La imagen de Carol (Cate Blanchett) y Therese (Rooney Mara) haciendo el amor puede decirte mucho de ti mismo. Si ves a dos mujeres, en lugar de a dos personas profundamente enamoradas, probablemente, no has entendido nada de esta película dirigida por Todd Haynes. La misma escena en La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013) levantó ampollas porque parecía rodada por un hombre que contempla el sexo entre dos -guapísimas- mujeres. Tienen mucho en común estas dos obras, cuentan básicamente lo mismo, comparten incluso un desgarrador clímax en un restaurante. Pero, sin duda, la película de Kechiche expresa en carne viva lo que esta de Haynes cuenta por debajo de las costuras de los elegantes trajes diseñados por Sandy Powell, nominada a un Oscar.
A veces los personajes hablan por su autor. El joven periodista Dannie McElroy (John Magaro) le dice a Therese que toma notas sobre El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950) porque quiere comparar lo que expresan los diálogos con los verdaderos sentimientos de los personajes. En Carol, solo se pronuncia la frase "te amo" una vez. Y no resulta necesaria para entender lo que sienten esas dos mujeres interpretadas por actrices merecidamente nominadas al Oscar. No en balde, el director de Lejos del cielo (2002) ha sido considerado como un heredero de Douglas Sirk, director de elegantes melodramas de emociones contenidas como Imitación a la vida (1959). Haynes, antigua promesa del New Queer Cinema, se basa en la primera novela -la más autobiográfica- de Patricia Higsmith, escrita nada más descubrir su homosexualidad y firmada con un pseudónimo en 1952. La adaptación de Phyllis Nagy también pretende un premio de la Academia de Hollywood.
El mismo Dannie recomienda a Therese que cambie el objeto de sus fotografías. Ella no se atreve a dirigir su cámara hacia la gente: siente que invade su intimidad. Todd Haynes rueda a sus personajes a través de cristales empapados, empañados, difusos, a través de los marcos de las puertas entreabiertas. Tampoco quiere acercarse demasiado a Carol y a Therese, evitando primeros planos demasiado obvios, morbosos, nada elegantes. Es curioso que entre sus referencias visuales para esta película, Haynes cita una obra maestra como Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958) pero no al pintor Edward Hopper (1882-1967), que sí fue un referente para el mago del suspense, y que supo plasmar mejor que nadie la soledad en una gran ciudad. Hopper parece haber inspirado casi cada plano de Carol. La triste pero hermosa fotografía de Edward Lachman se conjuga con la música de Carter Burwell -que podría haber sido el Phillip Glass de Las horas (Stephen Daldry, 2002)-. Ambos apartados también están nominados al Oscar.
Carol nos habla de la diferencia. Therese es diferente. Se han pasado la vida ofreciéndole cosas que no quiere: muñecas cuando quería un tren eléctrico; un ridículo sombrero de Papá Noel a cambio de un trabajo; matrimonio y familia por parte del bienintencionado Richard (Jake Lacy); hasta Dannie le propone un affaire que ella rechaza sin enfadarse. El vendedor ambulante interpretado por un Michael Cory Smith -Edward Nygma en la serie Gotham- que sintoniza con el Norman Bates (Anthony Perkins) de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), tampoco consigue venderle ninguno de los productos de su maletín. Quizás porque todas estas ofertas son falsas, provienen de una sociedad coja en empatía. Los "otros" son el gran infierno de Carol y Therese: los compañeros de trabajo, los amigos, las parejas, la familia política. Y si casi al final del film, Therese rechaza el acercamiento de una lesbiana en una fiesta, es quizás porque no le gustan las mujeres. Quizás solo está enamorada de una persona que se llama Carol y que resulta ser de su mismo sexo. Lo dice la propia Therese. A veces, los personajes hablan por su autor.
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