MALOS TIEMPOS EN EL ROYALE -UN HOTEL EN LA FRONTERA


Todo lo que ha hecho Drew Goddard mola. Si buscáis su perfil en IMDB, el director y guionista aparece relacionado con Buffy cazavampiros, Perdidos, Daredevil, Monstruoso, The Good Place y, por supuesto, La cabaña en el bosque (2012). Así que podemos decir que lo primero que busca Malos tiempos en El Royale es, molar. Ambientado en 1968 y con una amplia playlist de música cool -The Supremes, Deep Purple-, la película de Goddard es divertida, sorprendente, absorbente e inteligente. Con cierto aire teatral, centrada en sus personajes, estos son defendidos por actores carismáticos: Jeff Bridges, Jon Hamm, Dakota Johnson, Chris Hemsworth, Lewis Pullman y Cynthia Erivo. El principal referente debería ser Hitchcock: por la importancia que le da Goddard al punto de vista -que irá cambiando a medida que avance la historia-, por el uso del suspense -el espectador sabe más que los personajes- y del mcguffin -ese objeto misterioso que centra la atención-. También por la mirada amarga hacia los personajes -la mayoría negativos- y por el placer -morboso- de mirar, por el voyerismo. Y por ver el cine como un juego en el que el espectador debe participar. Si volvemos a la opera prima de Goddard, La cabaña en el bosque, descubrimos las preocupaciones de este director, que aquí se repiten. Recordemos que en aquella hablaba del cine de terror, dejando al descubierto sus 'defectos' -personajes idiotas, una moral conservadora que castiga a los jóvenes- que explicaba con una historia inteligente -que no intelectual- y muy divertida. Aquí, con el cine de suspense como referente, Goddard también juega a los espejos que en realidad son una ventana, una cámara, o la mirada del director/espectador. Si en La cabaña en el bosque había celdas cúbicas que contenían a todos los monstruos del género terrorífico; aquí esas 'cajas' son las habitaciones del hotel del título. En cada una, un personaje y una historia (oculta). Goddard vuelve a hablar de las apariencias -y por tanto de la ficción-. Ninguno de sus personajes es quien dice ser -todos esconden algo, aunque sea un sueño- y el ir descubriendo los secretos de cada uno es el principal aliciente del film. La película gana mucho en interés mientras va progresando la trama, con giros y sorpresas, hasta atraparnos completamente. Lo único en contra que tiene Goddard es que podamos pensar que Quentin Tarantino ha transitado ya por este tipo de historias. Ha querido la casualidad que el director de Pulp Fiction (1994) esté preparando ahora mismo una película sobre el mismo período, relacionada de alguna manera con los sangrientos asesinatos de la ‘familia’ de Charles Manson. Pero eso no debe impedirnos el poder disfrutar de esta película. Si en La cabaña en el bosque se hablaba de un género cinematográfico y un poco también de sus espectadores, aquí Goddard vuelve a apelar a la teoría de la conspiración para hablar de su país y de sus ingredientes: la fe, los sueños de éxito, pero también de Nixon, de Vietnam, ¿de JFK? y de la pérdida de la inocencia de su nación. Quizás hay que perdonarle al film que resuelva su conflicto final de una forma demasiado complaciente. Pero hay que alabar que se refiera a la idea de su país y que cuestione la realidad de ese relato, que es Estados Unidos de América.

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