El director Scott Cooper hace un trabajo encomiable esquivando los clichés del biopic musical en Springsteen: Deliver Me From Nowhere (2025), proponiendo desviaciones interesantes a lo que podría haber sido un mero trabajo de encargo, eso sí, sin dejar nunca de tener en cuenta al público más amplio posible. En la presentación europea de la película en Madrid, el director reconoció una implicación emocional especial y personal en el proyecto: su padre lo introdujo en la música de Bruce Springsteen y este falleció justo antes de empezar el rodaje. Y es que uno de los temas centrales de la historia que se cuenta aquí -basada en el libro de Warren Zanes- es la relación entre el cantante y su padre, un hombre atormentado, violento, con problemas de adicciones y, sobre todo, de salud mental. Cooper utiliza esta subtrama como el motor principal de los conflictos del protagonista, un asunto no resuelto que le impide ser feliz, mantener una relación de pareja sana e, incluso, disfrutar del éxito conseguido como músico. Deliver Me From Nowhere no es el relato del ascenso a la fama mundial de Springsteen, sino que la película comienza cuando el artista ya ha triunfado sobre los escenarios y sus canciones están en las listas de lo más vendido. Lo que nos cuentan es cómo el de New Jersey compuso y grabó el álbum Nebraska (1982), un intento de exorcizar sus fantasmas que iba en contra de los intereses de la discográfica y del sentido común, si lo que se quiere es seguir en la cresta de la ola de la industria musical. Un suicidio metafórico por parte de un artista que se busca a sí mismo, que evita aprovecharse de su éxito apareciendo en talk shows y protagonizando películas -¡de Paul Schrader!- porque prefiere tocar en un garito con unos amigos que tienen un grupo de versiones. Lo que cuenta Deliver Me From Nowhere seguramente sorprenderá a los que no sean fans de Springsteen y resulta muy interesante. Nos habla, en definitiva, de la creación artística, del choque entre la expresión personal y las imposiciones comerciales de la industria. En este sentido, la película de Scott Cooper brilla y sorprende cuando nos muestra un desarrollo argumental en el que vemos a Springsteen, simplemente, componiendo canciones y encontrando la inspiración en películas como Malas tierras (1973) de Terrence Malick. Durante varios minutos de metraje, Cooper se permite la contemplación de un artista en el proceso de creación, dejando que las imágenes de su film se mezclen con las del de Malick. Y no es la única referencia cinéfila: la relación entre Springsteen -de niño- y su padre encuentra también su reflejo, oscuro, en las poderosas imágenes de La noche del cazador (1955). Son elementos interesantes en una película con vocación comercial, apadrinada por el propio Springsteen, a la que hay que perdonarle algunos subrayados demasiado obvios, o que la preciosa fotografía -de Masanobu Takayanagi- y el preciosta diseño de producción -de Stefania Cella- edulcoren el relato de la vida del cantante. Un relato que, de hecho, nos hace descender en las oscuridades del alma del artista, en el trauma y en lo que ahora llamamos problemas de salud mental. Cooper se apoya en la estupenda interpretación de Jeremy Allen White y se permite que el clímax de su película sea el rostro de su protagonista contorsionado por el llanto. Pero es que cada actor de este reparto es excelente, sobre todo Jeremy Strong como el productor -y mentor espiritual de Springsteen-, Jon Landau; además de Stephen Graham, Paul Walter Hauser, David Krumholtz o Marc Maron. Springsteen: Deliver Me From Nowhere es un entretenimiento de primer nivel que consigue sortear los clichés del biopic, con interpretaciones sobresalientes y la poderosa música de The Boss, que además sorprende con una interesante reflexión sobre la creación artística.
SPRINGSTEEN: DELIVER ME FROM NOWHERE -SALUD MENTAL
El director Scott Cooper hace un trabajo encomiable esquivando los clichés del biopic musical en Springsteen: Deliver Me From Nowhere (2025), proponiendo desviaciones interesantes a lo que podría haber sido un mero trabajo de encargo, eso sí, sin dejar nunca de tener en cuenta al público más amplio posible. En la presentación europea de la película en Madrid, el director reconoció una implicación emocional especial y personal en el proyecto: su padre lo introdujo en la música de Bruce Springsteen y este falleció justo antes de empezar el rodaje. Y es que uno de los temas centrales de la historia que se cuenta aquí -basada en el libro de Warren Zanes- es la relación entre el cantante y su padre, un hombre atormentado, violento, con problemas de adicciones y, sobre todo, de salud mental. Cooper utiliza esta subtrama como el motor principal de los conflictos del protagonista, un asunto no resuelto que le impide ser feliz, mantener una relación de pareja sana e, incluso, disfrutar del éxito conseguido como músico. Deliver Me From Nowhere no es el relato del ascenso a la fama mundial de Springsteen, sino que la película comienza cuando el artista ya ha triunfado sobre los escenarios y sus canciones están en las listas de lo más vendido. Lo que nos cuentan es cómo el de New Jersey compuso y grabó el álbum Nebraska (1982), un intento de exorcizar sus fantasmas que iba en contra de los intereses de la discográfica y del sentido común, si lo que se quiere es seguir en la cresta de la ola de la industria musical. Un suicidio metafórico por parte de un artista que se busca a sí mismo, que evita aprovecharse de su éxito apareciendo en talk shows y protagonizando películas -¡de Paul Schrader!- porque prefiere tocar en un garito con unos amigos que tienen un grupo de versiones. Lo que cuenta Deliver Me From Nowhere seguramente sorprenderá a los que no sean fans de Springsteen y resulta muy interesante. Nos habla, en definitiva, de la creación artística, del choque entre la expresión personal y las imposiciones comerciales de la industria. En este sentido, la película de Scott Cooper brilla y sorprende cuando nos muestra un desarrollo argumental en el que vemos a Springsteen, simplemente, componiendo canciones y encontrando la inspiración en películas como Malas tierras (1973) de Terrence Malick. Durante varios minutos de metraje, Cooper se permite la contemplación de un artista en el proceso de creación, dejando que las imágenes de su film se mezclen con las del de Malick. Y no es la única referencia cinéfila: la relación entre Springsteen -de niño- y su padre encuentra también su reflejo, oscuro, en las poderosas imágenes de La noche del cazador (1955). Son elementos interesantes en una película con vocación comercial, apadrinada por el propio Springsteen, a la que hay que perdonarle algunos subrayados demasiado obvios, o que la preciosa fotografía -de Masanobu Takayanagi- y el preciosta diseño de producción -de Stefania Cella- edulcoren el relato de la vida del cantante. Un relato que, de hecho, nos hace descender en las oscuridades del alma del artista, en el trauma y en lo que ahora llamamos problemas de salud mental. Cooper se apoya en la estupenda interpretación de Jeremy Allen White y se permite que el clímax de su película sea el rostro de su protagonista contorsionado por el llanto. Pero es que cada actor de este reparto es excelente, sobre todo Jeremy Strong como el productor -y mentor espiritual de Springsteen-, Jon Landau; además de Stephen Graham, Paul Walter Hauser, David Krumholtz o Marc Maron. Springsteen: Deliver Me From Nowhere es un entretenimiento de primer nivel que consigue sortear los clichés del biopic, con interpretaciones sobresalientes y la poderosa música de The Boss, que además sorprende con una interesante reflexión sobre la creación artística.
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