DIRECTOR -MISIÓN IMPOSIBLE ¿LA MEJOR SAGA DE ACCIÓN?

Aprovechando el estreno en cines de la nueva entrega de Misión Imposible repasamos las películas que conforman la que puede ser la mejor saga de acción de la historia del cine, de la mano de un Tom Cruise empeñado el salvar la experiencia en salas. Vamos allá.

Misión: Imposible (1993) era el intento, por todo lo alto, de llevar al cine la serie emitida entre 1966 y 1973, creada por Bruce Geller a la sombra de la popularidad de James Bond. La gran diferencia con respecto a la saga del agente 007 creado por Ian Fleming es que aquí el protagonismo se reparte en un grupo de agentes que fue cambiando de temporada en temporada. Una característica que se refleja en la versión cinematográfica dirigida por Brian de Palma y escrita por David Koepp y Steven Zaillian formando un reparto de estrellas: Tom Cruise, Jon Voight, Emmanuelle Béart, Kristin Scott Thomas y Emilio Estevez. En un giro hitchcockiano, este grupo de personajes es eliminado en el primer tercio de la película, dejando a Ethan Hunt a su suerte y como un agente rebelde. Esto llevará al reclutamiento de nuevas estrellas como Ving Rhames y Jean Reno, y a nuevos giros imprevisibles. La película se desarrolla como una intriga de espionaje, que se aleja de la saga Bond imitando las escenas de acción y los tiroteos, para enfocarse en la infiltración: la escena más recordada es el robo de datos -el McGuffin argumental es una reveladora lista de agentes secretos- de la propia sede de la organización de inteligencia para la que trabaja Hunt, lo que le obliga a colgar de un cable sin hacer el más mínimo ruido y evitando que su temperatura coroporal se eleve demasiado para no ser detectado por los sofisticados sistemas de seguridad. Brian De Palma despliega su habitual planificación basada en el suspense, utilizando el equivalente a su famosa pantalla partida para presentar varias acciones simultáneas. Aunque nunca llega a dividir realmente la pantalla -estamos ante un producto comercial que necesita de ciertas convenciones- De Palma se las arregla con monitores de vigilancia, relojes inteligentes avant garde y hasta utilizando un decorado para tal fin: el ascensor de la primera set piece. Creo que la película, sin embargo, tiene un tono algo apagado para un blockbuster y evita lo espectacular hasta el clímax en ese tren, también hitchcockiano, cayendo en la hipérbole festiva en la secuencia del helicóptero al más puro estilo Bond.

Misión imposible 2 (2000) es seguramente la película más denostada de la saga, a pesar de contar con un experto en el cine de acción, John Woo, y un guionista como Robert Towne -que firmó nada menos que Chinatown (1974)-. En España tiene mala fama, además, por la famosa secuencia que mezcla la Semana Santa sevillana con las Fallas de Valencia, una idea peregrina que, en realidad, pasa desapercibida en el resto del planeta. Lo cierto es que, a diferencia de la primera película que dirige Brian De Palma, esta secuela es mucho más lúdica, se toma mucho menos en serio y propone situaciones mucho más exageradas, propias de ese cine acción de los años 90 que se presta tanto a la autoparodia. Los primeros dos tercios del film se desarrollan de forma confusa y chapucera, sin demasiado interés: no hay personajes interesantes, falta humor y la relación entre Tom Cruise y Thandie Newton me parece fría, desaprovechando completamente esa trama importada de Encadenados (1946) de Alfred Hitchcock. El personaje que interpreta nada menos que Brendan Gleeson aparece de la nada y su rol dramático parece también poco claro. Woo se divierte intentado engañarnos con un baile de máscaras, con personajes disfrazándose de otros personajes de una forma bastante inverosimil. En el último tercio, Woo despliega, por fin, esas coreografías de acción que son su marca de estilo: Tom Cruise girando sobre sí mismo disparando dos pistolas a la vez, ralentizados a lo Sam Peckinpah y primeros planos violentos a lo Sergio Leone. Para cuando llega la muy macarra secuencia de las motos, el espectador desprevenido -y que no esté acostumbrado al estilo de Woo- se siente engañado. Un bonito duelo final se salda como ya sabíamos y la película se cierra con plano final de Sidney, que busca ser romántico, pero que parece rutinario, poco inspirado.

J.J. Abrams se enfrenta a Misión Imposible III (2006), su primera película como director, como el aplicado renovador de géneros que siempre ha sido y, por qué no decirlo, como un fan. En la serie Alias (2001-2006), Abrams reformulaba el género de espías a base del manejo constante de la tensión, acelerando el ritmo de las escenas y dotando a los personajes de humanidad mostrándonos su lado cotidiano y familiar. En la película de Tom Cruise, Abrams repite la jugada y se lo juega todo a la carta de lo espectacular, aprovechando los recursos de una superproducción. Abrams arranca la película de la forma más adrenalítica posible, con Ethan Hunt (Tom Cruise) en una situación de vida o muerte ante un enemigo mortal interpretado por Phillip Seymour Hofman. A partir de ese momento, el guión de Alex Kurtzman y Robert Orci nos muestra a Ethan Hunt como un misterioso hombre muy enamorado de su prometida (Michelle Monaghan), que será el ancla emocional de toda la trama. Hunt persigue el típico McGuffin, la llamada 'Pata de conejo', que adivinamos como un elemento biológico muy peligroso, pero cuya verdadera naturaleza, Abrams, fiel a su teoría de la caja misteriosa, no revelará nunca. Misión Imposible III es sumanente efectiva y puro efectismo, con giros sobre la identidad de un posible topo y un ejercicio de tensión en cada secuencia. Una buena muestra de ello es la set piece de acción en el arranque de la cinta: Hunt ha rescatado a la agente Farris -Keri Russell, recordada protagonista de una serie creada por Abrams, Felicity (1998-2002)-, quien lleva insertado en la cabeza un explosivo que la matará, por lo que el agente debe buscar la forma de desactivar el dispositivo y luego reanimar a su compañera, todo esto mientras escapan de la base enemiga en un helicóptero que sortea gigantescos molinos de viento y esquiva los misiles de una aeronave enemiga. Esta será la norma durante casi toda la película: varios elementos de suspense y tensión que se superponen en una experiencia cinematográfica intensa y pirotécnica. Entretenimiento en estado puro.

Con Misión Imposible: Protocolo fantasma (2011), el director Brad Bird -El gigante de hierro (1999) y Los increíbles (2004)- se estrenaba en el cine de acción real. La película es una nueva aventura del agente Ethan Hunt (Tom Cruise) con cierta continuidad con lo ocurrido en Misión Imposible III (2006), ya que J.J. Abrams sigue ejerciendo como productor, en colaboración con Cruise. Esta cuarta entrega de la saga, si bien mantiene unos niveles de producción y de calidad más que aceptables, no destaca en la franquicia, ni para bien, ni para mal. Cruise estará acompañado por un nuevo grupo de agentes: Simon Pegg, Paula Patton y un Jeremy Renner importado de Marvel. El villano, Mikael Nykvist tampoco resulta demasiado atractivo, aunque sí hay que hablar de una deslumbrante Léa Seydoux como una asesina que roba cada plano en el que aparece. Sin la potencia adrenalítica de la película anterior, Misión Imposible: Protocolo fantasma cuenta, sin embargo con momentos curiosos como la infiltración en el Kremlin -con esa pantalla que simula un falso pasillo, una idea, como poco, extraña-, además de las consabidas persecuciones y tiroteos espectaculares. El momento más recordado es, seguramente, la escalada de Cruise en un rascacielo de Dubái, la escena de vértigo que se ha convertido en la marca reconocible de la saga. El final hitchcockiano, también relacionado con la altura, en un aparcamiento vertical, no acaba de funcionar del todo. Una entrega sólida, que sin embargo, no entusiasma.

El principal problema -para mí- del blockbuster reciente de Hollywood es el miedo a contar sus historias utilizando la imagen antes que la palabra. Es decir, demasiados diálogos explicativos, informativos, quizás por temor a que los espectadores se pierdan al seguir la historia. Y mira que son sencillas. Es por esto que Misión: Imposible 5 - Nación secreta me entusiasmó en su momento. El mejor ejemplo de la forma de operar del director -y guionista- de esta película, Christopher McQuarrie, es una escena en la que Ethan Hunt (Tom Cruise) ha sido capturado. Se encuentra en un calabozo en el que todo indica que va a ser torturado. McQuarrie plantea la situación utilizando la cámara: Hunt está encadenado a un poste, cuya parte superior se nos enseña; hay una mujer, suponemos que enemiga, pero cuya actitud es ambigua; y hay una llave con una pata de conejo sobre una mesa. Todos estos elementos jugarán un papel cuando se resuelva la escena. Y no ha hecho falta para ello ni una sola línea de diálogo. Es verdad que la película, de vez en cuando, se detiene -mínimamente- para recapitular y que todo quede bien claro. Pero son peajes que estoy dispuesto a pagar porque esta quinta entrega de la saga está llena de ideas de planificación, no solo en las espectaculares set pieces de acción -las persecuciones consiguen implicar de lleno al espectador- sino también en las peleas cuerpo a cuerpo y, más importante, en las relaciones de los personajes. McQuarrie hace algo que debería ser básico en el cine, pero que ya casi nadie hace: deja que los actores expresen cosas con sus gestos, con sus rostros. No tiene la necesidad -de nuevo- de evidenciar cada reacción de sus personajes con una frase. La satisfacción ante el resultado de esta quinta entrega de la saga justifica mi confianza en McQuarrie, autor de los guiones de Sospechosos habituales (Bryan Singer, 1995); y más recientemente de la estupenda Al filo del mañana (Doug Liman, 2014) y sobre todo director de Jack Reacher (2012), película que me convirtió en seguidor de su filmografía. Su aportación a la saga de Misión: Imposible, fue para mí la mejor hasta el momento, teniendo en cuenta que se trata de una serie que mantiene una media de calidad muy alta en cada entrega; aunque suela pasar desapercibida ante sagas más populares. La única pega posible es el nulo desarrollo de su personaje protagonista. Ethan Hunt no tiene ningún rasgo de humanidad, ni cuenta con los tics recurrentes de, por ejemplo, James Bond, para definirse. Ni siquiera tiene el sombrero de Indiana Jones. Ethan Hunt es simplemente Tom Cruise, o la idea que tenemos de él como estrella de cine y héroe de acción. Quizás por ello, el director de la CIA, Alan Hunley (Alec Baldwin), define a Hunt como la "manifestación del destino". Quizás por eso a Hunt le roba protagonismo el personaje de Ilsa Faust (Rebecca Ferguson). Me vais a llamar loco, pero creo que el que Tom Cruise permita esto, es una muestra de su su inquebrantable compromiso con el cine.

¿De cuántas franquicias cinematográficas se puede decir que su sexta entrega es la mejor? Obviando aquella primera película de un maestro como Brian De Palma en 1996 y olvidando la tontería macarra de John Woo en 2000, hay que trazar las verdaderas señas de la saga de Misión Imposible con la entrada de J.J. Abrams como productor en la tercera parte, y sobre todo hay que hablar de un director como Christopher McQuarrie, que aquí lleva a las aventuras del agente Ethan Hunt a su cúspide. En Misión: Imposible 6 - Fallout el tándem Cruise-McQuarrie consigue el productor de entretenimiento perfecto. Hay ideas y emociones para tres películas. Ethan Hunt se corona como el mejor James Bond actual, libre del peso histórico y los tics del agente 007, dejando atrás al más joven -y supuestamente realista- Jason Bourne, y aportando un idealismo anacrónico en los tiempos que vivimos. Hunt se enfrenta a gobiernos, agencias secretas y organizaciones terroristas con rebeldía e integridad; en una jugada de guión -magistral- acaba pensando que su verdadero enemigo es él mismo, tras una conspiración de mentiras que son puro fake news. Pero donde la película brilla es en la narrativa visual que aporta McQuarrie, que se toma cada secuencia como si fuera la última: las persecuciones de coches y motos son vibrantes; las peleas duelen; las escenas de tensión son estupendos ejercicios de montaje y planificación. La película es larga porque el director se toma su tiempo para que cada set piece sea perfecta. Y cuando la verosimilitud se resiente, la dosis justa de humor lo resuelve todo. La efectividad de este film es absoluta en todos sus apartados. Se da el lujo de sumar los momentos más míticos de la saga para sus fans: los engaños hiperbólicos, las máscaras que permiten suplantar a cualquiera, las persecuciones en motos, aviones y helicópteros, edificios y alturas de vértigo, la escalada de una pared de roca, la icónica cuenta regresiva. Todo cabe en un film que no da respiro y que acaba en un clímax que estira el tiempo hasta lo imposible. Nunca mejor dicho. Por si fuera poco, los personajes son fantásticos aunque quede poco tiempo para desarrollarlos: Cruise es menos acartonado que nunca y hasta deja ver un lado sensible; Ving Rhames aporta humanidad, Simon Pegg el humor, Rebecca Ferguson es la asesina más atractiva imaginable, Sean Harris da miedo y Vanessa Kirby es todo un descubrimiento. Por no mencionar el bigote de Henry Cavill, que sorprende con nuevos registros -aunque ya fue espía en Operación U.N.C.L.E. (2015)-. Misión Imposible: Fallout es probablemente la mejor película de entretenimiento de la década.


Misión imposible: sentencia mortal -Parte 1 es lo que el cine necesita. Una cinta espectacular, divertida y emocionante, cuyo único objetivo es entretener al espectador. Lo que no quiere decir que el argumento que firma el director, Christopher McQuarrie, junto al guionista Erik Jendresen, no plantee cuestiones interesantes sobre la tecnología en el mundo actual, la lucha por el control geopolítico tras la guerra fría -los buenos y los malos ya no se dividen por sus nacionalidades-, e incluso con cuestiones existenciales como el libre albedrío y la moral. El argumento plantea un nuevo McGuffin, una llave en forma de cruz, que el agente Ethan Hunt (Tom Cruise) tendrá que buscar por todo el mundo para evitar una catástrofe global. En su contra estará su propio Gobierno -Shea Whigham-, elementos criminales independientes -Vanessa Kirby- y el villano de turno -Esai Morales-. Hunt reunirá a su equipo habitual de agentes -Rebecca Ferguson, Ving Rhames y Simon Pegg- y se cruzará con un nuevo y misterioso personaje, encarnado por Hayley Atwell. El guión hace un trabajo excelente equilibrando a todos estos personajes -y algunos más hay- en una trama que mezcla intriga con trepidantes escenas de acción. Todo en Misión imposible: sentencia mortal -Parte 1 es de primera: la planificación, el diseño de producción, la fotografía, la música y los actores. Todo está cuidadosamente orquestado para entregar un producto perfecto. Y esta entrega es más que nunca la heredera de la conocida serie de televisión de los 60 -tiene cabecera y todo- al plantearse como un capítulo inconcluso que continúa en un nuevo film. Yo estaré ahí esperando, pero, de momento, estamos ante una de las mejores películas del año, que confirma la saga como la posible mejor franquicia de todos los tiempos.

VESPER -MUNDO VEGETAL


En los tiempos que corren, la visión del futuro inmediato es irremediablemente apocalíptica: amenazas como una catástrofe ecológica, una pandemia mortal, una guerra nuclear y hasta la inteligencia artificial, impiden ver el porvenir con optimismo. Vesper es una cinta de ciencia ficción que propone algo en lo que, quizás, no se piensa demasiado: el destino nos alcanzará, sí, pero no será igual para todos. La película es una coproducción entre Francia, Bélgica y Lituania, dirigida por Kristina Buozyte y Bruno Samper -ella lituana, él francés- que propone un futuro distópico en el que la experimentación biogenética ha acelerado el colapso ecológico, llevando el mundo al desastre. Unos pocos privilegiados han conseguido resguardarse en ciudadelas, mientras que el resto de la población sobrevive en un entorno hostil, casi sin alimento y sin las ventajas de la civilización. La historia nos presenta a una protagonista de 13 años, Vesper (Raffiella Chapman) que no se conforma con sobrevivir, sino que busca la forma de acceder al estado de bienestar que prometen las ciudadelas. Lo mejor de Vesper es cómo, a través de la peripecia de su protagonista, vamos descubriendo el misterioso y fantástico mundo que nos presentan. Mencionemos primero un cuidado diseño de producción, que elige una estética, para entendernos, parecida a la de Stalker (1979) de Andréi Tarkovski, un mundo decadente, devorado por la naturaleza, en tonos terrosos, con la cabaña de Vesper como principal escenario. Ya he dicho que la película plantea una división entre marginados y privilegiados, idea que se puede rastraer en el género desde Metrópolis (1927) hasta Elysium (2013). Pero quizás, lo más estimulante de Vesper es cómo plantea la tecnología del futuro, mezclándola con la génética, fusionando lo mecánico con lo orgánico, una idea que sería bendecida por David Cronenberg. Por último, el misterioso mundo en el que nos introducimos ha sido conquistado por un reino vegetal mutante, que recuerda a cintas como Aniquilación (2018), convirtiendo la naturaleza en algo vivo y hostil. Con modestos pero impresionantes efectos especiales, Vesper resulta un espectáculo visual estimulante y su imaginario, en algunos momentos, eclipsa el relato. Por suerte, los pocos personajes presentes en la historia están bien defendidos por excelentes actores, como la joven Chapman, y por veteranos como Eddie Marsan -estupendo villano- y Richard Brake. Vesper es una sólida propuesta de ciencia ficción que vale la pena ver en pantalla grande, una alternativa bienvenida al cine-espectáculo al que estamos acostumbrados en los últimos años y que no tiene que ser la única vía del género.

LA DESCONOCIDA -EN LO PROFUNDO DEL BOSQUE


Como la mayoría de los cuentos supuestamente infantiles, Alicia en el País de las Maravillas está muy cerca de ser un relato de terror. La novela de Lewis Carroll se iba a titular originalmente Las aventuras de Alicia bajo tierra, una idea que el director Pablo Maqueda recoge en La desconocida. Aquí, la protagonista es Carolina (Laia Manzanares), una chica de 16 años que conoce a través de un chat a Leo (Manolo Solo), un hombre maduro que se hace pasar por otro adolescente para engañarla. A partir de aquí, el propio Pablo Maqueda pide a los espectadores -como hizo Hitchcock con Psicosis (1960)- que no revelen los giros de la trama, ya que ir descubriendo lo que esconde cada uno de los personajes es la verdadera razón de ser de esta obra. Maqueda ha creado un thriller muy oscuro capaz de convertir un parque infantil en una imagen terrorífica. El mundo que ha creado para esta película está habitado por monstruos disfrazados con los que nos cruzamos a diario sin saberlo. Una sociedad en la que una madre (Eva Llorach) hace ganchillo y lee novelas de crímenes, sin saber que en realidad, hay seres capaces de crímenes mucho peores que los de la ficción. Con una interpretación soberbia de Manolo Solo, que con su respiración es capaz de provocar repulsión, La desconocida es de esas obras malsanas, que hace sentir sucio al espectador, que se revolverá incómodo en su butaca mientras se suceden las revelaciones, a cada cual más siniestra.

INDIANA JONES Y EL DIAL DEL DESTINO -EN BUSCA DE LA MAGIA PERDIDA


Indiana Jones nació para ser algo así como un juguete para la diversión de Steven Spielberg y George Lucas -y por extensión, de nosotros los espectadores-. Para la pareja de cineastas era su propia versión de las películas de James Bond, mezclada con los seriales cinematográficos y las cintas de aventuras exóticas de su infancia. En busca del arca perdida (1981) es una maravilla -con guión de Lawrence Kasdan-, una obra de entretenimiento perfecta que nos hace soñar y que, creo yo, nunca ha sido superada. Y aún así, está claro que cada una de las entregas de las aventuras del arqueólogo ocupa un lugar especial en nuestra memoria cinéfila: todas son estupendas, incluso, sí, la denostada El reino de la calavera de cristal (2008). Y gran parte del éxito de estas películas es el protagonismo de uno de los actores más queridos de la historia del séptimo arte, Harrison Ford, cuyo carisma irresistible ha impedido -de momento- que Indiana Jones sea interpretado por otros actores, como es habitual en el cine -pensemos en James Bond, Batman, Sherlock Holmes o Drácula-. Indiana Jones y el Dial del destino llega a las salas en 2023 con el gran reclamo de ser la despedida de Ford. Ya no están Spielberg, que ha preferido dedicar sus esfuerzos a otros proyectos; ni George Lucas, que ha vendido los derechos de su obra a Disney. Pero sí está Harrison Ford, empeñado en despedirse de su personaje más querido de forma digna. Y desde luego, lo consigue. Esta nueva película dirigida por James Mangold -que ya despidió a Lobezno en la estupenda Logan (2017)- tiene la complicada misión de recoger el testigo de una saga de otra época, actualizarla para las nuevas generaciones y, ya puestos, despedirla. Una misión imposible. A pesar de estas dificultades, Mangold sale airoso y consigue hacer una película entretenida, emocionante y que en varios momentos captura la magia de las películas originales. Eso sí, primero hay que superar un prólogo que quiere devolvernos a los tiempos de las aventuras originales y que, para mí, es un horror digital, carente de vida. Superado este primer tramo del film, solo hay que dejarse llevar por el encanto de Harrison Ford, que demuestra que el amor -que sentimos por él- no tiene edad. Le acompaña bien Phoebe Waller-Bridge, como una mujer inteligente, graciosa, y amoral, que es el necesario contraste entre la generación anterior, la de Indy, más idealista, y una juventud descreída y materialista -la actual-. La película juega temáticamente con conceptos como el fin de una época, el paso del tiempo, la pérdida de la inocencia y, en definitiva, con la imposibilidad de volver atrás, un mensaje que se ajusta a la perfección al personaje, a la propia saga, e incluso, al cine. Lo mejor -además de la música de John Williams- es un clímax maravilloso, sorprendente, que parece justificar la necesidad de utilizar los efectos especiales digitales. 
Indiana Jones y el Dial del destino va de menos a más y nos hace sentir, mientras pasan los minutos de su abultado metraje, que el tiempo de disfrutar de las aventuras del héroe del látigo se nos escapa, se agota para no volver nunca más. ¿O sí?

BLACK MIRROR -TODO EL MUNDO OCULTA ALGO


Aquí está el repaso de la nueva entrega de Black Mirror, disponible en Netflix. Tras las críticas por un supuesto agotamiento de la serie -que no comparto-, su creador, Charlie Brooker ha decidido dar un giro importante en estos nuevos episodios. Vamos allá.

Joan is Awful funciona como una comedia romántica, con una protagonista femenina que parece tenerlo todo, pero que en el fondo se siente insatisfecha: con su pareja sentimental, con su trabajo y hasta con el café que se toma cada mañana. Charlie Brooker plantea a Joan (Annie Murphy) como la imagen del conformismo, una mujer bien posicionada laboralmente que ha superado una relación tóxica, pero que, precisamente, echa de menos que la vida sea algo más que ver una serie de Netflix después de trabajar. El giro que propone el argumento es, de hecho, que Joan comienza a ver su propia vida en la pantalla de televisión, convertida en una serie de éxito y protagonizada por Salma Hayek. Este es el mayor fuerte de Brooker como narrador: crear una premisa que engancha y explorarla -con más o menos éxito-. Esta divertida idea da pie a un tema recurrente en las distopías que suele proponer Black Mirror: la pérdida de la intimidad. ¿Qué pasaría si todo el mundo pudiera ver lo que hacemos... cuando creemos que nadie nos ve? Este conflicto acaba desarrollándose tocando temas tan actuales como la Inteligencia Artificial y, en consecuencia, el libre albedrío; pero también hay un comentario sobre nuestros hábitos como espectadores -y como cotillas-. La historia acaba con moraleja: hay que tomar las riendas de la propia vida.

Loch Henry es un absorbente episodio sobre una pareja de jóvenes estudiantes de cine que pasan una noche en el pueblo de uno de ellos, en casa de su madre, de camino a realizar un documental de corte ecologista. El pueblo está casi completamente vacío y sorprendentemente ignorado por los turistas, una situación que se explica al desvelarse unos terribles asesinatos ocurridos hace décadas. Esto da pie a Charlie Brooker a utilizar registros del cine de terror y concretamente del found footage -se menciona explícitamente El proyecto de la bruja de Blair (1999)-, además de introducir la temática de los asesinos en serie y, sobre todo, del true crime. Y es que Loch Henry es, en realidad, una reflexión sobre el espectador y su relación con la realidad y la ficción. Y como en Joan is Awful, Brooker se atreve a reflexionar sobre ese espectador que ya no va al cine, ya no ve la televisión, pero consume 'contenidos' de Netflix y ha perdido contacto con la realidad. Todo le parece una ficción. La generación anterior, la del VHS, no se salva: debajo de las grabaciones de una pulcra serie policiaca se esconde el horror de una película snuff. Brooker cierra el capítulo señalando la hipocresía de la industria audiovisual, nada menos que en la ceremonia de los Bafta.

Beyond the Sea parte de una idea poderosa: en un 1969 alternativo, los astronautas que realicen largos viajes estelares contarán con réplicas robóticas que les permitirán seguir estando presentes en la Tierra y junto a sus familias. El argumento plantea como protagonistas a una pareja de pilotos -un estupendo Aaron Paul y Josh Harnett- que viajan por el espacio mientras sus réplicas viven una existencia idílica con sus familias. Pero Charlie Brooker introduce entonces una referencia a otro suceso histórico ocurrido en 1969: el asesinato de Sharon Tate por parte de la 'familia' de Charles Manson. Esto provoca una situación interesante que lleva a que los dos astronautas, de personalidades muy diferentes, acaben habitando la misma réplica y relacionándose con la mujer de uno de ellos (Kate Mara). Brooker explora, de una forma muy original, el tema del doble y del lado oscuro de cualquier ser humano, una idea presente en todos los episodios. En esta temporada de Black Mirror, Brooker ha decidido cambiar el foco argumental de la tecnología a la naturaleza humana. En este episodio, el conflicto no está en las réplicas de los astronautas -que solo son malignas para un grupo de hippies alucinados- sino en el lado violento de los dos hombres que protagonizan el relato. Es interesante pensar que este capítulo recuerda vivamente a un clásico de la ciencia ficción como 2001: Una odisea del espacio (1968), influencia obvia y lógica en todo relato sobre el viaje espacial. Pero ¿Qué elemento de la obra maestra de Stanley Kubrick ha sido eliminado por Brooker? La Inteligencia Artificial. Aquí no hace falta un demente HAL 9000 para desencadenar la tragedia. La raza humana se basta por sí sola.

Mazey Day es el episodio más sorprendente de Black Mirror, proponiéndose como un salto de la ciencia ficción distópica habitual de la serie, a otro subgénero del fantástico que no desvelaré para evitar el temido spoiler. Quizás por ello, el guión de Brooker nos lleva al pasado reciente, cuando todavía las redes sociales y los smartphones no dominaban nuestras vidas. La historia nos presenta a dos mujeres en lugares opuestos del mundo del espectáculo: una paparazzi, Bo (Zazie Beetz), que persigue a los famosos para ganar dinero desvelando sus secretos; y Mazey Day (Clara Rugaard), una estrella de cine que se ve envuelta en un oscuro incidente que no quiere hacer público y que la convierte en el objetivo de la prensa del corazón más despiadada. Brooker explora de nuevo temas sociológicos como el derecho a la intimidad y a la 'información', la hipocresía y el morbo con el que funcionan los tabloides, las webs de cotilleos y la televisión, y cómo todo se justifica por una mentalidad de mercado. Vender tu alma para dar el pelotazo. El episodio es eficaz, muy breve, y su final es absolutamente sorprendente. Para mí es un sí.

Todo lo visto en los episodios anteriores de la sexta temporada de Black Mirror, cristaliza en Demon 79, una comedia de terror de corte moral, en la que una dependienta de una zapatería, Nida (Anjana Vasan), encuentra un pequeño amuleto con el que convoca accidentalmente a un demonio que la pone a prueba: debe asesinar a tres personas para evitar el apocalipsis. Charlie Brooker se introduce así en el género de terror fantástico, bajo el título de Red Mirror, aunque no se puede decir que sus intenciones temáticas cambien demasiado. Una vez más, descubriremos que la protagonista y todos los que la rodean, esconden un lado oculto y son capaces de perpetrar los peores crímenes -asesinatos, abusos sexuales, desencadenar guerras-. Pero el verosímil para descubrir las sombras de la naturaleza humana ya no es una nueva tecnología, sino un elemento mágico, en este caso, un amuleto o la capacidad de un demonio (Paapa Essiedu) para conocer toda la historia -e incluso el futuro- de los que lo rodean. Brooker adereza su argumento, como siempre, con elementos de crítica social, y nos habla de racismo y machismo situando la historia justo en el comienzo del período de Margaret Thatcher como Primer Ministro, y con la Guerra Fría y el pánico nuclear como trasfondo. Un episodio bastante redondo que, por su duración, es prácticamente una película en sí misma.

UNA VIDA NO TAN SIMPLE -CASADO CON HIJOS


Retratar la vida cotidiana, los problemas y angustias de una generación puede parecer fácil, pero requiere de una gran capacidad de observación para separar lo particular de lo general, para encontrar con qué nos sentimos identificados la mayoría, y, sobre todo, dónde está la clave dramática de los conflictos a los que muchos nos enfrentamos. Félix Viscarret lo consigue en Una vida no tan simple, algo así como la respuesta masculina a Cinco lobitos (2022), con la que haría una interesantísima doble sesión. La película retrata a una generación para la que la paternidad ha acabado siendo una carga, un obstáculo, en lugar de un fin en sí mismo y una satisfacción. En plena crisis de los 40, estos ya-no-tan-jóvenes siguen persiguiendo sus 'sueños' y una idea de 'libertad' para los que los hijos son un impedimento. Aquí, el protagonista, Isaías (Miki Esparbé) es un arquitecto, que fue una joven promesa, y que ahora hace malabares para equilibrar su carrera profesional, su relación de pareja, y sus obligaciones como padre de dos hijos pequeños. Isaías, obviamente, no es feliz, no tiene claras su prioridades y se empeña en buscar algo que no existe, cuando, quizás, todo lo que necesita está justo delante de sus narices. Y en estas aparece Sonia (Ana Polvorosa), y que ella pueda ser la solución a la infelicidad de Isaías es una idea muy de hombre. Viscarret cuenta todo esto reflejando de manera divertida y exacta cómo es sentarse en el banco de un parque a ver a tus hijos jugar mientras intentas darle conversación a otro padre o madre tan aburrido como tú. Un argumento principal que se complementa con otros personajes: Nico (Alejandro García) es la constatación de que llegar soltero a ciertas edades puede ser incluso peor; y Ainhoa (Olaya Caldera), pareja de Isaías, es el necesario personaje femenino que refleja que estas preocupaciones no son solo cosa de hombres. Unos diálogos estupendos, situaciones reconocibles, y la capacidad de trascender la mera identificación en lo cotidiano para proponer ideas ingeniosas -que pueden llegar a recordar a Woody Allen- redondean una estupenda y entrañable comedia costumbrista.

FLASH -CORRE, FLASH, CORRE


Tras Spider-Man: Un nuevo universo (2018), Doctor Strange en el multiverso de la locura (2022) y Spider-Man: No Way Home (2021) puede parecer que Flash/Barry Allen, como siempre, llega tarde a las aventuras interdimensionales y los universos paralelos. Pero en honor a la verdad, el superhéroe velocista fue el primero. En el tebeo El Flash de dos mundos, publicado en 1961, con guión de Gardner Fox y dibujos de Carmine Infantino -siguiendo una idea del editor Julius Schawartz-, Barry Allen descubría un mundo paralelo en el que vivía Jay Garrick, el Flash de la Edad de Oro, una versión anterior del personaje, cuyos cómics se publicaron en los años 40 y cuya imagen se parece al Hermes griego. Reconocido esto, resulta inevitable pensar que esta primera película sobre Flash -personaje que ha contado con dos estupendas series de TV- viene a remolque de los títulos ya citados -por no hablar de una decena de películas sobre la misma temática cuyos protagonistas no son superhéroes-. Dirige el argentino Andy Muschietti -tras estar detrás de la cámara en It (2017) y su secuela- con mucha sorna, pero, también, con amor por los personajes. Protagoniza el polémico Ezra Miller, sorprendentemente eficaz, en un registro que va de Forrest Gump a Buster Keaton, pasando por Bugs Bunny. Comparado con el idealismo de Superman, la oscuridad de Batman y la épica de Wonder Woman, Flash es un payaso y eso se refleja en una película repleta de humor -sin llegar a la parodia de Deadpool (2016), pero cerca de las entregas de Thor dirigidas por Taika Waititi-. Argumentalmente, la película sigue el camino inverso de Marvel Studios y sus Vengadores: ya conocíamos a este personaje de sus aventuras en Liga de la Justicia (2017) y ahora toca verle en solitario. Más o menos. La película conjuga el origen del héroe, anclado emocionalmente en el personaje de la madre del protagonista, interpretado de forma luminosa por una espléndida Maribel Verdú, pero en las escenas de acción -que son muchas- el héroe siempre interactúa con otros personajes: la película, en esencia, es un festival de cameos. No es un spoiler decir que la aparición más esperada es la del Bruce Wayne/Batman de Michael Keaton -que interpretó al personaje en las dos películas de Tim Burton-, un irresistible gancho nostálgico con numerosos guiños a la banda sonora de Dany Elfman. Y es que Flash acaba siendo un homenaje a las películas de DC Comics, con sorprendentes apariciones de encarnaciones pasadas de superhéroes, incluyendo guiños para los más veteranos, como los de George Reeves y Adam West, e incluso, divertidas apariciones de actores encarnando a personajes que nunca llegaron a la gran pantalla. Todo esto inspirado en la miniserie de cómics Flashpoint (2011) -creada por Geoff Johns- y rozando la fundacional Crisis en las Tierras Infinitas que en 1985 firmaron Marv Wolfman y George Pérez. Dos series, por cierto, que significaron un reinicio del Universo DC en los cómics ¿Ocurrirá lo mismo tras Flash con la llegada de James Gunn? Veremos.