Las películas de la estupenda obra de Mamoru Hosoda suelen plantear historias en las que el protagonista descubre otro mundo de fantasía y magia, que funciona con sus propias reglas y que permite al héroe un crecimiento personal y espiritual. En Belle se cumple esta regla, solo que ese otro mundo al que accede la heroína, la tímida Suzu, no es un reino mágico habitado por seres mitológicos -que, en el fondo, también lo es- sino una realidad virtual a la que se accede a través de Internet. En este mundo virtual conocido como U, los usuarios se liberan de sus circunstancias en la vida real para empezar de cero, transformados en un avatar con posibilidades ilimitadas. A este planteamiento se enfrenta el típico personaje protagonista de Hosoda, marcado por una pérdida -la ausencia de la madre en este caso- que bloquea su paso a la madurez. El relato vuelve a ser iniciático, como en El niño y la bestia (2015) y en Mirai, mi hermana pequeña (2018), y Suzu tendrá que enfrentarse al primer amor, a mostrarle al mundo su talento secreto y a reconectar con su padre. Belle toca además otro tema recurrente en la filmografía de Hosoda, el de la bestia: el lado animal que todos tenemos y que aparece reflejado en el mentor de El niño y la bestia y en el padre ausente de Los niños lobo (2012) y de nuevo aquí en una bonita reimaginación del clásico cuento de hadas. Hosoda crea así un argumento que gira también alrededor de la intriga sobre cuál es la verdadera identidad de Dragón, una misteriosa criatura cuyas heridas parecen indicar profundos conflictos vitales en ese otro mundo. Con estos elementos, Hosoda construye una ambiciosa y emotiva película, capaz de mostrar la realidad en tono costumbrista y de recrear espectaculares batallas con superhéroes, que además refleja fielmente lo peor, y también lo positivo, de las redes sociales; además de tocar temas sociales como el maltrato o la infancia abandonada. Una prodigiosa y colorida animación hacen que este anime sea posiblemente uno de los mejores de los últimos años.
BELLE -REALIDAD Y FANTASÍA
Las películas de la estupenda obra de Mamoru Hosoda suelen plantear historias en las que el protagonista descubre otro mundo de fantasía y magia, que funciona con sus propias reglas y que permite al héroe un crecimiento personal y espiritual. En Belle se cumple esta regla, solo que ese otro mundo al que accede la heroína, la tímida Suzu, no es un reino mágico habitado por seres mitológicos -que, en el fondo, también lo es- sino una realidad virtual a la que se accede a través de Internet. En este mundo virtual conocido como U, los usuarios se liberan de sus circunstancias en la vida real para empezar de cero, transformados en un avatar con posibilidades ilimitadas. A este planteamiento se enfrenta el típico personaje protagonista de Hosoda, marcado por una pérdida -la ausencia de la madre en este caso- que bloquea su paso a la madurez. El relato vuelve a ser iniciático, como en El niño y la bestia (2015) y en Mirai, mi hermana pequeña (2018), y Suzu tendrá que enfrentarse al primer amor, a mostrarle al mundo su talento secreto y a reconectar con su padre. Belle toca además otro tema recurrente en la filmografía de Hosoda, el de la bestia: el lado animal que todos tenemos y que aparece reflejado en el mentor de El niño y la bestia y en el padre ausente de Los niños lobo (2012) y de nuevo aquí en una bonita reimaginación del clásico cuento de hadas. Hosoda crea así un argumento que gira también alrededor de la intriga sobre cuál es la verdadera identidad de Dragón, una misteriosa criatura cuyas heridas parecen indicar profundos conflictos vitales en ese otro mundo. Con estos elementos, Hosoda construye una ambiciosa y emotiva película, capaz de mostrar la realidad en tono costumbrista y de recrear espectaculares batallas con superhéroes, que además refleja fielmente lo peor, y también lo positivo, de las redes sociales; además de tocar temas sociales como el maltrato o la infancia abandonada. Una prodigiosa y colorida animación hacen que este anime sea posiblemente uno de los mejores de los últimos años.
EUPHORIA -SERIE DE ADOLESCENTES
¿Qué es una serie de adolescentes? Seguramente habréis pensado ya en dos o tres títulos con varias cosas en común: personajes que van al instituto interpretados por actores y actrices muy guapos -no necesariamente tan jóvenes como sus personajes- que se enfrentan a los problemas propios de su edad como los estudios, conflictos con los padres, problemas con las drogas, el despertar sexual, embarazos prematuros, acoso escolar, violencia machista y toda la lista de temas sociales del momento actual. Si estas series aparecen una y otra vez es porque cada generación tiene la suya. Pero ya sabéis que Euphoria es completamente diferente a todo eso que ya hemos visto, a pesar de que se ajusta a todo lo dicho. El contenido es el mismo, pero lo que cambia es la forma. Detrás de esta ficción disponible en HBO Max está Sam Levinson -no dejéis de ver Assassination Nation (2018)- como autor total. El hijo de Barry Levinson -Rain Man (1988)- es la mente detrás de Euphoria, que en esta segunda temporada escribe y dirige cada capítulo. Y lo hace desde lo visual antes que desde lo narrativo. Euphoria no es una serie que desarrolle su argumento con giros y peripecias: realmente no pasan muchas cosas. Tampoco evolucionan demasiados sus personajes, que parecen anclados en sus miserias. Levinson plantea a un grupo de adolescentes -y adultos- con problemas, traumas y conflictos internos para retratarlos en la -pequeña- pantalla de una forma visual y sensorial. Quiere hacernos entender cómo se siente Rue (Zendaya) cuando intenta desengancharse de las drogas; la desesperación de Cassie (Sydney Sweeney) cuando se ve atrapada en un triángulo amoroso sin salida; la frustración de Carl (Eric Dane) al sentir que no ha vivido conforme a sus verdaderos deseos. Para conseguir esto, Levinson hace un despliegue de puesta en escena tremendo en cada capítulo: pocas series actuales son tan creativas y arriesgadas visualmente. En el primer episodio, por ejemplo, titulado Trying to Get to Heaven before They Close the Door, asistimos a un prólogo sobre la infancia del camello Fezco (Angus Cloud) que parece sacado de una película de Martin Scorsese -o quizás de Quentin Tarantino- para luego asistir a una fiesta que es un festival de planos secuencia, movimientos de cámara con grúa y decenas de figurantes. Levinson quiere meternos dentro de esa fiesta que, a su vez, más que un reflejo real de una celebración adolescente, intenta expresar un estado de ánimo. La propuesta narrativa de Levinson se vale de todos los recursos audiovisuales posibles: desde la clásica voz en off hasta la ruptura de la cuarta pared, que permite que Rue se convierta en una especie de profesora que nos guía por el documental de la vida de sus amigos -jugando a la autorreferencia con respecto a la primera temporada- o cuando Lexi (Maude Apatow) comienza a imaginar que todo lo que le ocurre es parte de una obra teatral escrita por ella misma, en el episodio Ruminations: Big and Little Bullys. Eso por no hablar del prólogo del episodio, en el que se resume el origen de la represión sexual de Carl (Eric Dane) con una prodigiosa concreción narrativa que no tiene nada que envidiar a genialidades como el famoso inicio de Up (2009) de Pixar. Levinson es capaz de mezclar tres canciones pop en una sola secuencia -la playlist de Euphoria es tremenda y ecléctica- en un episodio, para luego eliminar prácticamente la música del siguiente capítulo, Stan Still Like the Hummingbird, donde asistimos al rotundo lucimiento de Zendaya como actriz en el descenso a los infiernos -de la droga- de su personaje. Si hay un plano que podría definir Euphoria es el cenital, una cámara que contempla a los personajes desde el techo y que puede seguirles por encima de puertas y paredes, revelando que las casas en los que viven estos adolescentes son, en realidad, decorados. Este jugar a la metaficción se hace evidente en los dos últimos episodios de la temporada, en los que Lexi lleva a cabo una imposible representación teatral escolar, en forma de musical, que recrea las situaciones y personajes de la serie, poniendo sobre el escenario lo que cada uno oculta y proponiendo que la ficción puede ser un modo válido de enfrentarse a los miedos y a los problemas existenciales que todos tenemos. La segunda temporada de Euphoria es una obra digna de estudio, para ver una y otra vez analizando sus soluciones narrativas, mucho más interesante de lo que puede parecer más allá de la fama de sus actores, de sus artificiales polémicas por sus escenas de sexo y drogas, o por la popularidad de su temática adolescente.
CAMERA CAFÉ -EL PRIMER CINE CHANANTE
Hay que reconocer que la idea de convertir en película una serie como Camera Café (2002-2009) no parecía una buena idea sobre el papel. El rasgo más distintivo de aquella tira diaria era ese plano único desde la cámara de una máquina de café delante de la cual se producían situaciones mínimas de humor costumbrista con las que cualquier currito español podía verse reflejado. ¿Cómo convertir eso en un largometraje de 90 minutos? La respuesta ha resultado ser bastante sencilla: hacer algo completamente diferente. Arturo Valls, productor de cine -la muy reivindicable Los del túnel (2016)- tuvo la mejor idea del mundo al confiarle la dirección al 'debutante' Ernesto Sevilla, que colabora en el guión con Joaquín Reyes y Miguel Esteban, los tres viejos conocidos de La Hora Chanante (2002), Muchachada Nui (2007), Museo Coconut (2010) y Capítulo 0 (2018), por lo que el resultado es tanto la versión en cine de Camera Café como la primera película Chanante. Así, aunque se conservan los personajes de indudable carisma de la serie, estamos ante un material bastante diferente gracias a un despliegue visual que me resulta fabuloso: la historia es una sucesión de sketches y en todos hay ideas, movimientos de cámara a lo Scorsese -no sorprende el oficio de Sevilla tras la cámara porque ya hizo sus pinitos en los títulos ya mencionados- efectos de sonido y músicas distintas que van creando diferentes atmósferas que juegan con los géneros cinematográficos dando como resultado una cinta única con la que es imposible aburrirse. El humor va desde el costumbrismo de la serie original, pasando por la parodia, los cameos de famosos a los Torrente, el humor cartoon de Javier Fesser y hasta llegar a los límites más absurdos del post humor chanante gracias a un mecanismo argumental -la ingesta de una tarta cuyo ingrediente principal es el LSD- que permite fugas surrealistas y psicodélicas que rozan el universo de David Lynch. Una trama subterránea, por cierto, que recorre la película y que lleva a Camera Café del humor mainstream televisivo a terrenos contraculturales casi underground. Un cóctel tan variado que hará que queramos revisar la película una y otra vez: esta es de las que hay que tener en formato físico. De hecho, Camera Café puede darse el lujo de no aprovechar del todo ideas tan bonitas como la del globo amarillo con supuestos poderes mágicos, un artefacto argumental que parece salido del Woody Allen más fantasioso. Por último quiero destacar el trabajo de los actores: Arturo Valls compone al 'cuñado' perfecto, pero también le imprime humanidad a su personaje. También están muy bien Carlos Chamarro y Esperanza Pedreño cuyos personajes adquieren algo de oscuridad, cuando eran más bien tiernos en la tele. Y soy fan de las nuevas incorporaciones como Javier Botet y Manuel Galiana -ese brote psicótico- e incluso de los personajes que se han mantenido sin cambios desde la serie, como los de Álex O'Dogherty y Ana Milán -estupendo su encuentro con los portugueses-. Camera café es una comedia fantástica, incluso si no te gustaba la serie, y una película que hay que apoyar en los cines. No esperéis a que se haga de culto.
LA ASPIRANTE -TODO POR EL ÉXITO
Que la directora debutante Lauren Hadaway haya trabajado como editora de sonido en Whiplash (2014) no parece casual: La aspirante comparte con la película de Damien Chazelle un argumento similar, cambiando las baquetas por los remos. La actriz Isabelle Fuhrman -nos sorprendió a todos en La huérfana (2009)- interpreta a Alex Dall, una hermética, intensa y obsesiva joven capaz de tirar su vida por la borda para perseguir sin descanso cualquier objetivo que se proponga, ya sea ser la mejor estudiante de su promoción o entrar en el equipo de remo universitario. Hadaway escribe, dirige y edita la lucha de Dall por conseguir su objetivo y nos muestra cómo es capaz de someterse a los peores castigos físicos y psicológicos, haciendo a un lado cualquier rasgo humano -la amistad, el amor, la familia- para dedicarse en cuerpo y alma a conseguir lo que se propone. Los motivos de la actitud de la protagonista deberán ser intuidos por el espectador, pero creo que La aspirante prefiere poner su acento menos en la cultura del éxito y el sacrificio que supone -tema presente en toda la filmografía de Chazelle, por cierto- y más en la infelicidad y la frustración social que genera la aplaudida, de cara a la galería, competitividad. Además, la idea del esfuerzo para conseguir el éxito es puesta en duda: siempre hay alguien mejor y muchas veces los logros se deben a la suerte o algún fallo del sistema que permite que se hagan trampas. La sociedad que plantea La aspirante se divide en privilegiados y desfavorecidos. Los primeros casi siempre ganan y los segundos se esfuerzan más, motivados por un rencor social que desaparecerá en cuanto consigan subir peldaños en el escalafón. Una temática interesante que quizás necesitaba un argumento más redondo. Donde La aspirante brilla realmente es en el apartado técnico: puesta en escena, fotografía, montaje, diseño de sonido, todo se conjuga para meternos de lleno en el cuerpo castigado de Dall, para que sintamos las llagas de sus manos, el peso de los botes, el frío y la lluvia que cae sobre ella de madrugada. Ganadora de tres premios en el Festival de Tribeca -mejor película, actriz y fotografía-, La aspirante está disponible en Filmin.
EL ACONTECIMIENTO -TERAPIA DE CHOQUE
El aborto en Francia fue legalizado en 1975 -en España en 1985- por lo que lo que cuenta El acontecimiento, necesariamente, debe tener lugar antes de esa fecha. Poco más de una década antes, en 1963, Anne se ha quedado embarazada y debe buscar la manera de interrumpir la gestación para no renunciar a su vida. La película ganadora del León de oro en el Festival de Venecia es un asfixiante drama en el que las semanas de embarazo transcurren como una cuenta regresiva que destruirá ese futuro que desea Anne, una joven estudiante brillante que ha tenido la mala suerte de nacer en una época equivocada. La cinta dirigida por Audrey Diwan describe una distopía en tiempo pasado: una sociedad censora que ve con malos ojos la libertad sexual -sobre todo la femenina-; en la que los médicos se niegan a ayudar a la joven protagonista; en la que sus amigas se alejan y la abandonan aunque, en el fondo, tienen los mismos miedos y las mismas ganas de libertad. El acontecimiento es una película excesivamente dura, con tres escenas descarnadas cuyo visionado resultará insoportable para ciertas sensibilidades. Pero es que el objetivo de esta adaptación de una novela autobiográfica firmada por Annie Ernaux es hacer sufrir al espectador en sus propias carnes -vaya si lo consigue- la experiencia de Anne, interpretada por una espléndida Anamaria Vartolomey. Un sufrimiento, claro, que debe llevar a una toma de conciencia sobre las libertades que tenemos en la sociedad en la que vivimos. Todavía hay países en los que el aborto es ilegal, pero incluso en los que se ha despenalizado, una mujer puede enfrentarse a complicaciones de todo tipo y a la discriminación si decide interrumpir su embarazo. El acontecimiento es una película dolorosamente sensorial, que nos mete dentro de la subjetividad de Anne, con una narrativa que deja muchas cosas fuera de campo, pero que en momentos clave nos dice las cosas directamente. "Sufro una enfermedad que solo afecta a las mujeres y que las convierte en amas de casa", dice Anne, resumiendo su situación y justificando la valiente y dolorosa decisión que ha tomado. El mensaje está claro: el aborto ilegal puede obligar a las mujeres, incluso, a arriesgar su vida. Pero la película va más allá: el problema no es solo la ilegalidad del aborto, sino los valores de la sociedad y la forma en la que se reprime la sexualidad de la mujer. Los encuentros carnales de las jóvenes que aparecen en esta historia son prácticamente clandestinos y para ellas resultan vergonzosos. Deben ocultarlos si no quieren ser señaladas y discriminadas. Los hombres, en cambio, gozan de una mayor libertad y, sobre todo, de ninguna responsabilidad. El acontecimiento es un recordatorio de los derechos alcanzados, una llamada a la vigilancia para mantenerlos y un homenaje a las que tuvieron que sufrir la represión ayer para que otras sean libres hoy.
LA HIJA OSCURA -MATERNIDAD Y CULPA
Nominada a tres premios Óscar, La hija oscura es el prometedor debut tras la cámara de una actriz espléndida, Maggie Gyllenhaal. Con un reparto fantástico, Gyllenhaal pone en pie la adaptación -nominada al Óscar y merecedora de un premio en el Festival de Venecia- de una novela de la misteriosa Elena Ferrante, en la que una mujer, Leda -interpretada por Olivia Colman, que también opta al Óscar-, disfruta de una vacaciones en Grecia cuando se fija en una joven madre, Nina (Dakota Johnson) que le hace recordar su propia experiencia con la maternidad. Esto da pie a que veamos flashbacks sobre Leda como joven madre, a la que da vida una estupenda Jessie Buckley, también nominada por la Academia de Hollywood. Sin querer desvelar mucho más sobre el argumento, La hija oscura es un drama psicológico que roza el thriller, en el que se exploran temas como el peso de la maternidad y la culpa que puede llegar a sentir una madre que decide sacrificar el tiempo con sus hijos para realizarse como persona, para -intentar- ser feliz. Poco a poco, la trama va creando un clima opresivo alrededor de la protagonista, incidiendo sobre todo en lo social. La historia convierte en una amenaza terrorífica a una familia que se comporta de forma grosera y escandalosa, interrumpiendo el descanso y la paz de Leda. Primero, son una pequeña molestia, pero poco a poco, crecen como amenaza hasta una posible confrontación. Un miedo al otro, a lo extranjero, que poco a poco se convierte en una idea más interesante, que aporta a la temática de la historia: Lena se siente amenazada por una familia, por un clan, aparentemente muy unido, que contrasta con la soledad de ella, que se encuentra lejos de sus hijas, disfrutando de cierta libertad -aunque sea para trabajar-. No es casualidad que Leda se sienta amenazada por la representación más agobiante posible de la institución familiar y que se sienta identificada con el personaje de Nina, en el que vuelca sus propios traumas y anhelos. La adaptación que hace Gyllenhaal va aumentado poco a poco la tensión en el espectador y va desvelando las verdaderas razones del comportamiento de Leda. Un relato oscuro y tenso que nos presenta personajes que primero aparecen como los típicos individuos que te encuentras durante cualquier verano -el encargado del hospedaje, un camarero- pero que poco a poco se van convirtiendo en sospechosos que podrían formar parte de la amenaza a la que supuestamente se enfrenta Leda. Personajes interpretados por actores estupendos, por cierto: a los ya mencionados hay que agregar a Ed Harris, Peter Sarsgaard o Paul Mescal. Con estos elementos, Maggie Gyllenhaal ha creado una película estupenda para su debut, que bien podría haber competido por todavía más premios en los Óscar.
EL PROYECTO ADAM - VOLVER EN EL TIEMPO
Alguien debe haber pensado que mezclar los argumentos de E.T., el extraterrestre (1982) con Regreso al futuro (1985) y Terminator (1984), añadiendo los elementos más molones de Star Wars (1977) daría como resultado algo así como la película adolescente de aventura y fantasía perfecta. Y algo de razón parecen tener los autores detrás de El proyecto Adam, estrenada en Netflix, porque el resultado, un monstruo de Frankenstein de lo ochentero, es resultón y entretenido. La clave es haber dotado de alma al producto, dándole prioridad a los personajes, a las relaciones entre ellos y a sus emociones. El protagonista es Adam (Walker Scobel), un niño de 12 años cuyo padre -como en casi todas las películas citadas como referencia- está ausente y que, además, sufre acoso escolar -otro tópico del cine ochentero adolescente-. Estos elementos hacen que Adam sea el elegido para vivir una gran aventura fantástica llena de peligros y relacionada con los viajes en el tiempo. El argumento recicla ideas sin disimulo -luego alguno se queja de que todas las películas de superhéroes son iguales- y quizás el mejor ejemplo de esto es la utilización como leitmotiv del tema Gimme Some Lovin' de The Spencer Davis Group, mil veces versionado y usado en películas, series y anuncios, que aquí puede ser una referencia concreta a Águila de Acero (1986). Aún así, funciona muy bien esta película dirigida por Shawn Levy -no por nada, productor de Stranger Things-, gracias a sus actores. La interpretación de Ryan Reynolds -al que ya dirigió Levy en Free Guy (2021) y con el que volverá a coincidir en Deadpool 3- marca la personalidad del film con su sentido del humor. La gracia de la película radica en la relación entre el joven protagonista, Scobel, y Reynolds: el primero debe clonar los gestos y la forma de hablar del segundo, y la verdad es que lo hace muy bien, dando como resultado una entrañable buddy movie que funciona de maravilla. Como ya he dicho, la parte humana de la película es su gran reclamo, con eficaces interpretaciones de Jennifer Garner, Zoe Saldaña y Mark Ruffalo, un elenco que consigue hacer latir el corazón de El proyecto Adam. Un acierto, porque las escenas de acción y los efectos especiales son más bien modestos y aunque eficaces, se diferencian poco de cientos de películas ya vistas. El principal lastre del film es que los que ya tenemos una edad no encontraremos en él nada novedoso. Yo me he acordado hasta de Starfighter: la aventura comienza (1984). El caso es que a El proyecto Adam le falta sobre todo ese sense of wonder que tenían las películas de los años 80. Adam no se sorprende al encontrarse con el personaje de Ryan Reynolds porque ya ha visto Regreso al futuro y Terminator -como los espectadores maduros- por lo que asume todo lo que le pasa de una forma automática. ¿Cómo podemos maravillarnos como espectadores si los propios personajes reaccionan rutinariamente a todo lo que ocurre? Esta falta de originalidad se compensa, eso sí, con mucho humor y con guiños que buscan la complicidad y la nostalgia. El proyecto Adam no pasará a la historia del cine, como muchas otras cintas, pero es un producto digno y entretenido, sobre todo para el público más juvenil -e infantil-. Me gusta especialmente que se empeñe en generar emociones humanas, a pesar del uso de lo digital, y que recupere la figura de ese padre ausente en los títulos mencionados como referencia, lo que me ha permitido disfrutar doblemente de esta película con mis hijos.
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