THE QUIET GIRL -LA NIÑA DE LAS PIERNAS LARGAS


Si el cine es emoción, The Quiet Girl es una pequeña gran película. Candidata al Óscar por Irlanda, el gran valor de esta cinta dirigida por Colm Bairéad es su pasmosa sencillez. La historia no puede ser más simple: una niña, Cáit (Catherine Clinch), desatendida por su familia, se va a pasar el verano con unos familiares, una pareja (Carrie Crowley y Andrew Bennett) que cambiarán su vida. Lo que cuenta The Quiet Girl -adaptando la novela Tres luces de Claire Keegan- es sencillo y bonito. Veremos cómo esta niña se va abriendo a esa pareja de adultos encargados de cuidarla. Nada más. La niña, más bien callada y poco expresiva, poco a poco se va integrando en la vida de sus cuidadores y ellos, también, comienzan a transformarse. Esta película es de esas que cuentan cosas muy tristes de una manera reposada y bonita. Las imágenes se presentan en la pantalla en formato cuadrado, como viejas fotos de un álbum familiar, mostrándonos la vida de estos tres personajes en el campo con una fotografía magnífica, de Kate McCullogh. Y a través de esas imágenes, sin que pasen muchas cosas, iremos descubriendo quiénes son los protagonistas, a los que acabaremos cogiéndoles cariño y siendo partícipes de sus alegrías y sus tristezas. Bairéad es muy hábil disfrazando como elementos de estilo -por ejemplo, los ralentizados- los golpes sentimentales que plantea la historia. Creo que el secreto de The Quiet Girl son sus emociones contenidas, que sus personajes mantengan siempre la compostura y se revelen solo con pequeños gestos -una galleta dejada sobre una mesa- que dicen mucho. Una contención que, en el clímax, permite liberar un torrente de emociones.

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