Inclasificable es el término necesario para referirse a una película como In Fabric. El adjetivo también se ajusta a la filmografía de Peter Strickland, autor de cintas como Berberian Sound Studio (2012) y The Duke of Burgundy (2014), con las que está construyendo una filmografía única. En esta In Fabric, asistimos de nuevo a las obsesiones estilísticas del británico. Estética años setenta, kitsch elegante, colores saturados, en un intento -exitoso- de reproducir las sensaciones del cine de Jess Franco o Dario Argento, de ese cine europeo de género, de explotación, que también era cine de autor. Atmósferas recargadas de moquetas, cortinas, vestidos, encajes, pieles, catálogos de papel satinado, texturas de terciopelo y seda. El cine de Strickland puede sentirse en la piel. Hay una clara fijación fetichista por los tejidos, los zapatos de tacón, los maniquíes y las uñas pintadas de rojo. Se asoman de nuevo temas como el erotismo lésbico, las escenas sexuales que parecen salidas del softcore de los setenta. En términos dramáticos, encontramos una historia de misterio, de ocultismo, sobre un vestido maldito. Strickland nos presenta un mundo ‘ordinario’ de curritos -Marianne Jean-Baptiste, Leo Bill y Hayley Squires- atrapados por el consumismo de rebajas, aplastados por políticas de empresa que invaden la vida privada y hasta los sueños. Strickland contrapone a esta supuesta 'normalidad' un universo oculto de tiendas por departamento regentadas por brujas, al que accedemos a través de espirales expresionistas -o ciclos de lavadora- y de la perorata de un técnico de lavadoras que se convierte en un conjuro hipnótico. Esta narrativa extrañísima, sí, pero también fascinante, fluye como el inconsciente, relacionando ideas e imágenes muy potentes. El tejido del vestido maldito destroza lavadoras, lo que lleva a un cambio de protagonista en el relato: la sensación es que hemos visto dos películas, primero una de terror y luego su secuela en clave de comedia. Porque un inédito sentido del humor, esquinado, revoluciona la propuesta de Strickland y se convierte en el último ingrediente para que esta sea una cinta única.
IN FABRIC -TEMPORADA DE BRUJAS
Inclasificable es el término necesario para referirse a una película como In Fabric. El adjetivo también se ajusta a la filmografía de Peter Strickland, autor de cintas como Berberian Sound Studio (2012) y The Duke of Burgundy (2014), con las que está construyendo una filmografía única. En esta In Fabric, asistimos de nuevo a las obsesiones estilísticas del británico. Estética años setenta, kitsch elegante, colores saturados, en un intento -exitoso- de reproducir las sensaciones del cine de Jess Franco o Dario Argento, de ese cine europeo de género, de explotación, que también era cine de autor. Atmósferas recargadas de moquetas, cortinas, vestidos, encajes, pieles, catálogos de papel satinado, texturas de terciopelo y seda. El cine de Strickland puede sentirse en la piel. Hay una clara fijación fetichista por los tejidos, los zapatos de tacón, los maniquíes y las uñas pintadas de rojo. Se asoman de nuevo temas como el erotismo lésbico, las escenas sexuales que parecen salidas del softcore de los setenta. En términos dramáticos, encontramos una historia de misterio, de ocultismo, sobre un vestido maldito. Strickland nos presenta un mundo ‘ordinario’ de curritos -Marianne Jean-Baptiste, Leo Bill y Hayley Squires- atrapados por el consumismo de rebajas, aplastados por políticas de empresa que invaden la vida privada y hasta los sueños. Strickland contrapone a esta supuesta 'normalidad' un universo oculto de tiendas por departamento regentadas por brujas, al que accedemos a través de espirales expresionistas -o ciclos de lavadora- y de la perorata de un técnico de lavadoras que se convierte en un conjuro hipnótico. Esta narrativa extrañísima, sí, pero también fascinante, fluye como el inconsciente, relacionando ideas e imágenes muy potentes. El tejido del vestido maldito destroza lavadoras, lo que lleva a un cambio de protagonista en el relato: la sensación es que hemos visto dos películas, primero una de terror y luego su secuela en clave de comedia. Porque un inédito sentido del humor, esquinado, revoluciona la propuesta de Strickland y se convierte en el último ingrediente para que esta sea una cinta única.
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