ROMERÍA -HISTORIA DE UNA FAMILIA


Carla Simón sigue indagando en su autobiografía y convirtiendo en cine la búsqueda de sus raíces en Romería (2025). Tras hablarnos de una niña que se quedaba sin padres en la emocionante Verano 1993 (2017), aquí conoceremos a Marina (Llúcia Garcia), una joven que viaja a Vigo para conocer a la familia de su padre, fallecido de SIDA, al igual que su madre, siendo ella muy pequeña. Marina, 18 años recién cumplidos, tiene como guía algunas páginas del diario que dejó su madre, que le habla de la vida con su padre, de sus correrías en unos años 80 salvajes, muy libres, pero también peligrosos por el consumo de drogas. Como Verano 1993 y Alcarrás (2022), esta nueva película es el retrato de una familia, pero de coordenadas muy diferentes a las vistas anteriormente. Ya no estamos ante personas de clase obrera ni trabajadores del campo, sino ante los miembros de una burguesía gallega, un grupo formado por un patriarca y un grupo de pijos, niños mimados y juguetes rotos. Hay un punto de antipatía en las personalidades de los miembros de este clan, que nos aleja del compromiso emocional que tuvimos con las familias anteriores, lo que convierte a su protagonista en un personaje solitario, que mira desde fuera mientras va descubriendo la verdad sobre la historia de sus padres. En Romería encontramos entonces el arco de personaje más elaborado dramáticamente de la corta filmografía de Simón, en ese viaje iniciático que vive Marina, su pérdida de la inocencia tras reconstruir el puzle de una memoria incompleta. Y nos encontramos también con la película más convencional de la directora. Creo que es la primera vez que la autora utiliza música extradiegética de forma tan clara -compuesta por su hermano, Ernest Pipó- y el trabajo de cámara se aleja del temblor documental para hacerse más reposado y clásico, fabricando imágenes preciosas que remiten a un cuento de verano de Éric Rohmer. Aumenta significativamente también la presencia de actores profesionales: Tristán Ulloa, Sara Casasnovas, José Ángel Egido, Miryam Gallego- muy bien elegidos para sus roles. Simón evita, sin embargo, el anquilosamiento gracias al uso de imágenes documentales y a texturas de vídeo casero. Pero sobre todo su película tiene la frescura de sus dos actores principales, unos debutantes Llúcia Garcia y Mitch Robles, que confirman la habilidad de Simón para el casting. Se trata de dos jóvenes atractivos, carismáticos, que llenan la película. Y si antes decía que esta es la película más convencional de Carla Simón, hay que matizar que es también la más atrevida. En Romería la directora apuesta por superar el realismo y se lanza a mezclar pasado y presente en una pirueta que recuerda a Carlos Saura y que nos lleva a imágenes hermosas -la fotografía es de Hélène Louvart- que parecen una actualización de Un verano con Mónica (1953) y en las que se atreve con la metáfora y el simbolismo. En Romería, Carla Simón demuestra de nuevo esa capacidad única para convertir en cine su memoria personal, insertando su relato individual en temas de calado social y de memoria histórica, para acabar encontrando el impacto emocional en el espectador.

 

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