THE BOYS -¿QUIÉN SE TOMA EN SERIO A LOS SUPERHÉROES?



Es mi opinión personal que hacer una parodia de los superhéroes es siempre un ejercicio inútil. La razón es que, en realidad, el género lleva siempre implícita su propia parodia, por lo que reírse de estos justicieros conocidos por todos, es presuponer que alguien se los toma en serio. Como lector de tebeos de superhéroes de toda la vida, creo que los que amamos estas aventuras escapistas de fantasía y ciencia ficción, somos capaces de soñar sin perder de vista la realidad. Más allá de los inocentes comic books de los años cuarenta y cincuenta, la Edad Dorada del formato, creo que el género pocas veces se ha tomado en serio a sí mismo. En cuanto apareció Superman en Action Comics (1938), le siguió su parodia, el Capitán Marvel (1939) -hoy Shazam por tema de derechos-. Y ese oscuro vengador que fue el primer Batman enseguida se convirtió en un colorido boyscout junto a su compañero adolescente, Robin. La serie de Batman de Adam West y Burt Ward (1966), de hecho, intentaba parodiar aquel Batman de tebeo, sin darse cuenta de que ya era su propia parodia, que intentaba satisfacer la (auto)censura del Comic Code convirtiéndose en un producto exclusivamente infantil. Basta leer cualquier cómic escrito profusamente por Stan Lee para apreciar la distancia y el cachondeo del editor de Marvel, que hablaba directamente a sus lectores. Las adaptaciones cinematográficas más conocidas de los principales héroes suelen tener también mucho humor, desde el Superman (1978) de Richard Donner -cuya tercera parte era ya una comedia con Richard Pryor-, por no hablar del excéntrico Batman de Tim Burton -el mejor en mi opinión- y sus risibles secuelas por perpetradas por Joel Schumacher y hasta las mejores entregas de Marvel Studios, como Guardianes de la Galaxia y mi favorita, Thor: Ragnarok. ¿Quién se toma en serio a los superhéroes? Creo que los que no leen ni ven películas de superhéroes. Los que aplauden, sin embargo, la trilogía de Christopher Nolan, que no parecen películas de superhéroes. Curiosamente, porque se toman completamente en serio a sí mismas, desterrando el humor. Una estrategia que llevó al desastre al Universo cinematográfico de DC, felizmente rectificada con títulos como Wonder Woman, Aquaman y Shazam. Por último, ¿No es Watchmen (1986) de Alan Moore y Dave Gibbons, al mismo tiempo, el mejor tebeo de superhéroes y su parodia?


Lo cierto es que vivimos una época -feliz en mi caso- de saturación superheroica que en realidad es lo que hace posible la adaptación de un cómic como The Boys, del guionista escocés Garth Ennis -Predicador, la versión más 'adulta' de Punisher- y el dibujante Darick Robertson. Hablemos primero del original. Garth Ennis propone, además de una parodia, una versión desencantada y supuestamente realista -desde una mirada amarga sobre el ser humano- de un mundo con superhéroes, todos claras versiones de los personajes clásicos que ya conocemos, sobre todo los primigenios de DC Cómics: Superman, Batman, Wonder Woman, The Flash, Green Lantern, Aquaman y Martian Manhunter, todos miembros de la Liga de la Justicia, aquí llamados Los Siete. A ellos se enfrentan un grupo de personas supuestamente normales, The Boys, cuya misión es mantener a raya a los supertipos. Esta premisa es inmediatamente contradicha en el cómic, ya que los protagonistas tienen superpoderes y son tan superhéroes como sus enemigos. Lo que realmente busca Ennis es escandalizar con su versión de los héroes, presentados como lo peor del ser humano: son violentos, agresores sexuales, drogadictos y depravados. Ennis presenta todo tipo de excesos como felaciones, humor escatológico de dudoso gusto, y en general, parece divertirse como un niño que se atreve a desacralizar a sus mitos -o los de otros-. La primera historia convierte a los Teen Titans en algo parecido a una ‘manada’ y propone una versión macarra de Stan Lee, The Legend, que ha acabado odiando a sus propias creaciones. En el segundo arco argumental se atreve a hacer realidad las fantasías homófobas de los que ven en Batman y Robin a una pareja gay, con connotaciones pedófilas. Una aventura en territorio soviético plantea una trama política que equipara a los superhéroes con armas de destrucción masiva, seres que pueden desequilibrar el orden mundial. Esto se sigue desarrollando en los números siguientes, en los que Ennis crea su propia mitología para explicar el origen de los superhéroes -de todos-, el por qué acaban siempre resucitando, y hasta una teoría de la conspiración sobre el 11-S. Ennis reescribe la historia de los EE.UU desde Vietnam, imaginándose cómo habría cambiado todo si existiesen los superhéroes. Enseguida se divierte Ennis riéndose de los mutantes de Marvel, los X-Men -aquí G-Men- haciendo sangre con su éxito comercial exprimido por la editorial en incontables series, pero convirtiendo al profesor Xavier en un pederasta y corruptor de menores. Es aquí donde discrepo sobre la visión de Ennis: no está haciendo una crítica de los superhéroes basada en sus elementos más discutibles, como sí han hecho dos renovadores del comicbook como Frank Miller -El regreso del caballero oscuro (1986)- o Alan Moore -Watchmen (1986) de la que estos The Boys roba bastante-. Miller y Moore, o incluso Mark Millar décadas después con The Ultimates, sí sacaron a la luz que, si existiesen, los superhéroes serían probablemente unos fascistas, ya sea por libre, como el Batman envejecido del Caballero Oscuro o al servicio del Gobierno, como el Superman de aquella misma miniserie. O seres incontrolables, apartados de la humanidad, como el Doctor Manhattan. Ennis no explora el lado oscuro de sus versiones, sino que se lo inventa, bajo la premisa de que todos los seres humanos, superhéroes o no, somos unos hijos de puta capaces de las peores atrocidades.


Tras 72 números, y siete años después, aparece en Amazon Prime Video la adaptación televisiva de The Boys, con numerosos -y lógicos- cambios con respecto a la serie original, sobre todo en términos narrativos y de organización de la historia. Pero también hay menos sangre, menos sexo, menos sexo pervertido, menos superhéroes y menos referencias frikis a los cómics. Algunos cambios, personalmente, no me gustan. Por ejemplo, introducir a un nuevo personaje como Translucent (Alex Hassell), que no es una versión de un superhéroe importante, sino del hombre invisible, personaje más cercano a la ciencia ficción -H.G. Wells- y al terror -de James Whale a Leigh Whannell-. También creo que se rebajan los elementos grotescos, feístas y zafios del cómic, para que la serie sea más amable al público televisivo. Vista la primera temporada, me parecen innecesarias subtramas como la de A-Train (Jessie T. Usher) y su falta de dinero o lo referente a su pareja, que en el fondo no aportan demasiado. Creo que la serie tampoco replica con éxito el humor del cómic, véase la arenga sobre las Spice Girls -mejor unidas- o el episodio del delfín que intenta liberar The Deep (Chace Crawford). The Boys es un cómic macarra, incorrecto, que busca la provocación continúa de forma casi adolescente. Esta adaptación le da cuerpo dramático al argumento, desarrolla a los personajes, sí, pero creo que es bastante más convencional. Necesitas una historia para mantener una serie de televisión, mientras que en el cómic la parodia de personajes conocidos y el despropósito continuo, la búsqueda de la burrada cada vez mayor, mantiene el interés. Creo que aquí eso no ocurre, por un desarrollo dramático pobre y una trama endeble. El protagonismo de Starlight (Erin Moriarty) -excesivo en mi opinión- acaba dando lugar, por ejemplo, a un argumento que refleja claramente el Me Too. Así, un tebeo pensado como un divertimento ácido y deslenguado, se convierte en una denuncia poco sorprendente que busca incluso la corrección política. Impensable. 


A pesar de estos defectos, The Boys es una serie disfrutable. Mencionemos primero el atractivo de un personaje como Homelander -estupendo Anthony Starr-, un 'Superman' malvado, que se convierte en una denuncia del populismo de derechas, patriotero, que claramente apunta a Donald Trump. Precisamente, me interesa la actualización de la sátira política que hacía Ennis: pòr ejemplo, aquí Queen Maewe (Dominique McElligott) parodia la famosa 'sonrisa falsa' de Melania Trump, en la inauguración del mandato de su marido en 2017. Los dardos también apuntan al negocio de la religión en Estados Unidos, con sus convenciones y sus telepredicadores, aunque de una forma bastante simple: las razones de Billy Butcher (Karl Urban) para decir que Dios es un cabrón, están a la altura de su arenga sobre las Spice GirlsHablemos también de aciertos como que Simon Pegg interprete al padre de Hughie (Jack Quaid) ya que el actor británico era el modelo del personaje en el tebeo (supongo que ahora es demasiado mayor para el papel). Hay que señalar además momentos estupendos que hacen The Boys muy entretenida, como el súper-bebé usado por Butcher como arma láser. Hay momentos bastante inspirados, como el accidente aéreo -que en el cómic hacía referencia al 11-S- o el episodio dedicado al origen de The Female (Karen Fukuhara). Mencionemos también los momentos más atrevidos, como cuando Madelyn Stillwell (Elisabeth Shue) le da el pecho a Homelander. Dos personajes que son, en mi opinión, el gran hallazgo de la serie y lo más interesante de la misma. Si bien pienso que no está aprovechado argumentalmente el miedo que puede sentir una persona corriente ante el poder de un superhéroe, es en la relación entre Homelander y Madelyn donde realmente se percibe ese terror. El resto de elementos de la serie, me parecen endebles: las insuficientes razones de Hughie (Jack Quaid) para colaborar con el grupo -un problema argumental heredado del cómic-; el 'enamoramiento' de Frenchie (Tomer Capon) por The Female (Karen Fukuhara); y en general, cómo van resolviendo los conflictos los protagonistas enfrentados a los superhéroes. No hay ingenio. Sin embargo el tramo final de esta primera temporada y sobre todo el sorprendente final -que no revelaré- tiene el suficiente gancho para tenernos allí en la segunda entrega.

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