La estupenda Marco (2024) de Aitor Arregi y Jon Garaño planteaba como tema la vida como un relato -que puede ser falso- pero también el choque entre la idea que tenemos de nosotros mismos y la imagen que proyectamos en los que nos rodean. Marco -un inmenso Eduard Fernández- decidía vivir una mentira a riesgo de ser descubierto y crucificado socialmente. En Maspalomas (2025), Arregi y Garaño nos presentan a un personaje en cierta forma inverso: Vicente siempre fingió ser quien no era hasta que decidió dejarlo todo para 'salir del armario', provocando, paradójicamente al contar la verdad, el rechazo de todo su entorno familiar y social. Precisamente, en la película nos presentan a Vicente (José Ramón Soroiz) viviendo en lo más parecido al paraíso: una playa infinita llena de hombres jóvenes y atractivos que se divierten y mantienen relaciones sexuales entre ellos. Poco a poco, ese paraíso de piel y sudor se irá resquebrajando, Vicente será expulsado y descubriremos su pecado original. La vida obliga a Vicente a descender a los infiernos y, desde allí, a enfrentarse a su pasado, a reencontrarse con su hija, Nerea (Nagore Aranburu), y a iniciar un complejo viaje emocional que le pilla ya con 76 años. Con este argumento, Arregi y Garaño construyen minuciosamente una película tan dura como emocionante, optimista a pesar de todo y muy humana. Cinematográficamente la cámara se esfuerza en hacernos sentir el sol quemando en nuestra piel, el sudor de los cuerpos que se frotan, la arena que se ha quedad metida en una zapatilla. La fotografía de Javier Agirre deslumbra: es luminosa en el paraíso y tenebrosa en las profundidades del supuesto infierno de una residencia para la tercera edad. La atrevida música de Aránzazu Calleja imprime un toque original a la película, que en algún momento podría caer en el drama social más convencional y apagado. Pero Arregi y Garaño juegan muy bien sus cartas y desde una sólida construcción de su protagonista, apuntan temas de gran calado para la reflexión del espectador: el drama muy real que supone para las personas mayores del colectivo LGTBIQ+ ingresar en una residencia donde muchas veces se ven obligados a volver a entrar en 'el armario'; pero también se habla del peso de las decisiones vitales, del choque entre el individuo y su familia, de la vejez y el deseo sexual, y de cómo los planes se acaban trastocando casi siempre por la enfermedad, la muerte o una pandemia mundial. En definitiva, la vida. Con una portentosa interpretación de Soroiz, Maspalomas reflexiona sobre la identidad individual y la libertad de ser nosotros mismos. ¿Es Maspalomas, el destino turístico gay, un oasis de libertad para los homosexuales o un gueto y en definitiva un armario gigante? ¿Y debemos reivindicar por encima de todo nuestra identidad cueste lo que cueste? Maspalomas narra una historia emocionante y además plantea preguntas importantes que debe resolver cada espectador.
MASPALOMAS -ARMARIOS
La estupenda Marco (2024) de Aitor Arregi y Jon Garaño planteaba como tema la vida como un relato -que puede ser falso- pero también el choque entre la idea que tenemos de nosotros mismos y la imagen que proyectamos en los que nos rodean. Marco -un inmenso Eduard Fernández- decidía vivir una mentira a riesgo de ser descubierto y crucificado socialmente. En Maspalomas (2025), Arregi y Garaño nos presentan a un personaje en cierta forma inverso: Vicente siempre fingió ser quien no era hasta que decidió dejarlo todo para 'salir del armario', provocando, paradójicamente al contar la verdad, el rechazo de todo su entorno familiar y social. Precisamente, en la película nos presentan a Vicente (José Ramón Soroiz) viviendo en lo más parecido al paraíso: una playa infinita llena de hombres jóvenes y atractivos que se divierten y mantienen relaciones sexuales entre ellos. Poco a poco, ese paraíso de piel y sudor se irá resquebrajando, Vicente será expulsado y descubriremos su pecado original. La vida obliga a Vicente a descender a los infiernos y, desde allí, a enfrentarse a su pasado, a reencontrarse con su hija, Nerea (Nagore Aranburu), y a iniciar un complejo viaje emocional que le pilla ya con 76 años. Con este argumento, Arregi y Garaño construyen minuciosamente una película tan dura como emocionante, optimista a pesar de todo y muy humana. Cinematográficamente la cámara se esfuerza en hacernos sentir el sol quemando en nuestra piel, el sudor de los cuerpos que se frotan, la arena que se ha quedad metida en una zapatilla. La fotografía de Javier Agirre deslumbra: es luminosa en el paraíso y tenebrosa en las profundidades del supuesto infierno de una residencia para la tercera edad. La atrevida música de Aránzazu Calleja imprime un toque original a la película, que en algún momento podría caer en el drama social más convencional y apagado. Pero Arregi y Garaño juegan muy bien sus cartas y desde una sólida construcción de su protagonista, apuntan temas de gran calado para la reflexión del espectador: el drama muy real que supone para las personas mayores del colectivo LGTBIQ+ ingresar en una residencia donde muchas veces se ven obligados a volver a entrar en 'el armario'; pero también se habla del peso de las decisiones vitales, del choque entre el individuo y su familia, de la vejez y el deseo sexual, y de cómo los planes se acaban trastocando casi siempre por la enfermedad, la muerte o una pandemia mundial. En definitiva, la vida. Con una portentosa interpretación de Soroiz, Maspalomas reflexiona sobre la identidad individual y la libertad de ser nosotros mismos. ¿Es Maspalomas, el destino turístico gay, un oasis de libertad para los homosexuales o un gueto y en definitiva un armario gigante? ¿Y debemos reivindicar por encima de todo nuestra identidad cueste lo que cueste? Maspalomas narra una historia emocionante y además plantea preguntas importantes que debe resolver cada espectador.
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