LOS OSCAR 2016



Esta noche conoceremos cuál es, según el criterio de los miembros de la Academia, la mejor película de 2015. Probablemente yo no estaré de acuerdo. La gran favorita es El renacido, cuya perfección técnica le aporta una intensidad tremenda a una historia a la que le sobra un pretencioso misticismo impostado. Yo me decanto por Spotlight, por su sabiduría narrativa e interpretativa para contar un hecho escabroso huyendo de cualquier sensacionalismo. Mi preferida sentimental es Mad Max: Furia en la carreteraun remake/reboot/secuela tardía cuya inventiva visual y estética la convierten en algo completamente nuevo. Luego tenemos La gran apuesta, la tragedia de nuestro tiempo contada como si fuera una comedia. El puente de los espías demuestra la vocación humanista de un Spielberg que ya es un clásico en activo: al film, impecable, solo se le puede achacar cierta inocencia. Marte es la historia de un náufrago espacial en una situación desesperada contada con un humor y un optimismo algo contradictorios. Brooklyn es una historia demasiado amable de las dificultades de una chica que emigra de Irlanda a Nueva York. Por último, La habitación es una de las películas más emocionantes del año, de una intensidad y una honestidad difíciles de igualar.


Sobre los directores, resulta difícil no rendirse a la apabullante personalidad artística de un veterano como George Miller, presente en cada apoteósico plano de Mad Max: Furia en la carretera. A Alejandro González Iñárritu no se le puede negar que domina la técnica cinematográfica como pocos en El renacidoAdam McKay es un gran director de comedias y demuestra un registro un poco diferente en La gran apuestaThomas McCarthy consigue que sus actores brillen y hace emocionante el ver a unos periodistas tachando nombres de una lista de curas sospechosos en Spotlight. Lenny Abrahamson en La habitación consigue que veamos la vida desde de la perspectiva de un niño y que una pequeña habitación parezca el mundo entero. 


En cuanto a los actores principales, todo el mundo espera que gane Leonardo DiCaprio por El renacido. La verdad es que se llevaría el premio por un despliegue de gruñidos. Personalmente, no me he creído que DiCaprio pueda ser el padre de nadie. De Michael Fassbender se puede decir que realmente se transforma en Steve Jobs, saca su lado menos amable y hasta consigue que nos olvidemos de lo guapo que es. Eddie Redmayne sobreactúa en La chica danesa, pero también es verdad que expresa la fragilidad y la inseguridad de su personaje transexual. Matt Damon logra que su personaje sea de esos con los que te identificas inmediatamente en Marte. Por último, Bryan Cranston está nominado por Trumbo, por estrenar en España... y yo no pirateo. Casi nunca. Quiero reivindicar al gran olvidado en este apartado: Idris Elba está soberbio en Beasts of No Nation y su nominación habría evitado la polémica en una gala en la que solo pueden ganar representantes de la raza blanca.


Charlotte Rampling merece sin duda el Oscar como actriz principal por 45 años, película que debería haber tenido alguna nominación más. Cate Blanchett consigue hacernos creer que puede ser madre sufridora, esposa rebelde, amante apasionada y la más elegante de todas en Carol, otra película que merecía más atención de la Academia. Saoirse Ronan sostiene completamente una película como Brooklyn con una interpretación asombrosamente contenida. Por último, Jennifer Lawrence en Joy hace un papel de esos más grandes que la vida. Ya ganó un Oscar por lo mismo con El lado bueno de las cosas. No se lo van a dar otra vez. Digo yo. Brie Larson en La habitación compone un personaje complejo que es madre y niña, valiente y víctima, todo a la vez. Está soberbia.


Actor de reparto. Lo de Mark Ruffalo es impresionante porque realmente se convierte en otra persona, cambiando incluso la fisonomía de su rostro con el gesto en Spotlight. Pero suena más Sylvester Stallone, que con su rostro pétreo aspira al Oscar por enfrentar a Rocky a su pelea más chunga en Creed. Tom Hardy cambia el acento y se convierte en un bruto salvaje en El renacido: nada nuevo. Mark Rylance es el espía ruso más majo y entrañable de todos en El puente de los espías. Christian Bale consigue humanizar en La gran apuesta lo que podría haber sido la caricatura de un friki experto en finanzas.


Actriz de reparto. Rachel McAdams no es precisamente la mejor interpretación de Spotlightpero sí la única femenina. Rooney Mara en Carol interpreta a uno de los personajes más interesantes y originales que he visto en los últimos años. Jennifer Jason Leigh ganaría el Oscar por un papel de víctima que le ha valido acusaciones de misoginia a Los odiosos ochoKate Winslet opta al Oscar por ser "la constante" en la vida de Steve JobsLa mejor, para mí, es Alicia Vikander, que hace un papel magistral en una película menor como La chica danesa.


Guión adaptado. Drew Goddard entrega un guión ingenioso pero algo domesticado en Marte. La gran crítica contra el guión de La gran apuesta es su jerga económica. Exagerados. Carol adapta con sensibilidad y mucho subtexto la primera novela de Patricia Highsmith. El Nick Hornby guionista de Brooklyn tiene poco que ver con el de su novela Alta fidelidad. Me quedo con Carol. Emma Donoghue adapta su propia novela en La habitación y consigue agotar las posibilidades de la palabra que da título a la película.


Guión original. Ex Machina indaga en la esencia de la existencia humana pero también en la diferencia entre los sexos. Straight Outta Compton es un biopic que consigue ir un poco más allá. Nadie diría que los hermanos Coen metieron mano en el guión de El puente de los espíasEl guión de Spotlight se apoya magistralmente en el subtexto, la sutileza y lo no contado. Va a ganar. La idea de Del revés no puede ser más original y más bonita.


En cuanto a la mejor película de animación, hay una clara favorita: Del revés. Por otro lado, La oveja Shaun es un portento de animación tradicional que tiene la sabiduría perdida del cine mudo. Es Aardman. Anomalisa es la tristísima primera película animada para adultos nominada al Oscar, de Charlie Kaufman. La brasileña El niño y el mundo es un derroche artístico que habla literalmente de un niño que descubre el mundo -globalizado, contaminado, desigual y deshumanizado- y la pérdida de la inocencia que eso conlleva. Lamentablemente no he podido ver El recuerdo de Marnie, del Studio Ghibli.


Banda sonora. El veterano Ennio Morricone es Oscar seguro por su atmosférica partitura para Los odiosos ochoJohn Williams no se cansa de hacer música buenísima, como demuestra en El despertar de la Fuerza. Me ha gustado mucho lo que hace Jóhann Jóhannsson al ponerle la música de una peli de terror a Sicario. También se me ha quedado en la cabeza lo que ha hecho Carter Burwell -habitual del cine de los Coen- con la música de Carol. Soy un romántico.


No sé nada de trapos, pero hay que reivindicar el trabajo del único español nominado este año, Paco Delgado. La ropa de mujer no es solo ropa en La chica danesa sino que resulta clave para contar la historia. Por otro lado, lo único que valía la pena ver en La Cenicienta eran los vestidos de Sandy Powell, nominada también por Carol, en la que tiene la ventaja de vestir a la elegantísima Cate Blanchett. Hay una tonelada de imaginación punk en los vestuarios de Mad Max: Furia en la carretera. Y la nominación de El renacido no se entiende. ¡Si van con harapos!. Es broma.


Mi categoría favorita es la de los efectos especiales. Creo que deberían ganar, sin duda, los de El despertar de la FuerzaLa mayor virtud de los efectos de Mad Max: Furia en la carretera es que piensas que no los hay, que es una peli como las antiguas. Creo que Ex Machina tiene buenos efectos solo si tenemos en cuenta que es un film de bajo presupuesto. En El renacido hay muchos efectos digitales -la batalla en falso plano secuencia, el ataque de la osa- y creo que eso va en contra de la película. Marte no tiene efectos especiales dignos de mención. ¡Si el protagonista se pasa la peli delante de una webcam!. Es broma.


Por último, parece cantado que El hijo de Saúl ganará en la categoría de película de habla no inglesa. No he visto las otras nominadas, pero desde luego el film húngaro es duro, potente y deja al espectador verdaderamente agotado. Lo mismo me ocurre con la categoría de mejor documental: solo he visto Tierra de cárteles, soberbio ejercicio de contar una historia con imágenes reales. Pero seguramente el Oscar será para Amy.

EL RENACIDO (ALEJANDRO GONZÁLEZ IÑÁRRITU, 2015)


Lo primero que llama la atención de El renacido, es que es un western en planos secuencia. Si de John Ford recordamos las colosales imágenes del rocoso Monument Valley, González Iñárritu parece preferir el famoso travelling que se acercaba al rostro de John Wayne en La diligencia (1939). Sergio Leone hizo que las caras de sus mugrientos cowboys fueran tan importantes como los paisajes en formato panorámico. Iñárritu también prefiere los rostros de sus actores a las grandes extensiones que caracterizan al género. Recordemos que Birdman (2014), anterior film de Iñárritu, ocurría en un solo plano secuencia digitalmente falso. Aquí el director recurre al montaje, insertando planos del paisaje para situar a los personajes, pero la mayor parte del tiempo su cámara -en constante movimiento- estará pegada al rostro de los intérpretes. El aliento de DiCaprio empañando el objetivo. Esta decisión del mexicano nos mete dentro de la acción, nos acerca a la sangre derramada, nos sumerge debajo del agua helada de los ríos y hunde nuestros pies en la nieve. Consigue Iñárritu que su western sea muy físico. Pero más importante, libera a sus intérpretes de la limitación del montaje. La opción le ha valido a DiCaprio un Globo de Oro y una nominación al Oscar.


El director Anthony Mann -Horizontes lejanos (1952)- le daba tanta importancia a sus paisajes como a sus (anti)héroes encarnados por James Stewart. El western es el cine de la figura humana colocada en una gran extensión. El hombre contra la naturaleza. Iñárritu enfrenta a Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) contra todos los elementos. El renacido da casi tanto frío como el otro western estrenado recientemente, Los odiosos ocho (Quentin Tarantino, 2015). La de Iñárritu es una película visceral en la que el hombre -no hay mujeres aquí- acaba convertido en un animal salvaje, luchando por sobrevivir. Por matar a otro. Porque estamos ante una historia de venganza, tema recurrente en el género. Recordemos Hasta que llegó su hora (Sergio Leone, 1968), El jinete pálido (Clint Eastwood, 1985) o incluso la bastarda Kill Bill (Quentin Tarantino, 2003-2004). Una venganza llevada a sus últimas consecuencias. Esa sería una gran película.



Pero Iñárritu añade una mirada mística a su film. Sin llegar al panteísmo de Terence Malik -El árbol de la vida (2011)- aunque apropiándose de algunos clichés de su cine -esas pretenciosas voces susurradas en off- en El Renacido se confrontan dos visiones de la existencia. Una parece cercana al misticismo de los indios americanos con los que el personaje de DiCaprio ha formado una familia. La otra es fría y desesperanzada, ese "Dios es una ardilla y me comí a la bastarda" que suelta John Fitzgerald (Tom Hardy), un tío al que los indios casi arrancan la cabellera. Estos dos hombres blancos luchan sobre una tierra que pertenece a indios, osos grizzly y búfalos. Todos prácticamente extintos. Todos son presencias fantasmales. Creo que esta dimensión espiritual recarga la película del mexicano, excesiva sin duda y con tendencia a acumular situaciones hasta agotarnos. ¿Son necesarios tantos martirios para el personaje de DiCaprio? Probablemente sí. ¿Hacía falta verle resucitar tantas veces? No lo sé. Birdman acababa de forma decepcionante con la mirada tramposamente ambigua de Emma Stone. Aquí, González Iñárritu repite la jugada. Y la mirada de DiCaprio me genera las mismas dudas.

CAROL (TODD HAYNES, 2015)


La imagen de Carol (Cate Blanchett) y Therese (Rooney Mara) haciendo el amor puede decirte mucho de ti mismo. Si ves a dos mujeres, en lugar de a dos personas profundamente enamoradas, probablemente, no has entendido nada de esta película dirigida por Todd Haynes. La misma escena en La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013) levantó ampollas porque parecía rodada por un hombre que contempla el sexo entre dos -guapísimas- mujeres. Tienen mucho en común estas dos obras, cuentan básicamente lo mismo, comparten incluso un desgarrador clímax en un restaurante. Pero, sin duda, la película de Kechiche expresa en carne viva lo que esta de Haynes cuenta por debajo de las costuras de los elegantes trajes diseñados por Sandy Powell, nominada a un Oscar.

A veces los personajes hablan por su autor. El joven periodista Dannie McElroy (John Magaro) le dice a Therese que toma notas sobre El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950) porque quiere comparar lo que expresan los diálogos con los verdaderos sentimientos de los personajes. En Carol, solo se pronuncia la frase "te amo" una vez. Y no resulta necesaria para entender lo que sienten esas dos mujeres interpretadas por actrices merecidamente nominadas al Oscar. No en balde, el director de Lejos del cielo (2002) ha sido considerado como un heredero de Douglas Sirk, director de elegantes melodramas de emociones contenidas como Imitación a la vida (1959). Haynes, antigua promesa del New Queer Cinema, se basa en la primera novela -la más autobiográfica- de Patricia Higsmith, escrita nada más descubrir su homosexualidad y firmada con un pseudónimo en 1952. La adaptación de Phyllis Nagy también pretende un premio de la Academia de Hollywood.


El mismo Dannie recomienda a Therese que cambie el objeto de sus fotografías. Ella no se atreve a dirigir su cámara hacia la gente: siente que invade su intimidad. Todd Haynes rueda a sus personajes a través de cristales empapados, empañados, difusos, a través de los marcos de las puertas entreabiertas. Tampoco quiere acercarse demasiado a Carol y a Therese, evitando primeros planos demasiado obvios, morbosos, nada elegantes. Es curioso que entre sus referencias visuales para esta película, Haynes cita una obra maestra como Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958) pero no al pintor Edward Hopper (1882-1967), que sí fue un referente para el mago del suspense, y que supo plasmar mejor que nadie la soledad en una gran ciudad. Hopper parece haber inspirado casi cada plano de Carol. La triste pero hermosa fotografía de Edward Lachman se conjuga con la música de Carter Burwell -que podría haber sido el Phillip Glass de Las horas (Stephen Daldry, 2002)-. Ambos apartados también están nominados al Oscar.


Carol nos habla de la diferencia. Therese es diferente. Se han pasado la vida ofreciéndole cosas que no quiere: muñecas cuando quería un tren eléctrico; un ridículo sombrero de Papá Noel a cambio de un trabajo; matrimonio y familia por parte del bienintencionado Richard (Jake Lacy); hasta Dannie le propone un affaire que ella rechaza sin enfadarse. El vendedor ambulante interpretado por un Michael Cory Smith -Edward Nygma en la serie Gotham- que sintoniza con el Norman Bates (Anthony Perkins) de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), tampoco consigue venderle ninguno de los productos de su maletín. Quizás porque todas estas ofertas son falsas, provienen de una sociedad coja en empatía. Los "otros" son el gran infierno de Carol y Therese: los compañeros de trabajo, los amigos, las parejas, la familia política. Y si casi al final del film, Therese rechaza el acercamiento de una lesbiana en una fiesta, es quizás porque no le gustan las mujeres. Quizás solo está enamorada de una persona que se llama Carol y que resulta ser de su mismo sexo. Lo dice la propia Therese. A veces, los personajes hablan por su autor.

TIERRA DE CÁRTELES (MATTHEW HEINEMAN, 2015)



Nominada a un Oscar, Tierra de cárteles es un documental sobre la situación extrema en la frontera entre México y Estados Unidos, en una zona dominada por violentas mafias narcotraficantes. Poco tiene que ver la existencia humana allí con lo que nosotros, instalados en el estado de bienestar, llamamos vida "normal". En esa tierra sin ley se convive con la violencia, con la muerte y con las armas. De hecho, el coprotagonista estadounidense de esta historia, líder de un pequeño grupo paramilitar, recurre a la leyenda para describir su día a día: "es como el salvaje oeste". La película habla sobre todo de las autodefensas mexicanas, de cómo pequeños pueblos cercanos a la frontera armaron a sus vecinos para luchar contra los cárteles, cansados de la ineficacia de las fuerzas del Estado para protegerles.



Tierra de cárteles se mueve también en otra frontera, la que separa la ficción de la realidad. Utiliza poco los recursos clásicos del documental, prescinde de la voz en off de un narrador, elimina la figura del documentalista o periodista, reduce las entrevistas estáticas en lugares neutrales, no utiliza demasiado las imágenes de archivo. El gran valor de este documental es que la cámara de Matthew Heineman está en el lugar de los hechos, siguiendo a sus personajes: desde los peligrosos narcotraficantes a los que vemos cocinando droga hasta su gran protagonista, el doctor José Manuel Mireles, líder de las autodefensas de Michoacán. El look de esta película, la fotografía, la música, los movimientos de cámara, el uso del vídeo digital, todo quiere parecerse a una película de ficción. Sin embargo, las imágenes de los muertos, de las cabezas cortadas, del dolor de las familias son tan reales que producen una tensión difícil de soportar para el espectador.



Resulta curioso que esos recursos audiovisuales usados en Tierra de cárteles para crear casi casi una historia de ficción no sean demasiado diferentes de los utilizados en La noche más oscura (2013) en el sentido opuesto: allí acercan la ficción a la realidad de la caza de Bin Laden. Su directora, Kathryn Bigelow, produce este film que tiene con su película más de un punto en común: la desnaturalización de un objetivo en principio justo -aquí también se incurre en la tortura- y el sacrificio de la vida íntima, personal y familiar para conseguir un bien superior.


Así, Heineman utiliza mecanismos argumentales propios de la ficción para contarnos una historia verídica. Presenta a sus personajes, los muestra en su entorno cotidiano y luego los enfrenta a los conflictos de su cruzada -tan quijotesca que parece salida de la mente de un guionista de Hollywood-. Convierte en héroe al doctor Mireles, para luego dejarle caer, presa de las debilidades más humanas y bajo el poder de un sistema tan corrupto como el crimen que intenta combatir. Al mismo tiempo humaniza a su otro protagonista estadounidense, un loco del rifle que se revela mucho más humano y entrañable de lo que nuestro prejuicios nos habían hecho pensar al principio. Tierra de cárteles haría una estupenda sesión doble con Sicario (Denis Villeneuve, 2015), hace prescindible a Narcos (Netflix, 2015) y su final vuelve a recordarnos a La noche más oscura: sus héroes sienten un idéntico vacío tras una larga y complicada lucha.

CREED (RYAN COOGLER, 2015)


En 1976, Rocky (John G. Avildsen) devolvía al cine los finales felices. Era como si se anticipara al hedonismo de los años 80 y se despidiera de los deprimentes 70, definidos como "la resaca de los 60" por Mike Milligan (Bokeem Woodbine) en Fargo (2015). Eso sí, el de Rocky era un final feliz pero pegado a la realidad. La victoria del boxeador era aguantar en pie al imbatible Apolo Creed (Carl Wheathers). Convertirse en campeón, era demasiado para esos años 70 post-Vietnam. Un año más tarde llegaría Star Wars (George Lucas, 1977) para cambiar el cine definitivamente. Estamos hablando de películas "honestas", en el sentido de que cumplían los sueños de sus jóvenes autores. George Lucas nunca imaginó el éxito que tendría su Guerra de las Galaxias y Sylvester Stallone solo quería abrirse paso en Hollywood. Rocky intentaba ser "seria" y ganó el Oscar a la mejor película aquel año. Impensable. Entonces llegaron las secuelas. 


Empezando en Rocky II (1979) el boxeador se convertiría en un héroe capaz de vencer todas las adversidades hasta esa hipérbole que fue Rocky IV (1985), en la que se erigía en símbolo de su país en plena guerra fría, con pantalones cortos emulando la bandera estadounidense. La gran idea de Creed es utilizar al personaje que siempre ha estado en la sombra en esa tetralogía. Apollo Creed fue el enemigo invencible en Rocky, humano en Rocky II, aliado en Rocky III (1982) y víctima propiciatoria en la mencionada cuarta entrega. Ahora, su hijo adopta el papel de protagonista y Balboa el de su mentor -está nominado al Oscar por ello- en una operación con la que ya coqueteó en Rocky V (1990) para luego caer en la tentación de subirse de nuevo al cuadrilátero. Lo que propone entonces esta Creed es ese temido pseudo-reboot al que tendremos que acostumbrarnos en los tiempos que corren. Todas las "grandes" sagas están resucitando para pasar el testigo a una nueva generación que solo ha oído hablar de nuestras películas: por orden de calidad Mad Max: Furia en la carretera, Star Wars: El despertar de la Fuerza, Jurassic World, Terminator: Génesis. Todas estrenadas en 2015.


Lo cierto es que Stallone -guionista de seis películas de Rocky, director de 4 de ellas- hace un George Lucas y cede el testigo a un prometedor director afroamericano, Ryan Coogler. Con una sola película en su filmografía, Coogler salta aquí al ring de los blockbusters, igual que su personaje, Adonis (Michael B. Jordan) intenta conseguir el título mundial con una sola pelea en su haber. Si en El despertar de la Fuerza, Kylo Ren (Adam Driver), es un fan de Darth Vader que conserva su casco como un trofeo friki, Adonis conoce cada detalle de la vida de Rocky -ha visto sus combates en Youtube-. Esto sugiere una lectura en la que el director de esta película siente que debe primero rendir homenaje a la saga para ganarse el respeto del público. No debe ser casualidad que el mote pugilístico de Adonis sea un despectivo "Hollywood". Cooger pasea su cámara por Philadelphia, (re)visitando -en plan guía turística- todos los lugares que la película de 1976 hizo célebres. Si en Jurassic World tuvimos que pasearnos con sus protagonistas por las ruinas del Parque Jurásico (1993) original, aquí no se escatima en ningún detalle fetichista: hay un par de sorpresas finales que no pienso desvelar. Por suerte, la película tiene fondo y habla del abandono, tema expresado en la imagen más potente -y freudiana- del film: Adonis pelea contra la proyección de un antiguo combate de su padre. Creed tiene todo el músculo, el corazón y la pasión del Rocky original, pero al salir de la sala, probablemente tendréis también el sabor agridulce del remake. ¿Es eso malo? Tendréis que decidirlo vosotros mismos.

SPOTLIGHT (TOM MCCARTHY, 2015)


En la quinta temporada de la serie The Wire (2002-2008) su creador, David Simon -periodista durante 20 años- completó el retrato de su ciudad, Baltimore, ocupándose de un tema que conocía bien, la decadencia de su profesión. Simon dibujaba una redacción en la que los periodistas veteranos eran sustituidos por jóvenes más baratos y los reportajes de investigación eran eliminados por no ser rentables. Un reportero, Scott Templeton, personalizaba esa pérdida de valores: era capaz de inventarse las noticias para vender periódicos. Aquel personaje estaba interpretado por Tom McCarthy, actor que ya había comenzado entonces una destacada carrera como director de cine con Vías Cruzadas (2003) y The Visitor (2007). Ahora, McCarthy presenta Spotlight una película que defiende, precisamente, la virtudes de ese periodismo en vías de extinción: el que dice verdades aunque ello le cueste perder lectores.


Basada en hechos reales, Spotlight es el nombre de un pequeño equipo dentro del Boston Globe con la libertad de elegir sus temas, investigarlos durante meses y publicar historias aunque resulten incómodas para una institución tan poderosa como la Iglesia. Todo esto está contado con un interés detallado por el ejercicio profesional del periodismo, permitiéndonos el acceso a todas las etapas de la gestación de una noticia, incluyendo los momentos menos dramáticos del oficio. Y en esto Spotlight también recuerda a The Wire y su desglamourización del trabajo policial en pos de un realismo absorbente. Si la serie de Simon acababa siendo un retrato de Baltimore, aquí McCarthy dibuja una ciudad de Boston aterradora, atrapada por una fachada impuesta por una fe, que no deja atravesar la luz. Aunque no llega a crear a la incomodidad casi física de El Club (Pablo Larraín, 2015), Spotlight consigue indignarnos sin la necesidad de mostrarnos los rostros del mal. Con un soberbio reparto de actores -un enorme Mark Ruffalo- resulta admirable cómo esta película consigue emocionar sin elevar nunca el tono, sin mostrar ningún hecho especialmente dramático, sin discursos idealistas vacíos. Y esa es la verdadera prueba de que estamos ante una obra mayúscula. No la dejéis pasar.

LA GRAN APUESTA (ADAM MCKAY, 2015)


Adam McKay es probablemente uno de esos directores cuyo nombre nunca recordarás. Seguramente has visto los carteles de sus películas, en las que suele aparecer Will Ferrell, lo que te llevó a descartarlas inmediatamente como "otra americanada". Quiero que sepas que, para mí, estás equivocado. Pero oye, es cuestión de gustos. El humor es, sin duda, subjetivo. McKay ha firmado comedias como Pasado de vueltas (2006), Hermanos por pelotas (2008), Los otros dos (2010) y Los amos de la noticia (2013). Seamos sinceros, los títulos en castellano no ayudan precisamente a que estas películas se ganen nuestro respeto. Pero para mí, la ópera prima de McKay es una auténtica obra maestra del humor. El reportero: La leyenda de Ron Burgundy (2004) difícilmente será igualada en su increíble concatenación de gags estúpidamente divertidos.


Ahora bien. Resulta que McKay escribe y dirige La gran apuesta, nominada a un Oscar y a un Globo de Oro como mejor película. ¿Cómo es posible? Creo que el talento de McKay siempre ha estado ahí. Solo que ahora utiliza una historia actual y un reparto de actores con mucho prestigio. Christian Bale, Brad Pitt -que también produce-, Ryan Gosling y un Steve Carrell que era un asiduo de las comedias del director, pero que ya ha conseguido ser valorado tras su nominación por Foxcatcher (Bennet Miller, 2014). Con estos mimbres, McKay hace una película endiabladamente entretenida que utiliza todos los recursos a su disposición para contar la historia de la debacle del sistema financiero estadounidense y mundial. En este sentido, La gran apuesta es como uno de esos documentales de Michael Moore de comienzos del siglo XXI: te cuenta de forma divertida algo que en realidad ya sabías. McKay roza el documental, utiliza la voz en off, rompe la cuarta pared, se vale de gráficos, introduce imágenes reales e incluso se aparta de la ficción desvelando cómo ocurrieron realmente alguno de los hechos dramatizados. La gran apuesta es incluso pedagógica. En ella, un grupo de expertos inversores deciden apostar contra el sistema, es decir, se lo juegan todo a que el sistema es corrupto y a que todo se va ir a la mierda. McKay coge esa historia verídica -basada en un libro de no ficción de Michael Lewis, el mismo de Moneyball (Bennett Miller, 2001)- se da cuenta de que sus personajes son tan excéntricos como los de sus comedias y hace una película muy parecida a las que he citado antes. Porque en el fondo, McKay siempre ha hablado de lo absurdo de la cultura del éxito. Solo que si La gran apuesta es una comedia, la broma, no tiene gracia: indigna. Y por eso, es necesaria. Por cierto, la película hace explícita su deuda con El lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2014) con un cameo de la rubia Margot Robbie. Y con ello cimenta a la devastadora crisis financiera de 2008 como la sustituta del caso Watergate y de Vietnam como gran entonación de mea culpa en el cine estadounidense actual.

EXPEDIENTE X -TEMPORADA 10- MY STRUGGLE II


MY STRUGGLE II (22 DE FEBRERO DE 2016) -AVISO SPOILERS-

Chris Carter, que para eso es el padre de la criatura, firma el último episodio de los seis que conforman esta tardía décima temporada de Expediente X. Probablemente más de uno estará pidiendo ahora que Carter haga "un George Lucas": que venda su creación a las nuevas generaciones, como hizo este con Star Wars. La verdad es que este revival de la serie no ha sido del todo satisfactorio, pero desde luego es muy defendible: sobre todo los episodios que no ha escrito y dirigido el propio Carter.


Esta décima temporada propone un macro argumento que enlaza -débilmente- los seis capítulos, pero que permite la estructura de casos episódicos -el "monstruo de la semana"- clásica en la serie de los noventa. La idea es buena, pero en la práctica, el primer My Struggle y este sexto My Struggle II -no se han comido la cabeza con el título- producen la sensación de ser episodios que habrían funcionado mejor seguidos. Es cierto que en las 4 entregas intermedias aparecen temas importantes que usan aquí -como el ADN de Scully (Gillian Anderson) o el hijo perdido de los agentes- y que se presentan a los nuevos Miller (Robbie Amell) y Einstein (Lauren Ambrose). Pero estos añadidos no aportan tanto como para justificar la separación de estos capítulos. 


My Struggle II funciona muy bien en sus primeros dos tercios, cuando Carter nos cuenta el Apocalipsis utilizando solo un par de decorados y a cuatro personajes: Mulder (David Duchovny), Scully, Miller y Einstein, enfrentados todos a una epidemia mundial orquestada por el fumador (William B. David). La agente Mónica Reyes (Annabeth Gish) -recuperada de la octava y novena temporada- cumple ese rol de "garganta profunda" que tanto le ha gustado siempre a Carter. Y el presentador televisivo Tad O'Malley -Joel McHale de Community me parece un error de casting- aporta la sensación de que la emergencia es global. Este fin del mundo de bajo presupuesto se puede disfrutar como una serie B de ciencia ficción de los años 50. Hasta aquí, nada que objetar. Pero, curiosamente, es en el último tercio del episodio, cuando comienzan a aparecer los supuestos valores de producción -atascos multitudinarios, saqueos, un puente lleno de coches, Scully abriéndose paso para llegar a Mulder- cuando la cosa pierde credibilidad. La sensación es que Carter mete todo lo que vimos repartido en 9 temporadas de conspiranoia en un solo episodio. El OVNI, un deus ex machina en toda regla, aparece cuando hemos dejado creer, para un cliffhanger no del todo satisfactorio. Eso sí, habrá más Expediente X.

CAPÍTULO ANTERIOR: BABYLON

ANOMALISA (DUKE JOHNSON, CHARLIE KAUFMAN, 2015)


Anomalisa es la primera película de animación nominada a un Oscar calificada para mayores de 17 años. Probablemente también es una de las más tristes que he visto. Charlie Kaufman, uno de los pocos guionistas cuyo nombre te sonará, es el responsable de un proyecto muy original, muy libre, cuya existencia se debe a Kickstarter, la famosa web de micromecenazgo. La personalidad como autor de Kaufman -suyo es el guión de Olvídate de mí (Michel Gondry, 2004)- se nota en la recurrencia de temas como la soledad, la incomunicación, el peso del éxito y el desamor. El protagonista, Michael Stone -con la voz del David Thewlis de Indefenso (Mike Leigh, 1993)- es un personaje atormentado y paranoico que vive en un entorno decididamente hostil. La premisa es sencilla, original y pesadillesca: todos los que rodean a Michael -mujeres, niños, ancianos- tienen la misma voz, la del actor Tom Noonan. Un poco como si todos tuvieran el rostro de John Malkovich. Es difícil de describir la sensación de extrañamiento y desorientación que esto produce al ver la película. Quizás la palabra más acertada sea desazón.


La otra decisión clave en Anomalisa es la de contar esta historia utilizando la animación stop-motion y marionetas realistas en sus texturas, movimientos e iluminación que sin embargo no ocultan su naturaleza de muñecos sin vida. Lo interesante es que Kaufman era reticente a convertir su obra de teatro original en una película animada: la puesta en escena de aquella era todavía más radical, ya que proponía una desconexión entre los diálogos que recitaban los actores -los mismos que en la película- y las acciones sobre el escenario. Los intérpretes no se movían ni se tocaban mientras sus parlamentos describían, por ejemplo, un encuentro sexual. Kaufman firmó aquella obra con un seudónimo: Francis Fregoli, por el síndrome del mismo nombre en el que los pacientes se sienten perseguidos por una persona a la que creen ver en todas partes, siendo esta incluso capaz de adoptar el aspecto de otros individuos.


Es precisamente una escena sexual la que mejor describe la naturaleza única de esta película. De haber sido representada por actores reales, veríamos simplemente un acto sexual, cotidiano, quizás incluso atractivo. Pero un coito protagonizado por estos muñecos resulta incómodo, angustioso sobre todo por su larga duración. Nada que ver con la jocosa escena de Team America: World Police (Rey Parker, 2004). Aunque el animador Duke Johnson intenta hacernos olvidar que estamos ante una película animada, lo cierto es que su empeño por mostrarnos pequeños momentos mundanos -la espera de un taxi, ducharse en un hotel, limpiar un espejo empañado- produce una sensación de náusea existencial ante lo que en una película con actores serían tiempos muertos sin más importancia que marcar el ritmo del relato. Esta incomodidad aumenta por otra decisión clave: el éxito del proyecto en Kickstarter permitió que pasara de ser un corto de 40 minutos a un largometraje de 90 deprimentes minutos. Anomalisa es una obra maestra -irrepetible- de la amargura.

THE WALKING DEAD -TEMPORADA 6- THE NEXT WORLD


THE NEXT WORLD (21 DE FEBRERO DE 2016) -AVISO SPOILERS-

Al final del excelente capítulo anterior, Carl (Chandler Riggs) se recuperaba de una escalofriante herida en su cara, al borde de la muerte, y su padre, Rick Grimes (Andrew Licoln), le prometía un mundo mejor. The Next World salta adelante en el tiempo hacia esa nueva vida en el vecindario de Alexandria, que el expolicía ofrecía a su hijo, al que vemos ahora casi completamente curado. El episodio abre dos tramas paralelas que no son más que excusas para haya un poco de acción. En la primera de ellas, Rick y Daryl (Norman Reedus) salen a buscar comida. Lo hacen con bastante más optimismo del que nos tiene acostumbrados esta serie, reflejando que los personajes acaban de sobrevivir a la aniquilación total. Hay en el episodio un tono más ligero, apoyado por acordes de música country en la banda sonora. El conflicto principal es un camión repleto de comida que se convierte en el McGuffin del argumento. Nuestros héroes se enfrentan a un nuevo personaje por la posesión del vehículo de carga: un tío al que llaman "Jesús" (Tom Payne) con la apariencia del hijo de Dios: justo lo que le faltaba a una serie en el que el subtexto sobre la fe comienza a pesar demasiado.



Por otro lado, Carl ayuda a Spencer Monroe (Austin Nichols) a matar y enterrar -cristianamente- a su madre convertida en muerta viviente, Deanna (Tovah Feldshuh). Con ella resurge un tema recurrente en el género zombie, el de la deshumanización de un ser querido. Esta trama está íntimamente relacionada con la de Rick y Daryl. Cuando Carl explica las razones por las que se arriesgó llevando a Deanna hasta su hijo Spencer, utiliza las mismas palabras que su padre, Rick, para justificar el haber salvado a un desconocido llamado "Jesús". Esas razones no son más que la recuperación de Rick como héroe positivo, en un cambio radical con respecto a la evolución del personaje durante estas seis temporadas. Grimes se había convertido en un tío desalmado capaz de todo, de matar a cualquiera, con tal de asegurar su supervivencia y la de su grupo. Ahora vuelve a ser el personaje que fue al principio de la serie y eso no es necesariamente bueno de cara al interés de esta ficción. Pero probablemente esta transformación anticipa que los protagonistas se van a enfrentar a enemigos verdaderamente malvados. Uno de ellos se llaman Negan. Por último, decir que Michonne (Danai Gurira) y Rick comienzan aquí una posible relación sentimental. Supongo que eso os habrá sorprendido. En los cómics ocurre algo similar, pero no con Michonne, sino con Andrea (Laurie Holden), fallecida en esta serie allá por 2013.

CAPÍTULO ANTERIOR: NO WAY OUT

AGENTES DE S.H.I.E.L.D -TEMPORADA 3- MANY HEADS, ONE TALE


MANY HEADS, ONE TALE (17 DE NOVIEMBRE DE 2015) -AVISO SPOILERS-

Estamos ante uno de los mejores episodios de Agentes de S.H.I.E.LD. no por su calidad como capítulo aislado, sino por cómo conjuga todas las tramas abiertas en esta tercera temporada. Un primer giro, de entrada, me ha parecido brillante por jugar en contra de nuestras expectativas. Desmintiendo el cliffhanger de la entrega anterior, descubrimos que el director Phil Coulson (Clark Gregg) no ha caído en la trampa de su rival, Rosalind Price (Constance Zimmer), sino todo lo contrario. Los dos espías han estado jugando en igualdad de condiciones a seducirse para conseguir ventaja sobre el otro. Pero, al mismo tiempo, ambos han acabado implicándose sentimentalmente. Esta subtrama es una expresión del tema central de esta serie sobre espías: la dificultad para confiar en otros. Pero la cosa va a más, porque en otro giro inesperado, descubrimos que Rosalind no es más que un títere en manos del manipulador Gideon Malick (Powers Boothe), la última cabeza de lo que fue HYDRA. 


La gran revelación de este episodio es que todo el tiempo HYDRA -que parecía desarticulada- ha sido el enemigo de S.H.I.E.L.D. El mencionado Gideon Malick es el gran villano que mueve los hilos, manipulando al traidor Grant Ward (Brett Dalton) para convertirlo en una nueva "cabeza" de la organización. Pero todavía más sorprendente es la revelación de que la sociedad secreta que intentaba utilizar el monolito para viajar al planeta extraterrestre también era HYDRA. Esto permite que Fitz (Iain De Caestecker) y Simmons (Elizabeth Henstridge) se besen -por fin- cuando absolutamente nadie se lo esperaba. Y eso es genial. Por si fuera poco, Gideon revela que el plan maestro es devolver a la Tierra a un misterioso -y suponemos que poderoso- inhumano, que comandaría un ejército de superseres a su servicio: aquí entra Lash, el doctor Andrew Garner (Blair Underwood) que ahora es prisionero del enemigo. Si añadimos que la agente May (Ming-Na Wen) recluta al inhumano Lincoln (Luke Mitchell), podemos decir que no queda un solo cabo suelto en esta temporada. Impresionante.

CAPÍTULO ANTERIOR: CHAOS THEORY

GIRLS -TEMPORADA 5- WEDDING DAY


WEDDING DAY (21 DE FEBRERO DE 2016) -AVISO SPOILERS-

Lenna Dunham -directora, guionista, actriz- elige las tensiones -de sobra conocidas- de un día de boda para hacer saltar las emociones de sus personajes en la apertura de la quinta temporada de Girls. El recurso no tiene nada de novedoso -la propia Hannah compara la situación con "una comedia romántica predecible y sin gracia"- pero Dunham sabe que los personajes de la serie, tras 40 episodios, están más que asentados. Les hemos cogido cariño y se les puede poner a prueba con situaciones límite, aunque tópicas. El novio actual de Hannah, Fran (Jake Lacy), debe enfrentarse a su ex, Adam (Adam Driver), al que vemos besar a Jessa (Jemima Kirke), que sigue creyéndose mejor que sus amigas, desplegando perlas de "sabiduría" de corte new age. Shoshanna (Zozia Mamet) sigue siendo Shoshanna y su vida en Japón ha acabado de convertirla en un "dibujo animado". Marnie (Allison Williams), la novia, sigue manipulando en su búsqueda incansable de una perfección imposible. Ray (Alex Karpovsky) continúa enamorado de Marnie, tanto que ayuda a Desi (Ebon Moss-Bachrach) a superar su complejo de "novio a la fuga". Ahí están también la suegra metomentodo, la maquilladora histérica, un gurú místico que no vale para nada y Elijah (Andrew Rannells) pasando de todo. Como veis, Dunham utiliza situaciones de manual -vuelve a desnudarse para una escena de sexo inoportuno- y se esfuerza en buscar un estado de ánimo apoyándose -como buena indie que es- en una fotografía bonita y música guay. La idea detrás del guión no aporta nada nuevo: una boda puede convertirse en un fin en sí mismo, perdiéndose la perspectiva del verdadero motivo de la celebración. Es verdad que hay momentos graciosos: Marnie maquillada como una puerta, esa lluvia inoportuna, Shoshanna disfrazada de Marilyn, pero el gesto más rompedor de Dunham es no enseñar ni una imagen de la ceremonia.

CAPÍTULO ANTERIOR: HOME BIRTH

LOS ODIOSOS OCHO (QUENTIN TARANTINO, 2015)


¿De cuántos directores de cine se puede decir que has visto toda su filmografía? Seguramente de pocos o ninguno. Pero probablemente Quentin Tarantino es uno de ellos. Es fácil encontrarse con personas que ha visto todas las películas del tío que comenzó trabajando en un videoclub. Tarantino es uno de los directores en activo más populares por varias razones. Su cinefilia gusta a los espectadores exigentes, pero sus películas son asequibles al gran público. Tarantino ha cultivado su imagen creando un personaje "famoso", pero hace películas que se sostienen por sí solas. Además, como director no se prodiga demasiado. No estrena cada año como Woody Allen. Y sobre todo, nunca nos ha decepcionado. Los que estéis pensando en Death Proof (2007), volvedla a ver. Hasta que os guste. Lo importante, amigos, es que Los odiosos ocho tampoco decepciona. Cuenta la leyenda que Tarantino no quería hacer esta película tras la filtración de su guión en Internet. Pero una lectura en público del texto le hizo cambiar de opinión. Lo importante de la anécdota es que Los odiosos ocho puede ser leída por actores, en un escenario, y funcionar. Porque es teatro. A pesar de los inmensos parajes nevados rodados en Ultra Panavision 70, gran parte de la película transcurre en el interior de una cabaña cuyo suelo de madera se convierte en la tarima de un escenario teatral. Tarantino juega allí con la profundidad de campo y deja que sus actores se muevan para recitar sus diálogos. Lo que nos recuerda al aliento teatral de su ópera prima, Resevoir Dogs (1992). Los odiosos ocho es la suma del cine de Tarantino. Están sus típicas referencias cinéfilas, muy claras, a los parajes nevados de El gran silencio (1968) de Sergio Corbucci y sobre todo al nihilismo de los spaghetti western de este director italiano en el que ya se fijó para su Django Desencadenado (2012). En el mismo sentido, aunque Tarantino hace aquí un playlist de sus bandas sonoras favoritas -como en Kill Bill (2003, 2004)- utilizando temas de La Cosa (John Carpenter, 1982) y hasta de El exorcista 2 (John Boorman, 1977), utiliza al maestro Ennio Morricone para reinterpretarlas y para componer una partitura original memorable. Por si fuera poco, añade temas contemporáneos, anacrónicos, incluyendo uno de los White Stripes. Entre los actores, caras conocidas, como el constante Michael Madsen; un Eric Roth que hace un papel que podría haber hecho Christoph Waltz; la episódica Zoë Bell; el mitológico Kurt Rusell y el actor que mejor entona los diálogos de Tarantino, un Samuel L. Jackson que está inmenso. Pero hay más, porque no falta la narración fragmentada en capítulos; el típico inciso en flashback; un momento gamberro de humor escatológico realmente sorprendente; un baño de sangre cortesía de Greg Nicotero; y una carta de Lincoln -sí, del presidente- iluminada como la misteriosa maleta que fue el McGuffin de Pulp Fiction (1994). De pequeño, cuando veía un western, una película del salvaje oeste, situada en la frontera sin Ley, me preguntaba cómo confiaba nadie en alguien. No entendía cómo se podía vivir en una sociedad en la que podían pegarte un tiro en cualquier momento. En Los odiosos ocho, Tarantino refleja esa desconfianza en el otro de una forma magistral. Todos sus personajes son malos. Todos sospechan de todos y por eso se habla de Agatha Christie, pero también hay que citar la mencionada La Cosa de John Carpenter. Cualquiera puede no ser quien dice ser, y Kurt Russell vuelve a sentirse paranoico. Pero además, Tarantino apoya esa sensación en ideas muy actuales, como la del racismo, una reivindicación muy presente en su cine. Y sobre todo, el director basa esa desconfianza en la idea de un enfrentamiento político radicalizado -entre el norte y el sur tras la Guerra de Secesión- que bien podría reflejar el estado actual de las cosas.