Joy es la tercera colaboración de Jennifer Lawrence y el director David O. Russell, una combinación que hasta ahora ha dado como fruto premios, nominaciones, pero no "grandes" películas. Joy, probablemente, tampoco lo es, pero quizás es la mejor de las tres. Más original que El lado bueno de las cosas (2012) -que intentaba ocultar su naturaleza de comedia romántica- y menos extravagante que La gran estafa americana (2013), ahora O. Russell le otorga el protagonismo absoluto a Lawrence. Y es lo mejor que podría haber hecho. La actriz es más que capaz de soportar el peso de una película y la única pregunta que podemos hacernos es que, si con solo 25 años esta joven es ya es una estrella capaz de interpretar a una mujer madura ¿Qué va a hacer cuando cumpla los 40?.
Lo que no se le puede achacar a David O.Russell, es falta de riesgo. No es un contador de historias frío, todo lo contrario, Joy es apasionada y excesiva. Se presenta primero como un melodrama, Joy (Jennifer Lawrence) podría ser una cenicienta moderna, o la protagonista de los culebrones que su madre (Virginia Madsen) mira constantemente. Pero a su alrededor hay un coro -su familia- formado por personajes retratados en tono de comedia. Ahí están Edgar Ramírez, Isabella Rossellini y Robert De Niro, en un papel que es una extensión del que interpretó en El lado bueno de las cosas. Aunque De Niro siempre es De Niro. La lucha de Joy por salir adelante, es la de una madre soltera en un mundo de hombres, que cuando se enfrenta a grandes corporaciones nos hace pensar en Erin Brockovich (Steven Soderbergh, 2000). Pero todavía hay más, porque la protagonista se introduce en un mundo novedoso, el de la teletienda, de la mano del personaje de Bradley Cooper -que no aparece hasta pasada una hora de metraje- y que daría para una película independiente. Aquí parece que O.Russell quiere fabricar una metáfora sobre el cine -el personaje de Cooper dice inspirarse en el productor David O´Selznick- como vehículo para vender productos en el que, rara vez, se cuela algo de "verdad".
Joy puede parecer en algunos momentos una parodia de una película de Paul Thomas Anderson -pensad en Magnolia (1999)- pero también es cierto que acabaréis comprometidos con su protagonista: sus problemas y sus tristezas llegaran a importaros. Pero creo que O. Russell falla a la hora de acercarse a los momentos más íntimos, como la muerte de uno de los personajes de su película, a la que no consigue insuflar la gravedad adecuada. Además, tendréis que perdonarle al director y guionista el intento de situar el trauma de Joy en su infancia, en una jugada que parece emular nada menos que el "Rosebud" de Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941).
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