VALERIAN Y LA CIUDAD DE LOS MIL PLANETAS


Hay momentos de Valerian y la ciudad de los mil planetas que hacen soñar con la adaptación -hasta ahora imposible- del cómic francés de finales de los años sesenta. Hay sentido de la maravilla en las situaciones que se van sucediendo, en los escenarios espaciales que van cambiando asombrosamente, en las múltiples razas extraterrestres que se asoman sin cesar. La película tiene un brillo y un colorido casi cegadores, un diseño de producción espectacular y una imaginación que justifica su abultado presupuesto. Pero este film dirigido, escrito y producido por Luc Besson se estrella finalmente por unos pocos defectos fatales, algo similar a mi insatisfacción con Lucy (2014). Primero, el no haber sabido actualizar del todo la novela gráfica a los tiempos que corren. Valerian y la ciudad de los mil planetas recuerda a Star Wars (George Lucas, 1977) y a Avatar (James Cameron, 2009), films superiores a este que, paradójicamente, seguramente se inspiraron en el mismo cómic editado por Dargaud. El segundo gran defecto es el Besson guionista: sí, sabe encadenar situaciones de aventura para hacer un film dinámico, pero lamentablemente falla en dotar de interés a sus protagonistas. La tensión sexual entre Valerian (Dane Deehan) y Laureline (Cara Delevingne) es torpe, extraña y en algunos momentos resulta algo incómoda. Peor aún, en ciertos momentos parece que la pareja no es suficiente para cargar sobre sus hombros un film de esta envergadura y pide a gritos un reparto de secundarios para apoyarse: bienvenidos sean los Doghan-Dagui, seres digitales con más carisma que algunos humanos de la función. Sigamos con el guión, porque Besson se da el lujo de subirnos al carro de la historia sin demasiadas explicaciones sobre el universo que habitan sus personajes, ni nos cuenta el origen de los mismos. No nos pone en antecedentes, y eso no está mal, pero en el desenlace peca de explicativo, resolviendo el misterio de la trama -predecible por lo demás- con largos diálogos informativos que se cargan el clímax. Estructurada en set pieces de duración generosa, la película se alarga durante más de dos horas, Besson se gusta, no se contiene. Personalmente, lo peor de su propuesta es su particular sentido del humor, en mi opinión bastante simple y algo infantil. La secuencia que incluye a Rihanna y a un Ethan Hawke pasado de vueltas recuerda a los peores momentos de El quinto elemento (1997). Es este humor bufón el que estropea para mí una propuesta que tenía muchas posibilidades.

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