BLACK PANTHER- EL PRÍNCIPE DE WAKANDA



En los años 60 y 70 la editorial Marvel Comics mantenía un diálogo muy interesante con la contracultura de Estados Unidos. Peter Parker tenía problemas para pagar el alquiler y estaba muy lejos de la perfección de Superman o de tener los recursos de Batman; Steve Rogers se enfrentó al mismísimo presidente de su país es una historia post-Watergate y antes de todo esto, el primer superhéroe de raza negra aparecía un tebeo de Los Cuatro Fantásticos, el mismo año de la fundación del partido Pantera Negra (1966). Hoy, Marvel Studios prolonga su universo en expansión con la primera superproducción sobre un superhéroe negro -en televisión ya han aterrizado Luke Cage y Black Lighting- que, como Wonder Woman si hablamos de mujeres, puede convertirse en todo un éxito. Y aunque probablemente estamos ante el intento comercial de Disney de explotar un mercado demográfico, lo que no se puede negar es que Black Panther llena un vacío -el de referentes, símbolos y héroes para los afroamericanos- como lo ha hecho recientemente la guerrera amazona de DC. Esta nueva entrega del Universo Marvel Cinemático profundiza en el origen del héroe presentado previamente en Capitán América: Civil War (2016). Lo hace de una forma tan convencional como eficiente: estamos ante el consabido relato inciático que sigue al pie de la letra el viaje del héroe que configuró el mitógrafo Joseph Campbel -válido para Star Wars (1977), Matrix (1999) o Avatar (2009)-. El protagonista, T'Challa -convincente Chadwick Boseman- hereda el trono de su padre y debe enfrentarse a una serie de pruebas hasta vencer a un enemigo final y convertirse, por derecho propio, en el rey de la fabulosa Wakanda, reino africano maravilloso salido de la imaginación desbocada de Jack Kirby y equivalente africano a la nórdica Asgard de Thor. Todo esto está bien ejecutado, en la línea de las producciones Marvel y con un reparto de conocidos actores afroamericanos: Lupita Nyong'o de 12 años de esclavitud (2013); Danai Gurira de The Walking Dead; Daniel Kaluuya de Déjame salir (2017); o veteranos como Angela Bassett -American Horror Story-; Forest Whitaker -Rogue One (2016)- y como representantes de las raza blanca, Martin Freeman -Sherlock- y Andy Serkis -La guerra del planeta de los simios (2017)-. Pero el nombre verdaderamente importante aquí es el del director y guionista Ryan Coogler quien, sin apartarse un milímetro de los requerimientos del estudio, inyecta en el proyecto todo la ideología posible sobre el problema racial en Estados Unidos. Los conflictos bélicos y el colonialismo que mantienen a África en el subdesarrollo o la marginación de los afroamericanos en barrios sin futuro como los suburbios de Los Angeles. Wakanda se convierte en la raíz mitológica africana perfecta -fantástica la imagen del árbol de los espíritus de la pantera, robada de Cat People (Paul Schrader, 1982)-. Que este film hable de racismo y de poder negro no puede ser menos pertinente con Donald Trump en la Casa Blanca. Que eleve a las mujeres a la categoría de las mejores guerreras de la película, tampoco. El guión lanza otro dardo al millonario republicano cuando plantea el conflicto del aislacionismo wakandiano y se permite decir que cuando hay crisis, los idiotas crean barreras, los sabios generan puentes. Coogler consigue balancear estos elementos en su relato, mientras su héroe se enfrenta a los pecados de su padre -tema querido para Marvel, véase la trilogía sobre Iron Man-, protagoniza rencillas familiares por el poder monárquico casi shakesperianas y convierte a su villano en el reverso oscuro del héroe -otro asunto recurrente en esta franquicia-. Para ello, Ryan Coogler ficha a Michael B. Jordan -a quien ya dirigió en la estupenda Creed (2015) y que llegó a ser la antorcha humana en la fallida Cuatro fantásticos (2015)- para convertirle en el villano más interesante de la Marvel cinematográfica, uno que podría haber sido el héroe en otra película, algo así como el Malcolm X para el Martin Luther King que es T'Challa.

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