FUE LA MANO DE DIOS -LO DIVINO Y LO MUNDANO


Si Paolo Sorrentino -La gran belleza (2013)- es un director en el que identificamos una poderosa influencia felliniana, posiblemente Fue la mano de Dios sea su Amarcord (1973). Sorrentino plantea una historia autobiográfica en su Nápoles natal, en los años ochenta, en la que el protagonista es Fabietto (Filippo Scotti), un joven que sueña con la llegada de Maradona al equipo local y que está despertando a la vida adulta: descubriendo el atractivo del sexo -su tía, Patrizia, interpretada por la carnal Luisa Ranieri-, los líos de los adultos -las infidelidades de su padre, Saverio, el actor fetiche de Sorrentino, Toni Servillo- dentro de una familia que el director dibuja con trazo de esperpento entrañable, convirtiendo lo trágico en cómico, con impulso vitalista incluso cuando aparece la tragedia. Sorrentino despliega su acostumbrada planificación exuberante, con una cámara que vuela sobre los personajes y una estupenda fotografía -de Daria D'Antonio- que cuenta la historia desde lo sensorial, haciendo hincapié en sonidos -¿Qué sonido hace una lancha a 200 kilómetros por hora?- texturas y permitiéndose incluso fugas hacia lo fantástico, o, más bien, hacia un realismo mágico mediterráneo. Porque Sorrentino cuenta su historia desde lo autobiográfico y lo costumbrista, pero sobre eso imagina y crea situaciones, como siempre, dentro de su universo propio. Y del drama familiar pasa al relato del inicio de su pasión por el cine y de cómo esta se convirtió en la razón de su vida y en su profesión. ¿Qué tienes que contar? Pregunta a Fabietto el director Antonio Capuano (Ciro Capano), al que Sorrentino homenajea y reconoce como su mentor. En Fue la mano de Dios, Sorrentino reflexiona sobre la vida y la muerte, sobre el sexo, sobre lo divino y lo mundano -¿No es eso Maradona?- y sobre el arte, en una obra estimulante y de máximo interés para los seguidores del director italiano.

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