Me da miedo pensar que, a los ojos del espectador actual, lo de Romeo por Julieta era realmente una relación tóxica. Que ahora pensemos que Romeo no tenía ninguna razón para quitarse la vida tras la muerte de Julieta y que podría haber rehecho su vida -en la versión original de Shakespeare, de hecho, los famosos enamorados eran solo unos adolescentes-. Al fin y al cabo, si Romeo hubiese decidido no llevar su amor al extremo, habría visto despertar a Julieta y habrían sido felices. Pero eso, quizás, habría decepcionado -aunque sea un poco- a la joven Capuleto y, seguramente, ese final no habría hecho de esa historia una obra inmortal. En esa misma línea de pensamiento, quizás, Orfeo debió aceptar la inevitabilidad de la muerte y no viajar a los infiernos para rescatar a Eurídice. Que vivimos tiempos materialistas es evidente si escuchamos a todos esos graciosillos que insisten en que Jack cabía perfectamente en la tabla con Rose en Titanic (1998). Qué pesados. Por todo esto me parece preciosa la historia que plantea Carlos Marques-Marcet en Polvo serán (2024), en la que el amor que comparten sus protagonistas, Flavio y Claudia, es la gran baza. Ella sufre una enfermedad terminal y él decide acompañarla hasta el final. Tras las magníficas Los destellos y La habitación de al lado, esta es la tercera película española estrenada en 2024 que habla de la muerte y de los conflictos que supone enfrentarse al final de todo. Y no podían ser tres películas más diferentes. Aquí es una pareja que se quiere la que se enfrenta al fin de la existencia y son interpretados por dos actores maravillosos como Ángela Molina y Alfredo Castro, que llenan la pantalla y desarrollan personajes complejos, contradictorios, muy humanos en sus diferentes roles vitales como personas, parejas y padres. Marques-Marcet crea una familia alrededor de ellos, a la que dan vida Mònica Almirall, Alván Prado y Patricia Bargalló, como tres 'hermanos' que han madurado a pesar de los traumas provocados por las decisiones de sus padres. Polvo serán es un drama intenso en el que el director da espacio a los actores para desarrollar escenas de alto voltaje emocional. Y luego están los números musicales, que se van mezclando con la realidad de lo que nos cuentan casi sin que nos demos cuenta -esos sorprendentes sanitarios que se ponen a danzar, como salidos de la nada- y hasta apoderarse de la película en ese fantástico número musical de esqueletos inspirado en los clásicos de la época dorada de Hollywood. Polvo serán es una historia emocionante sobre un tema que sigue siendo tabú y que invita a la reflexión sobre la vida, la muerte y sobre todo acerca del amor. ¿Nos hemos vuelto demasiado cínicos?
POLVO SERÁN -HASTA QUE LA MUERTE NO LOS SEPARE
Me da miedo pensar que, a los ojos del espectador actual, lo de Romeo por Julieta era realmente una relación tóxica. Que ahora pensemos que Romeo no tenía ninguna razón para quitarse la vida tras la muerte de Julieta y que podría haber rehecho su vida -en la versión original de Shakespeare, de hecho, los famosos enamorados eran solo unos adolescentes-. Al fin y al cabo, si Romeo hubiese decidido no llevar su amor al extremo, habría visto despertar a Julieta y habrían sido felices. Pero eso, quizás, habría decepcionado -aunque sea un poco- a la joven Capuleto y, seguramente, ese final no habría hecho de esa historia una obra inmortal. En esa misma línea de pensamiento, quizás, Orfeo debió aceptar la inevitabilidad de la muerte y no viajar a los infiernos para rescatar a Eurídice. Que vivimos tiempos materialistas es evidente si escuchamos a todos esos graciosillos que insisten en que Jack cabía perfectamente en la tabla con Rose en Titanic (1998). Qué pesados. Por todo esto me parece preciosa la historia que plantea Carlos Marques-Marcet en Polvo serán (2024), en la que el amor que comparten sus protagonistas, Flavio y Claudia, es la gran baza. Ella sufre una enfermedad terminal y él decide acompañarla hasta el final. Tras las magníficas Los destellos y La habitación de al lado, esta es la tercera película española estrenada en 2024 que habla de la muerte y de los conflictos que supone enfrentarse al final de todo. Y no podían ser tres películas más diferentes. Aquí es una pareja que se quiere la que se enfrenta al fin de la existencia y son interpretados por dos actores maravillosos como Ángela Molina y Alfredo Castro, que llenan la pantalla y desarrollan personajes complejos, contradictorios, muy humanos en sus diferentes roles vitales como personas, parejas y padres. Marques-Marcet crea una familia alrededor de ellos, a la que dan vida Mònica Almirall, Alván Prado y Patricia Bargalló, como tres 'hermanos' que han madurado a pesar de los traumas provocados por las decisiones de sus padres. Polvo serán es un drama intenso en el que el director da espacio a los actores para desarrollar escenas de alto voltaje emocional. Y luego están los números musicales, que se van mezclando con la realidad de lo que nos cuentan casi sin que nos demos cuenta -esos sorprendentes sanitarios que se ponen a danzar, como salidos de la nada- y hasta apoderarse de la película en ese fantástico número musical de esqueletos inspirado en los clásicos de la época dorada de Hollywood. Polvo serán es una historia emocionante sobre un tema que sigue siendo tabú y que invita a la reflexión sobre la vida, la muerte y sobre todo acerca del amor. ¿Nos hemos vuelto demasiado cínicos?
ESCAPE -LA LÓGICA DE LO IMPOSIBLE
JURADO Nº 2 -TAN SIMPLE COMO ESO
EL REINO DE KENSUKE -LA LLAMADA DE LA AVENTURA
MARCO -REFLEJAR LA REALIDAD
En los primeros compases de Marco (2024), un plano subjetivo nos muestra al protagonista, Enric Marco (Eduard Fernández), lavándose las manos en un baño. Luego, la cámara alza la mirada para que el personaje se vea de frente en el espejo. Lo normal es que ningún espectador repare en este plano, cuya naturalidad es incuestionable y que pasa desapercibido en una historia basada en hechos reales. Pero pensemos un poco. Si el actor, Eduard Fernández, está delante del espejo ¿Por qué no se ve la cámara justo detrás de él?. Ignoro la respuesta, pero me puedo imaginar una solución: el actor mira realmente a cámara, mientras el marco del espejo está falseado. Espero que aceptéis esta elucubración como plausible ya que me sirvo de ella para expresar lo que tiene el cine de reconstrucción de la realidad incluso para fabricar los momentos más cotidianos, en los que no nos fijamos, esos que damos por sentado. Esa imagen, la de Enric Marco mirándose al espejo, se repite desde diferentes ángulos a lo largo de una película cuya tesis principal es la distancia que existe entre cualquier persona y su reflejo de cara a los demás, entre el horror de lo que ocurrió en los campos de concentración del nazismo y lo que cuentan los supervivientes, en definitiva, la distancia entre la realidad y la ficción, entre la verdad y el cine. Los directores, Aitor Arregi y Jon Garaño, presentan primero su película como si fuese un documental, con imágenes de archivo y colocándonos en un contexto histórico. Lo siguiente que vemos es la claqueta del rodaje de la propia película, que marca el inicio de la ficción. Durante el metraje veremos entonces a un inmenso Eduard Fernández interpretar a Enric Marco, el famoso impostor que se hizo pasar por un superviviente de un campo de concentración, al que acompaña en cada paso su mujer, Laura, una estupenda Nathalie Poza. La película funciona con un doble dispositivo hitchcockiano: primero nos hace identificarnos con un mentiroso y luego genera suspense sobre en qué momento será descubierto y qué pasará cuando esto ocurra. Arregi y Garaño nos regalan un estupendo film tenso y muy entretenido, que nos mantiene aterrados ante un desenlace inevitable. Y por debajo de esta historia de intriga, realizada con la mayor eficacia, subyacen los temas antes expuestos. ¿No somos todos unos farsantes en mayor o menor medida? Los espectadores con menos imaginación suelen buscar historias basadas en hechos reales para poder suspender su incredulidad, pero aquí, los directores confiesan que aunque han partido de un hecho real, no les ha quedado más remedio que dejarse llevar por la ficción. En el último tercio de la película, los directores introducen de nuevo imágenes reales que se mezclan con su propia recreación, con un Eduard Fernández caracterizado. ¿Y no es parte del juego de la ficción que nos tengamos que creer esa caracterización, por muy conseguida que sea?. En la película hay un momento estupendo -¡Y real!- en el que vemos al escritor Javier Cercas -el verdadero- en la presentación de su novela, El impostor (2014), que interrumpe Enric Marco -el de la ficción-. Valiéndose del plano contra plano, la película nos presenta un diálogo entre lo real -Javier Cercas- y lo simulado -Eduard Fernández- y es justamente el impostor el que acusa de mentiroso al escritor. Cercas dice, estupefacto, que no es usual que un personaje se presente ante el escritor de una novela. Arregi y Garaño convierten así a Enric Marco en una metáfora del cine y rizan el rizo cuando el personaje interpretado por Fernández acude a ver un documental sobre su historia. El Marco de película se ve reflejado en la pantalla, pero el que sale allí es el Marco de la vida real.
QUERER -LA FAMILIA
Querer (2024) de Alauda Ruiz de Azúa supone una nueva aproximación de la directora al tema de la familia tras la aclamada Cinco lobitos (2022). Sin embargo, aquí, la autora coloca en el centro de una unidad familiar tradicional el espinoso tema de la violencia machista y el consentimiento sexual. Miren -estupenda Nagore Aranburu- denuncia por violación a su marido, Íñigo -fantástico Pedro Casablanc-, y la historia se convierte enseguida en un estupendo ejercicio de tensión. Primero, porque de entrada no conocemos a ninguno de los personajes. La directora y guionista ha decidido enseñarnos primero a Jon (Iván Pellicer) haciendo el amor con una chica, de forma tierna y pasional. Pero no sabemos quién es ese joven hasta que se enfrenta a la dolorosa confesión de su madre. Al hermano de Jon, Aitor (Miguel Bernardeau), nos lo presentan precisamente por cómo reacciona a la noticia. Por último, la aparición del acusado, de Íñigo, se retrasa disparando nuestra curiosidad. ¿Quién es ese marido capaz de violar, presuntamente, a su mujer durante 20 años? El manejo de la tensión y de lo incómodo es estupendo en el primer episodio de la serie. La segunda entrega se dedica a despejar, muy poco a poco, las interrogantes planteadas. El guión pone en situaciones cotidianas a los protagonistas para que su verdadera naturaleza y sus intenciones se vayan despejando. Cuando Íñligo reúne a sus hijos para leer la denuncia de su mujer ¿Hace lo que haría cualquier padre dolido? ¿O está manipulando a sus hijos? El guión es modélico en la sutileza con la que nos va diciendo cómo puede ser realmente Ílñigo y da indicios de cómo ejerce su poder sobre su familia. Querer despliega todas las constantes de un caso de violencia machista en la vida real: las dudas sobre los hechos, el aislamiento de la víctima, su cuestionamiento y victimización; el que todo el entorno sospechara que se estaba produciendo una situación de agresión machista pero nadie hiciera nada al respecto. Lo más siniestro es cómo se insinúa que el personaje de Aitor pueda llegar a ser el continuador de una terrible herencia. Necesariamente, el tercer episodio se convierte en tones en cine judicial. Con rigor quirúrgico, Alauda Ruiz de Azúa nos presenta los dos testimonios enfrentados. Íñigo hace su relato y Miren el suyo. La directora nunca cae en la tentación del flashback, de enseñarnos lo que ocurría de puertas para dentro en el matrimonio protagonista. Es la palabra de uno contra la del otro, como en la vida real. Y viendo ese tercer capítulo no se puede evitar pensar si algún espectador ha decidido creer a Íñigo en lugar de a la víctima. El guión se mantiene en una relativa ambigüedad, en el sentido de que nunca muestra nada que decante evidentemente la balanza. Nos proporciona únicamente los indicios necesarios, lo que se podría ver desde fuera. Y si la interpretación de Nagore Aranburu es fantástica por cómo consigue que su personaje cargue con su dolor en silencio, resultando incluso antipática, la actuación de Pedro Casblanc es portentosa al crear a un villano cuya oscuridad solo podemos adivinar porque nunca sale a flote de cara al público. Sin embargo, Alauda Ruiz de Azúa tampoco cede a la tentación de crear un monstruo, porque prefiere cargar las tintas en su entorno familiar y social, en cómo en aras de una tóxica idea de la familia como status quo, la mayoría prefiere callar, hacer la vista gorda e incluso negar el horror. Una de las series del año.
STOP MOTION -TERROR FOTOGRAMA A FOTOGRAMA
El stop motion es una cuestión de textura. Mi fascinación por esta técnica cinematográfica tiene mucho que ver con la piel de oso que recubre la armadura del simio gigante en King Kong (1933) o con la epidermis de caucho de los dinosaurios y monstruos animados por Ray Harryhausen, incluso con el fieltro del reno de Rudolph the Red-Nosed Reindeer (1964). Esa fisicidad de las figuras que se mueven fotograma a fotograma, unida a cómo incide en ellas la luz, es lo que le da al stop motion una cualidad única. Hay otro misterio, el del imperceptible salto entre fotograma y fotograma, esa pequeña imperfección que crea una magia muy particular que no tiene la animación tradicional ni la generada por ordenador, mucho más fluidas y perfectas. Sobre ideas similares gira la estupenda Stop Motion (2023) del británico Robert Morgan, que nos presenta a una joven animadora, Ella Blake (Aisling Franciosi), marcada por su amor al absorbente, paciente y solitario arte de la animación artesanal, marcada por una madre terrible (Stella Gonet), también animadora, que ha decidido convertir a su hija en sus ‘manos’ para poder seguir creando tras sufrir artritis. La vida de Ella cambia tras el encuentro con una misteriosa niña (Caoilinn Springall) que será capaz de desbloquear su creatividad. La película es un oscuro drama de terror psicológico, en el que Ella intenta llevar a cabo una película de terror que parece salida de la mente del Phil Tippett de Mad God (2021). Poco a poco, las fronteras entre la realidad, la fantasía y la locura se van difuminando para llevarnos a territorios de horror puro en los que Morgan juega con la idea de cómo la creatividad artística puede surgir de los rincones más oscuros de la mente, poniendo en peligro la cordura y de cómo de lo inerte puede surgir algo parecido a la vida. Morgan crea escenas oníricas que rozan lo lyncheano, pero sobre todo incide en la fisicidad del stop motion para crear momentos de body horror en los que la carne se funde en una pesadilla en la que la degeneración psíquica va a la par de la orgánica. Stop Motion es oscura y está llena de ideas e imágenes inquietantes, una propuesta original y macabra muy recomendable.
SMILE 2 -FENÓMENO FAN
ANORA -LOS CUENTOS DE HADAS NO EXISTEN
VENOM: EL ÚLTIMO BAILE -OJALÁ SEA EL ÚLTIMO
DAAAAAALÍ! -EL ARTE Y EL SÍNDROME DEL IMPOSTOR
Una bayoneta que sale de un
tigre, al que le sigue otro tigre que aparece de la boca de un pez que surge de
una granada. El francés Quentin Dupieux se propone hacer una película sobre
Salvador Dalí y, para ello, parece que intenta imaginarse cómo haría un film el
propio pintor surrealista. El resultado es un sueño dentro de otro sueño y una
película dentro de otra película en un bucle que se acaba cerrando sobre sí
mismo. Si el cine de Dupieux ya era surrealista, en Daaaaaalí! (2024)
-no sé si he escrito el número correcto de ‘aes’- encuentra la excusa perfecta
para ensayar todo tipo de recursos para jugar con el lenguaje cinematográfico y
romper con la idea del relato lineal, lógico y naturalista. No hay que esperar
que esta sea una película con sentido, ni que nos cuente una historia, aunque
nos presenten a una apocada periodista, (Anaïs Demoustier) que se enfrenta al
reto de entrevistar al artista. En una decisión lógicamente buñueliana, seis
actores diferentes interpretan a Dalí -Edouard Baer, Pio Marmaï, Jonathan
Cohen, Gilles Lellouche, Didier Flamand- entendido como el personaje que fue en
vida, ese que intentaba hacer de sí mismo su mayor obra surrealista. Sin el más
mínimo apunte biográfico, Dupieux prefiere hacer el retrato de Dalí dejando que
el personaje y su imaginario se apoderen de su película. Y aunque el director
francés suele partir de una premisa muy original que siempre parece ajustarse
más a un cortometraje, también es cierto que utiliza con éxito dos armas para
evitar el agotamiento, como son una duración muy ajustada -aquí, apenas 77
minutos- y el humor. Esta película funciona como una sucesión de sketches cuyas
ocurrencias pueden hacer gracia, o no. Eso ya es subjetivo. Pero lo cierto es
que Daaaaaalí! -ahora me parece que son seis ‘aes’ porque seis
actores interpretan al pintor- acaba expresando en pantalla temas como el
verdadero significado del arte y de ser un artista; el valor social -y
económico- de una obra; o las dudas que tiene cualquier autor sobre su trabajo,
como las que expresa la periodista en la película y que seguramente son las del
propio Dupieux. ¿Cómo hacer una película sobre Dalí?
LA HABITACIÓN DE AL LADO -A FILM BY ALMODÓVAR
En su primer largometraje rodado en inglés hay que agradecerle a Pedro Almodóvar que se haya decidido a disfrutar -y a dejar que disfrutemos- de dos actrices como Tilda Swinton y Julianne Moore. Dos mujeres fantásticas a las que vemos en pantalla durante muchos minutos en La habitación de al lado (2024), seguramente, la película más lineal, sencilla y minimalista de un director que en su filmografía suele dejarse llevar por las digresiones propias de los laberintos de la pasión. Inspirada en la novela de Sigrid Nunez, Cuál es tu tormento, la premisa básica es la de una mujer, Martha, enferma de cáncer, que decide enfrentarse a la muerte y que pide ayuda a una vieja amiga, Ingrid, para que la acompañe durante sus últimos días. Almodóvar nos cuenta esto sin apartarse apenas del camino trazado en unas pocas subtramas, en las que nos habla del pasado de Martha y de su trabajo como reportera de guerra y de una hija que vive apartada de ella -esto tiene reminiscencias de Julieta (2016) o de Tacones lejanos (1991)- o para mostrarnos la relación de Ingrid con un viejo amante, interpretado por John Turturro, con el que Almodóvar plantea que podemos llegar a recibir la muerte con paz y dignidad, pero que lo que se acaba es el mundo entero -además, en el flashback en el que aparece Victoria Luengo se puede leer un homenaje a Sacrificio (1986) de Tarkovski, una película sobre el fin del mundo-. Pero estas desviaciones son mínimas. Lo principal es el cara a cara de dos estupendas actrices cuyos personajes se enfrentan, una, al final de todo, y la otra, al duelo. Las dos amigas hacen repaso de las cosas de la vida y hablan de amor, de sexo, de literatura, de cine, de música y de los placeres mundanos. ¿Cuáles seguirían teniendo sentido en nuestras últimas horas? Almodóvar nos cuenta esto con la sencillez que solo alcanzan los veteranos del arte cinematográfico, siguiendo los pasos de un maestro como Ozu, dando espacio a la espléndida música de Alberto Iglesias; proponiendo como faro Los muertos de James Joyce -y John Huston-; y pidiendo a Eduard Grau la luz de Edward Hopper -el cuadro Gente al sol ya sirvió de inspiración en otra película de Almodóvar sobre la muerte, Hable con ella (2002)-. La habitación de al lado es una obra reposada y sin estridencias, de una belleza algo gélida, que permite a Almodóvar encontrar una extraña naturalidad -que no realismo- en los diálogos en inglés, la naturalidad escenificada del cine clásico estadounidense, ese que ha marcado siempre su cinefilia.
ROBOT SALVAJE -NATURALEZA Y TECNOLOGÍA
LA INFILTRADA -TERRORISMO, ESTADO Y MACHISMO
Hay una escena en La infiltrada (2024) en la que dos etarras -interpretados por Iñigo Gastesi y Diego Anido- se parten de risa viendo en la tele el gran clásico del cine español La vaquilla (1985) del enorme Luis García Berlanga, película que, como sabéis, más o menos viene a decir que los dos bandos enfrentados en la Guerra Civil eran igual de ridículos. Que no hay dos Españas sino una y más bien dada al esperpento. La película de Arantxa Echevarría, escrita junto a Amèlia Mora, sostiene una tesis muy parecida: los dos bandos en liza en el País Vasco, el terrorista y el de las fuerzas del Estado, a pesar de estar enfrentados a muerte, están formados por hombres muy parecidos y, sobre todo, machistas. La idea de que son más cosas las que nos unen que las que nos separan se presenta ya desde la primera escena, en la que dos terroristas disfrutan de la compañía, y de la buena comida, de un matrimonio de ancianos en París, hasta que descubren que estos tienen un hijo de la Guardia Civil, hecho delatado por una foto en un marco exhibida con orgullo en el salón. Arantxa Berradre es la protagonista de esta historia inspirada en el caso real de la primera mujer infiltrada en ETA, interpretada por una sólida Carolina Yuste, actriz fetiche de Echevarría, a la que no me importaría ver como protagonista en muchas más películas. La infiltrada es un drama psicológico sobre una mujer que se enfrenta al complicado reto de fingir otra vida durante casi una década, arriesgando su pellejo, inmersa en una cultura de odio hacia lo que ella misma representa y, encima, lidiando con el machismo de una sociedad que no considera a una mujer lo suficientemente apta para semejante misión. (De una forma muy sutil, se nos sugiere que Arantxa acepta infiltrarse para escapar de un novio posesivo). Amplifica esta idea un personaje secundario, una mujer policía interpretada por Nausicaa Bonnín, que sirve para complementar el discurso. Arantxa Echevarría demuestra ser una directora todoterreno capaz de afrontar el drama social, la comedia y, ahora, también el thriller:son varias las escenas de máxima tensión que la directora de Carmen y Lola (2018) resuelve con solvencia e incluso brillantez. Por otro lado, nada mejor para humanizar el relato que un actor como Luis Tosar, que imprime realismo pero también matices a un personaje muy presente durante toda la película, y que viene a ser otro hombre que intenta controlar a la protagonista. El reparto se completa con actores como Víctor Clavijo, otro que imprime humanidad -pero que también resulta paternalista-, y un terrorífico Diego Anido, como el terrorista psicópata -o el marido maltratador- que todos imaginamos en nuestras peores pesadillas. Y reconociendo la existencia de personajes así, esta cinta de Echevarría hace relucir una de sus principales características como autora, su mirada humanista, que matiza y equilibra una historia de tragedias, injusticias y rencores que podría haber caído fácilmente en el maniqueísmo.
THE SUBSTANCE -MALDITO ESPEJO
Hay una escena en El resplandor (1980) en la que una atractiva y joven mujer sale de una bañera para seducir a un desprevenido Jack Torrance (Jack Nicholson) quien, enseguida, descubre que se trata de una aterradora anciana en proceso de descomposición. Ese terrorífico momento refleja viejas leyendas de aparecidos que nos advierten sobre la caducidad de la belleza juvenil y sobre nuestra propia mortalidad. Dicha escena podría muy bien resumir The substance (2024), película repleta de referencias estilísticas a la obra maestra del terror de Stanley Kubrick -y también con más de un guiño a 2001: Una odisea del espacio (1968)-. Más allá del homenaje a Kubrick, la segunda película de la directora francesa Coralie Fargeat es una reimaginación del clásico El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde: aborda el miedo natural a envejecer aplicándolo a la sociedad actual, marcada por el culto a la imagen y la cosificación de la mujer. Paro ello, Fargeat se aprovecha de la carga biográfica de una actriz como Demi Moore, que llegó a ser una de las más grandes estrellas de los años 90 y que en la película Striptease (1996) vendió caro el desnudo de su espectacular cuerpo en una operación que era al mismo tiempo un ejemplo de empoderamiento femenino y la cúspide de su propia cosificación, y que tras alcanzar la madurez cayó en la tentación de recurrir a las operaciones estéticas para mantener su estatus, sin conseguirlo. En esta película, una valiente Demi Moore aparece como una estrella venida a menos -Fargeat utiliza la imagen literal de una estrella en el paseo de Hollywood, deteriorándose con el paso de los años, como diáfana metáfora- que pierde su trabajo y que en un intento desesperado por rejuvenecer utiliza una misteriosa sustancia para dar a luz -asexualmente- a un nuevo ser, una joven de gran belleza, Sue (Margaret Qualley). Fargeat, que en su ópera prima, Revenge (2017), utilizó el subgénero del rape and revenge para hablar del consentimiento sexual y de la cultura de la violación, aquí utiliza la ciencia ficción para denunciar la cosificación de la mujer y lo hace, precisamente, cosificando a una espectacular Qualley, cuyos planos parecen haber sido rodados por Michael Bay. La estructura del relato es la de otro clásico, El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson, pero como si lo hubiera adaptado a la gran pantalla David Cronenberg. La película es un festín de body horror que, sobre todo en su tramo final, haría feliz a Brian Yuzna y a Rob Bottin, representando la torturada mente de una mujer acomplejada por los perniciosos cánones de belleza y juventud en forma de glorioso látex. The substance es una fábula moral que la puesta en escena de Fargeat convierte en un agresivo ataque a los sentidos del espectador: planos aberrantes, efectos de sonido al máximo volumen, música machacona y un montaje histérico dan como resultado una narración hinchada que abulta el metraje hasta los 140 minutos. La película es excesiva y hace de su estética hortera, noventera y discotequera, su seña se estilo. En varios momentos está a punto de caer en el vacío, pero su mensaje, sin bien resulta obvio, no deja de ser poderoso. Hay que añadir algunas gotas del David Lynch de El hombre elefante (1980), Carretera perdida (1997) y Mulholland Drive (2001) a la mezcla que prepara Fargeat, que se vale del humor negro y escatológico para evitar ser demasiado pretenciosa y se apoya en una fantástica Demi Moore que pone toda la carne en el asador. El villano de la función es un grotesco Dennis Quaid quien, rodeado de viejos verdes, es la mejor representación posible del patriarcado. Y en el torbellino de imágenes y sonidos que nos echa a la cara Fargeat me parece haber reconocido un breve guiño al hermoso tema de amor de Vértigo (1958) de Bernard Herrmann como perfecto resumen de lo perversa que puede llegar a ser la mirada masculina sobre una mujer.
LA VIRGEN ROJA -HISTORIA Y CINE
La virgen roja (2024) se basa en la historia de Hildegart Rodríguez, nacida en Madrid en 1914 y criada por su madre, Aurora Rodríguez Carballeira, para ser el modelo de la mujer del futuro. Una niña prodigio que creció en un momento de grandes tensiones ideológicas, de revoluciones y rupturas. Una historia real que la directora Paula Ortiz convierte en cine. El contexto histórico se mantiene de fondo, así como las ideas filosóficas sobre el feminismo y la lucha obrera en un clima de máxima división política, pero lo que nos cuenta el guión que firman Eduard Sola y Clara Roquet es sobre todo la tóxica relación entre una madre -espeluznante Najwa Nimri- y su hija adolescente -Alba Planas-. Ortiz convierte a Aurora en una madre terrible, siguiendo el modelo, por ejemplo, de la señora Danvers (Judith Anderson) de Rebeca (1940) una figura hermética, rígida y aterradora. No sería este el único guiño al cine de Alfred Hitchcock: ese significativo plano en el partido de tenis remite a Extraños en un tren (1951) y quizás el monólogo final tiene algo que ver con Psicosis (1960). La hija es una heroína melodramática, que a pesar de su inteligencia y su precocidad, vive intensamente el paso de la infancia a la edad adulta, el descubrimiento del amor (Patrick Criado) -porque sobre el sexo ya ha escrito Hildegart un exitoso ensayo- y la búsqueda de su verdadera identidad como ser humano independiente. Un coming of age con momentos de cine de terror en un marco histórico y épico. Completan el reparto dramático una estupenda Aixa Villagrán que roba escenas gracias al contraste entre la humanidad de su personaje y la elevada intelectualidad de las protagonistas. Mencionemos también a Pepe Viyuela, como un editor progresista que conecta a la madre y a la hija con el mundo exterior y con la realidad política y social de la España de la época. La virgen roja tiene su punto de atrevimiento ideológico, provocador, dibujando el retrato de una feminista extremista que puede muy bien representar la idea mental que parecen tener los sectores más conservadores de una mujer ‘liberada’; nos muestra que el machismo también puede estar muy presente en la izquierda; y denuncia que las ideas y los principios, llevados al extremo, son muy peligrosos. Pero sobre todo hay que destacar de La virgen roja la poderosa puesta en escena de Paula Ortiz, su capacidad para contar la historia no solo a través de los diálogos, sino haciendo un uso expresivo de la fotografía -Pedro J. Márquez-, la música -compuesta por Guille Galván y Juanma Latorre- además del sonido, los decorados, el vestuario y los efectos especiales. Ortiz sabe cuándo buscar el realismo en la recreación histórica, cuándo elevar su película hacia la épica de una época que todavía soñaba con lo utópico, sabe estremecernos con la terrorífica amenaza de un alma torturada -fantástica Najwa Nimri-, y sabe ser romántica, como en la atmosférica secuencia de la escapada de Hildegart que acaba con las campanadas de la medianoche, como si estuviéramos ante el cuento de la Cenicienta. Y Ortiz sabe ser también seca, violenta, contundente, cuando se confirma la tragedia anunciada.
SOY NEVENKA -TERROR PSICOLÓGICO
La gran virtud de una película como Soy Nevenka (2024) de Iciar Bollaín es la efectividad con la que el argumento va aumentando paulatinamente la presión sobre la protagonista. Pocos espectadores entrarán en la sala sin conocer los detalles de la historia real ocurrida en Ponferrada en el año 2000, lo que juega a favor de la cinta, que acaba funcionando como una película de terror en la que sabemos que la protagonista, tarde o temprano, se enfrentará a un monstruo. Sabemos que Nevenka (Mireia Oriol) se está metiendo en la boca del lobo al aceptar un cargo público en el ayuntamiento. Estremece ver al que será su acosador, el alcalde Ismael Álvarez (Urko Olazabal) y cuánto más amable y atento se muestra, más terrorífico parece, como Drácula cuando recibe a Jonathan Harker en su castillo, sabemos que Álvarez, tarde o temprano, mostrará sus colmillos. El guión que firman la directora e Isa Campo -colaboradora habitual de Isaki Lacuesta- funciona como el terror psicológico, en el que la heroína se ve cada vez más acorralada por la amenaza, pero no consigue que nadie le crea. El retrato no se limita al machismo, que puede estar presente en cualquier relación de pareja heterosexual, sino que plantea cómo el poder -en este caso político, pero también económico y social- sirve como caldo de cultivo para Nevenka se convierta en una víctima sin escapatoria. La película refleja el estereotipo del político de provincias: populista, corrupto, un cacique que solo busca beneficiarse a sí mismo y a los que lo rodean. Bollaín depura la narrativa y la puesta en escena para fabricar una película a la que no le sobra nada, pero que tampoco se permite la metáfora ni ninguna búsqueda estética, en favor de un supuesto realismo que no es tal. El único momento en el que la imagen parece sugerir más de lo que es, ocurre cuando Nevenka participa en una procesión religiosa y se enfrenta a su acosador convertido en un monstruo gigante gracias a una enorme pantalla de vídeo. La actriz Mireia Oriol hace una estupenda composición del personaje, sostiene la película entera sobre sus hombros y encuentra un enemigo a la altura en la interpretación de Olazabal, cuyo personaje, sin embargo, aparece completamente deshumanizado, sin matices, un monstruo sin redención posible. Bolláin, siempre sensible a las problemáticas sociales, se muestra didáctica, ofrece un manual para hombres en caso de ruptura sentimental y echa en cara a la sociedad española entera el no haber sabido defender a Nevenka. Solo han pasado 24 años desde aquellos hechos y las imágenes de archivo de la cobertura mediática de entonces nos pone la cara roja de vergüenza ¿Cómo hemos cambiado tanto en tan poco tiempo? Y sobre todo ¿Hemos cambiado lo suficiente?
JOKER: FOLIE À DEUX -A CONTRACORRIENTE
MEGALÓPOLIS -SALTO AL VACÍO
EL 47 -EL AUTOBÚS QUE SÍ PUDO
La película neorrealista El techo (1956) de Vittorio De Sica narra cómo una pareja joven sin recursos aprovecha una ley italiana de la época que reza que si una casa tiene techo, sus habitantes no pueden ser desahuciados, lo que lleva a los protagonistas a intentar levantar una casa, de la nada, durante la noche, para tenerla terminada antes del amanecer. Un relato idéntico sirve de arranque para El 47 (2024) de Marcel Barrena, director interesado en el hecho real como materia prima para luego convertirlo en cine estilizado y hasta preciosista de vocación concienciadora. El realizador de Mediterráneo (2021) vuelve a contar con el brillante Eduard Fernández como protagonista absoluto para contar la historia verídica de Manolo Vital, vecino fundador del barrio de Torre Baró, al que veremos luchar por conseguir que llegue hasta allí la línea de autobús municipal, de la que él mismo es conductor. Considerando que la historia arranca a finales de los años 50 en Barcelona y culmina en los 70, no queda otra que constatar que Barrena apuesta por el trazo grueso, por abarcar la mayor parte posible de la vida de su personaje principal, apostando por el biopic como subgénero dramático para fabricar un relato inspirador -al más puro estilo Hollywood-, con elementos de crítica social y sin renunciar al pronunciamiento ideológico. La película aborda temas como las dificultades de la inmigración en Cataluña de españoles de otras provincias; la falta de interés de los políticos por los problemas reales de la gente -el personaje de David Verdaguer-; los remanentes fascistas de la dictadura -el agente que encarna Vicente Romero Sánchez-; la lucha obrera por unas mejores condiciones laborales -el personaje de Aimar Vega-; o el analfabetismo -la escuela que lleva el personaje interpretado por la estupenda Clara Segura-. La película se desarrolla con una narrativa eficaz pero diáfana hasta lo obvio: en la secuencia del incendio, que se presupone tensa, no sé cuántas veces repiten los personajes la línea de diálogo “¿Por qué no suben los bomberos?”. A pesar de esta exagerada claridad expositiva, la película tropieza con momentos algo confusos, o que merecían un desarrollo más pausado, como el destino del personaje que encarna Salva Reina. El 47 es una película con buenas intenciones que creo que cae en el buenismo, que aspira a ser cine de calidad para todos los públicos, con grandes actores en el reparto, pero en pequeños papeles -mencionemos también a Óscar de la Fuente-, que sin embargo no puede evitar el acartonamiento. Barrena, competente realizador, busca el verismo en los detalles, en la inclusión de actores no profesionales para inyectar realidad a su película, y mezcla lo filmado con imágenes de archivo de la época, recurso que ya hemos visto, por ejemplo, en la serie Cuéntame (2001-2023).