"Todavía estoy aquí" es el mensaje que quiere darle a su violador la protagonista, tanto de los hechos reales como delante de la cámara, la escritora y directora japonesa, Shiori Ito, en el documental nominado al Óscar, Black Box Diaries (2024). Ito narra su expeiencia en primera persona tras haber sido agredida sexualmente por un periodista, Noriyuki Yamaguchi, entonces poderoso director de la cadena de televisión privada de nipona, TBS. La suya es la historia de la mayoría de las violaciones cuando no hay más pruebas que el testimonio de la víctima, que se enfrenta, paradójicamente, al rechazo social -incluso al cuestionamiento familiar- y a la dificultad de encontrar justicia en un sistema judicial fallido. En la película acompañamos a Ito día tras día, la vemos buscando testimonios que apoyen su versión de los hechos, escribiendo un libro sobre lo ocurrido, y grabando con su cámara las imágenes que luego se han convertido en un poderoso documental que es algo así como la crónica de todas las violaciones. Al ya mencionado cuestionamiento de la víctima, hay que sumar el trauma personal, la huella que deja una experiencia terrible, cuyo recuerdo se puede disparar en la mente de Shiori Ito por diferentes motivos cotidianos, como encontrarse con un hombre calvo y con barba, o, significativamente, al contemplar los cerezos en flor, que retrotraen a la protagonista a la estación meteorológica en la que ocurrió la agresión. Shiori Ito relaciona una agresión sexual con una imagen que relacionamos con la belleza de la naturaleza, con la calma y, sobre todo, con Japón. Porque la idea en la que se insiste en esta película es que una violación no es simplemente un asunto entre un hombre y una mujer, sino un problema social sistémico. Shiori Ito señala recurrentemente la estrecha relación entre el violador y el primer ministro japonés, el fallecido Shinzo Abe, para explicar cómo los resortes del poder sirven a los hombres para permitirles el abuso, la agresión y la impunidad. De nuevo el patriarcado y de nuevo el movimiento Me Too, ahora en Japón. Shiori Ito no tiene problemas en mostrarse como una mujer que no solo es una víctima: su belleza física es innegable, muestra también su capacidad para tomarse con humor los momentos más trágicos. En los instantes más emotivos de su película, vemos también a una mujer herida que ha sufrido lo que ella misma describe como el "asesinato del alma".
AÚN ESTOY AQUÍ -MEMORIA HISTÓRICA
La vida sigue por encima de cualquier tragedia, parece decirnos la espléndida Aún estoy aquí (2025), un drama que reivindica la memoria histórica y la reparación de los desmanes del poder. Y lo hace a través de algo tan cercano como una familia, en este caso, real, cuya historia atraviesa varias décadas desde 1971 hasta 2017 reflejando también la historia de Brasil. El padre de esta familia es Rubens Paiva (Selton Mello), un ingeniero retirado de la política que sigue luchando por sus ideales en plena dictadura militar, lo que lo acaba covirtiendo en represaliado. La gran protagonista del film es su mujer, Eunice Paiva, a la que interpreta una magnífica Fernanda Torres cuya presencia y fuerza emocional es la película. El director Walter Salles nos presenta a esta familia y su casa, a poco metros de la playa, y nos dibuja toda una época a través de canciones de pop rock británico, bossa nova, carteles de películas de Jean-Luc Godard, partidas de backgammon, coches enormes, y demasiados cigarrillos fumados. Lo que Salles hace de forma perfecta es crear un retrato impresionista de un momento histórico de su país y también de un estado de ánimo, un paraíso que será irremediablemente perdido cuando se pongan en funcionamiento los terribles resortes del poder fascista. Es entonces cuando esta magnífica película desciende a los infiernos de la represión, la tortura y el asesinato político, mientras una mujer valiente lucha por mantener a flote a su familia y tirar para adelante con sus cinco hijos. Aún estoy aquí es la historia de una resistencia contra el poder corrupto, y un manual de cómo no rendirse y de cómo una sonrisa al objetivo de una cámara puede mandar el mensaje de que la vida sigue, las dictaduras caen, pero los ideales no, aunque se transmuten hacia otras causas, como la defensa de los pueblos indígenas. Estamos ante una película hermosa y emocionante, convencional -es un producto perfecto para el Óscar- pero profunda y sensible, que además permite a Salles cerrar el círculo abierto con Estación central de Brasil (1998) gracias a la emocionante participación de Fernanda Montenegro.
THE APPRENTICE -FAUSTO
Utilicemos el manido símil del accidente de tráfico para describir la figura de Donald Trump: algo terrible que, sin embargo, no puedes dejar de mirar. Partiendo de esta idea se puede cuestionar la necesidad de llevar su historia convertida en una ficción a la gran pantalla. La intención de The Apprentice (2024) es, claramente, la denuncia. Pero ¿No es evidente quién es Trump? Nunca ha ocultado su verdadera cara y cada día aparece en las noticias de todo el mundo con una nueva declaración aberrante -en el momento de escribir estas líneas acaba de prohibir las pajitas de papel para volver a las de plástico-. Sus seguidores seguirán siéndolo pase lo que pase, está demostrado, y es difícil que sus detractores cambien de opinión. La ficción que escribe Gabriel Sherman como guionista y que dirige Ali Abbasi nos muestra a Donald Trump -estupendo Sebastian Stan, al borde de la imitación- como un tipo simple que alcanza el sueño americano al transformarse en un sujeto sin escrúpulos. Igual de ignorante, pero con una desbordante confianza en sí mismo que, incomprensiblemente, le permite salirse (casi) siempre con la suya. La clave de esta transformación es un oscuro personaje, el abogado corrupto Roy Cohn, al que da vida un hipnótico Jeremy Strong. Este estupendo actor es el que conecta The Apprentice con la serie Succession (2018), estupenda comedia de la vergüenza ajena sobre la clase privilegiada de Estados Unidos, retratada como unos 'hijos de papá' de escasa inteligencia y peor catadura moral, cuya máxima ambición es hacerse con los 'juguetes' heredados de sus padres. Algo de eso hay en el Donald Trump que vemos en The Apprentice, en la que lo realmente interesante es la figura mefistofélica del mencionado abogado Roy Cohn. La película nos introduce en los ambientes en los que se mueven los hilos del poder, y nos presenta personajes que se comportan como los dueños del mundo y que están dispuestos a todo para enriquecerse y ganar influencia, todo bajo la ridícula excusa de un supuesto patriotismo que pretende salvar su país de una decadencia que no es más que el progreso. La hipocresía está en la defensa de unos valores conservadores por unos personajes entregados a los placeres mundanos, al alcohol y las drogas, al sexo con prostitutas, o a una homosexualidad que niegan en público. Pero si Fausto acaba recuperando su alma a cambio de un sacrificio por amor, aquí el que sucumbe es el propio diablo, Roy Cohn, consumido en este caso por una epidemia que muchos vieron como un castigo divino. El posible problema de The Apprentice es que, inevitablemente, como espectadores, acabamos empatizando con los protagonistas de cualquier ficción, desde Taxi Driver (1976) pasando por Los Soprano (1999-2007) y hasta Breaking Bad (2008-2013), por inmorales que sean. Aquí, no deja de ser curioso que podamos llegar a desear el triunfo de Trump, como cuando en Psicosis (1960) Alfred Hitchcock nos obligaba a temer que Norman Bates fuese descubierto. Y, desde luego, sentimos pena por el destino de Roy Cohn, a pesar de que antes le hayamos visto comportarse como un corrupto. Un efecto perverso que puede incomodar, claro, a esos sujetos sensatos que se horrorizan ante los desmanes de los individuos retratados en la película. Pero, quizás, dejar de ver a estos tipos como villanos de tebeo, nos hace también más humanos.
BRIDGET JONES: LOCA POR ÉL -NUEVAS PÁGINAS PARA EL DIARIO
Es fácil mirar por encima del hombro una película como Bridget Jones: Loca por él (2025) siendo la cuarta entrega de una saga con más éxito en taquilla que prestigio. Pero esta nueva aventura de la patosa productora de televisión interpretada por Renée Zellweger debería ser tomada como ejemplo a seguir para realizar cualquier secuela/remake/reboot de una franquicia del pasado. Dirigida por Michael Morris -director teatral que ya firmó un drama con protagonista femenina, To Leslie (2022) de forma solvente- estamos ante una nueva adaptación de una novela de Helen Fielding, que desarrolla el personaje creado en El diario de Bridget Jones (2001) de forma lógica y coherente: la solterona se ha convertido en madre de dos niños y acaba de sufrir una pérdida importante en su vida que la devuelve al terreno amoroso, con todos los problemas que ello conlleva para una mujer de su edad, y de su conocida torpeza social. El guión nos muestra a una mujer que debe lidiar con la educación de sus hijos, con volver al trabajo tras algunos años de paréntesis, con reconectar con amigos y familiares, y con la idea de volver a enamorarse. Son todos estos conflictos, cercanos y reconocibles, bien aprovechados para desarrollar situaciones cómicas y, también, emotivas. Lo que hace bien Bridget Jones: Loca por él es desarrollar una trama con nuevas situaciones manteniendo la esencia del personaje, que ha evolucionado de forma creíble sin perder su gracia. Las situaciones cómicas y los enredos funcionan a pesar de ser muy convencionales, así como las situaciones melodramáticas, que apelan de forma sencilla a sentimientos, en definitiva, humanos. Pero lo más destacable es cómo la película se toma su tiempo para desarrollar la historia y permitir que cada personaje del amplio reparto tenga sus momentos de lucimiento. Se trata de secundarios que gozan del cariño de los fans de la saga y ayuda mucho, claro, que en el elenco encontremos a estrellas británicas de la interpretación como los habituales Colin Firth, Hugh Grant, Jim Broadbent y la maravillosa Emma Thompson, pero también con estupendas incorporaciones como Leo Woodall y Chiwetel Ejiofor -importado de Love Actually (2003)-. Como toda franquicia del cine comercial, Bridget Jones: Loca por él debe balancear las situaciones nuevas con la recuperación de ideas, imágenes y sentimientos que se han quedado en la memoria emocional del espectador. Y creo que lo consigue con éxito, evitando que el fan service y la repetición sin alma de las situaciones se apodere del relato, recuperando el tono y el look de esa estupenda comedia romántica cinematográfica británica que reinó a partir de mediados de los 90 y hasta bien entrada la década del 2000.
CAPITÁN AMÉRICA: BRAVE NEW WORLD -EMPEZAR DE ¿CERO?
Marvel Studios intenta recuperar el pulso perdido con Capitán América: Brave New World (2025), correcto film de espías y de acción sin ambición, que parece proponer un nuevo comienzo, presentando a Sam Wilson (Anthony Mackie), antes The Falcon, como el sucesor de Steve Rogers en el papel del simbólico héroe abanderado. El resultado es modesto, lejos, claro, de la épica mastodóntica de Vengadores: Endgame (2019), pero también por debajo de productos más sólidos como Capitán América: El Soldado de invierno (2014). Esta nueva historia nos presenta a Sam Wilson luchando contra la enésima amenaza terrorista, encarnada por un expeditivo mercenario al que da vida un desaprovechado Giancarlo Esposito, junto a un nuevo Falcon, el simpático Joaquín Torres (Danny Ramírez). La química entre ambos personajes heroicos y los momentos de buddy movie, funcionan pero tampoco dejan huella. Paralelamente, la película establece un gran antagonista, nada menos que el general Ross, ahora convertido en Presidente de los Estados Unidos, detalle argumental que ha acabado siendo un reflejo, algo pálido, de la llegada de Donadl Trump a la Casa Blanca. Harrison Ford vuelve a subirse al Air Force One (1997) para interpretar al personaje -antes encarnado por Sam Elliott y William Hurt- en un intento de componer un villano trágico, que lamentablemente no acaba de cuajar en ningún momento. La gran sorpresa de la película y, quizás su decisión más discutible, es la de apoyar su trama en atar los cabos sueltos nada menos que de la olvidada El increíble Hulk (2008), que conviene revisar, aunque esto no sea imprescindible para entender lo que ocurre. En todo caso, Capitán América: Brave New World nace directamente de la serie de Disney+, Falcon y el Soldado de Invierno (2021), lo que quizás contagia a esta cinta de su lenguaje televisivo. Nada está realmente mal pero tampoco hay nada que brille especialmente en esta cinta dirigida por Julius Onah, que lidia con un guión que naufraga en el tercer acto y que no se recupera hasta la promocionada pelea con Hulk Rojo, cuya identidad fue un divertido misterio en los cómics, mientras que aquí el tráiler nos hace un discutible espóiler. El auténtico corazón de la película, en todo caso, es el personaje de Isaiah Bradley, olvidado Capitán América afroamericano, encarcelado injustamente, al que da vida un entrañable veterano como Carl Lumbly. Este personaje protagoniza una trama robada de El mensajero del miedo (1962) y es el que apuntala los mensajes de la película, tenues pero muy presentes, sobre la política y la sociedad estadounidense actual, multicultural pero siempre amenazada por el racismo, el extremismo y el belicismo. Y si Capitán América: Brave New World no vuela más alto puede ser también porque traslada a la pantalla personajes e historias de la Marvel Comics más reciente, buscando, quizás, conectar con audiencias más jóvenes. Pero este Capitán América, más allá de su color de piel, no es Steve Rogers, el personaje (re)creado en los años sesenta por Stan Lee y Jack Kirby; así como este Hulk Rojo es también una variación del goliat verde de los primeros, inocentes y contraculturales años de la Casa de las Ideas. Es el carisma de aquellos arquetipos eternos el que necesita realmente Marvel Studios.
A DIFFERENT MAN -SER DIFERENTE
El problema de la identidad individual, de quiénes somos, en una sociedad marcada por la imagen, por el aspecto físico y la mirada del otro, es el asunto central de la interesante A Different Man (2025), que escribe y dirige Aaron Schimberg. El planteamiento gira alrededor de Edward Lemuel (Sebastian Stan), un hombre con el rostro deforme por una enfermedad, que intenta, paradójicamente, ser actor. No sabemos realmente si Edward es feliz o si se toma en serio su carrera como actor, solo podemos inferirlo, pero todo cambia con la aparición de una nueva vecina, Ingrid (Renate Reinsve), tan atractiva como simpática, y que resulta ser una dramaturga que ofrece amistad a Edward y un posible papel en una hipotética obra teatral. Esta promesa no llega a cumplirse porque Edward se somete a un tratamiento revolucionario que lo cura completamente, convirtiéndolo en un hombre corriente, e, incluso, atractivo, lo que le llega a proporcionar cierto éxito en una nueva vida. El problema que plantea Schimberg es que Edward no ha superado del todo su vida anterior, lo que provoca que busque de nuevo a Ingrid y acabe -sin ella saberlo- protagonizando precisamente su primera obra de teatro en el papel de él mismo. A Different Man comienza siendo un drama sobre la diferencia y la marginación social, para convertirse luego en una comedia de humor negro, con momentos surrealistas y de metaficción, un poco en la línea del genial Charlie Kaufman. Este tono se activa con la introducción de un nuevo personaje, Oswald, interpretado por Adam Pearson, actor que realmente padece neurofibromatosis y que se presenta como un tipo divertido, siempre de buen rollo, que parece ajeno a su deformidad y que vive todo lo que Edward no ha conseguido ni siquiera tras la operación. Soprendente y original, la película indaga en la frustración del inadaptado y de forma mordaz describe una sociedad formada por mediocres que triunfan, desmontando de paso estereotipos sobre la importancia del aspecto físico y generando mucho humor políticamente incorrecto sobre la discapacidad, planteando que, precisamente, son nuestros defectos, el monstruo que habita en todos nosotros, lo que nos hace diferentes, individuales, interesantes, aunque no sea precisamente eso lo que nos lleve al 'éxito' ni a la aceptación de los demás.
LOS EXPLORADORES -GIGANTES DE LA MANCHA
Son muy bonitos los temas que se desprenden de Los exploradores (2025) película animada que, sin dar lecciones, nos coloca en el territorio, siempre a punto de desaparecer, de la infancia, las ilusiones, los sueños y la imaginación. El protagonista es Alfonso, un niño de 11 años claramente inspirado nada menos que en Don Quijote, que ve gigantes donde hay molinos, monstruos terribles en tormentas apocalípticas, y que tiene a su propio Sancho y a su Dulcinea -Felipe y Victoria- y que ha cambiado el caballo por la bicicleta de Los Goonies (1985). Además, como James Stewart en El invisible Harvey (1950), Alfonso ve conejos donde no los hay, y estos son unos divertidísimos personajes que parecen salidos de los cartoons más salvajes. La misión de Alfonso es salvar su barrio y a sus vecinos, es decir, el territorio de su infancia, de la especulación inmobiliaria y las máquinas infernales del malvado empresario Carrasco y sus esbirros. Dirige el argentino Gonzalo Gutiérrez una película familiar que gustará sobre todo a los más pequeños: su ritmo no decae en ningún momento, lo que sin embargo le pasa factura a la solidez del guión. La animación no aspira a competir con Disney o Pixar, pero esto se compensa con secuencias espectaculares de acción, persecuciones imposibles, mucho humor con un punto gamberro, personajes entrañables, y varias canciones que acompañan a las imágenes como si fueran videoclips. Si estáis buscando una película para llevar a los niños al cine por primera vez, Los exploradores cumple sin complicaciones.
LA MARSELLESA DE LOS BORRACHOS -MEMORIA HISTÓRICA
A veces resulta difícil imaginar un mundo anterior al nuestro. Hoy, gracias a la omnipresencia de los teléfonos móviles, parece que todo queda registrado, que nadie hace nada sin grabarlo y compartirlo en las redes sociales. El documental La Marsellesa de los borrachos (2025) nos lleva a una época muy diferente, analógica y romántica, en la que existía algo llamado tradición oral. Era una época, no tan lejana, de canciones que se transmiten de generación en generación y de boca en boca, muchas veces sin un autor conocido y cuyas letras van variando cada vez que se interpretan. Eran canciones que estaban vivas, pero que, paradójicamente, siempre estaban en peligro de desaparecer. En su primer largometraje, el director Pablo Gil Rituerto propone un viaje musical y temporal a través de las canciones populares de resistencia. El recorrido que vemos en la película es doble: primero seguimos los pasos del colectivo italiano Cantacronache, formado en Turín en 1958. Algunos de sus miembros, como Emilio Jona, Lionello Gennero y Margot, recorrieron la España franquista en 1961, de forma clandestina, con una grabadora para registrar esas canciones que solo existían cuando eran interpretadas. El resultado de esa labor entusiasta quedó impreso en un libro, Canti della nuova resistenza spagnola, cuya publicación fue perseguida, claro, por las autoridades franquistas. En 2022, Gil Rituerto hace otro recorrido similar, siguiendo aquellos pasos y rescatando aquellas grabaciones o recréandolas con comprometidos artistas actuales como Nacho Vegas, Maria Arnal, Amorante o Labregos do tempo dos Sputniks. Las interpretaciones que vemos en pantalla son preciosas y emocionantes, cantadas desde los ideales por un mundo mejor. ¿Siguen vivos esos ideales?. La película de Rituerto es apasionante, porque si hemos dicho que hoy el mundo es muy diferente, también hay que decir que el peligro sigue siendo el mismo: no hace falta más que asomarse a las redes sociales. Hay algo de nostalgia en La Marsellesa de los borrachos, precisamente hacia ese mundo ya olvidado, en el que había menos formatos para registrar la realidad pero una causa muy clara por la que luchar.
MEMORIAS DE UN CARACOL -QUÉ TRISTE ES VIVIR
Ya no hace falta decir que la animación no es solo cosa de niños, algo que demuestra una obra como Memorias de un caracol (2025), cinta realizada con la técnica del stop motion por Adam Elliot -autor de Mary and Max (2009)- que, sin embargo, está narrada con la sencillez de un cuento infantil. Un cuento, eso sí, muy triste. Elliot nos presenta a dos personajes, dos hermanos mellizos, Grace (Sarah Snook) y Gilbert (Kodi Smith-McPhee) cuya llegada al mundo, lejos de ser feliz, está marcada por la tragedia. A partir de la separación de sus destinos, se irá contando la vida de cada uno, en clave de flashback, y con tendencia al drama. Los dos niños viven diferentes penurias, relacionadas sobre todo con la crueldad del mundo, el acoso escolar, o el extremismo religioso y la intolerancia. Ante estas agresiones sociales -y existenciales- Elliot nos dice que la bondad y la solidaridad están, precisamente, en los diferentes -en los inevitablemente marginados- que cultivan extrañas aficiones: como coleccionar caracoles, hacer trucos de magia, los libros de autoayuda y varias filias más. La más inusual de todas, en el mundo en el que vivimos, la de leer novelas de autores ya clásicos. El universo de Elliot es el de personajes rotos y frikis, que buscan cariño y aceptación, pero se acaban refugiando en sí mismos. La voz en off de Grace es el hilo que vertebra casi todo el relato, que va pasando de un episodio a otro con soltura. La animación, muy cuidada, se mantiene lejos de lo espectacular, pero sí está marcada por un estilo muy personal, más bien oscuro, que marca el tono triste del relato. Lo valioso de esta cinta es, precisamente, su personalidad y esa visión triste de la existencia que da pie al humor negro, pero que también nos lleva a un desenlace de sorprendente emoción que, a través de lo trágico, de la conciencia de la muerte, consigue inyectar una dosis de ternura y esperanza en el espectador.
MARÍA CALLAS -CANTO DE CISNE
El chileno Pablo Larraín completa una trilogía no oficial sobre mujeres que marcaron el siglo XX con María Callas (2025), con la que podría cerrar un círculo tras ocuparse de Jackie Kennedy en Jackie (2016) y de Lady Di en Spencer (2021). Lejos del biopic convencional, en estas películas Larraín concentra el argumento en un hecho -más o menos real- concreto que marca un estado de ánimo en la protagonista y por ende en el tono de la cinta. Aquí, Larraín se salta los humildes inicios de María Callas, evita mostrar a su tóxica madre, no nos muestra su escalada hasta la cima de la ópera, ni vemos a la cantante en su esplendor. María Callas se ocupa exclusivamente de los últimos días de la artista, de su último intento de recuperar su voz, de su temprana muerte con poco más de 50 años. Formalmente es la película más convencional de Larraín en esta trilogía, con una narrativa clara y objetiva, a pesar de que el guión de Steven Knight plantea numerosos saltos temporales -Larraín cambia el formato o hace uso del blanco y negro para facilitar que podamos diferenciar en qué etapa estamos- y a pesar de que la protagonista asegura dudar de si lo que está viviendo es real. María Callas, como Jackie y Spencer es un film claustrofóbico, con una heroína atrapada en su personaje público, pero también es una película petrificada, dramáticamente algo plana, de encuadres fijos y lejanos que muestran la soledad y el aislamiento de la cantante, pero que también generan frialdad y distancia con respecto a la emoción de lo que vemos. La película es una tragedia a la que se le ha cercenado el planteamiento y el desarrollo, por lo que quizás resulte difícil emocionarse con el melodramático final de la cantante, sin haber presenciado antes sus momentos de felicidad y de amor. Angelina Jolie se entrega a dar vida a este personaje femenino dominado por un hombre poderoso, Aristóteles Onassis (Haluk Bilginer), que hizo con ella lo que quiso; pero que también es presa del arte como único sentido de su existencia. La fotografía del siempre estupendo Edward Lachman -que ya nos deslumbró en El conde (2023)-, el diseño de producción y el vestuario hacen de la película un placer estético, al que hay que sumar las piezas clásicas de ópera y la voz de la propia Callas. Pero cuando Larraín intenta fabricar momentos de gran belleza, estos pueden parecer impostados, demasiado acartonados, y eso incluye un clímax que puede llegar de una forma no demasiado orgánica. Lo mejor de la cinta, son, quizás, sus personajes de reparto: el doctor que interpreta Vincent Macaigne; la amiga a la que da vida Valeria Golino; pero, sobre todo, esos dos sirvientes encarnados por Pierfrancesco Favino y Alba Rohrwacher: ambos inyectan una humanidad y una emoción que María necesitaba en una dosis mayor.
SALVE MARÍA -MATERNIDAD
Tiene la maternidad un lado oscuro, de frustración, de pérdida de la identidad, de rencores y sobre todo de culpa, que la directora Mar Coll utiliza en su película Salve María (2024) para construir un interesantísimo film. Todo el argumento gira alrededor de su protagonista, María (Laura Weissmahr), que desde fuera parece vivir situaciones completamente normales e incluso felices: acaba de tener un hijo, disfruta de la baja maternal y comparte el cuidado del bebé con su pareja, Nico (Oriol Pla). Pero desde la perspectiva de María, que contamina todo lo que vemos en la pantalla, lo que experimenta es una pesadilla de vómitos, visitas a urgencias y de incómodos cambios físicos en su cuerpo -la cicatriz de la césarea, sus pechos expulsando leche a destiempo-. María es una escritora que no consigue sacar adelante su nueva obra y que, significativamente, buscará la inspiración nada menos que en una infanticida que acapara titulares en la prensa. Con estos elementos, Coll construye un relato de terror psicológico, opresivo y pesadillesco, en el que la protagonista va perdiendo paulatinamente el contacto con la realidad y también la conexión con el espectador, que ya no puede ver en esta mujer a una madre en su -impuesto- rol de cuidadora y protectora. Salve María es una olla a presión de imágenes terroríficas que el espectador contempla siempre en tensión esperando el peor desenlace posible. Y en ese descenso a los infiernos, Coll introduce poco a poco imágenes surrealistas, imaginería del cine fantástico, que conecta los miedos y frustraciones de la maternidad con el personaje arquetípico de la bruja devoradora de bebés y adoradora de satán, el opuesto perfecto de la virgen que da vida. No es un asunto nuevo el de la maternidad como relato terrorífico -mencionemos precedentes tan ilustres como La semilla del diablo (1969) o Alien (1979)- pero desde luego es un tema muy presente en el cine reciente con cintas como La primera profecía (2024) o su hermana gemela Inmaculate (2024), por no mencionar Canina (2025), inferior pero con muchos puntos en común con Salve María.
SALVAJES -¿SE PUEDE SALVAR EL PLANETA?
Puede resultar contradictorio el discurso sobre la animación en stop motion como un arte en peligro de extinción cuando cada año nos enfrentamos a obras tan espléndidas como Salvajes (2025). El suizo Claude Barras -director de La vida de Calabacín (2016)- firma una historia para toda la familia en la que la existencia de una adolescente algo rebelde, Keria, que vive en Borneo, cambia radicalmente cuando acoge a un bebé orangután y se reencuentra con su primo Selaï, que pertenece a una tribu nativa. Keria tendrá que luchar para proteger al orangután, pero también se enfrentará a una tragedia familiar no resuelta y a sus propios orígenes, que se empeñaba en negar. Pasará de vivir en un entorno urbano dominado por los vicios del capitalismo salvaje, a reencontrarse con la naturaleza. El espectador tendrá que decidir quiénes son realmente los Salvajes del título en una cinta divertida y con bastante acción, pero que también nos habla de temas tan importantes como el peligro al que se enfrenta el ecosistema por nuestro modo de vida occidental, consumista y depredador. Estamos ante una cinta de animación que, sin embargo, atesora elementos documentales sobre la selva, los animales y la forma de vida de las tribus que no han sido asimiladas por el sistema -el director vivió un tiempo con una de estas tribus para documentarse-, además de trazar un dibujo sobre cómo funciona nuestra sociedad con respecto a la explotación de los recursos, incluidos los propios seres humanos. Salvajes no es el convencional film familiar al que estamos acostumbrados: sus ritmos son diferentes, y en general, llama la atención el respeto con el que se trata al espectador infantil al no caer en soluciones fáciles y al abordar sin miedo situaciones dramáticas, además de hacer gala de una sensibilidad cinematográfica 'europea' que se diferencia de la animación estadounidense o japonesa. Y donde Salvajes destaca sobre todo es en su soberbia animación tradicional y artesanal, que consigue que la selva en la que ocurre la película cobre vida, con unos diseños fantásticos y coloridos, con la capacidad de fabricar momentos verdaderamente mágicos. No hay que perdérsela por nada del mundo.
LA SEMILLA DE LA HIGUERA SAGRADA -REPRESIÓN
Muchas veces un hecho real inspira una ficción, pero pocas veces eso está tan claro como en la magnífica La semilla de la higuera sagrada (2025) del director iraní, en el exilio tras realizar este film, Mohammad Rasoulof. El hecho real en cuestión es el crimen de Mahsa Amini, asesinada por, supuestamente, no usar el hijab de acuerdo con las normas, suceso ocurrido en 2022. Este hecho verídico, reflejado en la película utilizando imágenes reales, desencadena el conflicto en la familia que protagoniza el relato, formada por un padre, Iman (Missagh Zareh), juez de instrucción recién nombrado; su mujer, Najmeh (Soheila Golestani) y sus hijas Rezvan (Mahsa Rostami) y Sana (Setareh Maleki). Tres mujeres que viven bajo el techo de un patriarca benéfico y cariñoso que se apoya en la cultura, la tradición y la religión para imponer el orden. Son las imágenes televisivas de lo que le ha pasado a Mahsa Amini las que despiertan la conciencia adormecida de las mujeres de este hogar iraní, que se sienten inevitablemente identificadas. Es entonces cuando estalla el detonante del argumento: Iman pierde la pistola reglamentaria que le han dado para protegerse, por lo que su carrera peligra. Este giro argumental, que recuerda sin duda a la magnífica El perro rabioso (1949) de Akira Kurosawa, convierte la película en un thriller asfixiante que nos atrapa a pesar de las cerca de tres horas de duración del film. Las relaciones entre los miembros de la familia comienzan a enturbiarse, la desconfianza crece, en una parábola de la corrupción moral de la sociedad iraní. Rasoulof nos muestra con un drama ejemplar cómo dentro del régimen, si obedeces, todo va bien, pero esa falsa calma puede ser dinamitada en cualquier momento ante el menor signo de disensión. La película va pasando del naturalismo costumbrista hasta la abstracción en su tramo final, en el que se nos muestran escenarios cotidianos que sin embargo simbolizan la represión de una prisión estatal o las ruinas de un país del que solo queda escapar.
SEPTIEMBRE 5 -DETRÁS DE LA NOTICIA
Siempre me hipnotiza en una película cuando la cámara se fija en los procedimientos, en la mecánica, en los pasos a seguir para realizar un trabajo, para desempeñar un oficio. Septiembre 5 (2025) es una película cuyo escenario principal es el control de realización de la sección de deportes de la cadena estadounidense ABC, que se ha desplazado a Munich para cubrir los Juegos Olímpicos de 1972. En ese escenario vemos cómo se comportan los diferentes profesionales implicados en una retransmisión en directo: el director, el productor, el realizador, los cámaras y otros técnicos necesarios para enviar una señal a los aparatos de televisión de los espectadores. El director alemán Tim Fehlbaum, tras hacer dos películas inscritas en la ciencia ficción, aborda en esta cinta unos hechos reales con un rigor absoluto: el secuestro terrorista de once miembros del equipo olímpico israelí. Unos hechos que convierten a los protagonistas de Septiembre 5, periodistas deportivos, en los únicos capaces de contar lo que está pasando, ya que son pocos los metros que los separan de los hechos. El guión que firma el propio Fehlbaum junto a Moritz Binder y Alex David, limita al espectador, estrictamente, al punto de vista de los personajes del film en un alarde de rigor narrativo. Solo vemos lo que captan las cámaras y lo que se puede ver a través de los monitores del control de realización, que en algunos momentos son imágenes reales de la rentransmisión original de 1972. Con estos elementos, Fehlbaum construye una película concentrada en el espacio y el tiempo -la historia parece ocurrir en tiempo real-, cargada de tensión, en la que vemos cómo los personajes deben resolver problemas técnicos relacionados con su trabajo, pero también deben tomar decisiones morales relacionadas con la ética periódistica, de cara a los atentados terroristas. Los actores que aparecen dando vida a los personajes principales son muy eficientes: John Magaro, Ben Chaplin, Peter Sarsgaard y Leonie Benesch cumplen sobradamente. De sus personajes sabemos poco, justo lo necesario para intuir qué tipo de personas son: lo importante es cómo se desempeñan en sus trabajos. Septiembre 5 nos muestra el tecnificado pero analógico mundo de la televisión de aquellos años, con aparatos enormes, de botones gigantes, de teléfonos y micrófonos que generan mucho ruido, rótulos hechos a mano, y cámaras que todavía funcionaban con película. Un mundo estéticamente apasionante que se puede admirar en la película casi con fetichismo. Fehlbaum se concentra en contarnos lo que ocurre de forma eficaz para mantener el interés y evita en gran parte el melodrama y la épica, pero no perdamos de vista la reflexión que aparece de fondo sobre la responsabilidad periodística; sobre la humanidad y los conflictos sociales y políticos que afectan a los encargados de dar las noticias; sobre cómo una información falsa puede llegar a cambiar, aunque sea por unos minutos, la misma realidad.
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