Ícaro y el Minotauro es una preciosa película de animación que propone un interesante giro en los dos mitos griegos que dan título a la película y que deberían ser muy conocidos por nuestros hijos. El protagonista es Ícaro, el hijo de Dédalo, encargado por el rey Minos para construir un laberinto que mantenga encerrado al peligroso Minotauro. Solo que aquí los personajes son un poco diferentes a los que conocemos y la historia se convierte en un relato de amistad, de compasión y sobre las relaciones entre padres e hijos, sobre la brecha generacional y la (necesaria) rebeldía juvenil para cambiar las cosas. Dirigida por Carlo Vogele, animador de Luxemburgo con experiencia en Pixar, Ícaro y el Minotauro se aleja del estilo 3D hiperrealista imperante para mostrarnos un bellísimo planteamiento estético basado en el arte griego, en los frescos y las vasijas de la antigüedad. Hay que destacar el diseño del propio minotauro, hermoso, misterioso, inquietante pero con un punto de humanidad que provoca piedad. Una animación muy colorida y luminosa, aunque sencilla -no esperéis la espectacularidad de Pixar o Disney- que propone un estilo narrativo diferente que funciona muy bien, aunque sin duda resulta más reposado. La película es una estupenda oportunidad para introducir a los espectadores más pequeños en la mitología griega -dejando de lado las aristas más escabrosas- y tiene una historia que trasciende lo infantil y provoca la discusión entre padres e hijos sobre lo que ha ocurrido en la trama. Animación diferente.
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