GRACIAS A DIOS -CINE DENUNCIA


Entender el cine como la denuncia de una realidad indignante. Eso es lo que hace François Ozon en Gracias a Dios, que le valió el Gran Premio del Jurado en el Festival de Berlín. La película se ocupa de las denuncias -reales, ocurridas en Lyon en 2016- por abusos sexuales contra un cura, que posiblemente agredió a decenas de niños durante décadas. Y esto se narra sin ningún tipo de concesión al espectáculo o al espectador. La película es durísima desde los primeros minutos, y se mantiene incómoda durante todo su desarrollo y hasta el final. El tema que trata no es para menos. Tres protagonistas, tres víctimas, Alexandre, François y Emmanuel -interpretados por unos estupendos Melvil Poupaud, Denis Menóchet y Swann Arlaud- dividen el film para contarnos, cada uno, su historia. Son personajes muy diferentes entre sí, a pesar de que han sufrido el mismo hecho traumático. El primer relato es el más claro, en el sentido de establecer dónde está el bien y el mal. Tiene un carácter casi epistolar, por el intercambio continuo de cartas -correos electrónicos- entre la víctima que denuncia y los diferentes miembros de la Iglesia que le responden. La segunda historia es más emotiva y comienza a añadir tonos grises al relato, que se vuelve decididamente oscuro e insoportablemente incómodo en el tercer caso. El mérito de Ozon es emocionar -mucho- evitando la manipulación y el tremendismo, gracias a un guión muy pegado a los hechos y al rigor de una puesta en escena sobria. Lo que no quiere decir que no tome partido, si es que en una denuncia como esta puede haber bandos. Ozon señala, primero, al cura pederasta -por supuesto- pero incluso lo humaniza, a pesar de unos inquietantes flashbacks sobre los abusos pasados. Pero Ozon acusa sobre todo a la sociedad y a la cultura del silencio: a la iglesia que tapa y calla, a los padres de las víctimas que hicieron la vista gorda, a los familiares incómodos que piden a las víctimas que olviden. Una falta de empatía que debe avergonzar a toda una sociedad. Pero tampoco cae Ozon en la tentación de mostrar a las víctimas como santos: los muestra como seres muy humanos, con dudas, contradicciones, defectos, que muchas veces no consiguen ponerse de acuerdo entre sí, a pesar de perseguir un fin común, el de la justicia. El retrato que acaba haciendo Ozon de los hechos es complejo y brilla sobre todo en el manejo de cómo las víctimas y sus entornos, manejan el dolor y sobre todo, la culpa. Gracias a Dios es una obra tan admirable como dura de ver.

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