POSESIONES INFERNALES -LA SAGA DE EVIL DEAD


El estreno de Posesión infernal: El despertar (2023) es la excusa perfecta para repasar una de mis obras cinematográficas favoritas, The Evil Dead, creada por Sam Raimi en 1981 para convertirse en un fenómeno de culto, del cine de terror y de los añorados videoclubs. En las siguientes líneas comento esa primera película, sus secuelas y prolongaciones.

Posesión infernal (1981) es un título mítico. No solo por sus valores cinematográficos, que los tiene, sino también por la historia de su rodaje. El director, Sam Raimi, rodeado de un grupo de colaboradores -entonces amigos de instituto, como Bruce Campbell y Rob Tapert, o su hermano Ted Raimi- fabricaron esta película prácticamente sin dinero, de forma completamente independiente, rodando los fines de semana. El resultado es una de las películas de terror más icónicas de todos los tiempos, un éxito comercial en su momento, un título imprescindible de la cultura de los videoclubs, y la película que supuso la entrada de Raimi en la industria del cine, en Hollywood. Un sueño hecho realidad. Pero si hablamos de lo estrictamente cinematográfico, Posesión infernal también resulta única. Quiero apuntar el análisis que hace Quentin Tarantino en el documental History of Horror de Eli Roth sobre la obra de Raimi: si no aceptas el juego que propone la película, te parecerá una mierda. Y ese juego que plantea el futuro director de Spider-Man (202) es el cine. Si atendemos únicamente al argumento de la película, nos encontraremos con una serie de clichés del género de terror más casposo. Un grupo de adolescentes idiotas e insufribles -capitaneados por Bruce Campbell, socio de Raimi en toda su carrera- se prepara para un fin de semana de cervezas, porros y sexo en una cabaña aislada. Lo esperable es que sean atacados por uno o varios asesinos, en la línea de La Matanza de Texas (1974), Las colinas tienen ojos (1977)  o Viernes 13 (1980). Pero aquí la amenaza tiene que ver más con El exorcista (1973): los personajes son poséidos y se convierten en una suerte de no-muertos, que recuerdan también, en algunos momentos a los zombies -La noche de los muertos vivientes (1968)-. Este pastiche se sostiene apelando a una mitología Lovecraftiana, con mención directa al Necronomicón, que le da un toque pulp y de misterio -queremos saber más- a la película. Pero nada de esto importa mucho. El argumento es una excusa para una sucesión de set pieces, con diálogos tan simples que parecen -y son- paródicos, y con el solo fin de encadenar un susto tras otro. Entonces ¿Dónde radica el interés de Posesión infernal? En la cámara. Sam Raimi convierte a su cámara en la gran protagonista del film, y persigue con ella a los personajes como una amenaza sobrenatural. Cada escena de la película, cada plano, más que buscar que la historia progrese, intenta meternos dentro de una experiencia tan aterradora como lúdica. Planos de cine mudo -porque podríamos prescindir de los diálogos-, movimientos de cámara ingeniosos, y todo tipo de recursos y trucos: ralentizados, acelerados, planos rodados al revés, y perspectivas forzadas que convierta esta obra en una fiesta visual que, tras un inicio convencional, se va volviendo cada vez más loca. Todo es exagerado: el gore -ese lápiz clavado en el tobillo sigue doliendo-, las desbocadas interpretaciones de los poseídos y el suspense están forzados al límite. Por no hablar de la infame escena en la que Cheryl (Ellen Sandweiss) es violada ¡Por el bosque! Una experiencia tan terrorífica que roza la comedia. El último tercio del film, en el que Bruce Campbel se convierte en la final girl y se enfrenta a una enloquecida cabaña, es cine experimental y de vanguardia, una experiencia abstracta de metaficción -la escena en la que Ash se enfrenta a un proyector- que incluye todo tipo de ensayos con la cámara, animaciones stop motion y ejercicios de montaje y sonido. Posesión infernal tiene la fuerza del cine primitivo y es, además, la película perfecta para chillar y reírse en una sala repleta. Eso, claro, como decía Tarantino, si aceptamos el juego.

El título en español de Evil Dead 2 (1987), Terroríficamente muertos, ya lo dice todo. Resulta curioso que los distribuidores no hayan querido aprovechar el tirón de la entrega anterior ¿Por qué no se llamó Posesión infernal 2? Quizás porque aquella mítica película no era demasiado conocida en España. Y quizás porque la secuela de Sam Raimi y Bruce Campbell es básicamente un remake -con mucho más presupuesto y mejores efectos especiales- en clave de comedia, como bien señala el ridículo título castellano. En los primeros minutos de la cinta, veremos a Ash (Bruce Campbell) y a una nueva Linda (Denise Bixler) repetir resumidamente todo lo ocurrido en Posesión infernal (1981) -aunque, por lo que sea, no hay mención a la infame escena de la violación por el bosque- aunque reduciendo los personajes a la pareja principal -esto porque no pudieron utilizar imágenes de la primera cinta, al no tener los derechos-. Cuando llegamos al plano final de la primera parte, la acción se reanuda. Y las intenciones de Raimi y compañía quedan claras desde el principio: Bruce Campbell comienza a desplegar inmediatamente un arsenal de muecas y gruñidos, mientras la cámara vuela por los aires, gira, y se inventa todo tipo de planos expresivos. Raimi no escatima recursos: si Campbell cae por unas escaleras, divide la acción en tres o cuatro posiciones de cámara, incluyendo un plano subjetivo de los escalones. La idea es meternos dentro de esa cabaña maldita. Si Posesión infernal se mantenía en la fina línea entre el terror extremo y lo ridículo, aquí todo es mucho más exagerado y Campbell hace un recital de violencia slapstick sacada directamente del cine mudo y sobre todo, de Los tres chiflados (1923-1970). La secuencia en la que los espíritus del mal poseen la mano de Ash es una de las mejores de la historia del cine. Una vez amputada, la mano se convierte en un personaje cartoon que lleva el film al delirio y, de hecho, a fundar un subgénero, el splatstick, mezcla de slapstick y splatter (el gore). Lo que no quiere decir que Raimi no tenga la increíble habilidad de cambiar a registros inquietantes cuando quiere: el momento en el que la maléfica anciana poseída (Ted Raimi) finge que vuelve a ser la madre de Annie (Sarah Berry) para cantarle una siniestra canción de cuna. Durante la historia, Ash pasa de ser una final girl a convertirse en un paródico héroe de cine, icónico, con una motosierra en vez de mano y una recortada. Terroríficamente muertos es una montaña rusa de sustos y risas con un clímax lovecraftiano, pulp, que lleva a un final abierto que entusiasma.

Sam Raimi completó la trilogía de Evil Dead con El ejército de las tinieblas (1992) una estupenda película que es puro amor cinéfilo. En ella florecen todos los elementos que se intuían en Posesión infernal (1981) y Terroríficamente muertos (1987) pero que permanecían ocultos bajo el armazón del género del terror. Aquí la historia es pura fantasía, el (anti)héroe, Ash (Bruce Campbell), viaja en el tiempo -y en el espacio- hasta la Edad Media como en Un yanqui en la corte del rey Arturo de Mark Twain o la película El tiempo en sus manos (1960). Allí se enfrentará a los caballeros medievales, y a todo tipo de monstruos. El tono es de aventura, con mucho humor, recogiendo referencias a Ultimátum a la Tierra (1951), de nuevo al lovecraftiano Necronomicón, al cuento de Rip Van Winkle de Washington Irving -en el final alternativo-, a la propia cabaña de Posesión Infernal -la escena del molino- al slapstick y la violencia de Los tres Chiflados (1923-1970), a los cartoons, a Jason y los argonautas (1963) de Ray Harryhausen y sus famosos guerreros esqueleto, todo en un escenario medieval con un humor cercano a Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores (1975) y con una batalla medieval divertidísima que se anticipa a El señor de los anillos y Juego de Tronos. El resultado de esta mezcla es un entretenimiento sin pausa, repleto de golpes de humor y de imágenes ingeniosas, con Raimi desplegando su sentido lúdico de la puesta en escena, Bruce Campbell en su mejor momento -un chulo a lo Elvis-. El ejército de las tinieblas es un festín para el cinéfilo y para el espectador casual, una invitación para descubrir el cine. Una de las películas de mi vida.

Resulta increíble que el remake de Posesión infernal (1981) sea tan bueno. La película de Sam Raimi es irrepetible, por su forma de abordar el terror desde una perspectiva tan seria como paródica, además, con una puesta en escena personalísima. Parecía imposible pensar en Evil Dead sin Sam Raimi detrás de la cámara, y sin Bruce Campbell delante de la misma. Pero resulta que el uruguayo Fede Álvarez hace una labor perfecta en su debut con Posesión infernal (2013), que utiliza todos los elementos de la película original -y de Terroríficamente muertos (1987)- en una remezcla que entusiasma. Es una obra diferente, con todos los sabores del revolucionario film de 1981. El empaque puede parecer el de una cinta de terror moderna al uso, con sus protagonistas muy jóvenes y muy guapos: Jane Levy, Shiloh Fernández, Jessica Lucas, etc., pero una serie de elementos de calidad marcan la diferencia. Primero, la firme dirección de Álvarez, y luego, un guión que evita la debilidad de este tipo de productos -como hizo Raimi hace décadas, que eliminó todo lo superfluo y dejó 'lo bueno'- y que desarrolla a sus personajes lo justo, tomándose muy en serio los momentos de terror. Por otro lado, hay que destacar la apuesta por un gore muy físico -seña de estilo de Álvarez en No respires (2016)-. La conclusión es que esta película es un triunfo, como ya he dicho, que parecía imposible. La historia reformula la mitología de Evil Dead, eliminando referencias pulp a Lovecraft y centrándose en lo demoníaco y la brujería, planteando una historia diferente, pero adecuada, utilizando la posesión como una metáfora de la adicción a las drogas. Sabiamente, Álvarez y su coguionista Rodo Sayagues Méndez -Wikipedia apunta a Diablo Cody como escritora no acreditada- recuperan la mayoría de las situaciones icónicas de la saga -agregan algunas nuevas, como la lluvia de sangre o el ritual del enterramiento en vida- y el director se asegura de emular el estilo de Raimi en la puesta en escena, recuperando algunos trucos de cámara y otros de montaje para que este reboot resulte familiar sin ser una simple actualización. Un éxito.

Y entonces llegó la serie. Ash vs Evil Dead (2015-2018) es de visionado obligado para los fans de la trilogía original. Para los neófitos, puede ser la puerta hacia una forma de entender el terror -y la comedia- francamente única. La televisión y sus presupuestos limitados se adaptan perfectamente -como medio- a las características de las películas originales, que eran pura serie B. Gracias a su emisión en la cadena de pago Starz Network, el gore, la sangre y el mal gusto no tienen censura. Lamentablemente, aunque las tres temporadas que componen la serie estuvieron disponbiles en Netflix, ahora no se pueden ver en ninguna plataforma y conseguirlas en formato físico resulta también complicado. Hablo aquí, por tanto, de la primera entrega, que se compone de 10 episodios de 30 minutos que se consumen rápida y fácilmente. Enganchan. Ash (Bruce Campbell), el héroe, ahora parece un Elvis viejo, gordo y decadente -Campbell interpretó al Rey en Buba Ho-Tep (Don Coscarelli, 2002)- con faja y dentadura postiza. Quizás por eso ha tenido que rodearse, por primera vez, de un reparto de secundarios, Kelly (Dan DeLorenzo), Pablo Simón Bolívar (Ray Santiago), la policía Amanda Fisher (Jill Marie Jones) y la misteriosa Ruby Knowby, interpretada nada menos que por Lucy Lawless, la famosa Xena: princesa guerrera, de la serie producida por el propio Raimi. Ash vs Evil Dead tiene un sano equilibrio entre la fidelidad a la saga clásica -regreso a la cabaña maldita, respeto fetichista por los elementos icónicos como la motosierra, la escopeta recortada- pero, al mismo tiempo, un sentido del humor que permite explorar cualquier idea, por loca que sea, como el apetito sexual de Ash, su afición por las drogas blandas, y hasta su racismo. Se profundiza también en la mitología de Evil Dead, como el origen del lovecraftiano Necronomicon. Incluso se desvela lo que originalmente quería hacer Ash tras el fin de semana en la cabaña maldita, sueño truncado por la muerte de su novia y amigos. Todos estos elementos se conjugan para que la serie sea tremendamente entretenida, aterradora, desagradable y tronchante. Por si fuera poco, el final de temporada consigue algo que parecía imposible, recuperar la energía rabiosa de la ópera prima de Sam Raimi. ¿Lo mejor de Ash vs Evil Dead? Que parece pensada para aquel fan del cine de terror que, en los años 80, alquilaba una y otra vez en su videoclub el VHS de Posesión infernalGroovy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario