Dice la directora Celia Rico Clavellino que su intención en La buena letra (2025) es convertir la voz literaria de Rafael Chirbes en mirada cinematográfica. Y vaya si lo ha conseguido. La novela original del escritor valenciano está contada en esta magnífica película a través de silencios, de gestos, y de miradas que sustituyen a los diálogos y a una posible voz en off que habría sido un recurso más que válido, pero quizás obvio, para narrar la historia de una familia en los años posteriores a la Guerra Civil. Y lo que le pasa a Ana (Laura Monleón) y su marido Tomás (Roger Casamajor), a su hija (Sofía Puerta) y a su suegra (Teresa Lozano), a su cuñado Antonio (Enric Auquer) y a Isabel (Ana Rujas), lo cuenta Clavellino convirtiendo la sutileza en una máxima de estilo. La buena letra es una película muy pensada que convierte en metáfora de lo que se narra el que una niña utilice la mano derecha en lugar de la izquierda a petición de su madre. Una exigencia que resume una forma de entender la vida y que funciona como metáfora de una época de imposiciones y de agachar la cabeza. Ana es el centro de todo, una mujer que se encarga de todo, que cuida de todos y que siempre se deja a sí misma en último lugar. Una mujer que ya encontramos en la filmografía anterior de Clavellino, que por primera vez parte de material ajerno, pero se lleva el texto de Chirbes a su terreno, como si quisiera indagar en las razones históricas de por qué las mujeres de Viaje al cuarto de una madre (2018) y Los pequeños amores (2024) -y hasta la Luisa que ya no está en casa de su primer cortometraje- parecen programadas para cuidar de los demás por encima de todo. El guión de la película está lleno de ideas, de ecos que aportan significados -dos cartas; dos trayectos que hace Ana a la carrera; las múltiples veces que la niña usa la mano izquierda- y también de momentos de emoción contenida, pero Clavellino brilla sobre todo en el rigor de su puesta en escena, en el riesgo de no utilizar una banda sonora original y valerse de los sonidos para crear un realismo y una cotidianeidad que sorprenden en un film de época. En La buena letra no puedo evitar ver al Víctor Erice de El sur (1983) referencia que la propia directora niega más allá de la inmensa sombra que el autor proyecta sobre la gran mayoría de los cineastas españoles; pero es imposible no ver en la escena en la que Ana acude al cine imágenes y emociones muy similares a las de El espíritu de la colmena (1973). Lo cierto es que el cine de Clavellino, como el de Erice, es un cine pictórico. La directora buscó referencias junto a su directora de fotografía, Sara Galllego, y se inspiró en la penumbra de Goya, en la luz de Vermeer y en el sol de las playas valencianas de Sorolla, para llevar a la pantalla su cinta más redonda hasta la fecha y una de las mejores de lo que va de año.
LA BUENA LETRA -MUJERES QUE CUIDAN
Dice la directora Celia Rico Clavellino que su intención en La buena letra (2025) es convertir la voz literaria de Rafael Chirbes en mirada cinematográfica. Y vaya si lo ha conseguido. La novela original del escritor valenciano está contada en esta magnífica película a través de silencios, de gestos, y de miradas que sustituyen a los diálogos y a una posible voz en off que habría sido un recurso más que válido, pero quizás obvio, para narrar la historia de una familia en los años posteriores a la Guerra Civil. Y lo que le pasa a Ana (Laura Monleón) y su marido Tomás (Roger Casamajor), a su hija (Sofía Puerta) y a su suegra (Teresa Lozano), a su cuñado Antonio (Enric Auquer) y a Isabel (Ana Rujas), lo cuenta Clavellino convirtiendo la sutileza en una máxima de estilo. La buena letra es una película muy pensada que convierte en metáfora de lo que se narra el que una niña utilice la mano derecha en lugar de la izquierda a petición de su madre. Una exigencia que resume una forma de entender la vida y que funciona como metáfora de una época de imposiciones y de agachar la cabeza. Ana es el centro de todo, una mujer que se encarga de todo, que cuida de todos y que siempre se deja a sí misma en último lugar. Una mujer que ya encontramos en la filmografía anterior de Clavellino, que por primera vez parte de material ajerno, pero se lleva el texto de Chirbes a su terreno, como si quisiera indagar en las razones históricas de por qué las mujeres de Viaje al cuarto de una madre (2018) y Los pequeños amores (2024) -y hasta la Luisa que ya no está en casa de su primer cortometraje- parecen programadas para cuidar de los demás por encima de todo. El guión de la película está lleno de ideas, de ecos que aportan significados -dos cartas; dos trayectos que hace Ana a la carrera; las múltiples veces que la niña usa la mano izquierda- y también de momentos de emoción contenida, pero Clavellino brilla sobre todo en el rigor de su puesta en escena, en el riesgo de no utilizar una banda sonora original y valerse de los sonidos para crear un realismo y una cotidianeidad que sorprenden en un film de época. En La buena letra no puedo evitar ver al Víctor Erice de El sur (1983) referencia que la propia directora niega más allá de la inmensa sombra que el autor proyecta sobre la gran mayoría de los cineastas españoles; pero es imposible no ver en la escena en la que Ana acude al cine imágenes y emociones muy similares a las de El espíritu de la colmena (1973). Lo cierto es que el cine de Clavellino, como el de Erice, es un cine pictórico. La directora buscó referencias junto a su directora de fotografía, Sara Galllego, y se inspiró en la penumbra de Goya, en la luz de Vermeer y en el sol de las playas valencianas de Sorolla, para llevar a la pantalla su cinta más redonda hasta la fecha y una de las mejores de lo que va de año.
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