En Una batalla tras otra (2025), Paul Thomas Anderson representa la brecha generacional en ese dispositivo que distancia hoy a los padres de sus hijos: el teléfono móvil. Puede parecer simple, pero no deja de ser cierto. La pequeña pantalla negra, satanizada por los que tienen más de 40 años, es convertida en la fuente de todos los males por el protagonista de la película, el paranoico Bob Ferguson, al que da vida Leonardo DiCaprio, ese actor que siempre intenta conseguir la mejor interpretación de la historia. Sin embargo, para la hija de 16 o 17 años de Bob, Willa -fantástica Chase Infiniti-, como para la mayoría de los adolescentes, el maldito móvil es, simplemente, su forma natural de comunicarse con el mundo. Un mundo, claro, que ha cambiado mucho desde que Bob Ferguson era un revolucionario antisistema junto a su amada Perfidia Beverly Hills -ese es su nombre de combate- interpretada por una magnética Teyana Taylor. Ambos son jóvenes radicales, idealistas y fogosos en el portentoso prólogo de esta película en el que también se nos presenta al villano de la función, el coronel Steven J. Lockjaw, encarnado por un Sean Penn tan pasado de rosca que no puedes dejar de mirarle. Ese prólogo representa una suerte de paraíso perdido en el que la lucha antisistema era posible: de tono erótico-político es casi una actualización de La Chinoise (1967) o de Sympathy for the Devil (One plus One) (1968), ambas dirigidas por Jean-Luc Godard allá por Mayo del 68. Tras este inicio y una elipsis temporal, se nos muestra a Bob como un tipo acabado, el cerebro frito por el consumo de drogas, que se ha convertido en un padre con graves dificultades para comunicarse con su hija. Porque Una batalla tras otra es también la historia de un padre y su hija. Entonces reaparece un vengativo Lockjaw y Bob tendrá que emprender una loca aventura para rescatar a Willa y para escapar de las autoridades. Durante 162 minutos, que pasan volando, Paul Thomas Anderson, inspirado en la novela Vineland de Thomas Pynchon, nos coge del cuello y mete nuestra cabeza en una comedia satírica, tremendamente política, con muchísima acción, dirigida con mano maestra y con un ritmo que casi no permite recobrar el aliento -el montaje, a ritmo de trailer, lo firma Andy Jurgensen- en una prodigiosa narración audiovisual que no necesita de explicaciones ni diálogos informativos (casi) para crear personajes que nos importen. Eso sí, hay que subirse al carro a toda velocidad. El acabado visual es deslumbrante, la fotografía es de Michael Bauman que rodado en formato VistaVision-; y la música extraña y estimulante, firmada por Jonny Greenwood de Radiohead, lo que da lugar a una obra cinematográfica redonda y mayúscula. Anderson nos cuenta una historia como solo el cine lo puede hacer, y con ella realiza la radiografía más perfecta de su país, hablándonos de ideales perdidos; de siniestros grupos secretos de hombres blancos privilegiados y racistas que se ocultan bajo sonrisas decentes; y de militares enloquecidos y estúpidos, llenos de contradicciones, que sueñan con formar parte de la élite, cuando no son más que tontos útiles con flequillo. Sorprendente -nunca sabes qué va a pasar- y endiabladamente entretenida, Una batalla tras otra consigue ser política sin dejar que sus reflexiones y dardos oculten una historia estimulante que en su clímax resulta emocionante. Anderson apuesta por cosas que ya no se llevan en la ficción actual: personajes simpáticos -además de los protagonistas, mencionemos a Benicio del Toro- y un tono que evita el pesimismo que impera en los tiempos que corren. Posiblemente la mejor película que verás este año.
UNA BATALLA TRAS OTRA -BRECHA GENERACIONAL
En Una batalla tras otra (2025), Paul Thomas Anderson representa la brecha generacional en ese dispositivo que distancia hoy a los padres de sus hijos: el teléfono móvil. Puede parecer simple, pero no deja de ser cierto. La pequeña pantalla negra, satanizada por los que tienen más de 40 años, es convertida en la fuente de todos los males por el protagonista de la película, el paranoico Bob Ferguson, al que da vida Leonardo DiCaprio, ese actor que siempre intenta conseguir la mejor interpretación de la historia. Sin embargo, para la hija de 16 o 17 años de Bob, Willa -fantástica Chase Infiniti-, como para la mayoría de los adolescentes, el maldito móvil es, simplemente, su forma natural de comunicarse con el mundo. Un mundo, claro, que ha cambiado mucho desde que Bob Ferguson era un revolucionario antisistema junto a su amada Perfidia Beverly Hills -ese es su nombre de combate- interpretada por una magnética Teyana Taylor. Ambos son jóvenes radicales, idealistas y fogosos en el portentoso prólogo de esta película en el que también se nos presenta al villano de la función, el coronel Steven J. Lockjaw, encarnado por un Sean Penn tan pasado de rosca que no puedes dejar de mirarle. Ese prólogo representa una suerte de paraíso perdido en el que la lucha antisistema era posible: de tono erótico-político es casi una actualización de La Chinoise (1967) o de Sympathy for the Devil (One plus One) (1968), ambas dirigidas por Jean-Luc Godard allá por Mayo del 68. Tras este inicio y una elipsis temporal, se nos muestra a Bob como un tipo acabado, el cerebro frito por el consumo de drogas, que se ha convertido en un padre con graves dificultades para comunicarse con su hija. Porque Una batalla tras otra es también la historia de un padre y su hija. Entonces reaparece un vengativo Lockjaw y Bob tendrá que emprender una loca aventura para rescatar a Willa y para escapar de las autoridades. Durante 162 minutos, que pasan volando, Paul Thomas Anderson, inspirado en la novela Vineland de Thomas Pynchon, nos coge del cuello y mete nuestra cabeza en una comedia satírica, tremendamente política, con muchísima acción, dirigida con mano maestra y con un ritmo que casi no permite recobrar el aliento -el montaje, a ritmo de trailer, lo firma Andy Jurgensen- en una prodigiosa narración audiovisual que no necesita de explicaciones ni diálogos informativos (casi) para crear personajes que nos importen. Eso sí, hay que subirse al carro a toda velocidad. El acabado visual es deslumbrante, la fotografía es de Michael Bauman que rodado en formato VistaVision-; y la música extraña y estimulante, firmada por Jonny Greenwood de Radiohead, lo que da lugar a una obra cinematográfica redonda y mayúscula. Anderson nos cuenta una historia como solo el cine lo puede hacer, y con ella realiza la radiografía más perfecta de su país, hablándonos de ideales perdidos; de siniestros grupos secretos de hombres blancos privilegiados y racistas que se ocultan bajo sonrisas decentes; y de militares enloquecidos y estúpidos, llenos de contradicciones, que sueñan con formar parte de la élite, cuando no son más que tontos útiles con flequillo. Sorprendente -nunca sabes qué va a pasar- y endiabladamente entretenida, Una batalla tras otra consigue ser política sin dejar que sus reflexiones y dardos oculten una historia estimulante que en su clímax resulta emocionante. Anderson apuesta por cosas que ya no se llevan en la ficción actual: personajes simpáticos -además de los protagonistas, mencionemos a Benicio del Toro- y un tono que evita el pesimismo que impera en los tiempos que corren. Posiblemente la mejor película que verás este año.
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