LA MALDICIÓN DE HILL HOUSE -EL MIEDO QUE LLEVAS DENTRO


El fantasma encarna el miedo más primario. El miedo a la muerte. Pero en la ficción, los espectros suelen ser además una metáfora de los conflictos de los protagonistas de la historia que nos cuentan. Traumas personales, secretos familiares, el dolor de una pérdida: los entes sobrenaturales pueden ser leídos como la proyección de la psique de los personajes. Estas apariciones incorpóreas -no tienen la fisicidad del asesino en serie del slasher- se prestan por tanto a un terror más atmosférico y psicológico -muchas veces no sabemos si lo que vemos ocurre solo en la mente del protagonista-. Relato de fantasmas paradigmático, la novela La maldición de Hill House (1959) de Shirley Jackson, ha sido llevada al cine por Robert Wise, en 1963 -creo que podemos olvidar el remake de 1999 de Jan de Bont- en una obra de enorme influencia para el subgénero de casas encantadas. Eso aunque su máximo exponente actual, James Wan, haya optado por un terror sin ninguna ambigüedad. En las sagas de Insidious o Expediente Warren, más que fantasmas con traumas, encontramos demonios malignos. Lo que propone la serie de Netflix, La maldición de Hill House, bebe de la fuente original, pero aporta una interesante lectura que enriquece el concepto: lo importante son los conflictos de los personajes. La serie se presenta como una secuela de una película de casas encantadas. Me explico. Los personajes principales son una familia -como las víctimas de Terror en Amityville (1979), Insidious o Expediente Warren- que ha sobrevivido a los terrores de una casa encantada. Esto da pie a dos líneas temporales entrelazadas. Por un lado, vemos lo que ocurrió en la infancia de nuestro héroes, y sobre todo, cómo les afecta locurriden sus vidas de adultos. La propuesta es interesante, un 'qué pasó después', que se complementa con una idea propia de Stephen King: la vuelta de los personajes principales al escenario de sus terrores infantiles. El director Mike Flanagan -Oculus (2013)- realiza cada episodio y esa es una gran baza. Su planteamiento de los 'sustos' es elegante y atmosférico -aunque los fantasmas me parezcan deudores de la estética de James Wan-. Se busca la inquietud, antes que el miedo: algunos espectros son estéticamente bellos, góticos, más que desagradables o repulsivos. 

Los primeros seis episodios de La maldición de Hill House están protagonizados por los seis hermanos en l
os que se centra la historia. La estructura en cada capítulo es la misma: vemos a los Crain en dos líneas temporales íntimamente ligadas: su infancia y su presente como adultos que sufren las secuelas de un evento traumático para todos, la muerte de la madre -Olivia Crain (Carla Gugino)- y los sucesos paranormales que experimentaron en la casa encantada. Estas dos líneas temporales se conectan gracias a una realización y un montaje cuidadosamente planificados, además de elementos de guión -algo predecibles- que conectan a los personajes actuales con su pasado. Así, el primer episodio está dedicado a Steven Crain (Michiel Huisman), que de niño no sufrió directamente ninguna experiencia sobrenatural, pero que ha dedicado su vida a ser escritor de libros sobre lo paranormal -otro tema que recuerda a King- aprovechando lo ocurrido a sus hermanos. Paradójicamente, casi parece que Steven desea tener también una experiencia de este tipo, el encuentro con un fantasma: el episodio se titula, Steven Sees a Ghost. A continuación, Open Casket, se refiere al miedo a la muerte de Shirley Crain (Elizabeth Reaser), que tras la experiencia en Hill House se ha dedicado al negocio funerario. Shirley tiene una morbosa relación de amor/odio con la muerte. El tercer capítulo, Touch, lo protagoniza Theodora Crain (Kate Siegel), que introduce los poderes psíquicos en la serie. La cuarta entrega, Twin Thing, nos muestra al mellizo, Luke Crain (Oliver Jackson-Cohen), cuyo trauma ha desembocado en una adicción a las drogas. Todos estos capítulos funcionan bastante bien, equilibrando la historia de sus personajes con los sustos propios del género de terror. Pero el quinto episodio lo cambia todo. The Bent-Neck Lady, desvela lo que le ha ocurrido a la otra melliza, Nell Crain (Victoria Pedretti), que protagoniza una pequeña película de terror de 70 minutos, con guiños a El entierro prematuro de Edgar Allan Poe. Un final sorprendente, intrigante, paradójico, pone patas arriba todo lo que nos han contado. Justo después, el mejor episodio de esta serie, Two Storms, divide la temporada en dos y reúne a todos los personajes en el mismo escenario. Su brillantez se debe a la decisión de plantear la historia visualmente desde un único plano secuencia -solo hay dos cortes narrativos, de montaje, en todo el capítulo- lo que obliga a contar lo que pasa casi en tiempo real. La cámara se mueve sin cesar entre los personajes, obligando al espectador a mirar continuamente dentro del plano, buscando a los posibles fantasmas. El mérito está en que, a pesar de esta planificación, la serie no renuncia a su estructura habitual y consigue introducir los acostumbrados flashbacks.

Llegados a este punto, lamento decir que La maldición de Hill House va cuesta abajo. El siguiente episodio, protagonizado por Hugh Crain, Eulogy, es interesante: resuelve dudas, plantea otras -hay una referencia a Las ratas en las paredes de Lovecraft- y es inteligente en cómo presenta al padre de la familia como un tipo que intenta 'arreglar' las cosas, ya sea una casa maldita plagada de humedades, su familia o una maqueta rota. Sin embargo, en Witness Mark, creo que la historia pierde foco, se dispersa. En el penúltimo capítulo, Screaming Meemies, nos desvelan el punto de vista de la madre, Olivia Crain, lo que creo que significa desvelar demasiada información y eliminar todo el misterio de la serie. En mi opinión personal, el capítulo final, Silence Lay Steadily resulta decepcionante. Si hasta ahora cada guión había balanceado satisfactoriamente los elementos emocionales de los personajes con el relato terrorífico, aquí lo sentimental se impone sobre los sustos. Con una voz en off conciliadora atando cabos y canciones ñoñas, para mí este episodio se acerca demasiado a uno de Anatomía de Grey.

Si habéis visto la serie hasta el final, paso a exponer detalladamente las razones de mi desencanto, con spoilers. Ya he dicho que la serie se plantea como un relato de terror psicológico, en el que dudamos si los fantasmas existen realmente, o son el producto de la psique alterada, por profundos traumas, de los personajes. Creo que es válido jugar con esa incógnita, e incluso, no resolverla, dejando que el espectador decida sobre lo que ha visto. Mi problema es que el guión plantea, además, otras opciones y no se decide por ninguna. Por un lado, puede parecer que Olivia Crain, como Jack Torrance (Jack Nicholson), se ha vuelto loca y quiere matar a su familia -idea macabra la de 'despertar' a los niños para protegerles-. También sugiere la serie que los fantasmas existen en otro plano y que pueden ser malignos, como, por ejemplo, los de Insidious. Propone también, de forma interesante, un mal mayor, como el de los mencionados demonios de James Wan o como el horror cósmico que se adivina en la citada obra de Stephen King, El resplandor. Pero la idea más sugerente es que los propios protagonistas son sus fantasmas: así, la mujer del cuello roto que veía Nell era ella misma tras ahorcarse -empujada por el mal que habita la casa, encarnado en su propia madre- en una suerte de paradoja espacio temporal. Otra escena desarrolla esta misma idea: cuando Shirley y Luke intentan abrir la puerta de la habitación roja -'red room' suena igual que 'redrum', por cierto-  mientras Theodora juega dentro. Los tres se toman, entre ellos mismos, por fantasmas (una idea presente ya, en Insidious 2). Encima, hay también, falsos fantasmas: la pequeña Abigail resulta estar muy viva... hasta que muere. ¿Mi problema? Que la serie plantea todas estas explicaciones al mismo tiempo. No apuesta por ninguna, no se decide. El mejor resumen de esto: la Olivia Crain que acompañó durante años a Hugh, era producto de su mente, pero el fantasma de la casa sí es 'real'.

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