En Time & Life comparten protagonismo tres personajes. El primero es Pete Campbell (Vincent Kartheiser) que básicamente sufrirá una serie de humillaciones. Primero de Ken Cosgrove (Aaron Stanton) y luego de su exmujer, Trudy (Allison Brie) que casi no cuenta con él para la educación de su hijo. Nadie respeta a Pete, que se toma como una derrota personal que su agencia desaparezca, absorbida por McCann Erickson. El clímax de la historia de Campbell es una esperpéntica pelea con el director del colegio en el que intenta inscribir a su hijo. Bruce MacDonald (William R. Moses) rechaza a Campbell por una absurda rencilla entre familias, entre apellidos, de 300 años de antigüedad. Hay un tono de farsa en la pelea entre estos dos aristócratas de pacotilla. Campbell es un personaje algo antipático y ridículo cuyo protagonismo contagia todo el capítulo de un aliento cómico, menos grave que los anteriores.
El segundo vértice de esta historia es Peggy (Elisabeth Moss). Tras la primera temporada de Mad Men, ha habido una trama durmiente, subterránea, que aquí por fin resurge para cerrar un cabo suelto justo antes del final de la serie. Se trata del hijo que Peggy dio en adopción para no poner en peligro su carrera profesional. Se trata además de un hijo secreto de Pete Campbell. El tema está planteado de una forma tan sutil que solo se me ocurre la comparación con Centauros del Desierto (John Ford, 1956): en esa obra maestra, ciertas miradas del personaje de John Wayne a la mujer de su hermano, hacen pensar que Natalie Wood es en realidad su hija secreta. En este episodio, Peggy arruga la nariz cuando Stan Rizzo (Jay R. Ferguson) le dice que no le gustan los niños ya que no sabe comportarse con unos críos que acuden a un casting. Luego Pete mira significativamente a Peggy cuando otra niña le abraza las piernas cariñosamente. Nada es evidente hasta que Peggy y Stan mantienen una acalorada discusión sobre la desventaja biológica de una mujer que se queda embarazada: el padre puede simplemente marcharse y seguir con su vida. Peggy acaba confesando su doloroso secreto a Stan.
Por último, completa el triángulo Don Draper (Jon Hamm), que está de mudanza. En más de un sentido. Ya sabemos que va a dejar su lujoso piso y que su futuro es una incertidumbre. Pero ahora también tendrá que abandonar las oficinas que habían significado su éxito profesional. Mad Men tiene una forma extraña, intuitiva de contar las cosas. Lo que ocurre no obedece necesariamente a una lógica de acción y reacción, sino a estados de ánimo, a sensaciones que se van complementando hasta llegar a una intuición. Por ejemplo, en su piso vacío, Don llama a su secretaria para revisar sus citas románticas. Pero la voz a través del teléfono no acierta a darle ningún mensaje, ni siquiera de la mujer que le obsesiona últimamente, la misteriosa y atormentada Dianna Bower (Elizabeth Reaser). La incompetencia de la secretaria parece llevar por asociación a los errores que descubre Roger Sterling (John Slattery) en la agencia: alguien no ha pagado el alquiler de las oficinas en las que trabajan. Joan (Christina Hendricks) ayuda a Roger a investigar el asunto, que resulta ser mucho más grave: la gran McCann Erickson planea absorberles. Este es el conflicto principal que afecta a Don y a todos los personajes en lo que parece ser el final de absolutamente todo.
Cada personaje lidia con este problema de una forma diferente. Para Don Draper es el fin de un sueño y de su libertad creativa. Es curioso cómo en diferentes momentos del episodio, Don parece dar con una de sus soluciones salvadoras que ya hemos visto en temporadas anteriores. Pero esta vez, Don fracasa. El destino de la empresa parece irrevocable, pese al esfuerzo de los cinco socios: Roger, Don, Pete, Joan y Ted (Kevin Rahm). Hay dos planos en los que estos cinco personajes permanecen centrados, con los rostros desencajados por la derrota, entre lo trágico y lo cómico. El primero es tras la reunión en McCann Erickson, en la que Don no ha conseguido siquiera pronunciar uno de sus famosos y persuasivos discursos. La imagen encadena con los mismos socios bebiendo en un bar, haciendo un brindis por el fin de todo. Luego el plano se repite cuando los cinco intentan tranquilizar a los empleados de la agencia por la posible pérdida de sus puestos de trabajo. Don les grita que "esto no es el fin, es un principio". Pero nadie le cree. Nadie le escucha. La canción final que entra sobre los créditos, de Dean Martin, Money Burns a Hole in My Pocket, deja claro que el problema es el dinero: se avecinan tiempos más materialistas ¿los 80?. La frase de Don podría ser un ejercicio de metaficción ¿Nos habla Draper a nosotros los espectadores sobre el fin de Mad Men?
Por último, completa el triángulo Don Draper (Jon Hamm), que está de mudanza. En más de un sentido. Ya sabemos que va a dejar su lujoso piso y que su futuro es una incertidumbre. Pero ahora también tendrá que abandonar las oficinas que habían significado su éxito profesional. Mad Men tiene una forma extraña, intuitiva de contar las cosas. Lo que ocurre no obedece necesariamente a una lógica de acción y reacción, sino a estados de ánimo, a sensaciones que se van complementando hasta llegar a una intuición. Por ejemplo, en su piso vacío, Don llama a su secretaria para revisar sus citas románticas. Pero la voz a través del teléfono no acierta a darle ningún mensaje, ni siquiera de la mujer que le obsesiona últimamente, la misteriosa y atormentada Dianna Bower (Elizabeth Reaser). La incompetencia de la secretaria parece llevar por asociación a los errores que descubre Roger Sterling (John Slattery) en la agencia: alguien no ha pagado el alquiler de las oficinas en las que trabajan. Joan (Christina Hendricks) ayuda a Roger a investigar el asunto, que resulta ser mucho más grave: la gran McCann Erickson planea absorberles. Este es el conflicto principal que afecta a Don y a todos los personajes en lo que parece ser el final de absolutamente todo.
Cada personaje lidia con este problema de una forma diferente. Para Don Draper es el fin de un sueño y de su libertad creativa. Es curioso cómo en diferentes momentos del episodio, Don parece dar con una de sus soluciones salvadoras que ya hemos visto en temporadas anteriores. Pero esta vez, Don fracasa. El destino de la empresa parece irrevocable, pese al esfuerzo de los cinco socios: Roger, Don, Pete, Joan y Ted (Kevin Rahm). Hay dos planos en los que estos cinco personajes permanecen centrados, con los rostros desencajados por la derrota, entre lo trágico y lo cómico. El primero es tras la reunión en McCann Erickson, en la que Don no ha conseguido siquiera pronunciar uno de sus famosos y persuasivos discursos. La imagen encadena con los mismos socios bebiendo en un bar, haciendo un brindis por el fin de todo. Luego el plano se repite cuando los cinco intentan tranquilizar a los empleados de la agencia por la posible pérdida de sus puestos de trabajo. Don les grita que "esto no es el fin, es un principio". Pero nadie le cree. Nadie le escucha. La canción final que entra sobre los créditos, de Dean Martin, Money Burns a Hole in My Pocket, deja claro que el problema es el dinero: se avecinan tiempos más materialistas ¿los 80?. La frase de Don podría ser un ejercicio de metaficción ¿Nos habla Draper a nosotros los espectadores sobre el fin de Mad Men?
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