Nominada a un Oscar, Tierra de cárteles es un documental sobre la situación extrema en la frontera entre México y Estados Unidos, en una zona dominada por violentas mafias narcotraficantes. Poco tiene que ver la existencia humana allí con lo que nosotros, instalados en el estado de bienestar, llamamos vida "normal". En esa tierra sin ley se convive con la violencia, con la muerte y con las armas. De hecho, el coprotagonista estadounidense de esta historia, líder de un pequeño grupo paramilitar, recurre a la leyenda para describir su día a día: "es como el salvaje oeste". La película habla sobre todo de las autodefensas mexicanas, de cómo pequeños pueblos cercanos a la frontera armaron a sus vecinos para luchar contra los cárteles, cansados de la ineficacia de las fuerzas del Estado para protegerles.
Tierra de cárteles se mueve también en otra frontera, la que separa la ficción de la realidad. Utiliza poco los recursos clásicos del documental, prescinde de la voz en off de un narrador, elimina la figura del documentalista o periodista, reduce las entrevistas estáticas en lugares neutrales, no utiliza demasiado las imágenes de archivo. El gran valor de este documental es que la cámara de Matthew Heineman está en el lugar de los hechos, siguiendo a sus personajes: desde los peligrosos narcotraficantes a los que vemos cocinando droga hasta su gran protagonista, el doctor José Manuel Mireles, líder de las autodefensas de Michoacán. El look de esta película, la fotografía, la música, los movimientos de cámara, el uso del vídeo digital, todo quiere parecerse a una película de ficción. Sin embargo, las imágenes de los muertos, de las cabezas cortadas, del dolor de las familias son tan reales que producen una tensión difícil de soportar para el espectador.
Resulta curioso que esos recursos audiovisuales usados en Tierra de cárteles para crear casi casi una historia de ficción no sean demasiado diferentes de los utilizados en La noche más oscura (2013) en el sentido opuesto: allí acercan la ficción a la realidad de la caza de Bin Laden. Su directora, Kathryn Bigelow, produce este film que tiene con su película más de un punto en común: la desnaturalización de un objetivo en principio justo -aquí también se incurre en la tortura- y el sacrificio de la vida íntima, personal y familiar para conseguir un bien superior.
Así, Heineman utiliza mecanismos argumentales propios de la ficción para contarnos una historia verídica. Presenta a sus personajes, los muestra en su entorno cotidiano y luego los enfrenta a los conflictos de su cruzada -tan quijotesca que parece salida de la mente de un guionista de Hollywood-. Convierte en héroe al doctor Mireles, para luego dejarle caer, presa de las debilidades más humanas y bajo el poder de un sistema tan corrupto como el crimen que intenta combatir. Al mismo tiempo humaniza a su otro protagonista estadounidense, un loco del rifle que se revela mucho más humano y entrañable de lo que nuestro prejuicios nos habían hecho pensar al principio. Tierra de cárteles haría una estupenda sesión doble con Sicario (Denis Villeneuve, 2015), hace prescindible a Narcos (Netflix, 2015) y su final vuelve a recordarnos a La noche más oscura: sus héroes sienten un idéntico vacío tras una larga y complicada lucha.
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