PACIFICTION -PERDIDO EN EL PARAÍSO


Son las cosas del cine español: Albert Serra es un director casi desconocido para el gran público -y
 en los premios Goya brilla por su total ausencia- aunque haya triunfado en el festival de cine de Cannes donde ha presentado varias de sus películas. Si por algo os puede sonar Serra es por sus provocadoras declaraciones en contra del cine comercial, frases lapidarias cargadas de humor -y de verdad- que suelen ser retuiteadas en las redes sociales, en lo que se adivina como una hábil autopromoción a la que la prensa, ávida de titulares, se presta dócilmente. Pero la realidad es que el cine de Serra es voluntariamente minoritario. Su todavía breve filmografía está compuesta de películas sobre personajes históricos y literarios cuya figura es desmitificada sin piedad en la pantalla hasta lo grotesco: un Quijote nada caballeresco maltrata a Sancho en Honor de Cavallería (2006); unos reyes Magos casi perdidos protagonizan El cant dels ocells (2008); vemos a Casanova defecando y a Drácula gritando desesperadamente en Historia de mi muerte (2013); al rey Sol en una agonía terrible en La muerte de Luis XIV (2016) y a un grupo de libertinos seguidores del Marqués de Sade abandonados a sus decadentes deseos en la nada erótica Liberté (2019). Las películas de Albert Serra, sin embargo, no se reducen a estas breves premisas que os resumo tras revisar su filmografía -disponible en Filmin-. Son películas antinarrativas, contemplativas, compuestas por tiempos muertos, valiosas en lo estético y lo fotográfico, que crean una sucesión de cuadros casi estáticos que obligan al espectador a reflexionar sobre lo que ve. El director, precisamente, ha colaborado con piezas audiovisuales expuestas en museos de arte moderno como el Reina Sofía, el MACBA o el Centre Pompidou. Su cine busca más el arte que el entretenimiento -si es que ambos conceptos deben estar reñidos- y quiere ser original, rompedor y desafiar al espectador. Se le puede acusar de pretencioso y autocomplaciente, pero la verdad es que hay una evolución notable en su filmografía, que ha ido de la aparente escasez de Honor de Cavallería, en la que Don Quijote y Sancho se dedican a la contemplación en un descampado, a obras estimulantes como Historia de mi muerte y La muerte de Luis XIV, en mi opinión, su película más redonda. Personalmente, sin embargo, encuentro innecesaria su voluntad de desafiar al espectador hasta el extremo de las agresivas escenas sexuales -al menos para mí- de Liberté.

Ahora, Serra estrena Pacifiction, tras presentarla en la sección oficial de Cannes, que viene con la promesa de ser su cinta más accesible y 'narrativa', al menos según las primeras críticas. Todo esto es cierto, lo que no quiere decir que Serra se haya movido un ápice de las coordenadas de su cine. En cuanto a sus temas, estamos de nuevo ante un personaje con cierto poder -político, social- del que presenciamos su caída en desgracia, una constante en todas las obras del catalán. Solo que esta vez, el personaje no responde a una figura histórica o mítica, sino que es contemporáneo y reconocible, un político, interpretado por un estupendo Benoit Magimel transformado, entrado en años y carnes, siempre abrochando y desabrochando su chaqueta según entra y sale de las situaciones que plantea la película. Ese personaje es el hilo conductor de una trama, concepto dramático que, quizás por primera vez, aparece en una película de Serra. Se trata de un McGuffin, un artefacto que busca centrar la atención del espectador, que le da sentido al ir y venir del protagonista, y que al mismo tiempo desencadena su historia, sacándole de su peculiar paraíso y diciéndonos que la política, aún tomada a la ligera, tiene consecuencias reales y de alcance. El alto comisario que encarna Magimel es un político local sin poder real de decisión, que se pasea de comida en comida, de local en local, sin hacer realmente nada y al que adivinamos trabando alianzas y prometiendo favores a cambio de pequeños privilegios. Hay que resaltar también otra estrategia narrativa de Pacifiction: lo que vemos en pantalla solo cuenta una parte la historia. El guión de Serra hace un uso constante de la elipsis para colocar a sus personajes en nuevas situaciones que hacen progresar el relato, aunque este se revele, finalmente, como una excusa para presentarnos un conjunto de ideas y temas. La Polinesia francesa actual no se diferencia prácticamente de la Europa del siglo XVIII que vemos en Historia de mi muerte: encontramos también aquí la oposición entre lo racional y lo primitivo. De esta forma, se va desarrollando un relato, pausado, que presenta momentos deslumbrantes -cuando el protagonista acude a un campeonato de surf- y que estéticamente goza de una fotografía y unos paisajes subyugantes. Todas las películas de Serra tienen una cierta atmósfera, pero aquí, el escenario tropical, colorido, húmedo y sudoroso que se nos presenta, resulta arrebatador. Y a pesar de esa intriga que se queda fuera de campo y que alude a conflictos internacionales entre grandes potencias y que hasta puede hacer pensar en James Bond, el final, aunque resolutivo, nos devuelve al terreno de las sensaciones, de lo que no se puede explicar -atención también al uso de la música y de los sonidos para crear estados de ánimo- antes que a la experiencia de una peripecia concreta. 

Tras haber visto las películas de Serra, me hace gracia pensar que el actor Lluís Serrat, al que conocimos en Honor de Cavallería como Sancho, es una suerte de viajero en el tiempo, que va cambiando de escenarios y ropajes según se van sucediendo las películas. El rostro de Serrat, cambiando peinados y estilismos según la ocasión, se pasea por los encuadres de Serra, con la mirada perdida, como buscando su sitio o, quizás, a su propio personaje. ¿No es el mejor resumen de la existencia?

SEPARACIÓN (SEVERANCE) -LA CIENCIA FICCIÓN DE LA CONCILIACIÓN


¿No es la vida laboral el mayor problema de nuestra existencia? Eso mismo que nos permite subsistir y que nos convierte en privilegiados es también un tedioso sacrificio para cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad. Nos pasamos cinco días deseando la llegada del viernes y del fin de semana en un ciclo que se repite el lunes, cuando, como Sísifo, volveremos a empujar la roca hasta el siguiente viernes. Esta no-vida se extiende, además, hasta los períodos vacacionales -puentes, festivos y el ansiado verano-. Lo peor de este planteamiento existencial es que, durante el esperado período de descanso, muchas veces tenemos problemas para desconectar del trabajo. La premisa de una de las grandes series del año, Separación (Severance), disponible en Apple Tv, responde a una pregunta que es pura ciencia ficción (social): ¿Qué pasaría si pudiésemos separar completamente nuestra vida laboral de nuestro tiempo personal? Una desconexión completa que beneficia al empleado, que se olvida de el estrés laboral cuando está fuera de la empresa, pero también al empleador, que tiene así un trabajador que no se distrae con las preocupaciones de su vida privada. El protagonista de Severance, Mark Scout -un estupendo Adam Scott, que explota su pinta de buen tipo tanto como la cámara explora su peculiar rostro-, se nos presenta como un hombre que ha optado por trabajar en este régimen, en Lumon Industries, para dejar atrás una pérdida personal, una trama que conecta con la romántica Olvídate de mí (2004). Mark quiere olvidar y quiere tener la oportunidad de comenzar una nueva vida: su innie, su yo del trabajo, podrá vivir libre de esa pena. Con este planteamiento, Severance se abre con un primer episodio espléndido que cuenta una historia que 
prácticamente no necesitaría más desarrollo, y que plantea temas existenciales estimulantes: ¿Son los innies personas? La serie establece que los trabajadores de Lumon se convierten en sus innies al entrar en el edificio y cuando salen, recuperan su personalidad y sus recuerdos. La consecuencia de esto es que los innies están condenados a una vida dentro de las instalaciones de la empresa. Una vida que se desarrolla en jornadas de 8 horas. ¿Es eso el infierno, quizás? Poco a poco iremos descubriendo lo que ocurre dentro de la empresa, donde el tono es kafkiano: nadie entiende muy bien qué trabajo hace y todo se rige por una serie de normas absurdas que tienen un trasfondo mítico-religioso que remite a un legendario fundador, a un patriarca creador de leyes. Los escenarios laborales remiten a espacios asépticos, de simetrías kubrickianas, con puntos de fuga infinitos como las oficinas de El apartamento (1960). Nos encontraremos allí con personajes peculiares, tragicómicos: el humor remite a las distopías de Terry Gilliam -Brazil (1985)- en las que el hombre común es aplastado por el sistema. El reparto de los compañeros de trabajo de Mark es excepcional, encabezado por un gran John Turturro -inolvidable en Barton Fink (1991)-, al que acompañan Patricia Arquette, Britt Lower, Zach Cherry y un gran Christopher Walken. En el entorno laboral la serie adquiere texturas de thriller, con tramas paranoicas que hacen pensar en el espionaje industrial, pero que poco a poco derivan hacia misterios fronterizos con el fantástico y con ideas que parecen sacadas de un manual de autoayuda escrito por Ayn Rand. En el 'mundo real' de la serie, fuera de Lumon, el tono es melancólico, algo triste, pero con tendencia también al humor absurdo: ahí están la hermana y el cuñado de Mark -Jen Tullock y Michael Cernus- a punto de afrontar la paternidad, pero adhiriéndose a todas las teorías de moda sobre el desarrollo infantil; por no hablar de que él, Ricken Hale, es un escritor de libros de autoayuda que vive poniendo en práctica ideas absurdas -pero muy plausibles- como una cena sin cena, para obligar a los comensales a hablar sin que se distraigan con la comida. Creada por Dan Erickson, el guión de Severance mezcla ideas de ciencia ficción, existencialismo y humor absurdo, pero no renuncia a desarrollar una trama con giros y sorpresas que enganchan al espectador -aunque, en mi opinión, rebajen su potencial transgresor y acercan la serie a lo convencional-. Por último, destacar que esta ficción confirma a Ben Stiller como un director no solo de comedias, sino elegante y eficiente en el drama -ya lo demostró, por ejemplo, en la magnífica Escape at Dannemora-, lo que redondea una magnífica producción. Como ya he dicho, posiblemente la mejor del año.

MS. MARVEL -ETIQUETAS


En una escapada de fin de semana a Segovia, visitando la catedral, mi hijo pequeño -5 años- nos sorprendió diciéndonos 'Yo sé rezar', para acto seguido arrodillarse en el suelo apoyando las manos en las rodillas. '¿Dónde has aprendido eso?' le preguntamos. En Ms. Marvel, respondió. Tras explicarle que ese es el rito para rezar de los musulmanes, pensé que la serie de Disney Plus, que habíamos visto en familia hace poco, había cumplido al menos uno de sus posibles objetivos. La idea, ya presente en el cómic, de reflejar la diversidad étnica, cultural y religiosa de Estados Unidos -que en la ficción, es como hablar del mundo entero- me parece una idea estupenda, sobre todo en una serie destinada al público adolescente/infantil de una forma algo más evidente que las películas de Marvel Studios que se estrenan en cines. Ms. Marvel no es la serie del año, ni pretende serlo. Tampoco inventa nada: es la enésima revisión de Spider-Man, solo que actualizada y cambiando a Peter Parker por una chica cuya familia es de origen paquistaní y de religión musulmana. Así, al clásico relato coming of age, con sus angustias adolescentes, sus matones de instituto y la brecha generacional con respecto a los padres, se añade una refrescante perspectiva femenina y un enfoque cultural diferente al que estamos acostumbrados. Y mucho humor, claro. El primer episodio de Ms. Marvel es una maravilla porque nos introduce en el mundo de Kamala Khan (Iman Vellani), nos presenta a su familia, a sus amigos, y a su generación: el uso de las redes sociales y los smartphones está integrado gráficamente en la serie, enriqueciendo la narrativa. Es verdad que los siguientes capítulos de esta miniserie pecan del defecto más común de la ficción televisiva actual: una narrativa descomprimida, que parece pensada para un espectador que no presta demasiada atención y que necesita que le cuenten las cosas más despacio y en repetidas ocasiones. Aún así, Ms. Marvel cumple con su misión de entretener, y encima aporta cosas diferentes: una colorida estética que refleja la cultura de Pakistán y la India... y no podía faltar un número musical a lo Bollywood-. La historia, encima, viene con mensaje: sobre ser diferente, sobre encontrarnos a nosotros mismos a través de nuestros orígenes para descubrir lo que nos hace especiales y nos muestra a un personaje que lucha -aprende a usar sus misteriosos poderes- hasta sentirse orgullosa de quién es. La serie, además, aunque integrada en la continuidad del Universo Cinemático de Marvel, no exige haber visto la veintena larga de películas estrenadas, a excepción, quizás, de Capitana Marvel (2019). Lo dicho, no es la mejor serie del año, pero sí un entretenimiento eficaz, colorido y familiar.

BULLET TRAIN -CINE Y ESPECTÁCULO


Si hay en la historia del cine grandes películas que se plantearon el reto de contarnos una historia dentro del reducido espacio de los vagones de un tren o con este medio de transporte como excusa, Bullet Train propone hacer lo propio a la máxima velocidad posible. Basada en la novela de Kotaro Isaka, la historia propone la reunión en un 'tren bala' de cinco asesinos a sueldo, todos detrás del mismo mcguffin. Con esta premisa tenemos un film de acción trepidante dirigido por David Leitch, ex especialista y coordinador de escenas de riesgo, lo que puede explicar la casi total ausencia de trama. Lo que sí ofrece esta película es un buen número de peleas, estupendamente coreografiadas. Y nada más. Porque entre pelea y pelea, asistimos a una serie de escenas de diálogo entre los diversos personajes, creo que demasiado estáticas, que, al manos, intentan ser graciosas. El tono es el de una lectura superficial del cine de Tarantino o el de un derivado de las películas de gángsteres de Guy Ritchie. La historia no se complica y es un puro esqueleto de puntos de giro que, al menos, nos mantiene entretenidos. Los personajes son casi inexistentes y solo el carisma de los actores consigue que nos impliquemos con ellos: Brad Pitt ejerce de estrella, bien acompañado por Aaron Taylor-Johnson y Brian Tyree Henry, que funcionan de maravilla como pareja -cómica-. El reparto de secundarios tampoco tiene desperdicio y hay cameos sorpresa que mantienen viva la película. Pero nada de esto, ni el estupendo diseño de producción, evitan que este tren descarrile -perdonad el chiste fácil- en un derroche de efectos digitales sin consistencia. La historia y los personajes acaban diluyéndose, y aunque el tono de partida no es realista -ni mucho menos- el clímax se resiente -a pesar de un villano interesante- porque estos personajes están sacados de un cartoon y son prácticamente inmortales. Los mejores momentos de Bullet Train provienen de su voluntad de mezclar historias y subgéneros; es mejor en sus relatos encapsulados -la historia del Lobo (Bad Bunny), la de la 'Muerte blanca' o la de una ¡Botella de agua!-, sus aislados momentos de gore -que, bien utilizados, podrían haber sido una marca de estilo-, y la voluntad del guión de que todo encaje -aunque sea para no contar nada-. Bullet Train acaba siendo puro envoltorio, pero para el que no quiera pedirle nada más a una película, es un espectáculo más que digno.

DELANTE DE TI -MÁXIMA SENCILLEZ


El director coreano Hong Sang-soo se ha propuesto hacer películas con la menor cantidad de elementos posibles. En Delante de ti apenas hay unos tres personajes principales que se mueven en cuatro o cinco escenarios: y es que la película entera se compone de poquísimos planos. Una vez Sang-soo ha plantado su cámara, apenas la mueve ¿Para qué? Esta película está formada por siete u ocho escenas -más o menos- que son simplemente diálogos entre dos personajes. Conversaciones cotidianas de las que debemos extraer el pasado, presente y futuro de los personajes, sus preocupaciones y conflictos. Con un solo giro argumental en todo el guión, la propuesta de Delante de ti puede parecer insuficiente para muchos. Pero creo que hay que valorar lo difícil que es llegar a la esencia de una historia despojándola de efectismos y desdramatizándola completamente. Porque esa forma de narrar también encierra un mensaje. Delante de ti es la historia de Sang ok (Lee Hye-young), una mujer que regresa de Estados Unidos a Corea del Sur para reencontrarse con su hermana y con su sobrino, para revisitar los lugares que forman parte de su pasado y quizás para reemprender viejos sueños abandonados. Ese regreso a los orígenes permite al espectador -si lo desea- una reflexión sobre la vida, sobre las decisiones que tomamos y sobre los sacrificios -siempre los hay- y los caminos descartados. Hong Sang-soo no evita aquí esa figura recurrente en su filmografía del director de cine, bebedor y mujeriego, en el que adivinamos una curiosa intención de reflejarse siempre como un tipo más que cuestionable, lejos del demiurgo que podría ser en un mundo, a fin de cuentas, creado por él. Tanto respeta a sus personajes -y al espectador- que prefiere siempre -con algo de humor- mostrar su peor cara. Entrar o no en la propuesta de Delante de ti depende de cada uno, así como elegimos a los amigos con quienes queremos pasar el tiempo para divertirnos o confesarnos, también es una cuestión de afinidades seguir o no la carrera y la obra de un determinado autor.

¡NOP! -LA MUERTE Y EL CINE


Lo más parecido a los sueños es el cine. En ellos somos espectadores de imágenes que van de lo cotidiano hasta lo imposible y que, mientras dormimos, están unidas por su propia lógica, a la que no encontramos sentido tras despertar. Las imágenes que ha creado Jordan Peele en ¡Nop! tienen el poder misterioso de los sueños. Tras la sorprendente Déjame salir (2017) y la contundente Nosotros (2019), Peele sigue evolucionando como director con su obra más ambiciosa y estimulante hasta la fecha. En ella plantea la historia de dos hermanos -Daniel Kaluuya y Keke Palmer- que se enfrentan a la misteriosa muerte de su padre, dueño de un rancho que se dedica a entrenar caballos para cine, televisión y anuncios. Esta trama se cruza con otra historia, inquietante y enigmática, sobre un chimpancé que se vuelve violento durante la grabación de una sitcom. ¿Cómo se relacionan estas dos historias? Si Peele habló claramente del racismo en Déjame salir y de las desigualdades sociales en Nosotros, en ¡Nop! se muestra mucho más críptico, incluso hermético, en cuanto al tema de su film, dejando a la interpretación del espectador el verdadero sentido de sus imágenes. Así, entre el relato del chimpancé, protagonizado por Steven Yeun, y la trama principal no hay una relación directa más allá de su personaje principal, sino temática. Una historia refleja a la otra y se hace eco de las preocupaciones del autor. ¿Cuáles son? Pues la imagen, la mirada, el espectáculo y en definitiva, el cine. Peele se remonta al origen de la primera imagen precinematográfica, la cronofotografía diseñada por el británico Eadweard Muybridge para analizar el trote de un caballo en 1872. Una idea que Peele propone para definir a sus personajes principales y que luego recoge en un clímax que me parece precioso. Creo que Peele quiere hablar del viejo cine, que relaciona con el western, con el uso de animales reales -y no digitales-, con la magia de una cámara mecánica, analógica, cargada con celuloide, que contrapone a las cámaras digitales y eléctricas. Sólo esa cámara que funciona a golpe de manivela será capaz de registrar el misterio. Por último, Peele habla del sufrimiento convertido en espectáculo: el de los animales sacados de su entorno para aparecer en films y series; el de los niños-estrella que luego serán juguetes rotos; y también de cómo, como sociedad, no podemos dejar de mirar. Los que consigan no hacerlo, sobrevivirán. Peele parece hacer una crítica de los que sacan provecho de ese sufrimiento convertido en espectáculo: el guión apela directamente a Oprah Winfrey y en Youtube encontraréis su entrevista a una mujer desfigurada tras ser atacada por un chimpancé, que resulta escalofriante y que seguramente inspiró al autor de esta película. Todos estos temas que menciono forman parte de una obra en la que se apela a lo conceptual, lo que no quiere decir que no estemos ante una brillante cinta de terror, fantástico y ciencia ficción. Las imágenes de ¡Nop! son muy originales, extrañas, inquietantes y hermosas. La película parece un cruce imposible entre dos obras capitales de Steven Spielberg: Encuentros en la tercera fase (1977) y Tiburón (1975), con la misteriosa amenaza bajando de los cielos para sembrar el terror y con un director de fotografía convertido en el 'cazador' experto al que recurren los protagonistas, un capitán Ahab empeñado en capturar la imagen imposible. Hay también elementos que pueden recordar al M. Night Shyamalan de Señales (2002), claro, o incluso a cintas como la divertida Temblores (1990). Pero lo importante es que Peele depura aquí su puesta en escena, consiguiendo una inquietud constante a través del diseño de los planos y de la banda sonora, en la que siempre hay extraños ruidos de fondo. Por último, señalar conexiones menos evidentes, a cintas recientes que hablan de la nostalgia por el mundo del cine y del espectáculo que ha dejado de existir, como pueden ser Érase una vez en Hollywood (2019) y Licorice Pizza (2021). Como veis, ¡Nop! es una obra inagotable -que también tiene mucho humor- que pide varios visionados y posiblemente sea el mayor logro de Jordan Peele, aunque el tiempo dirá si estamos ante un salto adelante en la búsqueda de un discurso que promete la llegada, quizás, de una futura obra maestra.

BETTER CALL SAUL -SEXTA TEMPORADA -CAUSA Y EFECTO


La primera secuencia de la última temporada de Better Call Saul es un regalo para los fans. Trabajadores de una empresa de mudanzas recogen los bienes y los objetos personales de Saul Goodman (Bob Odenkirk), suponemos, tras los acontecimientos narrados en la magistral Breaking Bad. Es una secuencia que define el tema de la temporada, con un marcado tono de despedida y que representa el final de algo, pero también demuestra lo exigentes que son los autores de esta serie -Vince Gilligan y Peter Gould- con los espectadores: la secuencia está llena de 'huevos de pascua', de guiños que solo el seguidor atento podrá reconocer. El plano final de la secuencia es determinante: la cámara se detiene en un pequeño tapón de botella, con forma de piña -¿Lo recordáis?- que representa los momentos más felices del protagonista, también los que nunca fueron, con su compañera, Kim Wexler (Rhea Seehorn). 
Enseguida, el desarrollo del primer episodio puede pillar descolocado a cualquier espectador que no sea verdaderamente fiel: la acción comienza justo donde acabó el último capítulo, emitido hace dos años. Que se joda el espectador medio, diría David Simon. Además, el argumento comienza a desplegar inmediatamente su estupenda narrativa cinematográfica, apoyada siempre en lo visual, que escatima diálogos -y explicaciones- y nos obliga a estar atentos a los detalles. Lalo Salamanca (Tony Dalton) ha escapado de la muerte, Nacho Varga (Michael Mando) huye también para salvar la vida, Gus Fring (Giancarlo Esposito) intenta mantener su posición de poder en la red criminal y, en general, todos los personajes reaparecen ya 'metidos en harina'. Por si fuera poco, los protagonistas, Jimmy/Saul y Kim están enfrascados en uno de sus maquiavélicos planes -qué divertidos son- que no sabremos en qué consiste realmente hasta varios episodios después, en una trama que incluye la recuperación de una pareja a la que no veíamos desde la primera temporada, emitida en 2015. Está claro: Better Call Saul es una serie que ganaría mucho con un visionado al 'estilo Netflix', cosa que ya podremos hacer al disponer de todos los episodios.

Better Call Saul nos ha dado seis temporadas de pura excelencia. La serie brilla por la meticulosidad de sus guiones, una puesta en escena cinematográfica con una fotografía fantástica, y, por supuesto, por sus estupendas interpretaciones. La filosofía de la serie es una extensión de lo que ya vimos en la magistral Breaking Bad. Dos ficciones que cuentan, en esencia, lo mismo: cómo sus protagonistas toman decisiones morales hasta convertirse en otra cosa. Walter White (Bryan Cranston), un simple profesor de química terminaba convertido en un monstruo, en el temible Heisenberg, y ahora se nos ha mostrado cómo Jimmy McGill, un perdedor que aspiraba a ser abogado, se convierte en Saul Goodman. El final de ese camino es lo que nos cuenta esta última temporada que, no por casualidad, tiene un episodio titulado, precisamente, Breaking Bad -por cierto, el capítulo titulado Better Call Saul de Breaking Bad demuestra el cuidado que han tenido los guionistas para que todo encaje más de una década después-. ¿Acabará finalmente Jimmy convirtiéndose en un tipo sin escrúpulos? Esta serie desarrolla con muchísimo cuidado a sus personajes y junto a Jimmy/Saul hemos visto crecer a Kim -el gran personaje de esta serie- de forma sutil, progresiva y sostenida. Una evolución que se expresa en detalles que pueden pasar desapercibidos: recordemos cómo la conocimos, compartiendo un cigarrillo ocasional con Jimmy, al principio de la serie, y cómo ahora Kim un pitillo tras otro, agobiada moralmente tras haber decidido acompañar a Jimmy en sus fechorías. Creo que Breaking Bad jugaba a ponernos a prueba: ¿Seguimos queriendo que Walter White se salga con la suya a pesar de que sus actos son cada vez más reprochables? En Better Call Saul, el compromiso con los protagonistas tiene un matiz diferente: tememos que Jimmy y Kim acaben convirtiéndose en auténticos monstruos. En el camino de estas seis temporadas, hemos podido disfrutar de una pareja de protagonistas maravillosamente escrita, muy diferente a la de Walter y Skyler White, interpretados por dos actores que merecen todos los premios.

Ya he mencionado cómo Better Call Saul brilla por su narrativa cinematográfica, puramente visual, que nos escatima información sobre lo que está pasando para mantenernos enganchados. Esto es visible, sobre todo, en los planes -casi siempre delictivos- que llevan a cabo los protagonistas: cómo tienden trampas a un incauto para salirse con la suya -pobre Howard Hamlin (Patrick Fabian)-, cómo organizan ingeniosos robos a prueba de errores. Jimmy no es un criminal chapucero como los personajes de los hermanos Coen, aunque el destino, el azar, siempre acaben jugándole una mala pasada. Además de esto, la serie de Gilligan y Gould me parece única manejando las consecuencias de las acciones de los personajes. La repercusión del éxito -o del fracaso- de los planes urdidos por Jimmy puede extenderse durante episodios -o incluso temporadas-. La forma en la que los personajes intentan resolver un problema, solventar un obstáculo, o minimizar los daños tras un fallo garrafal -y eso puede ser incluso tener que ocultar un cadáver- resulta apasionante y probablemente una metáfora perfecta de la vida misma. Ese cuidado de los guionistas por tener en cuenta todos los detalles lleva a no dejar cabos sueltos en la trama, sino a aprovecharlos para nuevos giros argumentales. Better Call Saul es una serie que se basa en el principio de causa y efecto, que trata de acciones y sus consecuencias: pocas cosas ocurren al azar. Esto permite recuperar personajes o situaciones que, en cualquier otra serie, habrían sido olvidados o despachados con un par de diálogos. Me voy a permitir el spoiler de alabar cómo en el desenlace de Better Call Saul no se han olvidado del que fue parte importante del retrato psicológico de Jimmy, su hermano Chuck -fantástico Michael McKean-. Sin recordar su figura, no se podía cerrar verdaderamente la historia del personaje que da nombre a esta serie, que se despide con unos episodios espléndidos, muy oscuros y muy emocionantes, que, a pesar de tener que pagar el peaje de ser un spin-off y de tener que sortear y encajar todo lo ocurrido en Breaking Bad, ha conseguido ser la mejor precuela-secuela posible.