TONY, SHELLY Y LA LINTERNA MÁGICA -EL NIÑO QUE PODÍA BRILLAR
DIRECTOR -KYLE EDWARD BELL
¿Qué es Skinamarink? Bautizada por Variety como la mejor película de terror de 2023, la ópera prima de Kyle Edward Ball será rechazada por muchos -quizás la mayoría- como una tomadura de pelo. La cinta está compuesta casi en su totalidad por planos fijos, de noche, dentro de una casa. La imagen tiene el grano de una película rodada en 16 mm. No hay un solo encuadre convencional: la cámara siempre mira hacia el suelo de la vivienda, o hacia el techo. Y en la mayoría de esos planos no ocurre nada y se ve más bien poco. Skinmarink ha sido descrita como levantarse en mitad de la noche, en completa oscuridad, y enfocar la vista para intentar definir los objetos de la habitación. El espectador que decida ver esta cinta disponible en Filmin experimentará emociones que van desde la curiosidad, pasando por el aburrimiento y sí, hasta el escalofrío. En este sentido, la película se parece a cintas de terror como El proyecto de la bruja de Blair (1999) y Paranormal Activity (2007) con las que comparte varios elementos: un presupuesto muy reducido -esta habría costado apenas 15 mil dólares-; un desarrollo argumental que se cocina lentamente como para pillarnos desprevenidos; y una propuesta visual que intenta ser rompedora. En Skinamarink es fácil sentir que te has metido en una pesadilla en la que dos niños no encuentran a sus padres, mientras en la tele ponen dibujos salidos de quién sabe dónde. Ball juega con lo no contado, con lo que no vemos y con lo que creemos ver. Unas voces en off narran una posible historia que dispara en nuestras cabezas una mitología terrorífica de seres desconocidos de una dimensión ajena. Recojo la declaración del director para Vulture: "como si Satán hubiese dirigido una película y la hubiera editado con una Inteligencia Artificial".
LAS CHICAS ESTÁN BIEN -CUENTO DE VERANO
Las chicas están bien es el sorprendente primer trabajo como directora de la actriz Itsaso Arana, un ensayo cinematográfico -como se anuncia al principio de la cinta- en el que un grupo de actrices, Bárbara Lennie, Irene Escolar, Itziar Manero y Helena Ezquerro, interpretándose -más o menos- a ellas mismas, se reúne para ensayar una obra de teatro en una casa en el campo. Con esta excusa asistiremos, ni más ni menos, a cómo se desarrollan las relaciones entre estas cinco mujeres -a las que hay que añadir a Mercedes Unzeta -estupenda- y a la niña Julia León -qué voz más graciosa-, quienes completan el cuadro generacional femenino-, cada una en un momento existencial diferente. Entre todas hablan de la maternidad, de la muerte y sobre todo del amor, de los cuentos de sapos y princesas, que quedan, más o menos, desmentidos. La película es fresca en su espontaneidad, agradable y despreocupada como el verano. Se esfuerza en borrar las fronteras entre la ficción y el documental -para dar la impresión de naturalidad- y recuerda a los experimentos formales más divertidos de la Nouvelle Vague de Rohmer y Godard -Jonás Trueba aparece como productor-. También se hablar de ficción y de realidad, de cine y sobre todo de teatro, de la profesión de actriz, dejando que los textos de la obra que ensayan los personajes acerquen la película a los temas más profundos. Pero los momentos más emotivos de Las chicas están bien parecen confesiones espontáneas, y ese es el gran logro de la película. A mí me parece una propuesta irresistible que, espero, tenga una continuidad. Que se convierta en el principio de una búsqueda que me parece necesaria en el cine español -y mundial-.
EL MONSTRUO MARINO -EN DEFENSA DE LOS MONSTRUOS
NOSOTROS TAMBIÉN PODRÍAMOS ESTAR MUERTOS -CINE Y MENSAJE
La directora rusa, aficanada en Alemania, Natalia Sinelnikova debuta en el largometraje con la estupenda Nosotros también podríamos estar muertos, una alegoría sobre los tiempos que corren ubicada espacialmente en un edificio aislado en un tiempo indeterminado -¿Un futuro cercano distópico?-. La protagonista del relato es la encargada de la seguridad del edificio, interpretada por Ioana Iacob, actriz de origen rumano -creo que no por casualidad-. Su misión, además de velar por la seguridad de la comunidad, es también la de recibir a los posibles nuevos residentes, que desean vivir en el complejo. Se nos da a entender que estamos en un mundo en el que el exterior es hostil y peligroso, y que dentro de dicha comunidad solo vive un grupo de privilegiados. La armonía dentro de la urbanización, sin embargo, se verá perturbada cuando el perro de uno de los vecinos (Jörg Schüttauf) se extravíe. Un hecho que hára aflorar el miedo, la desconfianza y la paranoia en los vecinos, conflicto con el que tendrá que lidiar la protagonista. La directora cuenta todo esto en el tono distante, frío y extrañado de Michael Haneke -quizás los palos de golf son un guiño a Funny Games (1997)- o un Yorgos Lanthimos, con algo de su esquinado sentido del humor. Sin embargo. la perspectiva es femenina, siendo de lo más interesante de esta cinta la relación entre la protagonista y su hija adolescente, cuyo problema resume el tema central de la historia. Nosotros también podríamos estar muertos sigue la tendencia de cierto cine actual, sobre todo europeo, que prefiere la tesis antes que emocionar al espectador. Aquí vemos claramente temas tan actuales como el problema de la desigualdad, la inmigración, las fake news y el uso del miedo en los medios, o la polarización de las sociedades. Temas interesantes y necesarios, pero que, quizás, están demasiado presentes. No dejan de ser los mismos asuntos que nos planteó, por ejemplo, M. Night Shyamalan en El bosque (2004), de una forma, claro, mucho más comercial.
DIRECTOR -CHRISTOPHER NOLAN, CUESTIÓN DE TIEMPO
Volver a empezar. Ese era el encargo de Christopher Nolan en 2005 tras Batman Forever (1995) de Joel Schumacher y sobre todo tras Batman y Robin (1997) del mismo director. El primer Batman del británico no es una precuela, sino un reboot en toda regla que vuelve a contar el origen del caballero oscuro. Batman Begins es el comienzo de una nueva trilogía que se desmarca argumentalmente de las cuatro películas anteriores sobre el superhéroe. Aún así, Nolan recupera algunos momentos de Batman (Tim Burton, 1989) -el famoso "Soy Batman"- y el diseño de la máscara y el traje son muy similares a los que vistieran Michael Keaton, Val Kilmer y George Clooney. En una decisión bastante lógica, los guionistas -el propio Christopher Nolan y el especialista en tebeos David S. Goyer- deciden apoyar la historia en el cómic Batman: año uno (1987), en el que Frank Miller y David Mazzuchelli reiniciaban y actualizaban el origen del personaje creado en 1939 por Bob Kane y Bill Finger. Nolan prácticamente extrae de las viñetas algunos de sus planos, algo evidente, por ejemplo, en el momento de la muerte de los padres de Bruce Wayne, en el que el director evita la famosa imagen de las perlas del collar de Martha Wayne cayendo en cámara lenta, que Tim Burton sacó de otro tebeo de Miller, El regreso del caballero oscuro (1986). Batman: año uno narra en papel la vuelta de Bruce Wayne a Gotham, el comienzo de su lucha contra el crimen y de su alianza con James Gordon, interpretado en la película por Gary Oldman, con un aspecto calcado al del cómic. A esta fuente hay que añadir elementos de otra historieta, The Long Halloween (1996) de Jeph Loeb y Tim Sale, de la que se extrae parcialmente la subtrama dedicada al mafioso Carmine Falcone (Tom Wilkinson) y la presencia del Espantapájaros (Cillian Murphy). Pero quizás son otros cómics los que han marcado la aproximación de Christopher Nolan a Batman. La saga de Ra's Al Ghul, iniciada en 1971 por Dennis O'Neil y Neal Adams, es el origen, obviamente, del villano de la película, pero también del conflicto principal que ha preocupado a Nolan en sus tres entregas sobre el encapuchado. El Ra´s Al Ghul de los cómics es un villano de alcance global en la línea de los megalómanos enemigos de James Bond, que tiene como objetivo destruir a la humanidad para permitir que el planeta se regenere empezando de cero. Aquí Gotham sirve como un modelo en miniatura de esa humanidad corrupta que Ra's cree que debe ser borrada. Lo interesante es que Nolan equipara el enloquecido plan del villano -el vertido de una sustancia tóxica en las aguas de la ciudad- con la crisis económica mundial -adelantándose a la crisis financiera de 2007- y relacionando la filosofía del villano a las teorías marxistas sobre las crisis cíclicas del capitalismo. Nolan busca que su película conecte con las preocupaciones del momento y de paso cambia el enfoque de Batman: ya no es un millonario que protege las posesiones de los ricos, sino un defensor de las clases oprimidas, representadas en ese niño (Jack Gleeson de Juego de Tronos) con aires dickensianos, del barrio empobrecido, The Narrows. Hay que decir que la serie de televisión Arrow, sobre el arquero Green Arrow, roba también estas ideas, aunque de forma chapucera, y hasta tiene a su propio Ra's Al Ghul (Matt Nable).
Dunkerque (2017) es la consagración de Christopher Nolan como autor. Un film que le valió 8 nominaciones al Óscar, entre ellas a la mejor película y su primera como mejor director. Aunque, una vez más, solo ganó tres estatuillas por edición, mezcla y edición de sonido. Dunkerque es en mi opinión la mejor película de Christopher Nolan y es curioso porque, en ella, el director se desmarca de las tendencias de su cine. Si Nolan se había caracterizado por abordar géneros cinematográficos muy claros, como el thriller, el suspense y sobre todo la ciencia ficción, aquí trasciende el cine bélico con una puesta en escena inmersiva, que hace uso del gran formato que le permiten las gigantescas cámaras IMAX para conseguir meter al espectador dentro de la experiencia de la guerra. Aunque Nolan nos haya asombrado con los efectos digitales de Origen o Interstellar, su verdadera tendencia, sobre todo en las secuencias de acción de Batman, es utilizar efectos prácticos, trucos de cámara y especialistas. Que todo sea real delante de la cámara. Esta obsesión es llevada a su máximo nivel en esta película, en la que Nolan rueda en la playa donde ocurrieron los hechos históricos, con cientos de actores, barcos y hasta aviones reales. Un despliegue que hace de Dunkerque un prodigio técnico que no creo que sea fácil de igualar en la historia del cine. Esto provoca que cuando vemos la película, tengamos una sensación única de grandeza y fisicidad. Si Interstellar recoge elementos argumentales y estéticos de 2001: Una odisea del espacio (1968), es Dunkerque la película que realmente emula su carácter de cine experimental, que busca ser una experiencia antes que una narración, casi sin diálogos, que apela a nuestros sentimientos antes que a nuestra razón. Nolan nos hace abrirnos paso entre cientos de soldados temerosos, nos encierra en un barco que se hunde, nos mete en la cabina de un avión en una batalla aérea, en una nueva carrera contra el tiempo por escapar de las playas francesas y volver a Reino Unido antes de que las tropas alemanes exterminen a los más de 300 mil hombres atrapados frente al mar. Esa urgencia, presente en otros títulos de Nolan, nunca había sido tan apremiante, apoyado más que nunca en la música de Hans Zimmer, que recuerda al tic tac de un reloj -o de una bomba-, en una composición nominada al Óscar. Nolan vuelve a jugar con el tiempo, contando la misma historia en tres períodos y escenarios distintos: en la playa, en una semana; en el mar, en un día; y en el aire, en una hora. Una estructura narrativa que no acabo de ver necesaria, pero que no resta impacto a una gran experiencia cinematográfica.
Christopher Nolan se ha ganado a pulso el calificativo de 'visionario': cada uno de sus films contiene un elemento distintivo que los separa de los demás. Sin ocultar sus fuentes de inspiración, Nolan hace películas que son al mismo tiempo grandes producciones comerciales y algo que no habíamos visto antes. ¿Qué es Tenet? Un film de espías repleto de acción y también una propuesta de ciencia ficción que ofrece un giro diferente sobre el tema que más preocupa al autor de Memento: la percepción del tiempo. Es complicado hablar de esta película sin desvelar los secretos de su argumento, así que os propongo un comentario aséptico en estas primeras líneas, y un análisis a posteriori, sobre el que avisaré adecuadamente. Tenet es una película magnífica. Una cinta de James Bond con grandes secuencias de acción que se benefician de la elegante puesta en escena de Nolan, y de cómo ha ido perfeccionando sus set pieces tras cada película: aquí, por ejemplo, el asalto inicial a la ópera, es soberbio. El look de la película es espectacular, la fotografía de Hoyte Van Hoytema saca un partido tremendo de unos escenarios que verdaderamente aportan al sentido de la película, cuyas imágenes son hipnóticas, y la música de Ludwig Göransson potencia cada momento. Como producción, Tenet vale cada euro de tu entrada. Nolan se suele apoyar en estrellas y, desde luego, John David Washington lo parece, es puro carisma. Le secundan nada menos que Kenneth Branagh -estupendo villano nihilista-, Robert Pattinson, Elizabeth Debicki, Aaron Taylor-Johnson y no puede haber una peli de Nolan sin Michael Caine. Estos actores consiguen trascender sus personajes, que funcionan como arquetipos del cine de espías. Con estos elementos, Nolan tendría suficiente para hacer una película taquillera. Pero entonces hay que hablar del elemento de ciencia ficción que introduce, verdaderamente sugestivo, que coloca a esta obra un peldaño por encima del típico blockbuster del verano. Y empezamos ya con los spoilers. La idea de que los supuestos 'villanos' de la película puedan moverse atrás en el tiempo es el gran distintivo de Tenet. Visualmente, estamos ante otra obre de Nolan que deja huella. Las imágenes de los personajes 'rebobinándose', en 'tiempo invertido', aportan espectacularidad, pero también misterio y sentido de la maravilla. Nolan consigue inyectar el alma de una cinta de ciencia ficción europea, low cost, en su aparatoso artefacto pirotécnico de Hollywood, creando una mitología propia de posibilidades infinitas, convirtiendo el clásico film de espías en un bucle muy loco que se acaba cerrando sobre sí mismo. Nolan tiene, además, un discurso de metaficción: su héroe se autodenomina el 'protagonista', y el hecho de que tenga que volver sobre sus pasos es, simplemente, hermoso. Nolan nos descubre que, en realidad, el agente 007 -o Batman- han estado luchando siempre contra ellos mismos, llevando al extremo una idea presente en toda su filmografía: la del doble. Todos esos héroes de todas las películas de acción solo buscaban retrasar unos minutos, el fin del mundo. Una idea irresistible, un gran hallazgo en una obra que converge sobre sí misma, idea presente en la filmografía del autor desde Origen: inolvidable como París acababa encorvándose sobre sí misma. Y aunque el director de Interstellar peca, como siempre, de ser quizás demasiado explicativo, de cargar demasiado de diálogo el metraje, también se puede decir que, quizás por primera vez, deja en el misterio gran parte de su película, que se presta a múltiples interpretaciones. Hay que ver Tenet.
Ningún director actual, más que Christopher Nolan, tiene la capacidad de llenar una sala de cine de espectadores deseosos de ver un biopic de tres horas de duración: Oppenheimer, la historia del creador de la bomba atómica. Nolan se ha ganado a pulso una legión de fans haciendo películas de género, muy comerciales -como su trilogía de Batman- pero con la ambición de trascender, de ser grandes obras. Obviamente, no siempre lo consigue, pero sus películas suelen tener una calidad técnica apabullante, un presupuesto holgado y un elenco de actores estupendos. Es el caso de Oppenheimer, cinta que reúne de nuevo las mejores cualidades del cine de Nolan, en el que es, quizás, es su proyecto más serio y ambicioso, abordando un género dramático tan oscarizable como la biografía histórica. A su favor, Nolan cuenta con un Cillian Murphy extraordinario: ya sabíamos que era un gran actor, pero aquí se convierte en una estrella. Muprhy aparece rodeado de un elenco inabarcable con Robert Downey Jr. -en el papel de Antonio Salieri, ya me entendéis-, Florence Pugh, Matt Damon, Emily Blunt, Rami Malek, Gary Oldman, Casey Affleck, Kenneth Branagh y un montón más. Con todos estos elementos, estamos ante una película imprescindible en este 2023. Lamentablemente tengo que decir que Oppenheimer me ha parecido una película excelente, pero coja. Nolan plantea una historia que puede convertirse en el relato capital para entender a la humanidad actual -no solo Estados Unidos- abordando el gran trauma del siglo XX, que sigue siendo el mayor miedo -o casi- en lo que va del XXI. El arranque de la película nos muestra a un Oppenheimer atormentado y nos promete un drama íntimo y psicológico sobre el choque entre la vocación científica de descubrir la verdad detrás del tejido del universo y la culpa de haber cometido el segundo peor crimen de la historia. Pero creo que Nolan no se atreve del todo a explorar esta cuestión, que le hubiera supuesto arriesgarse mucho más, apostar por la poesía, apostar por el cine. En lugar de eso, Nolan compone una fatigosa intriga, en la que refleja el clima de división en la sociedad estadounidense de la era post-Trump a través de la paranoia anticomunista y la caza de brujas de los años 50, enfrentando a científicos y militares -como en una vieja película de ciencia ficción-. Para contar todo esto, sumado al desarrollo mismo de la bomba nuclear -apasionante, por cierto-, Nolan sobrecarga la película de diálogos que no se acaban nunca, malgastando el formato Imax para filmar a sus personajes hablando en despachos y aulas de clase, utilizando la música y el montaje para generar una tensión y un ritmo prefabricados. Oppenheimer es una película pensada para el espectador acostumbrado a las series de televisión, de primeros planos y diálogos incesantes que serán confundidos con densidad y profundidad, cuando no son más que frases explicativas e informativas para que nadie se pierda. Solo hay verdadero 'cine' -al menos como lo entiendo yo- en la esperada escena de la prueba atómica, que sintetiza otro gran tema de la película, la oposición entre teoría y práctica, la idea de que el conocimiento puede acabar abriendo puertas terribles, lo que hace pensar en el doctor Frankenstein, no por casualidad subtitulado por Mary Shelley como el moderno Prometeo. Llegado el tramo final de la cinta, Nolan abandona cualquier sofisticación para contentar al espectador con una escena judicial que nace de una revelación algo tramposa y que se resuelve de forma gratuita, de la nada, mediante un deus ex machina. Nolan vuelve a pecar -cae en ello en casi todas sus películas- explicando demasiado la trama. Si quería que su película fuera un reflejo del mito de Prometeo, pues ya se encarga de dejarlo claro con un rótulo al comienzo de la cinta. Lo que no deja de ser un engaño, ya que estamos, en realidad, ante el esquema de la vida de Cristo: ese judío que obró un milagro, nos dio a elegir y fue crucificado.