Cuando se visita Nueva York, específicamente Manhattan, se tiene la sensación de que la ciudad no ha sido construida a escala humana. Esos edificios tan altos nos invitan a mirar siempre hacía arriba. A buscar con la mirada rincones, plataformas, azoteas, depósitos de agua que solo pueden ser vistos por los pájaros. O por Spiderman. Los Vengadores, una película de Joss Whedon, convierte en realidad cinematográfica -e hiperrealista- la fantasía de los tebeos de Stan Lee y Jack Kirby en los años sesenta cuando crearon Marvel Comics: la de superhombres -parecidos a héroes y dioses de la mitología- echando abajo esos rascacielos. A pesar de todas las catástrofes cinematográficas que hemos presenciado en Nueva York -desde King Kong (1933) hasta Independence Day (1996)- creo que nunca se había visto una energía similar en la pantalla. Resulta extrañamente refrescante ver a Thor (Chris Hemsworth) encaramado en el edificio Chrysler; a Hulk (Mark Ruffalo) arañando fachadas; Grand Central siendo destrozada por un gigantesco gusano blindado; al Capitán America (Chris Evans) corriendo por las calles sobre las que caen los cascotes. Tal destrucción no parece una señal del Apocalipsis; ni resulta trágica, sino que entusiasma por la presencia de esos héroes imposibles que están ahí para salvarnos.
Es admirable cómo Whedon consigue hacer una película tan perfecta, siendo esta una pieza tan importante dentro de un engranaje mucho mayor, el del Universo Cinematográfico Marvel, en el que la batalla de Nueva York es el equivalente del 11-S. El reto era grande. Los Vengadores une las tramas de cuatro películas anteriores: Iron Man (2008), Iron Man 2 (2010), Thor (2011), Capitán América: El primer Vengador (2011) -y en menor medida una quinta, El increíble Hulk (2008)-. Whedon se las apaña para que cada personaje en su inmenso film tenga su propio peso dramático: la desconfianza de Tony Stark (Robert Downey Jr.) hacia el Gobierno y S.H.I.E.L.D; Steve Rogers como un hombre fuera de su tiempo; el peso de ser un monstruo que soporta Bruce Banner; el pasado oscuro y traumático de la Viuda Negra (Scarlett Johansson); la responsabilidad de Thor porque el gran villano es su propio hermano Loki (Tom Hiddleston); la culpa de Ojo de Halcón (Jeremy Renner) por haber matado a compañeros bajo el control mental del teseracto salido de la película del Capitán América; la muerte del buenazo de Phil Coulson (Clark Gregg) necesaria para cohesionar al grupo y que luego dará lugar a la serie de televisión Agentes de S.H.I.E.L.D. Por si fuera poco, Whedon no se olvida de secundarios como Pepper Potts (Gwyneth Paltrow) ¡Ni siquiera de Jane Foster (Natalie Portman)!. Pero sobre todo me impresionan detalles como que uno de los miembros del consejo que controla a Nick Fury (Samuel L. Jackson) sea nada menos que Gideon Malick (Powers Booth), villano actual de la serie sobre los agentes de S.H.I.E.L.D, cuatro años después. O que la violoncelista objeto del amor de Coulson haya aparecido en un episodio de la misma serie. O que Thanos (Josh Brolin) aparezca como el villano detrás de todo en una escena post-crédito, hilo argumental que no veremos desarrollado hasta el estreno de Vengadores: Infinity War en 2018.
Whedon consigue meter todo esto en su película sin dejar de ser entretenido. Casi cada línea de diálogo es ingeniosa, hay mucho humor, muchos chistes en esta película -algo que no han aprendido las adaptaciones de DC Comics-. Además, es fiel al estilo Marvel: los héroes, primero, se pegan entre ellos. Luego se unen contra la amenaza alienígena, en la mencionada batalla de Nueva York en la que el director se muestra especialmente inspirado, con numerosas soluciones visuales que evitan que tengamos la sensación de estar viendo la enésima película en la que la Gran Manzana acaba en ruinas. Un esfuerzo que cristaliza en el ya famoso plano secuencia que reúne a todos los superhéroes en una sola imagen continua, el equivalente a las espectaculares páginas dobles que dibujaba Jack Kirby en aquellos tebeos de los sesenta.
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