BETTER CALL SAUL: LA MEJOR SERIE QUE NO ESTÁS VIENDO



Better Call Saul es la mejor serie que probablemente no estáis viendo. No pasa nada. Como su antecesora, la fantástica Breaking Bad, la historia del abogado Jimmy McGill (Bob Odenkirk) parece pensada para ser devorada de un tirón -al estilo Netflix, vamos- por lo que el estreno de su tercera temporada sería una buena oportunidad para recuperar el tiempo perdido viendo The Walking Dead y engancharse a ella. Hay varias razones que explican mi pasión por la ficción creada por Vince Gilligan y Peter Gould. Primero, su narrativa cinematográfica. La serie está contada como si fuera una película, esto no es "televisión": es decir, aquí no predominan los diálogos sino las imágenes. Por lo que os podéis olvidar de verla en el móvil o de estar pendientes del WhatsApp durante su visionado: hay que estar atentos, chavales. No esperéis que los personajes os digan quiénes son en largos parlamentos -aunque Jimmy se caracteriza por su labia- sino que aquí hablan sus acciones. Les vemos hacer cosas, que muchas veces contradicen lo que han dicho, por lo que Better Call Saul cuida sus imágenes mucho más que otros productos televisivos, de realizaciones más bien planas y funcionales. La segunda razón es que estamos ante una serie de personajes. Pocas ficciones, como Breaking Bad, cuidaron con tanto mimo la evolución de su protagonista -la transformación de Walter White, profesor de química, en Heissenberg, genio criminal, es simplemente magistral- y este spin-of hace exactamente lo mismo al mostrarnos como Jimmy McGill, estafador de poca monta que busca redimirse como abogado a imagen de su hermano mayor Chuck -un estupendo Michael McKean- acabará convirtiéndose en el leguleyo Saul Goodman que conocimos en la serie protagonizada por Bryan Cranston. En ambas ficciones estamos ante la transformación de un personaje, contada paso a paso. Y esto nos lleva a una tercera cosa que hace que esto no se parezca a ninguna otra serie: aquí, lo importante, son las decisiones morales de los personajes y cómo cada una de ellas, los va cambiando por dentro. Cada elección de Jimmy McGill le acerca o le aleja de ese futuro Saul Goodman, y aquí se consigue que ese proceso interno sea más interesante que las batallas y los asesinatos de Juego de Tronos. Y lo que hacen mejor que nadie estos guionistas, lo que resulta verdaderamente impresionante, es el juego que establecen con el espectador a raíz de esas decisiones morales. Porque las acciones de los personajes -buenas o malas- nos obligan constantemente a tomar una posición. Aprobar o rechazar. Jimmy McGill es nuestro protagonista, nos resulta simpático, pero ¿Hasta cuándo le vamos a apoyar en sus engaños y chanchullos? ¿Dónde trazamos la línea moral que, de ser traspasada, nos obligaría a abandonar -emocionalmente- al (anti)héroe de esta historia? Este juego fue llevado a su máxima expresión en Breaking Bad y aquí se repite con -casi- igual fortuna. Por si fuera poco, Jimmy está rodeado de un elenco de personajes secundarios excepcionales. Kim Wexler (Rhea Seehorn) no es simplemente el interés sentimental, sino un personaje humano, interesante, que muchas veces es más atractivo que el propio Jimmy y que suele ponerle entre la espada y la pared. El antagonista no podía ser mejor: Chuck McGill es un abogado prestigioso, inteligentísimo y un hermano mayor difícil de superar. La idea de su hipersensibilidad alérgica, que le pone en una situación de debilidad, es uno de los grandes hallazgos de la serie. Los que hayáis visto Breaking Bad recordaréis al veterano Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks) un personaje que parece extraído de un western -de Sin Perdón (Clint Eastwood, 1992)- que protagoniza una subtrama tan interesante como la principal. Y por último, esta tercera temporada supone el regreso de uno de los mejores personajes de Breaking Bad, nada menos que Gus Fring (Giancarlo Esposito), el famoso dueño de Los pollos hermanos.

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