APOLLO 10 1/2: UNA INFANCIA ESPACIAL-EL MUNDO PERDIDO


Richard Linklater -Boyhood (2014)- no se molesta más que lo mínimo para ocultar que la premisa de Apollo 10 1/2 no es más que una excusa. El planteamiento es divertido: los científicos de la NASA crean por error una cápsula espacial -en 1969- demasiado pequeña para ser tripulada por un adulto, por lo que deciden entrenar como astronauta improvisado a un niño, que protagoniza el relato. Esta premisa, que la propia narración pone en duda, es el subterfugio que utiliza Linklater para contarnos una suerte de memorias sobre su propia infancia: el director nació en 1960 en Houston. Disponible en Netflix, Apollo 10 1/2 está hecha con la técnica de la rotoscopia -que ya usó Linklater en Waking Life (2002) y A Scanner Darkly (2006)- en la que se filman las escenas con actores reales y sobre estas se 'dibuja' una preciosa y colorida animación, perfecta para el tono soñado y nostálgico que necesitaba esta historia. Linklater incurre en todos los 'errores' posibles en su película: ya hemos hablado del engañoso punto de partida, que no lleva a ningún lado, pero además, toda la película está narrada por una voz en off -interpretada por Jack Black- que recuerda inevitablemente al Carlitos del futuro que rememoraba su infancia en Cuéntame -por citar un ejemplo autóctono-. Además, la historia no está dramatizada, sino que se construye con episodios inconexos, que aparecen de forma tan caprichosa como los recuerdos en la memoria. Todos estos supuestos defectos, sin embargo, dan lugar a una película mágica, en la que Linklater usa su talento para dar vida al retrato de un mundo perdido; a una época de tensiones políticas y sociales; a un catálogo delicioso de referencias pop; a una estupenda playlist; a un entrañable álbum familiar en el que sus personajes se hacen sorprendentemente cercanos con unas pocas pinceladas. Lo que hace Linklater aquí recuerda inevitablemente a películas recientes, creadas por autores de su misma generación, como el Alfonso Cuarón de Roma (2018), el Quentin Tarantino de Érase una vez en Hollywood (2019), el Kenneth Branagh de Belfast (2021) y hasta el Paul Thomas Anderson -10 años más joven- de la maravillosa Licorice Pizza (2021) -mencionemos también la mirada soñadora de Edgar Wright en Última noche en el Soho (2021) en la que fantasea con una década que no conoció-. Obviamente, la evocación cinematográfica de las décadas de los años 60 y 70 que hacen estos directores tiene un componente nostálgico, está claro, pero hay algo más. Como Fellini en Amarcord (1973) y Bergman en Fanny y Alexander (1982), estos creadores recrean su infancia, solo que el divorcio entre esta y la época actual parece mucho mayor que en las películas de los maestros mencionados. En Apollo 10 1/2 estamos ante un mundo que ya no existe, ante una era predigital, en la que no había Internet, ordenadores personales ni teléfonos móviles -y aún así el hombre llegó a la Luna- y en la que las cosas todavía se podían tocar. Una época añorada también por Joachim Trier -todavía más joven, nacido en 1974- en la inolvidable La peor persona del mundo (2021), en el emotivo discurso de despedida del personaje de Aksel (Anders Danielsen Lie) en el que manifestaba su desconcierto ante las nuevas reglas de juego a las que no consigue adaptarse del todo, a pesar de ser, todavía, relativamente joven. En el relato de Linklater no encontramos esa amargura, sino una mirada luminosa que, como una suerte de documental, parece querer descubrirle a la siguiente generación cómo era el mundo hace no demasiado tiempo.

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