CALLE CLOVERFIELD 10 (DAN TRACHTENBERG, 2016)


En las siguientes líneas voy a acometer la difícil tarea de poner en palabras mi entusiasmo hacia Calle Cloverfield 10. Lo primero que quiero abordar es, sin embargo, el que considero el único defecto del film: su título. La palabra "Cloverfield" convierte a esta película en una secuela o spin-off del film Monstruoso (Matt Reeves, 2008), lo que supone un spoiler gigantesco. De hecho, debe ser la primera vez en la historia del séptimo arte en la que es conveniente ver primero una secuela. Algo tremendamente curioso dada la afición del productor de la cinta, J.J. Abrams, a los misterios: su filosofía de la "caja misteriosa" le ha llevado siempre a preferir los enigmas a las soluciones. De hecho, de esta película no se supo absolutamente nada hasta que estuvo terminada y a pocas semanas de su estreno. Dicho esto, la ópera prima del director Dan Trachtenberg es un sólido ejercicio de tensión, que se vale de solo tres personajes, interpretados por una estupenda Mary Elizabeth Winstead -nada menos que la Ramona de Scott Pilgrim contra el mundo (2010)- un fiable John Gallagher Jr. -al que recordaréis de Newsroom- y un inmenso John Goodman. Las tensiones entre estos tres personajes ocurren con lo que parece ser el Apocalipsis de fondo, en un ejercicio de ciencia ficción oblicua y low cost en la línea de Extraterrestre (Nacho Vigalondo, 2011) y Seguridad no garantizada (Colin Trevorrow, 2011). 


Esta y las películas antes mencionadas sitúan al protagonista a pie de calle: simples civiles ante una amenaza que les supera, nada de militares o científicos con la capacidad de salvar al mundo. Catástrofes de ciencia ficción que tienen una doble lectura como metáforas de las tragedias mundiales actuales: la crisis financiera, el terrorismo, las guerras, todos conflictos que no parecen tener solución. Este mismo punto de vista lo encontramos en la mencionada Monstruoso/Cloverfield aunque allí derivaba de una decisión estética, la de contarnos la destrucción causada por un monstruo equiparable a Godzilla -Japón bajo el terror del monstruo (Ishiro Honda, 1954)- desde el objetivo de una cámara de vídeo doméstica. La sublimación de esta aproximación al fantástico, creo, es la estupenda Monstruos (Gareth Edwards, 2010), en la que cefalópodos gigantes se mantienen siempre en segundo plano y acaban siendo un puro reflejo de las emociones de la pareja protagonista. No por casualidad, Gareth Edwards emprendió luego una nueva versión de Godzilla (2014) en la que realizó un ejercicio muy similar.


Ahora bien, lo mejor de Calle Cloverfield 10, es un giro que puede sacar a más de uno de la película. Se trata prácticamente de un cambio de género que viene avisado en el título -como ya he dicho- y que a mí me encanta. Debo reconocer que las películas con estos giros se encuentran entre mis preferidas. Como Terroríficamente muertos (Sam Raimi, 1987) que daba un vuelco de comedia terrorífica con poseídos a una de viajes en el tiempo; o Abierto hasta el amanecer (Robert Rodríguez, 1996) que pasaba de ser una peli de atracos a una de vampiros. Por último ¿No descolocaría también la revelación en el desenlace de El planeta de los simios (Franklin Schaffner, 1968) y es uno de los mejores finales de la historia del cine?

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