¿CUÁL ES TU FRANKENSTEIN?




La presencia en nuestras carteleras de la película Victor Frankenstein (Paul McGuigan, 2015) nos permite hablar sobre un mito fundamental de nuestra cultura, el "complejo de Frankenstein", término acuñado por el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov para referirse al miedo a que la máquina se rebele contra el hombre. El relato gótico sobre el científico que desafía las leyes de la naturaleza creando nueva vida, proviene del mito griego de Prometeo, inspiración confesa de la novela de Mary Wollstonecraft publicada en 1818. Pero el arquetipo se asentó en el imaginario popular moderno gracias a la película de James Whale, El doctor Frankenstein (1931). El famoso monstruo de cabeza plana que se inventó el maquillador Jack Pierce para Boris Karloff es sin duda la imagen que permanece en nuestros subconscientes, asentada por seis secuelas producidas por la Universal, más la parodia perpetrada por los cómicos Abbott y Costello y sin menospreciar al Fred Gwynne de la serie La familia Munster (1964). Precisamente por ello, la criatura en esta nueva cinta tiene también un cráneo achatado "porque sí", según un Víctor Frankenstein encarnado por un sobreactuado James McAvoy, en lo que quiere ser un guiño postmoderno al look más clásico de la criatura.

Tan inamovible es la imagen de la criatura en nuestras mentes que el siguiente ciclo cinematográfico importante sobre Frankenstein prefirió centrarse en el hombre antes que en el monstruo. La saga producida en Inglaterra por Hammer Pictures mantenía siempre al actor Peter Cushing como el pérfido doctor, mientras su creación iba mutando: la primera fue Christopher Lee, seguida de aberraciones de todo pelaje, incluyendo a una guapísima mujer y a un gigante con la cabeza achatada -cómo no- encarnado por un David Prowse que luego sería Darth Vader. Hay un par de obras mayúsculas entre estas películas casi siempre dirigidas por Terence Fisher, en los años sesenta y setenta. Los ochenta, en cambio, carecen de una adaptación literal importante -mencionemos The Bride (1985) con Sting como el barón- pero habría que decir que los temas del mito se ven traducidos en clave cyberpunk en los famosos replicantes de Blade Runner (Ridley Scott, 1982). La siguiente década nos deja la primera adaptación fiel a la novela original, la de Kenneth Branagh, estrenada en 1994 tras el éxito del Drácula de Coppola. En ella, nada menos que Robert De Niro daba vida a una criatura diseñada con un realismo quirúrgico pero carente del poder icónico del monstruo de la Universal.


Está claro que cada generación tiene su "Frankenstein". Hemos visto hace poco una visión fallida pero coherente con los tiempos: Yo, Frankenstein (2014) es un reflejo de que lo que impera en taquilla es el cine de superhéroes. Tres años antes, Danny Boyle había montado una versión teatral mucho más interesante en la que los actores Johnny Lee Miller y Benedict Cumberbatch se intercambiaban cada noche los roles del doctor y la criatura. Así llegamos a este Victor Frankenstein, cuya autoría debemos a Max Landis, firmante del guión de la estupenda Chronicle (2012), que aquí defrauda. Si la Universal se centró en el monstruo y la Hammer en el científico, el hijo de John Landis nos propone como punto de vista al jorobado Igor, personaje creado para la película de 1931 -entonces se llamaba Fritz- y genialmente parodiado por Marty Feldman en El jovencito Frankenstein (Mel Brooks, 1974). La idea es, como poco, atrevida. Lo peor, es que Igor pierde enseguida sus deformidades para que el aniñado Daniel Radcliffe asuma el protagonismo con su aspecto normal. No es la única decisión extravagante. Si la historia clásica está relacionada con el Adán bíblico expulsado del Paraíso, aquí el argumento tiene que ver más bien con Caín y Abel. El conflicto paterno filial entre el doctor y su creación -entre Dios y el hombre- se transforma en una dinámica entre hermanos, entre Víctor e Igor. Landis mezcla demasiados elementos, que acaban sepultando el mito sobre la vida artificial, que evidentemente no le interesa. Así, este Igor tiene que ver más bien con el Quasimodo de El jorobado de Notre Dame -otra historia arquetípica con innumerables versiones- y con la sensibilidad ñoña de Eduardo Manostijeras (Tim Burton, 1991). Hay además, guiños al gore de las películas de la Hammer -el ya referido chascarrillo sobre la cabeza achatada de la Universal- los decorados steampunk de la peli de Kenneth Branagh y una similar transformación en héroe positivo del otrora malvado doctor. Encima, la historia se sitúa en el Londres victoriano de Sherlock Holmes o Jack el destripador. Demasiados materiales diferentes para un film que acaba siendo una metáfora del propio monstruo, confeccionado con los miembros de distintos cadáveres. No creo que esta película pase a la historia como el "Frankenstein" de una nueva generación, por lo que os recomiendo una versión más libre, pero más fiel y sobre todo más acorde con las preocupaciones contemporáneas: Ex Machina (2015).

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