I AM NOT A SERIAL KILLER (BILLY O'BRIEN, 2016)


Tiene I Am Not A Serial Killer todos los elementos de una película de género -terror, fantástico, ciencia ficción- de los años 80. Un protagonista adolescente, friki -víctima de bullying en el cole- con un amiguete gracioso y con algo de sobrepeso, una madre divorciada y un padre ausente. El chaval vive en un pueblo pequeño y da largos paseos en bicicleta. Se disfraza en Halloween. Asiste a familiares fiestas navideñas. Acaba enfrentándose a una amenaza fuera de lo ordinario, que nadie a su alrededor se cree, lo que le permitirá descubrir algo sobre sí mismo, madurar y, de paso, echarse novia. Este esquema argumental describe películas como E.T., el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982), Gremlins (Joe Dante, 1984) o Los Goonies (Richard Donner, 1985). Incluyamos además la presencia del actor Christopher Lloyd y tendremos el último ingrediente para ese sabor ochentero. Pero I Am Not A Serial Killer va un paso más allá. A pesar de este esquema de probado éxito, no estamos ante un revival. La película no se apoya en la nostalgia ni en los guiños a los títulos que he mencionado. De hecho, actualiza sus referentes. Basada en la novela de Dan Wells, aquí el protagonista, John Wayne Cleaver (Max Records), no cree en extraterrestres o vampiros -aunque su mejor amigo contemple la posibilidad de que existan los hombres lobo- sino que está obsesionado con los asesinos en serie, un monstruo mucho más contemporáneo que los clásicos antes mencionados. La razón de su obsesión es que él mismo podría ser un sociópata, lo que significa que estamos ante una película que coloca a un joven Dexter (2006-2013) en una aventura iniciática con toques del género americana a lo Stephen King. La falta de empatía del protagonista enrarece el film, que en algunos momentos puede resultar algo frío, a pesar de un negrísimo sentido del humor. Visualmente, el director, Billy O'Brien no apuesta por lo obvio, copiar a Spielberg -como sí hacen los hermanos roba-planos Duffer en Stranger Things (2016)- sino que opta por una planificación más propia del cine indie, pero con tendencia a la distancia, al plano general, decisión coherente con la personalidad distanciada de su protagonista y con su carácter de mero testigo, casi voyeur, ante los extraños sucesos que ocurren frente a él. Por esto creo que aunque el referente obvio de esta estupenda película pueda parecer ese pequeño clásico ochentero que es Noche de Miedo (Tom Holland, 1985), no hay que perder de vista otro precedente visual y tonal: Phantasm (Don Coscarelli, 1979).

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