PAQUITA SALAS -POSTHUMOR Y TORREZNOS


La idea detrás de una serie como Paquita Salas es tan sencilla como afortunada: utilizar los códigos del humor de The Office (2001-2003) para hablar de la modesta industria del espectáculo patria, con sus miserias y sus famosos. Visualmente, la serie simula ser un falso documental, como la mencionada ficción creada por Ricky Gervais y Stephen Merchant, utilizando una cámara nerviosa para dar veracidad a las imágenes, escenarios e interpretaciones; y un montaje abrupto, basado en el jump cut para atrapar al vuelo reacciones y miradas de los actores con efectos cómicos. Se busca también el posthumor, esa comicidad dolorosa de la vergüenza ajena, muy presente en la serie británica de Gervais -o recientemente en Vergüenza de Movistar- pero aquí con una mirada mucho más dulce, que suaviza los momentos verdaderamente incómodos. Paquita -histriónico Brays Efe- cae muy bajo en varios momentos, pero nunca resulta antipática -como sí puede serlo el jefe machista, racista, imbécil y sin gracia que es David Brent-. En este sentido, Paquita Salas se muestra más cercana, por amable, a la versión estadounidense de The Office (2005-2013) protagonizada por Steve Carrell. Si Paquita es ambiciosa, cutre, pero buena persona, Magüi (Belén Cuesta), su ayudante, es directamente adorable a pesar de su torpeza. Por otro lado, el recurso al famoseo inevitablemente nos hace pensar en otras ficciones firmadas por Gervais y Merchant, como Extras (2005-2007) o Life's Too Short (2011-2013), y tiene un precedente nacional en ¿Qué fue de Jorge Sanz? (2010-2017). Sin embargo, hay elementos más que suficientes para justificar la existencia de Paquita, sobre todo como un retrato, que se adivina bastante acertado, al menos verosímil, cariñoso, pero no exento de mala leche, de la industria nacional del cine y la televisión.

La primera temporada de la serie se antoja modesta, pero muy fresca y divertida. Los famosos 'Javis', Javier Calvo y Javier Ambrossi, proponen una interesante autoría con temas propios que reaparecen en cada capítulo, y que parecen un ensayo de La llamada (2017), cuyo elenco al completo, aparece aquí en diversos momentos. Estos temas recurrentes son una mirada crítica al negocio: a la envidia, la ambición, el egoísmo y la falta de interés en el aspecto artístico de películas y series. Pero también hay una faceta, digamos, melodramática, que tiene que ver con los sueños y las aspiraciones de cada personaje, siempre en conflicto con la frustrante realidad, que evita que estos se cumplan. En este sentido, hay una especie de regla de oro en cada capítulo que marca la entrada de un tono más trágico, que sustituye al humor, y que suele apoyarse en un tema pop -que van desde Respirar de Bebe, pasando por Pólvora de Leiva y hasta Punto de partida de Rocío Jurado (y Mónica Naranjo)- que pretende ser trascendente. A veces, dependiendo sobre todo de la calidad de la canción elegida, el resultado puede ser edulcorado en exceso. Por suerte, 'los Javis' imprimen también otros temas que reflejan su personalidad autoral como el optimismo, el buen rollo, la falta de prejuicios, una sana defensa de la libertad sexual, y la reivindicación de lo diferente, lo queer, lo freak y lo friki, sin olvidar su querencia por el género musical, el petardeo y las folclóricas; todos temas afines, por cierto, a los de otro joven director español, Eduardo Casanova -Pieles (2017)- que aparece aquí en un afortunado cameo, que con mucho humor le convierte en el John Waters español, incluso con su propia Divine dispuesta a comer mierda. 

La segunda temporada de Paquita Salas, ya bajo el paraguas de Netflix, se adivina con más medios, más cameos de famosos y nuevos personajes -impagable la incorporación de Yolanda Ramos-. En el primer episodio, La voz de la secta, los autores se atreven a hablar de los nacionalismos y de la libertad de expresión, cuando una actriz vasca -Verónica Echegui- se atreve a "cagarse en España", lo que puede cargarse la taquilla de la absurda película comercial en la que participa. El segundo episodio, Solidaria, sin embargo, cuenta con la presencia de Ana Obregón, tan voluntariosa como cargante, que apenas se permite aparecer fumando como única sombra en su personaje público, lo que da como resultado que este sea el peor episodio de la serie. El mejor de todos, sin embargo, es el siguiente, El secreto, que nos muestra a Lidia San José -hace de ella misma, un personaje víctima de su fama infantil que no ha vuelto a trabajar en nada y que se ha hecho lesbiana- para el que Paquita consigue un pequeño papel en el culebrón El secreto de Puente Viejo, y que casualmente se graba en el mismo plató que A las once en casa (1998-1999) en la que se hizo famosa de niña. Reaparece uno de los actores de aquella, Antonio Resines, como un Obi-Wan Kenobi catódico para aconsejar a Lidia, consiguiendo momentos emocionantes y hondos, en un capítulo que además juega de forma hilarante con los códigos de Puente Viejo, riéndose de ellos sin ser hiriente. Menos afortunado es el siguiente capítulo, El último torrezno de Tarazona, que incluye una visita al Ecce Homo de Borja, y que introduce un tono nostálgico, crepuscular, que se extiende a la siguiente entrega, Punto de Partida, que viaja en el tiempo a los años 90 para trazar una línea que va desde la Paz Vega y Eva Santolaria de Siete vidas y Compañeros, pasando por Miriam Díaz Aroca y Andrés Pajares y acaba en el nuevo Star System que representan la Sandra Escarcena de Verónica, Soy una pringada, incluso la niña Laia Artigas de Verano 1993... y hasta Terelu Campos.

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