DRAGGED ACROSS CONCRETE -POLICÍAS Y LADRONES


Tras un western de terror como Bone Tomahawk (2015) -con Kurt Russell- y una de acción con escenario carcelario, Brawl in Cell Block 99 (2017), el director y guionista S. Graig Zahler propone un policíaco crepuscular y políticamente incorrecto en Dragged Across Concrete, protagonizado por Mel Gibson, al que su rol le viene como anillo al dedo. Zhaler, antes un escritor que director de cine, tiene una aproximación literaria a esta historia, que se permite ser episódica y expansiva, deteniéndose en los personajes que van a participar en un atraco y desarrollando con cierta profundidad lo que en cualquier otro film serían caras secundarias. Aquí conocemos bien al conductor que llevará a unos misteriosos atracadores -Henry Johns (Tory Kittles)-, a la empleada bancaria que trabaja en la sucursal que será atracada -Kelly Summer (Jennifer Carpenter)- pero sobre todo a la pareja de policías que se verán implicados. Mel Gibson -como Brett Ridgeman- es un veterano de la vieja escuela que  se ve incapaz de cambiar con los tiempos, que se ha quedado anclado en su puesto y cargo, a diferencia de su excompañero y ahora jefe, el teniente Calvert (Don Johnson). El personaje de Gibson se ve envuelto en una polémica mediática cuando un vídeo, en el que detiene a un narco de poca monta, se filtra en los medios y le cuesta una suspensión junto a su compañero, algo más joven, pero igualmente conservador, Anthony Lurassetti (Vince Vaughn). Estos personajes son el centro de la historia de Zahler y llegaremos a conocerlos lo suficiente como para empatizar con ellos. El guión se encarga de individualizarlos hasta en la forma de hablar: Vaughn utiliza la palabra ‘anchoa’ como interjección y Gibson juega con las probabilidades ante cada situación que se le presenta. Hay que decir también que Zahler aborda el cine de género desde una perspectiva de autor: estamos ante un policíaco al uso, pero sin concesiones al espectador. El film habla abiertamente de racismo, machismo y brutalidad policial, pero no necesariamente criticando estas realidades, sino contextualizando, matizando, hasta conseguir que su film se aleje del blanco y negro maniqueo de buenos y malos, para conseguir un gris moral en el que las circunstancias vitales pueden llegar a justificar que se rompa la ley. Estamos ante un film policíaco pero también político, social y existencialista, que tiene, además, un ritmo muy particular. Lejos de buscar lo espectacular o la tensión, Zahler prefiere los tiempos muertos; la espera a que salga un sospechoso de un piso; la vigilancia día y noche delante de la guarida de unos criminales; el turnarse para dormir durante la espera; el seguimiento cauto del coche de los criminales que se dirigen hacia un destino desconocido.

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