JURASSIC WORLD: EL REINO CAÍDO -UN DINOSAURIO VIENE A VERME


Juan Antonio Bayona aprueba de forma sobresaliente el test que significa hacerse cargo de una superproducción al más alto nivel: la segunda entrega de Jurassic World es un gran entretenimiento que, por si fuera poco, deja algunas imágenes que al menos hacen pensar que detrás de un producto tan aparatoso, se esconde una mínima sensibilidad artística. Cuando hay dinosaurios en pantalla, la película es una fiesta: aventura, acción y emoción. Sin embargo, cuando son los personajes humanos los que ocupan el plano, el film resulta francamente torpe. Con la premisa más endeble de toda la saga, el guión reincide en la estructura de set pieces de las otras películas de la franquicia -como si nos fuéramos subiendo sucesivamente a las atracciones de un parque temático- solo que esta vez el hilo argumental prácticamente no existe. Los amigos de lo verosímil y de buscar agujeros de guión van a pasar un mal rato, a menos que se dejen llevar por el frenesí y por la mayor carga de humor que haya tenido cualquier película de Parque Jurásico: mencionemos la escena en la que Owen (Chris Pratt) intenta escapar de la lava; el T-Rex dormido en un contenedor; y sobre todo al personaje cobarde de Justice Smith.

Recuperando elementos de El mundo perdido (1997), la historia nos devuelve a la isla de Jurassic World en un prometedor prólogo de serie B y luego en una secuencia divertidísima, que recuerda al segmento de La consagración de la primavera de Fantasía (1940). Más tarde, los personajes viven un periplo que aspira al tono de En busca del arca perdida (1981). Todo esto desemboca en un sorprendente y arriesgado tramo final, de terror gótico: como si Bayona volviese al caserón de El orfanato (2007), con guiños incluidos a Un monstruo viene a verme (2016). A este batiburrillo, hay que añadir un giro sorpresa, temáticamente coherente, pero de calado tan superficial que resulta innecesario e intrascendente. Jurassic World: el reino caído, renuncia completamente a construir un argumento. Tampoco tiene demasiado interés en el desarrollo de sus personajes: la relación entre Owen y Claire (Bryce Dallas Howard) se reinicia para repetir el esquema de la película anterior; y el villano al que da vida Rafe Spall no tiene matices. Además, no hay la más mínima vergüenza en clonar -nunca mejor dicho- momentos, escenas y hasta el clímax de películas anteriores. Hay un pequeño intento de hablar de lo simulado como tema de fondo: ese diorama con réplicas de dinosaurios que se ve invadido por los animales reales; o de los monstruos del subconsciente que pasan de la isla misteriosa al sótano de un caserón de las sombras. Una pena que estas ideas no se hayan aprovechado más que superficialmente.

Rescatemos dos secuencias estupendas, en las que Bayona utiliza el montaje en paralelo. Primero, la operación a vida o muerte de un velociraptor, que se mezcla con imágenes del animal siendo criado por Owen, un recurso sentimental que busca la empatía con el destino del dinosaurio. Una idea sencilla, pero eficaz, que establece un interés por la relación de Owen con sus dinosaurios que no se consiguió nunca en la película previa. Segundo, el martillo del malvado Toby Jones, en una subasta imposible, sincronizado con los golpes del cómico pachycephalosaurus. Apuntemos, además, imágenes afortunadas, como ese compsognathus que se confunde con los dinosaurios de juguete; o el lánguido cuello de un brontosaurio emergiendo de una nube de ceniza, enfrentando a su extinción.

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