MOROS Y CRISTIANOS -CENTENARIO BERLANGA


Moros y cristianos (1987) vuelve a los cines con motivo del centenario del nacimiento de Luis García Berlanga (1921-2010), seguramente el director que mejor supo retratar -y tomarse a guasa- la sociedad española en la segunda mitad del siglo XX. Un evento que da pie a repasar brevemente la filmografía del valenciano, que debutó con Esa pareja feliz (1953) codirigida junto a Juan Antonio Bardem y en la que ya aparecía una clara voluntad de sátira: de la pareja, de la sociedad de consumo, de la publicidad y el marketing. Curiosamente, esta primera obra no sería estrenada hasta después del éxito de Bienvenido Mr. Marshall (1953), primera cinta en solitario, una comedia sobre el paletismo, que se ríe de los clichés sobre los españoles y de lo folclórico -esos castellanos que se disfrazan de andaluces para agradar a los americanos- y que sobre todo introduce la forma en la que Berlanga contará la mayoría de sus historias: con un reparto coral que representa una microsociedad, en este caso, los vecinos de un pueblo. Esta idea se repite en Novio a la vista (1954), sorprendente cinta de corte juvenil que se desarrolla en un balneario que recuerda al de Las vacaciones del señor Hulot (1953) de Jacques Tati y que se desarrolla como un conflicto generacional entre chavales y adocenados y conservadores adultos. Mucho más representativa del estilo Berlanga, a pesar de su ternura, sería Calabuch (1955), cuya historia sobre un físico que quiere escapar de tener que desarrollar la bomba atómica tiene lugar en el pueblo del título, en el que encontramos de nuevo el reparto de personajes habitual berlanguiano: el alcalde, el guardia civil, el cura, el pícaro, etc. Lo mismo ocurre con Los jueves milagro (1957), esta vez con la villa de Fuentecilla como escenario. Se trata de una ácida crítica a la religión -católica- y al negocio -turístico- de los milagros, al menos en su primera parte, ya que luego se diluye su ánimo transgresor en un tramo final marcado por la censura. Con Plácido (1961) se constata un cambio drástico en la filmografía del director, cuya voluntad de sátira vira hacia el humor corrosivo a partir de entonces, alejándose de la ternura presente en sus obras anteriores. Es la primera colaboración con el que será su inseparable guionista, Rafael Azcona, y la primera gran obra de Berlanga, que se muestra más provocador que nunca desarrollando la idea de la falsa caridad que supone la retorcida campaña para sentar a un 'pobre' a la mesa en Navidad. Plácido, además, constituye la maduración del estilo de puesta en escena de Berlanga, que plantea su película en sucesivos planos secuencia, coreografiando al reparto de personajes que entran y salen de plano, hablando continuamente en estupendas frases, a cada cual más mordiente, pisándose unos a otros en el diálogo, en un caos organizado que supone lo que entendemos por el estilo Berlanga. Sin embargo, en su siguiente película, El verdugo (1963), el valenciano se aparta del reparto coral para fijarse en un protagonista individual, ese apesadumbrado Nino Manfredi que debe ejercer el peor de los trabajos, traicionando todos sus principios morales, con tal de vivir cómodamente, de asegurarse un techo para su familia. El verdugo es la obra maestra de Berlanga, tan divertida como devastadora, con esa idea de partida negrísima que resume la dictadura a través de un alegato contra la pena de muerte. Tras esta cumbre, Berlanga se perdería un poco: la rocambolesca La Boutique (1967) rodada en argentina con un protagonista antipático y machista; el intento de aprovechar la veta comercial del landismo con ¡Vivan los novios! (1970) aportando su amarga visión a la comedia de chicas ligeras de ropa haciendo turismo en España; la sórdida y sumamente incómoda Tamaño natural (1974) con Michele Picoli, que conecta a Berlanga en su fetichismo con Buñuel, pero, claro, de una forma mucho más juguetona, explícita y exhibicionista. Tras esto, Berlanga se reencontraría consigo mismo, con el reparto coral y el plano secuencia como método, en la estupenda La escopeta nacional (1978), nueva sátira de la sociedad española que radiografía la transición y que se huele ya las dos Españas. En ella Berlanga pule su estilo de caos ordenado, con un reparto de sus actores habituales -José Luis López Vázquez, Agustín González, Amparo Soler Leal, Luis Ciges -solo faltó Manuel Alexandre- además de Luis Escobar y José Sazatornil, todos en absoluto estado de gracia. Un éxito que Berlanga repetiría, con idénticos resultados, en Patrimonio Nacional (1981) y Nacional III (1982) y que llevaría a su mejor expresión con La vaquilla (1985) ambiciosa producción en la que el director se consagra con su mejor labor detrás de la cámara, aunque su mensaje sobre la Guerra Civil pueda resultar hoy algo obvio -sobre todo cuando habla el personaje de Alfredo Landa-. Tras La vaquilla comienza el declive y llega precisamente la película que ahora vuelve a los cines, Moros y cristianos (1987). En ella, encontramos, de nuevo una ácida sátira de la sociedad española, esta vez protagonizada por una familia de emprendedores empresarios del turrón que buscan dar el pelotazo contratando a un agente publicitario, lo que servirá para reírse de los medios de comunicación y del marketing, tema que remite a Esa pareja feliz. Precisamente, en Moros y cristianos, Berlanga se reencuentra con el protagonista de aquella, Fernando Fernán Gómez -este 2021 es también el año de su centenario-. Aunque nos encontremos de nuevo con parte de la tropa de La escopeta nacional, el protagonismo se lo llevan nuevos intérpretes ajenos a la obra berlanguiana: Andrés Pajares, Pedro Ruiz, Verónica Forqué y Rosa María Sardá. Las ideas y las puyas de Berlanga y Azcona en los diálogos siguen siendo agudas, los actores cumplen, pero la puesta en escena es francamente decepcionante, con planos secuencia demasiado estáticos: la cámara se mueve, sí, pero muchas veces dentro de la misma habitación, lo que hace que el conjunto naufrague. Tras Moros y cristianos solo nos queda comentar Todos a la cárcel (1993) una suerte de remake -sin Azcona- de La escopeta nacional pero con escenario presidiario y con la vuelta de José Sazatornil como nexo de unión de todos los personajes; y por último, el epitafio berlanguiano que es París Tombuctú (1999), una reimaginación de Calabuch con Michel Picoli visitando ese mismo pueblo, pero sin la censura del franquismo, lo que permite a Berlanga ser un poco zafio con eyaculaciones pirotécnicas y rendir homenaje -creo que hoy sería políticamente incorrecto- a las estupendas tetas de Concha Velasco; eso además de repasar toda su obra y reírse del final del milenio con algo de amargura, como negándose a abandonar el siglo que tan bien retrató. 

Moros y cristianos es una estupenda forma de volver al cine en el centenario de Berlanga, pero aprovecho también para recordar que en la Filmoteca Española, en el cine Doré de Madrid -fue precisamente Berlanga, como presidente de la institución, el que tuvo la idea de convertir esta sala en la sede de cara al público- también se están proyectando sus películas -París Tombuctú, Todos a la cárcel, Plácido, ¡Vivan los novios!, Nacional III, o Tamaño natural-. La Filmoteca de Cataluña proyectará también París Tombuctú y la Filmoteca de Valencia dedica otro ciclo al director. Y no dejéis de visitar la exposición Berlanguiano, organizada por la Academia de Cine que se puede ver en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, hasta el 5 de septiembre. En ella descubriréis cómo las fotos reales de la España de los últimos 50 años del siglo XX se mezclan sin problemas con las imágenes de los rodajes de las películas de Luis García Berlanga.

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