber sido abducidos -un tema que conecta con una obra española reciente y afín, Espíritu sagrado (2021) de Chema García Ibarra-. Este arranque da paso a una serie de flashbacks en los que conocemos a la madre de Enric, Montserrat (Ana Rujas) una 'madre terrible' que carga con sus dos hijos y vive una existencia caótica en una trama que introduce el tema de la salud mental. Estos flashbacks podría haberlos firmado el mejor Xavier Dolan. Tras introducir también a la hermana de Enric, Irene (Macarena García), llegamos a un tercer episodio que encierra un universo en sí mismo, el de la familia que ha formado Montserrat con un fanático religioso, el inquietante Pep (Albert Pla). Es aquí cuando los Javis consiguen una obra mayúscula, metiéndonos dentro de esta familia aislada del mundo exterior y manteniendo el protagonismo de Enric -aquí adolescente-, quien descubre en el cine una vía de escape mediante la fantasía, pero también una conexión con la realidad que le estaba vedada por su aislamiento. Resulta curiosa la coincidencia de elegir el clásico Cantando bajo la lluvia (1952) como la esencia misma del cine -lo mismo hizo Damien Chazelle en Babylon (2022)- convirtiendo una serie sobre el fanatismo religioso en un homenaje al séptimo arte con referencias a los musicales, a Fred Aistaire, claro, pero quizás también al Bergman de Como en un espejo (1961), La hora del lobo (1968) o Gritos y susurros (1972). En el cuarto episodio, la serie muestra una de sus grandes virtudes, la capacidad de mutar adoptando diferentes registros que funcionan como ecos de los temas argumentales, acercándose al terror cuando la familia evoluciona hacia una suerte de secta del fin del mundo. Los Javis demuestran conocimiento genérico -Nacho Vigalondo aparece como coguionista en el capítulo- al servirse de imágenes del found footage -todas esas cintas de vídeo analógicas, entre lo kitsch y lo terrorífico-; convirtiendo la imaginería católica en terrorífica; y utilizando imágenes lisérgicas para crear una secuencia alucinada de terror fantástico en una rave. Este registro de horror se desarrolla también en el quinto episodio, donde los delirios de la madre llevan a escenas de alta intensidad dramática con sus hijas. Y es que una de las mayores cualidades de la serie es conseguir momentos de alto voltaje emocional: en el sexto episodio, ya con Carmen Machi interpretando a Montserrat, el reencuentro entre los miembros de la familia es tremendamente emotivo, en un capítulo centrado en el personaje de Cecilia (Amaia Romero). La escena en la que el argumento se detiene para mostrárnosla cantando, es fantástica, una forma preciosa de contarnos su conflicto interno y su evolución desde niña. El último episodio de esta miniserie no solo completa la búsqueda de los personajes principales, sino que sorprende por sus reflexiones existenciales. Tras confirmarnos el origen -hasta ahora solo intuido- de los peores traumas de Enric, él y sus hermanas se embarcan en un proceso de curación, de cerrar heridas y de despedida, que proporciona varios momentos muy emocionantes. Y luego los Javis reflexionan sobre la búsqueda, de cada ser humano, de un camino para ser feliz: a través de la fe, del arte -de la música-, de la familia y de encontrar un sentido trascendental en la existencia terrena. No creo que sea casualidad que, si sumamos las referencias a los OVNIS, la presencia del macizo de Montserrat como accidente geográfico capaz de atraer a los desorientados, y el viaje a La India, nos venga a la mente una película como Encuentros en la tercera fase (1979) de Steven Spielberg, que también esconde el drama de una familia desestructurada. La serie culmina presentando ideas y conceptos que confirman en los Javis el rasgo, quizás, más importante en cualquier gran autor: su humanismo.

La Mesías es la mejor demostración del talento y las posibilidades creativas de los Javis: la forma en la que mezclan tonos y temas para componer una gran historia mosaico; una puesta en escena cinematográfica especialmente preocupada por el diseño de producción, la fotografía, la banda sonora y hasta las localizaciones; la capacidad de elegir a sus actores: es increíble cómo Ana Rujas, Lola Dueñas y Carmen Machi componen un solo personaje, Montserrat, en diferentes etapas de su vida; por no hablar de secundarios fantásticos como Albert Pla, Biel Rossell Pelfort o incluso de actores con papeles menores que aportan mucho -Rossy De Palma, Aixa Villagrán-. Hasta el menor detalle parece cuidado al máximo para elevar la calidad de una obra que necesariamente tiene que significar la consagración de esta pareja de autores.

THE MARVELS -HEROÍNAS INTERCAMBIABLES


The Marvels
(2023) llega a los cines -y luego a Disney Plus- con la papeleta de tener que llenar las expectativas de un público que sigue sin recuperarse del acontecimiento que fue Vengadores: Endgame (2019). Pero es que es mucho pedir. Aquella película fue la afortunada culminación de una inabarcable serie de personajes, argumentos e ideas, iniciados con Iron Man (2008), que encontraban un desenlace espectacular y satisfactorio en un evento memorable. Ya nadie se acuerda de cómo fueron recibidas las películas anteriores, de éxito crítico, artístico y de taquilla, más bien irregular. Ahora, las nuevas películas y series de Marvel Studios están construyendo, de nuevo, una posible macro-historia que nos lleve a una hipotético gran acontecimiento en los años venideros, pero con la desventaja de no contar con el factor sorpresa, ni con los grandes personajes de la casa -Hulk, Thor, Capitán América, Iron Man-, retirados de la primera fila. Así, cada película Marvel no es más que un nuevo ladrillo en una pared que apenas empezamos a distinguir, pero que, en sí misma, no resulta demasiado satisfactoria. Como los capítulos de una serie o, como comic-books de 24 páginas, siempre marcados por el antes y prometiendo un mejor después. En el caso de The Marvels, ese antes exige, nada menos, haber visto Capitana Marvel (2019), Bruja escarlata y Visión (2021) y Ms. Marvel (2022) -una película y dos series- principalmente, y, en menor medida, la mencionada Vengadores: Endgame y la serie Invasión secreta (2023). Pero nada de eso es realmente necesario. Estamos ante una aventura espacial, de corte femenino, feminista y juvenil, sin ninguna pretensión, que enfrenta a tres superheroínas -Capitana Marvel (Brie Larson), Ms. Marvel (Iman Vellani) y Mónica Rambeau (Teyonah Paris)- a una nueva amenaza de los alienígenas Kree, Dar-Benn (Zawe Ashton). No hay más. Marvel ha buscado a una directora prometedora -Nia DaCosta, responsable del estupendo remake de Candyman (2021)- y se apoya de nuevo en sus acostumbradas escenas de acción y efectos especiales para dar espectáculo. El argumento, la verdad, me parece poco inspirado y con algunos elementos inconexos que se quedan inexplicados. Pero The Marvels tiene a su favor la complicidad entre sus tres personajes principales -tienen química- e ideas sugerentes, como la coreografía -y el montaje- que provoca que cuando las superheroínas usan sus poderes intercambien sus lugares. Y seguramente, los mejores momentos de la película son los menos esperados: ese planeta en el que todos hablan cantando -que parece reírse de los musicales de las princesas Disney-, y la divertida secuencia de los ‘gatos’. Lo dicho, The Marvels no es más que otra entrega de un serial infinito, que como entretenimiento familiar cumple sin más.

TONY, SHELLY Y LA LINTERNA MÁGICA -EL NIÑO QUE PODÍA BRILLAR


Si pensamos en animación seguramente se nos vienen a la mente dos países: Estados Unidos y Japón -gracias a nombres propios como Disney, Pixar o el estudio Ghibli- pero la animación checa tiene también una larga tradición histórica que parece revivir gracias a la ópera prima del director Filip Posivac, un ilustrador checo cuyo universo cobra vida en la película Tony, Shelly y la linterna mágica (2023). Coproducida por Hungría, República Checa y Eslovaquia, esta película es preciosa, una maravilla visual en stop motion en la que cada plano es una joya por el diseño de sus personajes y de los escenarios. Como abrir las páginas de un cuento deliciosamente ilustrado. La cinta nos cuenta la historia de un chico, Tony, que sufre una extraña condición: brilla. Esto le convierte en un niño solitario hasta que aparece en su vida una niña diferente y sin prejuicios, Shelly. Los dos tendrán que descubrir, además, el fantástico secreto que oculta el edificio en el que viven. Tony, Shelly y la linterna mágica es un cuento infantil lleno de lecciones para los pequeños sobre la tolerancia, sobre ser diferente, sobre la amistad, sobre los conflictos de la adolescencia, la relación con los padres, con los vecinos y con el mundo en general. En apenas 80 minutos, esta película nos cuenta un montón de cosas, y es una oportunidad fantástica de acercar a nuestros hijos a otras formas de contar historias, a otros ritmos y sensibilidades, diferentes a los de la animación que están acostumbrados a ver en las plataformas actuales más populares. Y hay que destacar, de nuevo, su apartado visual, porque su factura artesanal atesora texturas, colores y luces que nada tienen que ver con el empaque del cine infantil actual mayoritario que, en fondo y forma, arriesga poco y parece siempre más de lo mismo. Tiene esta obra momentos poéticos que, seguramente, no se encuentran en esas producciones que menciono, más pulidas, testadas y con más recursos para entretener y mantener la atención del espectador, pero quizás menos humanas. Se estrena en cines el 15 de diciembre y es un plan perfecto para estas Navidades.

DIRECTOR -KYLE EDWARD BELL

¿Qué es Skinamarink? Bautizada por Variety como la mejor película de terror de 2023, la ópera prima de Kyle Edward Ball será rechazada por muchos -quizás la mayoría- como una tomadura de pelo. La cinta está compuesta casi en su totalidad por planos fijos, de noche, dentro de una casa. La imagen tiene el grano de una película rodada en 16 mm. No hay un solo encuadre convencional: la cámara siempre mira hacia el suelo de la vivienda, o hacia el techo. Y en la mayoría de esos planos no ocurre nada y se ve más bien poco. Skinmarink ha sido descrita como levantarse en mitad de la noche, en completa oscuridad, y enfocar la vista para intentar definir los objetos de la habitación. El espectador que decida ver esta cinta disponible en Filmin experimentará emociones que van desde la curiosidad, pasando por el aburrimiento y sí, hasta el escalofrío. En este sentido, la película se parece a cintas de terror como El proyecto de la bruja de Blair (1999) y Paranormal Activity (2007) con las que comparte varios elementos: un presupuesto muy reducido -esta habría costado apenas 15 mil dólares-; un desarrollo argumental que se cocina lentamente como para pillarnos desprevenidos; y una propuesta visual que intenta ser rompedora. En Skinamarink es fácil sentir que te has metido en una pesadilla en la que dos niños no encuentran a sus padres, mientras en la tele ponen dibujos salidos de quién sabe dónde. Ball juega con lo no contado, con lo que no vemos y con lo que creemos ver. Unas voces en off narran una posible historia que dispara en nuestras cabezas una mitología terrorífica de seres desconocidos de una dimensión ajena. Recojo la declaración del director para Vulture: "como si Satán hubiese dirigido una película y la hubiera editado con una Inteligencia Artificial".

LAS CHICAS ESTÁN BIEN -CUENTO DE VERANO

Las chicas están bien es el sorprendente primer trabajo como directora de la actriz Itsaso Arana, un ensayo cinematográfico -como se anuncia al principio de la cinta- en el que un grupo de actrices, Bárbara Lennie, Irene Escolar, Itziar Manero y Helena Ezquerro, interpretándose -más o menos- a ellas mismas, se reúne para ensayar una obra de teatro en una casa en el campo. Con esta excusa asistiremos, ni más ni menos, a cómo se desarrollan las relaciones entre estas cinco mujeres -a las que hay que añadir a Mercedes Unzeta -estupenda- y a la niña Julia León -qué voz más graciosa-, quienes completan el cuadro generacional femenino-, cada una en un momento existencial diferente. Entre todas hablan de la maternidad, de la muerte y sobre todo del amor, de los cuentos de sapos y princesas, que quedan, más o menos, desmentidos. La película es fresca en su espontaneidad, agradable y despreocupada como el verano. Se esfuerza en borrar las fronteras entre la ficción y el documental -para dar la impresión de naturalidad- y recuerda a los experimentos formales más divertidos de la Nouvelle Vague de Rohmer y Godard -Jonás Trueba aparece como productor-. También se hablar de ficción y de realidad, de cine y sobre todo de teatro, de la profesión de actriz, dejando que los textos de la obra que ensayan los personajes acerquen la película a los temas más profundos. Pero los momentos más emotivos de Las chicas están bien parecen confesiones espontáneas, y ese es el gran logro de la película. A mí me parece una propuesta irresistible que, espero, tenga una continuidad. Que se convierta en el principio de una búsqueda que me parece necesaria en el cine español -y mundial-.

EL MONSTRUO MARINO -EN DEFENSA DE LOS MONSTRUOS


Recuerdo cuando en el cine existían los monstruos. Desde #KingKong a #MobyDick, pasando por #Godzilla y el bestiario galáctico de #StarWars, la pantalla estaba llena de criaturas aterradoras. Incluso cuando #StevenSpielberg decidió que los dinosaurios de #ParqueJurásico (1993) eran animales y no monstruos, estos seguían dando miedo. Hago esta reflexión a propósito de la estupenda -estuvo nominada al Óscar- El monstruo marino, cuyo nombre en castellano invita al error. Mucho más ajustado es el original, #TheSeaBeast. Dirigida por Chris Williams, la película tiene un inicio prometedor: un barco de cazadores de monstruos le sigue la pista a una legendaria criatura. La referencia clara es Moby Dick de Melville -y por extensión Tiburón (1975)-; pero se fija también en películas de piratas para el retrato de la tripulación y recuerda al kaiju eiga en su catálogo de criaturas colosales como Godzilla y compañía. Hay elementos que parecen inspirados en las cintas dirigidas por Jun Fukuda -Los monstruos del mar (1966) y El hijo de Godzilla (1967)- o, más bien, en el Julio Verne de La isla misteriosa y en su adaptación de 1961, con ese cangrejo gigante animado por Ray Harryhausen, autor para el que también hay otro guiño: la morsa gigante de Simbad y el ojo del tigre (1977). Con este cóctel es imposible que la película no resulte simpática. Lamentablemente, la mayor influencia es la reciente trilogía de Cómo entrenar a tu dragón (2010) de la que El monstruo marino copia la idea central sin pudor. Atención porque viene spoiler: convertir al monstruo en una bestia pacífica resulta decepcionante. Es el signo de los tiempos: los niños de hoy no pueden ver cómo destruyen a la criatura ya que eso, supongo, transmite un mensaje contrario al animalismo al que deberíamos aspirar. Pero no puedo dejar de pensar que, en un clásico como King Kong (1933), era mucho más efectivo ver cómo sucumbía la bestia -que no representaba al reino animal, sino a la naturaleza bestial del ser humano- ya que de niños entendíamos perfectamente que fuera aniquilado dentro del contexto de la película. Lo que no impedía que sintiéramos pena por el simio gigante. Pena ante su captura, su cautiverio, y su explotación como espectáculo. Pena y vergüenza por el comportamiento de la raza humana.

NOSOTROS TAMBIÉN PODRÍAMOS ESTAR MUERTOS -CINE Y MENSAJE


La directora rusa, aficanada en Alemania, Natalia Sinelnikova debuta en el largometraje con la estupenda Nosotros también podríamos estar muertos, una alegoría sobre los tiempos que corren ubicada espacialmente en un edificio aislado en un tiempo indeterminado -¿Un futuro cercano distópico?-. La protagonista del relato es la encargada de la seguridad del edificio, interpretada por Ioana Iacob, actriz de origen rumano -creo que no por casualidad-. Su misión, además de velar por la seguridad de la comunidad, es también la de recibir a los posibles nuevos residentes, que desean vivir en el complejo. Se nos da a entender que estamos en un mundo en el que el exterior es hostil y peligroso, y que dentro de dicha comunidad solo vive un grupo de privilegiados. La armonía dentro de la urbanización, sin embargo, se verá perturbada cuando el perro de uno de los vecinos (Jörg Schüttauf) se extravíe. Un hecho que hára aflorar el miedo, la desconfianza y la paranoia en los vecinos, conflicto con el que tendrá que lidiar la protagonista. La directora cuenta todo esto en el tono distante, frío y extrañado de Michael Haneke -quizás los palos de golf son un guiño a Funny Games (1997)- o un Yorgos Lanthimos, con algo de su esquinado sentido del humor. Sin embargo. la perspectiva es femenina, siendo de lo más interesante de esta cinta la relación entre la protagonista y su hija adolescente, cuyo problema resume el tema central de la historia. Nosotros también podríamos estar muertos sigue la tendencia de cierto cine actual, sobre todo europeo, que prefiere la tesis antes que emocionar al espectador. Aquí vemos claramente temas tan actuales como el problema de la desigualdad, la inmigración, las fake news y el uso del miedo en los medios, o la polarización de las sociedades. Temas interesantes y necesarios, pero que, quizás, están demasiado presentes. No dejan de ser los mismos asuntos que nos planteó, por ejemplo, M. Night Shyamalan en El bosque (2004), de una forma, claro, mucho más comercial.

DIRECTOR -CHRISTOPHER NOLAN, CUESTIÓN DE TIEMPO


¿Cuántos directores actuales despiertan pasiones -y odios- como Christopher Nolan? El británico es de los pocos realizadores cuyas películas son eventos mundiales, capaces de conseguir eso que parece tan difícil de lograr hoy en día: que los espectadores asistan a una sala de cine. Nolan es algo así como el Stanley Kubrick de los millennials y, curiosamente, la obra del director de 2001: Una odisea del espacio (2001) es la gran sombra en la filmografía del realizador de InterstellarUna cosa es cierta: Nolan tiene, como Kubrick, la capacidad de asumir proyectos enormes, que expresan una visión personal, pero que son al mismo tiempo grandes películas de estudio taquilleras -Nolan trabaja, por cierto, para el mismo estudio para el que Kubrick hizo sus grandes obras, Warner Bros.-. ¿Está sobrevalorado Christopher Nolan? ¿Se merece el desprecio de los que ven en él a un artesano pretencioso? Seguramente entre ambas posturas está la realidad de un director talentoso, que no suele defraudar a pesar de las grandes expectativas que genera. Nolan, aunque comercial, es un autor, con sus preocupaciones y sus líneas temáticas recurrentes. La idea del doble, de la máscara, está presente, obviamente en su trilogía sobre Batman, pero la transformación del héroe del relato en otra persona está ya en su ópera prima, Following y en Memento. Otro tema capital, por supuesto, es el tiempo y nuestra percepción del mismo, la memoria, que puede tergiversar los hechos, que nos hace dudar entre lo real y lo simulado. La mayoría de las películas de Nolan desordenan el orden cronológico natural del relato buscando la sorpresa en el espectador. El cine del director de Origen habla también de los mecanismos de la ficción y de cómo construimos la realidad en la que vivimos a través de un relato: el protagonista de Following es un escritor; la vida de Leonard en Memento se va recreando en sucesivas venganzas que él mismo se inventa al carecer de recuerdos; Bruce Wayne cree que para salvar Gotham debe convertirse en un símbolo en el que la gente pueda creer; los magos de El truco final harán lo que sea para engañar a su público y escriben diarios para salvaguardar sus secretos; el astronauta de Interstellar creerá que una estación espacial lleva su nombre por sus hazañas; la gran aspiración del joven que se sube a uno de los barcos que rescatarán a los soldados en Dunkerque es aparecer en las noticias, que se cuente su historia. Por último, en la mente de cada protagonista de los films de Nolan hay una mujer y es el amor -o su ausencia- lo que verdaderamente les empuja, un reflejo, quizás, de la fructífera relación del director con su productora, Emma Thomas, su pareja sentimental y gran colaboradora. A continuación, hablo brevemente de cada título de la filmografía de Christopher Nolan, eso sí, en orden cronológico, contradiciendo la naturaleza de la obra del autor.


Following (1998) es el llamativo debut en el largometraje de Christopher Nolan. Un relato criminal, en blanco y negro, rodado en 16 milímetros, con un presupuesto de tan solo 6 mil dólares. Algo así como su Atraco perfecto (Stanley Kubrick, 1956). La película parte de una idea estupenda: un escritor fracasado se dedica a seguir a personas por la calle, observándolas desde lejos, estudiando sus acciones, interpretando sus motivaciones. Una clara metáfora del cine. Este joven vive en un piso, por cierto, con una premonitoria pegatina del Batman de Tim Burton pegada en la puerta. La vivienda da pistas sobre el personaje y sobre Nolan: contiene una vieja máquina de escribir y el altar de un mitómano, con fotos en la pared de Marilyn Monroe, de Jack Nicholson en El resplandor (1980) o de Reservoir Dogs (1992). Lo que activa la historia es el encuentro del protagonista (Jeremy Theobald) con un mentor, Cobb (Alex Haw), un ladrón de casas con una filosofía muy particular, que en otra metáfora cinematográfica, analiza a los dueños de las viviendas a través de los objetos de sus casas. Si añadimos a un gángster peligroso y a una mujer fatal, ya tenemos una película. O al menos, eso parece. Porque esta historia llena de tópicos, está narrada por Nolan en una forma cronológicamente desordenada, en tres líneas temporales que se van alternando y que aprendemos a reconocer por el aspecto físico y las lesiones del héroe. Una narración que proyecta incógnitas constantes y provoca nuevos significados según las piezas del puzle se van colocando hasta un inesperado final. Following es un primer ejercicio notablemente por encima de sus posibilidades, que haría una buena doble sesión con la superior Sospechosos habituales (1995) y que prefigura las constantes de la narrativa del director. El personaje de Cobb lleva el nombre y el aspecto del futuro protagonista de Origen (2010), traje y pelo corto engominado, un look que recuerda al propio Nolan. Mencionemos también que aquí comienza ya la colaboración con la productora Emma Thomas, pareja de Nolan, con la que ha coproducido todas sus películas.


Memento (2000) es casi un remake de Following, la anterior cinta de Christopher Nolan, con un mayor presupuesto y actores conocidos como Guy Pearce, Joe Pantoliano y Carrie-Anne Moss. La historia vuelve a ser un relato criminal, en este caso una revenge movie en la que Leonard -Lenny- quiere vengar la violación y 'muerte' de su mujer. La narración se desordena -igual que en Following- aunque aquí hay una sólida excusa argumental para hacerlo: el protagonista sufre un trastorno que le impide recordar los hechos recientes. El guión, por cierto, está basado en una idea de Jonathan Nolan, hermano del director. Esta pérdida de memoria a corto plazo marca la narración que 'retrocede' constantemente hacia el pasado. Este rebobinar convierte cada escena que vemos en un misterio -no sabemos de dónde venimos- y la siguiente en una revelación, que lleva a un nuevo misterio. Memento funciona porque nos hace preguntarnos cosas durante todo el metraje: ¿Cómo se hizo el protagonista los arañazos que tiene en la cara? Además de la narración regresiva, una segunda línea temporal sirve de marco narrativo, y agrega un relato secundario, el caso de Sammy (Stephen Tobolowsky) un sujeto que sufre la misma condición que Leonard y cuya relación con el tronco principal es una nueva sorpresa que lo cambia todo. Memento es una película notable que permite a Nolan hablar, de nuevo, sobre el tiempo, pero también sobre la naturaleza de la existencia y su sentido. Nolan cuestiona nuestras vidas basadas en recuerdos, no necesariamente fiables y, por supuesto, en ningún caso objetivos. Señalemos un defecto que aparece aquí, en Memento, y que estará presente en casi toda la filmografía de Nolan: esa necesidad de explicar sus argumentos al espectador, a través del diálogo. Aún así, Nolan fue nominado al Oscar al mejor guión.


Insomnio (2002) es un escalón hacia arriba, en la carrera de Christopher Nolan, en términos de ganarse la confianza de los estudios. Es la oportunidad de dirigir a actores tan importantes como Al Pacino, Hillary Swank y Robin Williams. Nolan pone en imágenes, además, un guión ajeno -remake de un film noruego protagonizado por Stellan Skarsgard-, teniendo por primera vez los medios para una puesta en escena elegante, quizás fría, que se despliega en planos aéreos espectaculares para aprovechar uno de los principales ingredientes de la historia que se cuenta: la helada Alaska como escenario de un crimen, en una época del año en la que nunca se pone el sol. Por lo demás, estamos ante la rutinaria historia de un detective que debe resolver el asesinato de una adolescente en un pequeño pueblo, en la línea de El silencio de los corderos (1991) o Seven (1995). La gran aportación de Insomnio es que pone en duda al héroe, que busca hacer justicia pero se ve perseguido por el sistema -la famosa oficina de asuntos internos- hasta acabar convertido en un elemento tan fuera de la ley como el asesino que persigue. Una temática argumental que, si queremos hilar muy fino, podríamos relacionar con el famoso justiciero que Nolan llevará tres veces al cine, planteando dilemas similares sobre la justicia, la ley, el bien y el mal.


Volver a empezar. Ese era el encargo de Christopher Nolan en 2005 tras Batman Forever (1995) de Joel Schumacher y sobre todo tras Batman y Robin (1997) del mismo director. El primer Batman del británico no es una precuela, sino un reboot en toda regla que vuelve a contar el origen del caballero oscuro. Batman Begins es el comienzo de una nueva trilogía que se desmarca argumentalmente de las cuatro películas anteriores sobre el superhéroe. Aún así, Nolan recupera algunos momentos de Batman (Tim Burton, 1989) -el famoso "Soy Batman"- y el diseño de la máscara y el traje son muy similares a los que vistieran Michael Keaton, Val Kilmer y George Clooney. En una decisión bastante lógica, los guionistas -el propio Christopher Nolan y el especialista en tebeos David S. Goyer- deciden apoyar la historia en el cómic Batman: año uno (1987), en el que Frank Miller y David Mazzuchelli reiniciaban y actualizaban el origen del personaje creado en 1939 por Bob Kane y Bill Finger. Nolan prácticamente extrae de las viñetas algunos de sus planos, algo evidente, por ejemplo, en el momento de la muerte de los padres de Bruce Wayne, en el que el director evita la famosa imagen de las perlas del collar de Martha Wayne cayendo en cámara lenta, que Tim Burton sacó de otro tebeo de Miller, El regreso del caballero oscuro (1986). Batman: año uno narra en papel la vuelta de Bruce Wayne a Gotham, el comienzo de su lucha contra el crimen y de su alianza con James Gordon, interpretado en la película por Gary Oldman, con un aspecto calcado al del cómic. A esta fuente hay que añadir elementos de otra historieta, The Long Halloween  (1996) de Jeph Loeb y Tim Sale, de la que se extrae parcialmente la subtrama dedicada al mafioso Carmine Falcone (Tom Wilkinson) y la presencia del Espantapájaros (Cillian Murphy). Pero quizás son otros cómics los que han marcado la aproximación de Christopher Nolan a Batman. La saga de Ra's Al Ghul, iniciada en 1971 por Dennis O'Neil y Neal Adams, es el origen, obviamente, del villano de la película, pero también del conflicto principal que ha preocupado a Nolan en sus tres entregas sobre el encapuchado. El Ra´s Al Ghul de los cómics es un villano de alcance global en la línea de los megalómanos enemigos de James Bond, que tiene como objetivo destruir a la humanidad para permitir que el planeta se regenere empezando de cero. Aquí Gotham sirve como un modelo en miniatura de esa humanidad corrupta que Ra's cree que debe ser borrada. Lo interesante es que Nolan equipara el enloquecido plan del villano -el vertido de una sustancia tóxica en las aguas de la ciudad- con la crisis económica mundial -adelantándose a la crisis financiera de 2007- y relacionando la filosofía del villano a las teorías marxistas sobre las crisis cíclicas del capitalismo. Nolan busca que su película conecte con las preocupaciones del momento y de paso cambia el enfoque de Batman: ya no es un millonario que protege las posesiones de los ricos, sino un defensor de las clases oprimidas, representadas en ese niño (Jack Gleeson de Juego de Tronoscon aires dickensianos, del barrio empobrecido, The NarrowsHay que decir que la serie de televisión Arrow, sobre el arquero Green Arrow, roba también estas ideas, aunque de forma chapucera, y hasta tiene a su propio Ra's Al Ghul (Matt Nable).

En Batman Begins, Nolan se aleja de los enloquecidos villanos clásicos del caballero oscuro al elegir al mencionado Ra's Al Ghul como enemigo principal. Evita también el retrato del héroe -interpretado de forma solvente por Christian Bale- como el de un hombre trastornado y obsesionado con la venganza. Este Batman no está loco, tiene un plan y no está solo, tiene aliados. Todo esto responde al empeño de Nolan a que su película sea verosímil a pesar de su planteamiento fantasioso. Todos los famosos artilugios del superhéroe tienen una coartada realista: desde el traje, pasando por la capa, hasta el Batmóvil -el más feo nunca visto y probablemente inspirado en el tanque de El regreso del caballero oscuro (1986)- todo está justificado como prototipos para uso militar. Por suerte, Nolan sí se permite un tono más pulp en el viaje del héroe a esa Nanda Parbat poblada por los ninjas de la Liga de las Sombras. Además, el Gotham de Nolan es una ciudad real, nada que ver con el art decó de la serie Gotham, ni con las gárgolas góticas de Tim Burton. Aquí la única fantasía que se permite Nolan es ese utópico tren retrofuturista, creado por Thomas Wayne (Linus Roache) para ayudar a los desfavorecidos. Por otro lado, vemos mucho a Bruce Wayne y más bien poco a Batman, cuyo único enemigo disfrazado es el Espantapájaros. El asesino Victor Zsasz (Tim Booth) aparece también, pero de una forma muy discreta. A las máscaras y los trajes coloridos, Nolan prefiere los rostros humanos de un elenco de mucho peso: Michael Caine como el mayordomo Alfred Pennyworth; Morgan Freeman como Lucius Fox; el mencionado Gary Oldman como Jim Gordon, son secundarios de lujo, veteranos que representan los valores perdidos de la familia Wayne. A estos se contraponen el mafioso Falcone (Tom Wilkinson), el capitalista Earle (Rutger Hauer) o el comisario Loeb (Colin McFarlane), las caras visibles de un orden corrupto que debe ser derribado desde dentro. Precisamente esto es lo que ocurre con la mansión Wayne, que tendrá que ser reconstruida. Liam Neeson aparece primero como Ducard, mentor de Bruce Wayne en la línea del Qui-Gon Jinn de La amenaza fantasma (1999), y luego como Ra's Al Ghul, cuyos métodos asesinos chocarán con los que defiende Batman.

A pesar de enfrentarse al encargo de levantar una de las franquicias más conocidas del cine, Nolan se permite algunos apuntes personales, que parecen coincidir con elementos de su filmografía anterior. El inicio de la película está marcado por los flashbacks, que desordenan el relato y se mezclan para encontrar los momentos claves en la vida de Bruce Wayne que le convertirán en un justiciero: su trágica infancia y su entrenamiento fuera de Gotham -una travesía por el desierto- hasta llegar, finalmente, a su regreso a la ciudad que le vio nacer -y morir a sus padres-. Luego, eso sí, el relato recupera su linealidad cronológica adoptando una forma convencional. Por otro lado, señalemos que Bruce Wayne debe convertirse en un justiciero enfundándose en el traje de Batman, igual que los protagonistas de Following y Memento acaban desarrollando nuevas personalidades por la vía de adoptar el aspecto físico de otros: el joven escritor de la ópera prima de Nolan copiaba el traje y el peinado de su mentor criminal, Cobb; el desmemoriado Leonard también se vestía con las ropas de un narco hasta convertirse en 'otra persona', como le recuerda en varias ocasiones, el policía al que da vida Joe Pantoliano. Por último, señalemos que Batman Begins supone el primer encuentro de Nolan con Hans Zimmer -James Newton Howard también firma la banda sonora- cuya obra musical se convierte en importante marca de estilo para el director. Además, la película estuvo nominada al Oscar por su fotografía, de Wally Pfister, otro colaborador habitual de Nolan.


El truco final (2006) parte de la novela The Prestige de Christopher Priest sobre la rivalidad entre dos magos, dos ilusionistas enfrentados por una trágica muerte. El guión, escrito por Christopher Nolan y su hermano Jonathan, repite la fórmula de Following y Memento. Veamos. La narración se divide en tres líneas temporales que se van mezclando con el fin de proponer misterios en la mente del espectador. Para reconocer cada momento cronológico, los protagonistas sufren cambios físicos, que permiten establecer en qué parte de la historia nos encontramos. Así, Alfred Borden (Christian Bale), sufre la amputación de sus dedos y su rival, Robert Angier (Hugh Jackman) una lesión en una pierna que le produce una leve cojera. Además, los hermanos Nolan reinciden en el tema del doble, de una forma todavía más directa. Si el protagonista de Following emulaba al ladrón Cobb, el investigador de Memento adoptaba las estrafalarias ropas de un narco y Bruce Wayne se enfunda en un traje-armadura para convertirse en Batman, aquí los dos magos se transforman y se disfrazan para engañar a su adversario, e incluso, generan 'copias' de sí mismos que acaban siendo el misterio principal de la película. El empeño de los protagonistas, engañar al público para que sea capaz de suspender su incredulidad durante al menos un instante, se refleja en la propia estructura de la película, llena de giros y engaños, y puede considerarse una declaración de intenciones por parte de Nolan. La rivalidad de los magos tiene un eco histórico en la de los inventores Nikola Tesla (David Bowie) y Thomas Edison, que Nolan utiliza también para posicionarse -a favor de Tesla- y para plantear otra oposición, entre magia y ciencia, que lleva a introducir un elemento de ciencia ficción que eleva el relato por encima de su primer planteamiento. Una pena que la tendencia de Nolan a explicarlo todo le reste alcance a la propuesta, que habría volado muy alto dejando algunas cosas en el misterio. Estuvo nominada a los Oscar por su fotografía y diseño de producción.


El caballero oscuro (2008) significó la consagración de Christopher Nolan como director, al aunar un éxito de taquilla con un gran logro artístico. La película estuvo nominada a 8 premios Óscar -aunque se ignoró a Nolan- y ganó dos: al mejor actor, por el ya mítico papel de Heath Ledger como el Joker, y por su edición de sonido. Nolan se aparta de los cómics para plantear un thriller policíaco, en el que la acción -rodada con cámaras IMAX- gana en espectacularidad y en planificación, superando todo lo hecho hasta entonces por el director. La secuencia inicial del atraco al banco o la persecución por las calles de Gotham son magníficas. Por otro lado, hay que hablar de unas sólidas interpretaciones que elevan el guión firmado, de nuevo, por Nolan y su hermano Jonathan: ya hemos hablado de Heath Ledger, pero también señalemos la humanidad que aportan Christian Bale, Michael Caine, Morgan Freeman, y Gary Oldman -inolvidable su voz en off cerrando la película- además de las incorporaciones de Maggie Gyllenhaal y Aaron Eckhart. Un reparto de lujo que permite que la historia gane complejidad, no por la densidad narrativa sino por la cantidad de personajes y situaciones en juego, que alargan el metraje hasta las dos horas y media. En El caballero oscuro, Nolan incide en temas ya planteados en Batman Begins, como la justicia, la legalidad y la figura del vigilante o justiciero fuera de la ley. ¿Cuánto tarda un héroe en convertirse en un tirano? Un dilema que, como es habitual en Nolan, se explica claramente -en un diálogo entre el fiscal Harvey Dent y el millonario Bruce Wayne- para que ningún espectador se pierda lo que quiere decir. El otro gran tema 'nolaniano' que podemos detectar es el del doble, que aquí se multiplica. Si Bruce Wayne se desdoblaba en un millonario frívolo y en un justiciero enmascarado, ahora Batman encuentra un reflejo oscuro en Joker, un 'doble' que ha eliminado su encarnación anterior, convirtiendo en fake news la historia del origen de su 'sonrisa', al contar varias versiones de la misma. Ambos representan, claramente, el orden y el caos, eso sí, siempre fuera del sistema, como se encarga de explicar el payaso del crimen. Nolan define a Batman como un elemento transgresor que debe despertar la conciencia social, para luego desaparecer en la leyenda, siendo sustituido por Harvey Dent, que recuperaría los valores de la democracia y la legalidad. Pero este se convierte en el máximo representante posible de la dualidad: el villano Dos Caras. Por último, mencionemos otra capa de significado atendiendo al momentos del estreno del film, que se adelanta a la incertidumbre ante la crisis financiera: aquí los ladrones no roban bancos, sino que estos últimos son aliados de la mafia para blanquear dinero. Todavía más claro es cómo el Joker refleja el miedo al terrorismo post 11-S. Tras El caballero oscuro, Nolan podría hacer la película que le diera la gana.


Seguro que de Origen (2010) recordamos sobre todo sus imágenes de puro cine fantástico: Leonardo DiCaprio atado a una silla cayendo a una bañera en cámara súper lenta; una ciudad, París, que converge sobre sí misma; una pelea en gravedad cero en el pasillo de un viejo hotel; pero la película de Christopher Nolan, que firma el guión, de nuevo, con su hermano Jonathan, está cargada de diálogos de ciencia ficción densa, casi espesa. Se nos explica en qué consisten los sueños, qué es un 'arquitecto', cómo despertar y cómo reconocer lo real de lo soñado. Un relato absorbente sobre una idea estupenda acerca de los sueños y de la posibilidad de penetrar las mentes ajenas. La historia está planteada como una película de atracos, con su reclutamiento de ladrones expertos, cada uno en su especialidad, y sin olvida la cuidadosa planificación de un golpe final. Nolan es al mismo tiempo tremendamente inventivo en las secuencias de efectos especiales, como estático cuando toca que los personajes hablen para que nadie se pierda. Por suerte cuenta con actores contrastados: DiCaprio, Michael Caine, Joseph Gordon-Levitt, Ellen Page, pero me temo que es fácil perderse en la trama. Como en Following y Memento, se desordena el relato cronológico pero sobre todo pone en duda lo que es real y lo que es sueño. Nolan vuelve a recurrir al giro sorpresa final, que revela al personaje protagonista y coloca a DiCaprio en un relato muy similar a Shutter Island, que Martin Scorsese estrenó el mismo año. Curiosamente la acción es más clara y efectiva cuando, en el tercer acto, la trama se divide en tres niveles de sueño -más la supuesta realidad- en los que Nolan demuestra su habilidad como narrador, haciendo a un lado tanta palabrería y fabricando un estupendo clímax en el que juega a estirar el tiempo al máximo -la caída ralentizada de un coche desde un puente-. Nolan apuesta por la ciencia ficción en mayúsculas y no esconde referencias a  2001: Una odisea del espacio (1968), a Blade Runner (1982) -ese final abierto expresado en la ya icónica imagen de la peonza girando- pero también a Ciudadano Kane (1941) y a la saga de James Bond -el asalto a una fortaleza en la nieve recuerda a Al servicio de su majestad (1969)-. Origen fue nominada a 8 premios Óscar, incluida mejor película y mejor guión, pero solo ganó 4 estatuillas, a mejor fotografía, efectos especiales, mezcla y edición de sonido.


El caballero oscuro: La leyenda renace (2012) completa la trilogía de Christopher Nolan sobre Batman. Si en la primera entrega se ofrece una variación sobre la clásica historia de origen de un superhéroe y El caballero oscuro apuesta por el thriller policial, esta tercera entrega persigue un tono épico, en el que Gotham tiene más protagonismo que nunca, al verse sitiada por un nuevo villano, Bane (Tom Hardy). El relato que propone Nolan es también crepuscular, arriesgándose a contar la última batalla del héroe, inspirándose en parte en El regreso del caballero oscuro de Frank Miller, cómic en el que encontramos a un Bruce Wayne envejecido y retirado. Pero el grueso de la historia mira a la saga de Bane, una larga serie de cómics que en los años 90 presentaban a este villano, concebido como el único capaz de acabar con el héroe, obligándole a retirarse y a ser sustituido -temporalmente- por otro justiciero. Y sobre todo Nolan -en los créditos de guión sigue apareciendo David S. Goyer- utiliza los cómics de Batman de los años 70, en los que el guionista -fallecido en 2020- Dennis O´Neil revolucionaba el personaje convirtiéndolo en un detective, de aventuras más realistas y sórdidas, con el fin de alejarlo de la parodia de la serie de Batman de los años 60 protagonizada por Adam West. Son O'Neil, Julius Schwartz y el artista Neal Adams los que crean a Ra's al Ghul (Liam Neeson), un enemigo que embarca al caballero oscuro en aventuras internacionales similares a las del agente 007, James Bond. Este es el tono que utiliza Nolan en Batman Begins y todavía más en esta película: la espectacular secuencia inicial en la que el avión de Bane intercepta a una aeronave de la CIA parece sacada de una película de Bond. Y hay que decir que no precisamente del Bond 'realista' post Bourne al que ha dado vida Daniel Craig, sino al espía más pulp de los mejores años de Connery y Moore. El caballero oscuro: La leyenda renace es un excelente cierre de la saga, aunque se resienta por dejar en segundo plano a los personajes principales que ya conocemos, interpretados por Christian Bale, Michael Caine -magnífico- y Gary Oldman, que dejan paso a un sólido Joseph Gordon-Levitt y a Anne Hathaway, en mi opinión, esta última, un error de casting, que antes que Catwoman tiene el físico de Batgirl. Tom Hardy como Bane es un buen villano, pero claro, no resiste la comparación con el Joker de El caballero oscuro. Nolan introduce en su película la desconfianza mundial en los mercados -Bane ataca la Bolsa- y opone el sistema (capitalista) corrupto a una 'revolución' encabezada por Bane, que actúa como un populista -terrorista- en una suerte de régimen de terror que recuerda los episodios más sangrientos de la revolución francesa, pensemos en Historia de dos ciudades de Charles Dickens. Y por supuesto, Nolan reincide en un final con giro sorpresa.


Interstellar (2014) es la versión de Christopher Nolan de 2001: Una odisea del espacio (1968), una obra maestra, quizás la mejor película de la historia del cine, con la que el ambicioso director se atreve a medirse. El argumento es muy similar: una señal venida desde las estrellas, de una fuente desconocida -que en principio parece extraterrestre- provoca un viaje a través del espacio y el tiempo hasta los confines del universo. Los guiños de Nolan a la película de Kubrick son varios: ese robot parecido al monolito -o a un personaje de Minecraft- con una inteligencia artificial que bromea con lanzar a los astronautas al espacio, como hiciera Hal 9000; las imágenes de la nave girando grácilmente en la inmensidad el espacio; el momento en el que la nave se interna en el agujero negro, muy similar a cuando Bowman entra en el monolito. Pero mientras 2001 apenas tiene diálogos y mantiene elementos argumentales en el misterio, Nolan lo dice y lo explica todo a través de largas conversaciones entre los personajes. El film de Kubrick es sin duda frío, abarcando millones de años en cuatro episodios muy distintos; aquí hay un protagonista claro, un padre de familia que debe abandonar a sus hijos, aportando un claro componente emocional y humano del que 2001, mucho más intelectual, carece. El nombre de Kubrick bastó para convencer a Warner para hacer su película de ciencia ficción -aunque requirió financiación extra- pero en 2014, Nolan necesita estrellas para sostener su película: Matthew McConaughey, Anne Hathaway, Matt Damon, Casey Affleck, Jessica Chastain, por no hablar de Michael Caine, John Lightgow, Ellen Burstyn y hasta un jovencísimo Timothée Chalamet. Nolan mantiene su relato en orden lineal y cronológico, pero sí se permite establecer diferentes lineas temporales como marco de referencia, abriendo y cerrando el relato, además de jugar con la teoría de la relatividad y sus paradojas temporales que se convierten, de forma orgánica, en ese giro sorpresa final que suele buscar en sus guiones. La apuesta emocional de Nolan funciona: Interstellar aúna conceptos estimulantes de ciencia ficción con emociones humanas y con el tema del pasado, de la familia y del legado, también presentes en la trilogía de Batman. El monólogo sobre el amor de Anne Hathaway, entre tanta palabrería científica, es en mi opinión, uno de sus grandes hallazgos.


Dunkerque (2017) es la consagración de Christopher Nolan como autor. Un film que le valió 8 nominaciones al Óscar, entre ellas a la mejor película y su primera como mejor director. Aunque, una vez más, solo ganó tres estatuillas por edición, mezcla y edición de sonido. Dunkerque es en mi opinión la mejor película de Christopher Nolan y es curioso porque, en ella, el director se desmarca de las tendencias de su cine. Si Nolan se había caracterizado por abordar géneros cinematográficos muy claros, como el thriller, el suspense y sobre todo la ciencia ficción, aquí trasciende el cine bélico con una puesta en escena inmersiva, que hace uso del gran formato que le permiten las gigantescas cámaras IMAX para conseguir meter al espectador dentro de la experiencia de la guerra. Aunque Nolan nos haya asombrado con los efectos digitales de Origen o Interstellar, su verdadera tendencia, sobre todo en las secuencias de acción de Batman, es utilizar efectos prácticos, trucos de cámara y especialistas. Que todo sea real delante de la cámara. Esta obsesión es llevada a su máximo nivel en esta película, en la que Nolan rueda en la playa donde ocurrieron los hechos históricos, con cientos de actores, barcos y hasta aviones reales. Un despliegue que hace de Dunkerque un prodigio técnico que no creo que sea fácil de igualar en la historia del cine. Esto provoca que cuando vemos la película, tengamos una sensación única de grandeza y fisicidad. Si Interstellar recoge elementos argumentales y estéticos de 2001: Una odisea del espacio (1968), es Dunkerque la película que realmente emula su carácter de cine experimental, que busca ser una experiencia antes que una narración, casi sin diálogos, que apela a nuestros sentimientos antes que a nuestra razón. Nolan nos hace abrirnos paso entre cientos de soldados temerosos, nos encierra en un barco que se hunde, nos mete en la cabina de un avión en una batalla aérea, en una nueva carrera contra el tiempo por escapar de las playas francesas y volver a Reino Unido antes de que las tropas alemanes exterminen a los más de 300 mil hombres atrapados frente al mar. Esa urgencia, presente en otros títulos de Nolan, nunca había sido tan apremiante, apoyado más que nunca en la música de Hans Zimmer, que recuerda al tic tac de un reloj -o de una bomba-, en una composición nominada al Óscar. Nolan vuelve a jugar con el tiempo, contando la misma historia en tres períodos y escenarios distintos: en la playa, en una semana; en el mar, en un día; y en el aire, en una hora. Una estructura narrativa que no acabo de ver necesaria, pero que no resta impacto a una gran experiencia cinematográfica.

Christopher Nolan se ha ganado a pulso el calificativo de 'visionario': cada uno de sus films contiene un elemento distintivo que los separa de los demás. Sin ocultar sus fuentes de inspiración, Nolan hace películas que son al mismo tiempo grandes producciones comerciales y algo que no habíamos visto antes. ¿Qué es Tenet? Un film de espías repleto de acción y también una propuesta de ciencia ficción que ofrece un giro diferente sobre el tema que más preocupa al autor de Memento: la percepción del tiempo. Es complicado hablar de esta película sin desvelar los secretos de su argumento, así que os propongo un comentario aséptico en estas primeras líneas, y un análisis a posteriori, sobre el que avisaré adecuadamente. Tenet es una película magnífica. Una cinta de James Bond con grandes secuencias de acción que se benefician de la elegante puesta en escena de Nolan, y de cómo ha ido perfeccionando sus set pieces tras cada película: aquí, por ejemplo, el asalto inicial a la ópera, es soberbio. El look de la película es espectacular, la fotografía de Hoyte Van Hoytema saca un partido tremendo de unos escenarios que verdaderamente aportan al sentido de la película, cuyas imágenes son hipnóticas, y la música de Ludwig Göransson potencia cada momento. Como producción, Tenet vale cada euro de tu entrada. Nolan se suele apoyar en estrellas y, desde luego, John David Washington lo parece, es puro carisma. Le secundan nada menos que Kenneth Branagh -estupendo villano nihilista-, Robert Pattinson, Elizabeth Debicki, Aaron Taylor-Johnson y no puede haber una peli de Nolan sin Michael Caine. Estos actores consiguen trascender sus personajes, que funcionan como arquetipos del cine de espías. Con estos elementos, Nolan tendría suficiente para hacer una película taquillera. Pero entonces hay que hablar del elemento de ciencia ficción que introduce, verdaderamente sugestivo, que coloca a esta obra un peldaño por encima del típico blockbuster del verano. Y empezamos ya con los spoilers. La idea de que los supuestos 'villanos' de la película puedan moverse atrás en el tiempo es el gran distintivo de Tenet. Visualmente, estamos ante otra obre de Nolan que deja huella. Las imágenes de los personajes 'rebobinándose', en 'tiempo invertido', aportan espectacularidad, pero también misterio y sentido de la maravilla. Nolan consigue inyectar el alma de una cinta de ciencia ficción europea, low cost, en su aparatoso artefacto pirotécnico de Hollywood, creando una mitología propia de posibilidades infinitas, convirtiendo el clásico film de espías en un bucle muy loco que se acaba cerrando sobre sí mismo. Nolan tiene, además, un discurso de metaficción: su héroe se autodenomina el 'protagonista', y el hecho de que tenga que volver sobre sus pasos es, simplemente, hermoso. Nolan nos descubre que, en realidad, el agente 007 -o Batman- han estado luchando siempre contra ellos mismos, llevando al extremo una idea presente en toda su filmografía: la del doble. Todos esos héroes de todas las películas de acción solo buscaban retrasar unos minutos, el fin del mundo. Una idea irresistible, un gran hallazgo en una obra que converge sobre sí misma, idea presente en la filmografía del autor desde Origen: inolvidable como París acababa encorvándose sobre sí misma. Y aunque el director de Interstellar peca, como siempre, de ser quizás demasiado explicativo, de cargar demasiado de diálogo el metraje, también se puede decir que, quizás por primera vez, deja en el misterio gran parte de su película, que se presta a múltiples interpretaciones. Hay que ver Tenet.

Ningún director actual, más que Christopher Nolan, tiene la capacidad de llenar una sala de cine de espectadores deseosos de ver un biopic de tres horas de duración: Oppenheimer, la historia del creador de la bomba atómica. Nolan se ha ganado a pulso una legión de fans haciendo películas de género, muy comerciales -como su trilogía de Batman- pero con la ambición de trascender, de ser grandes obras. Obviamente, no siempre lo consigue, pero sus películas suelen tener una calidad técnica apabullante, un presupuesto holgado y un elenco de actores estupendos. Es el caso de Oppenheimer, cinta que reúne de nuevo las mejores cualidades del cine de Nolan, en el que es, quizás, es su proyecto más serio y ambicioso, abordando un género dramático tan oscarizable como la biografía histórica. A su favor, Nolan cuenta con un Cillian Murphy extraordinario: ya sabíamos que era un gran actor, pero aquí se convierte en una estrella. Muprhy aparece rodeado de un elenco inabarcable con Robert Downey Jr. -en el papel de Antonio Salieri, ya me entendéis-, Florence Pugh, Matt Damon, Emily Blunt, Rami Malek, Gary Oldman, Casey Affleck, Kenneth Branagh y un montón más. Con todos estos elementos, estamos ante una película imprescindible en este 2023. Lamentablemente tengo que decir que Oppenheimer me ha parecido una película excelente, pero coja. Nolan plantea una historia que puede convertirse en el relato capital para entender a la humanidad actual -no solo Estados Unidos- abordando el gran trauma del siglo XX, que sigue siendo el mayor miedo -o casi- en lo que va del XXI. El arranque de la película nos muestra a un Oppenheimer atormentado y nos promete un drama íntimo y psicológico sobre el choque entre la vocación científica de descubrir la verdad detrás del tejido del universo y la culpa de haber cometido el segundo peor crimen de la historia. Pero creo que Nolan no se atreve del todo a explorar esta cuestión, que le hubiera supuesto arriesgarse mucho más, apostar por la poesía, apostar por el cine. En lugar de eso, Nolan compone una fatigosa intriga, en la que refleja el clima de división en la sociedad estadounidense de la era post-Trump a través de la paranoia anticomunista y la caza de brujas de los años 50, enfrentando a científicos y militares -como en una vieja película de ciencia ficción-. Para contar todo esto, sumado al desarrollo mismo de la bomba nuclear -apasionante, por cierto-, Nolan sobrecarga la película de diálogos que no se acaban nunca, malgastando el formato Imax para filmar a sus personajes hablando en despachos y aulas de clase, utilizando la música y el montaje para generar una tensión y un ritmo prefabricados. Oppenheimer es una película pensada para el espectador acostumbrado a las series de televisión, de primeros planos y diálogos incesantes que serán confundidos con densidad y profundidad, cuando no son más que frases explicativas e informativas para que nadie se pierda. Solo hay verdadero 'cine' -al menos como lo entiendo yo- en la esperada escena de la prueba atómica, que sintetiza otro gran tema de la película, la oposición entre teoría y práctica, la idea de que el conocimiento puede acabar abriendo puertas terribles, lo que hace pensar en el doctor Frankenstein, no por casualidad subtitulado por Mary Shelley como el moderno Prometeo. Llegado el tramo final de la cinta, Nolan abandona cualquier sofisticación para contentar al espectador con una escena judicial que nace de una revelación algo tramposa y que se resuelve de forma gratuita, de la nada, mediante un deus ex machina. Nolan vuelve a pecar -cae en ello en casi todas sus películas- explicando demasiado la trama. Si quería que su película fuera un reflejo del mito de Prometeo, pues ya se encarga de dejarlo claro con un rótulo al comienzo de la cinta. Lo que no deja de ser un engaño, ya que estamos, en realidad, ante el esquema de la vida de Cristo: ese judío que obró un milagro, nos dio a elegir y fue crucificado.