(7) El gato de Schrödinger. Volvamos al eje principal de la estructura argumental de WestWorld, la repetición, incesante, de un día en la existencia de cada anfitrión. Esa reiteración de despertares, encuentros con otros personajes, conflictos y muertes, es la clave de la historia. Porque es esa repetición la que se irá acumulando en la memoria de los androides hasta hacerles cobrar consciencia, en parte gracias a los abusos sufridos una y otra vez por parte de los humanos. Como si los marcianitos se hartasen de ser eliminados repetidamente en Space Invaders (1978). Ahora bien, ese revivir una jornada diaria no busca solo un ritmo -como en la magnífica Paterson (2016)- sino que constituye una estructura narrativa que modifica la historia misma y su sentido, como en la magistral La llegada (2016). Así, las diferentes "vidas" de los anfitriones se mezclan anulando la linealidad de la historia y del tiempo dentro de la narración. En un momento de la trama, dice Dolores (Evan Rachel Wood) que si pudiera ver todas las opciones, todas su "vidas" pasadas, quizás podría cambiar su destino. Así, los recuerdos de los diferentes ciclos de los anfitriones como Dolores o Maeve son equivalentes a vidas posibles en universos paralelos, lo que nos lleva a pensar en la teoría del gato de Schrödinger, que establece la posibilidad de que las consecuencias de una decisión coexistan en líneas temporales divergentes. Ya sabéis, un gato dentro de una caja está muerto y está vivo, al mismo tiempo, hasta que efectivamente abres la caja. Esta idea está muy en boga en la ficción actual, en series como Fringe (2008-2013), en el multiverso de tierras infinitas de The Flash (2014), y en películas como Otra Tierra (2011) o la genial Coherence (2013). Este relato múltiple nos lleva a pensar de nuevo en una forma narrativa única, la de los videojuegos, en la que la historia "definitiva" es la que lleva al jugador a completar la misión planteada, pero también es la suma de todas las veces que ha fallado y vuelto a empezar hasta conseguir superar los obstáculos. Esto tiene que ver con la idea del "laberinto" en la serie: hay un camino hasta el centro, pero también están todos los callejones sin salida que hay que probar primero. Los anfitriones indios, dentro del parque, han creado un mito con respecto al laberinto: es la suma de todas las decisiones y sueños de un hombre.
WESTWORLD: MIRADAS (7)
(7) El gato de Schrödinger. Volvamos al eje principal de la estructura argumental de WestWorld, la repetición, incesante, de un día en la existencia de cada anfitrión. Esa reiteración de despertares, encuentros con otros personajes, conflictos y muertes, es la clave de la historia. Porque es esa repetición la que se irá acumulando en la memoria de los androides hasta hacerles cobrar consciencia, en parte gracias a los abusos sufridos una y otra vez por parte de los humanos. Como si los marcianitos se hartasen de ser eliminados repetidamente en Space Invaders (1978). Ahora bien, ese revivir una jornada diaria no busca solo un ritmo -como en la magnífica Paterson (2016)- sino que constituye una estructura narrativa que modifica la historia misma y su sentido, como en la magistral La llegada (2016). Así, las diferentes "vidas" de los anfitriones se mezclan anulando la linealidad de la historia y del tiempo dentro de la narración. En un momento de la trama, dice Dolores (Evan Rachel Wood) que si pudiera ver todas las opciones, todas su "vidas" pasadas, quizás podría cambiar su destino. Así, los recuerdos de los diferentes ciclos de los anfitriones como Dolores o Maeve son equivalentes a vidas posibles en universos paralelos, lo que nos lleva a pensar en la teoría del gato de Schrödinger, que establece la posibilidad de que las consecuencias de una decisión coexistan en líneas temporales divergentes. Ya sabéis, un gato dentro de una caja está muerto y está vivo, al mismo tiempo, hasta que efectivamente abres la caja. Esta idea está muy en boga en la ficción actual, en series como Fringe (2008-2013), en el multiverso de tierras infinitas de The Flash (2014), y en películas como Otra Tierra (2011) o la genial Coherence (2013). Este relato múltiple nos lleva a pensar de nuevo en una forma narrativa única, la de los videojuegos, en la que la historia "definitiva" es la que lleva al jugador a completar la misión planteada, pero también es la suma de todas las veces que ha fallado y vuelto a empezar hasta conseguir superar los obstáculos. Esto tiene que ver con la idea del "laberinto" en la serie: hay un camino hasta el centro, pero también están todos los callejones sin salida que hay que probar primero. Los anfitriones indios, dentro del parque, han creado un mito con respecto al laberinto: es la suma de todas las decisiones y sueños de un hombre.
WESTWORLD: MIRADAS (6)
(6) La vida es
un (video)juego. En WestWorld conviven
múltiples tramas protagonizadas por personajes muy diferentes. Ya hemos dicho
que para los anfitriones la existencia se repite cíclicamente como la pantalla
de un videojuego que no conseguimos superar. Pero para los personajes humanos,
concretamente para William (Jimmi Simpson), el parque es literalmente un
videojuego en el que las experiencias virtuales son, si no reales,
decididamente físicas. Este parque ficticio funciona con la misma mecánica
del género sandbox -la saga Grand Theft Auto- en
la que el visitante/jugador puede interactuar con los NPCs -personajes no
jugadores- que son los anfitriones. Cada interacción le puede llevar a una
aventura diferente -una narrativa guionizada- al contrario de los juegos
lineales en los que el jugador avanza pantalla tras pantalla eliminando
enemigos o venciendo obstáculos. Resulta imposible no acordarse de una obra
maestra como Red Dead Redemption (2010) por su idéntico
carácter abierto, pero sobre todo por su ambientación western. Por
otro lado, en la serie, el misterioso hombre de negro encarnado por Ed Harris
-una referencia al personaje de Yul Brynner en la película original- busca
alcanzar un nivel oculto del juego, el centro del laberinto, una metáfora del
sentido de la vida, del viaje hacia el interior del alma. El hombre de negro
cree que hay un nivel más profundo en el parque, algo así como los easter
eggs -huevos de pascua- que los programadores suelen esconder en sus
videojuegos. WestWorld tiene, además, un comentario sobre la
naturaleza del ser humano, llevando un paso más allá la siempre polémica
violencia en los juegos informáticos: ¿Quién no ha disfrutado abusando
sádicamente de un NPC? ¿Y si estos, en lugar de un puñado de pixeles, fueran
indistinguibles de un ser humano? La serie plantea que si tienes
pensamientos crueles, violentos y machistas, probablemente lo seas, por lo que
desahogarte con un robot no te exculpa. "¿Sales del mundo real y te
conviertes en un malvado?" pregunta William (Jimmi Simpson) a su futuro
cuñado, Logan (Ben Barnes), ambos usuarios del parque. Claro está que el dilema
se plantea llevándolo al extremo: en un videojuego deberíamos tener muy clara
la diferencia entre ficción y realidad, al menos mientras no existan personajes
tan atractivos como Dolores (Evan Rachel Wood). Hay otro elemento que
recuerda a los (video)juegos de rol: si los personajes en estos suelen tener
atributos repartidos en fuerza, inteligencia, o resistencia, que van aumentando
con la experiencia adquirida tras ganar combates y vencer obstáculos, aquí la
robótica Maeve (Thandie Newton) decide aumentar sus propios atributos al máximo
-sobre todo su inteligencia- para escapar del bucle -de la pantalla- en el que
se encuentra -existencialmente- atascada.
WESTWORLD: MIRADAS (5)
(5) Dios ha muerto. Lo gritó Nietzsche. Prometeo se enfrentó a los dioses para liberar a los hombres. Eva, tentada por el diablo, robó el fruto del Edén. El monstruo de Frankenstein le pidió cuentas a su creador. También los replicantes buscan a Eldon Tyrell (Joe Turkel) para pedirle que prolongue sus vidas. En WestWorld la figura del creador se divide en dos, uno "bueno", el misterioso Arnold, y otro "malo", Robert Ford (Anthony Hopkins). La identidad del primero es un McGuffin durante la mayor parte de los episodios: descubrir de quién se trata es uno de los focos de interés de la trama, un poco como lo era el misterioso Jacob (Mark Pellegrino) en Perdidos (2004-2010). El segundo, Ford ,tiene poco que ver con el John Hammond (Richard Attenborough) de la mencionada Parque jurásico (1993), es más bien una figura aterradora, como el propio barón Frankenstein o como el doctor Moreau de H.G. Wells. Ford es una figura paterna que establece un conflicto freudiano con sus hijos, sus creaciones -o las de Arnold-, un Saturno que devora a sus hijos, hasta que estos se rebelen. La primera en darse cuenta de que sus creadores no son dioses, sino meros hombres, es Maeve (Thandie Newton). Sin Dios, Raskolnikov creyó justificado asesinar a una anciana, sintiéndose un hombre superior, en Crimen y castigo (1866). Albert Camus pensó que si eliminamos a Dios, sin una moral que nos premie tras la muerte, todos los actos se igualan. Sin trascendencia del alma, la muerte es el final, inevitable, tanto para los santos como para los criminales. Esta idea se traduce en el bucle existencial que experimentan los anfitriones: cada jornada viven una historia que se reinicia al día siguiente. ¿Qué más da lo que hagan? Por eso, Maeve, al descubrir que no es más que un robot atrapado en un ciclo sin fin, decide que "Nada importa". En una escena clave, la cabaretera besa al pistolero de negro, Hector Scaton (Rodrigo Santoro), justo antes de morir -otra vez-. Ella sabe que volverá a despertar. Estos ciclos repetitivos pueden recordar al clásico cómico Atrapado en el tiempo (1993); al ensayo y error del film de ciencia ficción, Código fuente (2011) y, sobre todo, a la entretenida Al filo del mañana (2014), con la que WestWorld comparte la idea de las múltiples muertes que acaban perdiendo peso, como las vidas del personaje de un videojuego.
BARRY SEAL: EL TRAFICANTE- HECHO EN AMÉRICA
Barry Seal: El traficante es el descriptivo título que le ha puesto la distribución española a la nueva colaboración del director Doug Liman y Tom Cruise, tras la estupenda Al filo del mañana (2014). El título original, American Made, describe menos esta película pero dice mucho más de sus intenciones. Estamos ante una nueva mirada al reverso del sueño americano, que cuenta la historia de un piloto aventurero y sin escrúpulos que trabajó para la CIA, para el cartel de Medellín, y para los Contras de Nicaragua. Al mismo tiempo. Tom Cruise vuelve a pilotar tras Top Gun (1986) al servicio de su país... y de su propio bolsillo. La historia es entretenida a más no poder, con un tono de comedia satírica muy agradecido. Se puede describir como un cruce entre Uno de los nuestros (1990) -o su actualización, El lobo de Wall Street (2014)- y la serie Narcos. Ahí está la voz en off del narrador protagonista, las imágenes de archivo televisivas, la época de los 80 y hasta sale Pablo Escobar. De hecho, Barry Seal tiene idénticos problemas para ocultar su dinero, que gana más rápido de lo que puede gastar (y blanquear). Y creo que ese es el mensaje de la película: el dinero de Barry se convierte en un fin en sí mismo, mientras el piloto sirve como títere para los intereses políticos de Estados Unidos en Latinoamérica. Los peores dardos de un guión trepidante se dirigen hacia el Gobierno estadounidense y una chapucera CIA, haciendo sangre sobre todo de Ronald Reagan -pero también de Bush padre e hijo y hasta de Bill Clinton-. Los criminales colombianos y los revolucionarios nicaragüenses, como en la mencionada Narcos, son meras caricaturas estereotipadas, personajes de opereta que sirven de fondo para expresar el absurdo al que se enfrenta el (anti)héroe estadounidense encarnado por Cruise. A pesar de una factura impecable y de su sano sentido de la diversión, Barry Seal, cuya precuela podría ser Air America (Roger Spottiswoode, 1990) -protagonizada por Mel Gibson- se queda a un paso de ser una película verdaderamente memorable. Le falta algo de mala leche -Tom Cruise no se "ensucia"-, afilar más a sus personajes -el ama de casa que encarna Sarah Wright tenía más recorrido- y arriesgar un poco más -¿Y si nos hubieran contado la historia del pueblo de Mena, Arkansas en el que se afinca Barry Seal?-.
WESTWORLD: MIRADAS (4)
(4) El test de Turing. Ya he dicho que el complejo de Frankenstein estaba necesariamente en el alma (de metal) de la película original, pero este nuevo WestWorld no podía obviar la existencia de Blade Runner (1982), un clásico de la ciencia ficción que tiene una influencia decisiva en esta serie. Los anfitriones son robots indistinguibles del ser humano, como los replicantes. Tanto, que son capaces de erigirse en protagonistas y en el punto de vista de una parte importante del relato, algo reservado casi siempre a los personajes humanos. Hasta cierto punto, la preocupación de los anfitriones, que cobran consciencia de sí mismos, es el reverso del conflicto de los replicantes en la película de Ridley Scott: la "inmortalidad" de los primeros les obliga a vivir varias vidas de sufrimiento, mientras que la caducidad era lo que mortificaba a los segundos. Hay un parecido notable entre los interrogatorios a los que sometía Rick Deckard (Harrison Ford) a los replicantes, con los que lleva a cabo Bernard Lowe (Jeffrey Wright) con los anfitriones. Destacan sobre todo esos primeros planos de las pupilas del interrogado, que deben ser un homenaje consciente al film de Scott. Hay, quizás, otro guiño, más sutil: me refiero a cuando se descubre que un anfitrión, que se ha vuelto loco, se dedica a hacer tallas de madera -la creatividad artística es uno de esos rasgos que nos hace humanos-. En dichas tallas hay símbolos que, primero, son interpretados como una referencia a Orión; constelación que se menciona en el famoso discurso de Roy Batty (Rutger Hauer): "Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión." ¿Casualidad? Es curioso, además, que los anfitriones que cobran consciencia experimentan primero sueños -o pesadillas- que en realidad son recuerdos de los otros roles que tuvieron que interpretar en el parque. Recordemos el título original de la novela de Phillip K. Dick que adapta Blade Runner: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968).
WESTWORLD: MIRADAS (3)
(3) El amanecer del androide. La idea de la evolución como camino hacia la consciencia, hacia la humanidad, está muy presente en WestWorld. El científico Bernard Lowe (Jeffrey Wright) cree que la evolución se produce por errores. Una de las primeras teorías que se plantean los técnicos del parque sobre el despertar de los androides es que sea el resultado -un bug- de la constante actualización del sistema operativo. Además, posiblemente, es un error el que permite a la androide Maeve (Thandie Newton) cobrar conciencia de su existencia: me refiero a la bala que los técnicos del parque olvidan extraer del interior de su cuerpo, cuyo hallazgo se convierte en la prueba física de que Maeve no está loca, de que sus "sueños" son reales, son "vidas" pasadas. Recordemos otros films de temática frankensteiniana con acento evolutivo como Splice (2009) -título pertinente, ya que su director, Vincenzo Natali, se encarga de un episodio de esta serie- o la mencionada Ex machina (2015) con la que, además, esta ficción coincide en colocar la inteligencia artificial en un cuerpo, y en una identidad, femeninas. Hay una escena que parece ser un guiño a dicho film: cuando Dolores aparece despojada de la piel que le da aspecto humano, haciendo visible su cuerpo robótico, tal como aparece Ava (Alicia Vikander) en la película de Alex Garland. No puedo dejar de mencionar esa obra maestra del cine que también nos habla de evolución y de inteligencia artificial: 2001: Una odisea del espacio (1968). En la serie hay, al menos, un homenaje clarísimo a la película de Kubrick: cuando Maeve parece leer los labios, a través de una puerta de cristal, de los dos técnicos que planean desactivarla. Tal como hacía la computadora HAL 9000 con los astronautas Bowman y Poole.
DEATH NOTE: CRIMEN Y CASTIGO
Death Note tiene una premisa irresistible: un misterioso cuaderno con el poder de causar la muerte de cualquiera cuyo nombre sea escrito en sus letales páginas. Algo así como El diablillo de la botella (1891) de Robert Louis Stevenson, en versión japonesa. Porque Death Note es primero un manga, firmado por Tsugumi Oba y Takeshi Obata en 2003; luego una recomendable serie anime dirigida por Tetsuro Araki en 2006; y varios largometrajes en imagen real, tres de ellos a cargo de Shusuke Kaneko y una reciente puesta al día, Death Note. El nuevo mundo (2016) por Shinsuke Sato. Ahora, esta atractiva historia encuentra su versión occidental, estadounidense, con Adam Wingard detrás de las cámaras. El director, especializado en cine de terror -You're Next (2011) y la reciente Blair Witch (2016), recupera los neones y la banda sonora ochentera -aquí de los hermanos Atticus y Leopold Ross- de su estupenda The Guest (2014) para ofrecernos una película que es pura serie B -en el buen sentido- producida por Netflix. La adaptación de Wingard destila lo mejor del material original hasta conseguir una narración sin pausa que funciona estupendamente para entretenernos durante 100 minutos. La historia se centra en Light Turner (Nat Wolff) depositario del siniestro libro a cuyas innumerables reglas tendrá que atenerse. El juego dramático y los giros que aportan estas reglas mágicas es la principal fortaleza del relato. Light tendrá que responder al insidioso demonio come-manzanas, guardián del libro, Ryuk, con la voz del inquietante Willen Dafoe. Completan el reparto Shea Whigham -Fargo- como el padre del héroe; la guapa Margaret Qualley -The Leftovers- como el interés romántico -aunque no es solo eso- y Lakeith Stanfield -Déjame salir (2017)- en el papel de "L", el principal antagonista y cuyo excéntrico comportamiento -esa manía de subirse a las sillas como si fuera Spiderman- está calcado del original japonés. La película comienza como un film de institutos -con el típico abusón, un director autoritario y la promesa de un primer romance con la guapa animadora- pero todo esto se resuelve en el primer acto. La historia continúa por derroteros más interesantes, adentrándose en el terreno de lo fantástico y lo terrorífico con la aparición del mencionado libro. Y enseguida vuelve a mutar, planteando un ambicioso conflicto moral, cuando Light utiliza el libro para perpetrar asesinatos por el "bien" de la humanidad. Wingard, la verdad, pasa de puntillas sobre esto y prefiere centrarse en el enfrentamiento entre Light y "L", un duelo de ingenios similar al de Moriarty y Sherlock Holmes, de escala internacional. Aunque esta adaptación, irremediablemente, apenas rasca las posibilidades y la mitología de la historia original -12 volúmenes del manga, 37 episodios de la serie anime- (los fans, como siempre, se sentirán "insultados") estamos ante un entretenimiento muy disfrutable que elimina las pretensiones del manga o el anime.
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