LA HIJA ETERNA -HISTORIAS DE FANTASMAS


La directora y guionista británica Joanna Hogg se alía con la actriz Tilda Swinton en La hija eterna para contarnos una historia sobre la pérdida, la culpa y la memoria. La clave de la película es la arriesgada decisión de otorgarle a Swinton un doble papel. La hija eterna nos presenta a dos personajes principales, una mujer y su anciana madre, que se hospedan en un hotel extrañamente vacío. Que Swinton interprete los dos roles en una película minimalista, apoyada casi exclusivamente en las conversaciones entre ambas mujeres, puede parecer caprichoso. Pero esta decisión artística, además de servir para demostrar el talento camaleónico de Swinton, está plenamente justificada, aunque hay que esperar hasta el final del metraje para entender del todo las intenciones de la propuesta. La protagonista del relato, Julia, es una cineasta que quiere hacer una película sobre su madre, y el argumento gira alrededor de la exploración de sus sentimientos como hija dedicada al cuidado de su progenitora y sobre los recuerdos de esta. La hija eterna es también un relato de fantasmas en el que Joanna Hogg crea una atmósfera sobrenatural que por momentos resulta inquietante. En tono e intenciones, La hija eterna me hace pensar en la estupenda El padre (2020) de Florian Zeller. Aquí, Hogg hace un uso fantástico del escenario, un misterioso caserón de pasillos infinitos que no parecen llevar a ningún lado y de jardines cubiertos por una espesa niebla, fotografiados de forma evocadora por Ed Rutheford, que vuelve a colaborar con la directora. Mención aparte merece una cuidadísima banda sonora, en la que esos ruidos de la noche, de origen siempre desconocido, cobran una importancia capital para expresar el estado psicológico de la protagonista.

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