SUPERESTAR -LA PARADA DE LOS MONSTRUOS


Era completamente imposible anticipar lo que iba a hacer Nacho Vigalondo en Superestar (2025), la serie producida para Netflix que ha hecho de la sorpresa su principal seña de identidad. 
Vigalondo siempre me ha parecido un autor tremendamente inteligente, de propuestas brillantes en cada uno de sus cortos y largometrajes, pero quizás nunca antes había conseguido emocionar como lo hace en Superestar. El argumento de la serie nos sitúa a principios del siglo XXI, cuando se instauraba en la telebasura española la cruel costumbre de reírse en público de seres desesperados, más de uno con problemas de salud mental, ávidos de reconocimiento y fama. Eran persona(jes) de usar y tirar, pero con Tamara y su grupo de seguidores -luego enemigos- formado por Leonardo Dantés, Arlequín, Loly Álvarez, Paco Porras y Tony Genil la cosa se salió de control. Lo que comenzó como el despiadado aprovechamiento televisivo de unos juguetes que ya estaban rotos antes de salir en la tele, acabó siendo real por un instante. Seguramente durante esos 15 minutos de fama que se le adjudican a Andy Warhol, Tamara fue un verdadero fenómeno: ya no solo nos reíamos de ella, sino con ella y, además, cantamos y bailamos con ella. Por un momento, y a pesar de todo, estos personajes pudieron cumplir su sueño de fama: algunos de ellos tenían aspiraciones artísticas reales, malogradas por la falta de talento y sobre todo, por la falta de escrúpulos. Con este material, Vigalondo se podría haber limitado a crear un biopic al uso, recreando los momentos más emblemáticos -los que se vieron en televisión en su momento- enmarcados en un contexto dramático de docuficción. En lugar de eso, el director cántabro decide aportar una visión artística para crear una fantasía muy estimulante y sorprendente que bebe de la fuentes más diversas: de David Lynch -sobre todo-, de Stanley Kubrick, de Valle Inclán, del cine de terror y del found footage, de las leyendas urbanas, del humor chanante -Vigalondo dirigió varios sketches del mítico programa-, y hasta de los universos y realidades paralelas, tema ya presente en su propia obra como director, con referencias a Phillip K. Dick y su exploración constante de la naturaleza de la realidad. Con esta visión de la historia, parece que Vigalondo ha gozado de una libertad total para afrontar la serie, apoyado por la producción de los Javis, cuyas constantes como autores también están presentes: la emotividad, el uso de temas musicales generacionales, la nostalgia por épocas pasadas de la televisión, por el mundo del corazón y los famosos españoles.

Que pueda ser la obra más personal de Nacho Vigalondo parece evidente cuando presenta personalmente cada capítulo como si fuese un nuevo Chicho Ibáñez Serrador. Se reserva además el encarnar una versión de Javier Sardá, cuyo programa, Crónicas Marcianas, fue el principal escaparate del tamarismo y de su cohorte de freaks. En cada episodio, la historia se centra en un personaje diferente y en su perspectiva sobre unos mismos hechos, el ascenso a la fama de Tamara/Yurena/Ámbar: la primera es Margarita Seisdedos, cuyo protagonismo se aprovecha para presentar el origen y la infancia de la cantante, para seguir luego con capítulos dedicados a los otros miembros del 'culebrón' hasta culminar con el dedicado a la propia Tamara. En cada uno de estos capítulos se nos sorprende con un planteamiento inesperado, capaz de servirse del expresionismo alemán filtrado por Lynch para hablarnos de la madre de Tamara; de desdoblar a Leonardo Dantés en un doctor Jekyll y Mister Hyde; de hacer de Arlequín una suerte de Joker terrorífico; de introducir a Paco Porras en algo parecido a Eyes Wide Shut (1999). Vigalondo utiliza en cada capítulo y casi en cada secuencia recursos cinematográficos que nos llevan del realismo costumbrista a los efectos digitales, las texturas del vídeo y del tubo catódico, además de animaciones, ralentizados, repeticiones de escenas y elementos surrealistas que hacen que el visionado sea todo menos pasivo. Hay que hablar también del logro que supone haber conseguido que alguno de los actores más solventes y conocidos del cine español se hayan prestado para interpretar a estos personajes de la telebasura: hay que mencionar especialmente a Ingrid García-Jonsson, que alcanza cimas de emoción altísimas en el retrato de la mujer que hay detrás del personaje televisivo que es Tamara; y me parece fantástico Secun de la Rosa como Leonardo Dantés, que sin caer en la imitación construye el personaje más entrañable y complejo del conjunto. Pero también están Julián Villagrán, Pepón Nieto y Natalia de Molina, actores que verdaderamente desaparecen detrás de sus caracterizaciones -completan el reparto un estupendo Carlos Areces y Rocío Ibáñez, por no hablar de los muchísimos cameos-. Todos cumplen un rol en una ficción que reivindica a estos frikis de la tele, sin ocultar sus defectos y facetas más oscuras y sórdidas, asumiendo sus errores pero también normalizando elementos que en su momento se ocultaban, como la homosexualidad o la ideología y, sobre todo, dando un buen tirón de orejas a los medios. Vigalondo consigue en Superestar su obra más emotiva y, sobre todo, más humanista, en la que es la serie del año.

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