MEMORIAS DE UN CARACOL -QUÉ TRISTE ES VIVIR


Ya no hace falta decir que la animación no es solo cosa de niños, algo que demuestra una obra como Memorias de un caracol (2025), cinta realizada con la técnica del stop motion por Adam Elliot -autor de Mary and Max (2009)- que, sin embargo, está narrada con la sencillez de un cuento infantil. Un cuento, eso sí, muy triste. Elliot nos presenta a dos personajes, dos hermanos mellizos, Grace (Sarah Snook) y Gilbert (Kodi Smith-McPhee) cuya llegada al mundo, lejos de ser feliz, está marcada por la tragedia. A partir de la separación de sus destinos, se irá contando la vida de cada uno, en clave de flashback, y con tendencia al drama. Los dos niños viven diferentes penurias, relacionadas sobre todo con la crueldad del mundo, el acoso escolar, o el extremismo religioso y la intolerancia. Ante estas agresiones sociales -y existenciales- Elliot nos dice que la bondad y la solidaridad están, precisamente, en los diferentes -en los inevitablemente marginados- que cultivan extrañas aficiones: como coleccionar caracoles, hacer trucos de magia, los libros de autoayuda y varias filias más. La más inusual de todas, en el mundo en el que vivimos, la de leer novelas de autores ya clásicos. El universo de Elliot es el de personajes rotos y frikis, que buscan cariño y aceptación, pero se acaban refugiando en sí mismos. La voz en off de Grace es el hilo que vertebra casi todo el relato, que va pasando de un episodio a otro con soltura. La animación, muy cuidada, se mantiene lejos de lo espectacular, pero sí está marcada por un estilo muy personal, más bien oscuro, que marca el tono triste del relato. Lo valioso de esta cinta es, precisamente, su personalidad y esa visión triste de la existencia que da pie al humor negro, pero que también nos lleva a un desenlace de sorprendente emoción que, a través de lo trágico, de la conciencia de la muerte, consigue inyectar una dosis de ternura y esperanza en el espectador.

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