ARCHIVO 81 -COMPENDIO DEL TERROR


Misteriosas películas caseras halladas en un viejo trastero, objetos de coleccionismo supuestamente malditos, sectas secretas que practican oscuros rituales, la leyenda urbana de las snuff movies, personas extrañamente desaparecidas, todos estos elementos forman parte de Archivo 81, la serie de Netflix producida por James Wan -detrás de la saga de Saw, Insidious y Expediente Warren-. Su argumento conjuga los elementos antes mencionados, de comprobada eficacia, y los articula como un found footage, subgénero que aporta interés y verosimilitud al presentar las imágenes que conforman el relato con la textura engañosa, el grano, de lo supuestamente real. Así, se nos presenta a Dan Turner (Mamoudou Athie), un restaurador de películas y cintas analógicas que recibirá la misteriosa misión de recuperar los materiales hallados en un trágico incendio en un edificio en los años 90. En su nuevo trabajo, Dan descubrirá la historia de Melody Pendras (Dina Shihabi), una joven que investigó el edificio siniestrado buscando su verdadero origen, utilizando como excusa la grabación de un documental. Así, la trama se reparte en dos líneas temporales, en las que los dos protagonistas irán descubriendo nuevos misterios que llevarán a su vez a nuevos enigmas, en un relato que incluye momentos terroríficos -estoy pensando en la inquietante música del ritual que se convierte en leitmotiv de esta ficción-. La serie sigue una pauta -también de probada eficacia- que puede recordar a Perdidos (2004-2010), encadenando misterios, colocando un cliffhanger al final de cada episodio, e incluso estableciendo de fondo una teoría de la conspiración con la típica gente poderosa moviendo los hilos. Así, utilizando elementos argumentales recurrentes, un subgénero con morbo, y una estructura narrativa con gancho, Archivo 81, desde luego, interesa y entretiene. Pero en mi opinión, no ofrece nada más. Comete el error de hacer caso a los detractores, precisamente, del final de Perdidos, y se esfuerza en explicarlo todo y atar todos los cabos, lo cual es contraproducente, aburrido y se carga el misterio. Por otro lado, la serie parece creer que ha solucionado el gran lastre del found footage -siempre, en algún momento, nos preguntamos por qué los personajes siguen grabando- al abandonar la perspectiva del metraje encontrado para meternos dentro de las películas de Melody, mostrándonos lo que le pasa a ella, en primera persona, en una recreación de los años 90. Para mí esto resta inquietud a esas imágenes, que pasan a ser parte de la serie y se convierten en convencionales. Además, acaban resultando igualmente lastradas por la necesidad de ver a Melody con una cámara, grabando constantemente, para justificar que Dan esté viendo todo aquello. Por último, Perdidos enganchaba con sus enigmas, sí, pero contaba también por sus grandes personajes: la parte dramática de Archivo 81 resulta endeble, sobre todo en ese convencionalismo que obliga a relacionar a los personajes de forma personal y sentimental con la historia que se desarrolla ante ellos. Habría sido más riguroso y arriesgado mantener los puntos de vista de cada personaje y no apartarse del found footage. La serie tira, además, de demasiados clichés, como el edificio de vecinos sospechosos en plan La semilla del diablo (1968), pero lo hace sin gracia. Y aunque aborda temas menos sobados, como la relación entre el arte y el mundo de los espíritus, no llega a centrarse demasiado en nada. Archivo 81 tiene ideas interesantes, como que las relaciones con los fantasmas se puedan interpretar como paradojas temporales, y hay momentos que valen la pena, como la sesión espiritista del episodio dirigido por Aaron Moorhead y Justin Benson -autores de otra ficción sobre sectas como El infinito (2017)- quienes saben imprimir una atmósfera terrorífica a dicho momento. Se desaprovecha también un arranque estimulante que nos presentaba el oficio/pasión de Dan, un homenaje a un mundo (casi) perdido: el del soporte físico y analógico, de cintas de Súper 8, cassettes, VHS y vinilos, que es apasionante y que podría haber hecho ganar muchos enteros a la serie de haber apostado por ese camino. Y hay un elemento más que añadir al batiburrillo temático de la serie: el de la salud mental, que permite jugar al terror psicológico y citar a Solaris (1972), de Andréi Tarkovski. En resumen, creo que Archivo 81 es una serie con todo lo que le puede gustar a la mayoría de los fans del terror, pero que carece de rigor, riesgo y personalidad suficientes para destacar en la ficción actual.

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