VESPER -MUNDO VEGETAL


En los tiempos que corren, la visión del futuro inmediato es irremediablemente apocalíptica: amenazas como una catástrofe ecológica, una pandemia mortal, una guerra nuclear y hasta la inteligencia artificial, impiden ver el porvenir con optimismo. Vesper es una cinta de ciencia ficción que propone algo en lo que, quizás, no se piensa demasiado: el destino nos alcanzará, sí, pero no será igual para todos. La película es una coproducción entre Francia, Bélgica y Lituania, dirigida por Kristina Buozyte y Bruno Samper -ella lituana, él francés- que propone un futuro distópico en el que la experimentación biogenética ha acelerado el colapso ecológico, llevando el mundo al desastre. Unos pocos privilegiados han conseguido resguardarse en ciudadelas, mientras que el resto de la población sobrevive en un entorno hostil, casi sin alimento y sin las ventajas de la civilización. La historia nos presenta a una protagonista de 13 años, Vesper (Raffiella Chapman) que no se conforma con sobrevivir, sino que busca la forma de acceder al estado de bienestar que prometen las ciudadelas. Lo mejor de Vesper es cómo, a través de la peripecia de su protagonista, vamos descubriendo el misterioso y fantástico mundo que nos presentan. Mencionemos primero un cuidado diseño de producción, que elige una estética, para entendernos, parecida a la de Stalker (1979) de Andréi Tarkovski, un mundo decadente, devorado por la naturaleza, en tonos terrosos, con la cabaña de Vesper como principal escenario. Ya he dicho que la película plantea una división entre marginados y privilegiados, idea que se puede rastraer en el género desde Metrópolis (1927) hasta Elysium (2013). Pero quizás, lo más estimulante de Vesper es cómo plantea la tecnología del futuro, mezclándola con la génética, fusionando lo mecánico con lo orgánico, una idea que sería bendecida por David Cronenberg. Por último, el misterioso mundo en el que nos introducimos ha sido conquistado por un reino vegetal mutante, que recuerda a cintas como Aniquilación (2018), convirtiendo la naturaleza en algo vivo y hostil. Con modestos pero impresionantes efectos especiales, Vesper resulta un espectáculo visual estimulante y su imaginario, en algunos momentos, eclipsa el relato. Por suerte, los pocos personajes presentes en la historia están bien defendidos por excelentes actores, como la joven Chapman, y por veteranos como Eddie Marsan -estupendo villano- y Richard Brake. Vesper es una sólida propuesta de ciencia ficción que vale la pena ver en pantalla grande, una alternativa bienvenida al cine-espectáculo al que estamos acostumbrados en los últimos años y que no tiene que ser la única vía del género.

LA DESCONOCIDA -EN LO PROFUNDO DEL BOSQUE


Como la mayoría de los cuentos supuestamente infantiles, Alicia en el País de las Maravillas está muy cerca de ser un relato de terror. La novela de Lewis Carroll se iba a titular originalmente Las aventuras de Alicia bajo tierra, una idea que el director Pablo Maqueda recoge en La desconocida. Aquí, la protagonista es Carolina (Laia Manzanares), una chica de 16 años que conoce a través de un chat a Leo (Manolo Solo), un hombre maduro que se hace pasar por otro adolescente para engañarla. A partir de aquí, el propio Pablo Maqueda pide a los espectadores -como hizo Hitchcock con Psicosis (1960)- que no revelen los giros de la trama, ya que ir descubriendo lo que esconde cada uno de los personajes es la verdadera razón de ser de esta obra. Maqueda ha creado un thriller muy oscuro capaz de convertir un parque infantil en una imagen terrorífica. El mundo que ha creado para esta película está habitado por monstruos disfrazados con los que nos cruzamos a diario sin saberlo. Una sociedad en la que una madre (Eva Llorach) hace ganchillo y lee novelas de crímenes, sin saber que en realidad, hay seres capaces de crímenes mucho peores que los de la ficción. Con una interpretación soberbia de Manolo Solo, que con su respiración es capaz de provocar repulsión, La desconocida es de esas obras malsanas, que hace sentir sucio al espectador, que se revolverá incómodo en su butaca mientras se suceden las revelaciones, a cada cual más siniestra.

INDIANA JONES Y EL DIAL DEL DESTINO -EN BUSCA DE LA MAGIA PERDIDA


Indiana Jones nació para ser algo así como un juguete para la diversión de Steven Spielberg y George Lucas -y por extensión, de nosotros los espectadores-. Para la pareja de cineastas era su propia versión de las películas de James Bond, mezclada con los seriales cinematográficos y las cintas de aventuras exóticas de su infancia. En busca del arca perdida (1981) es una maravilla -con guión de Lawrence Kasdan-, una obra de entretenimiento perfecta que nos hace soñar y que, creo yo, nunca ha sido superada. Y aún así, está claro que cada una de las entregas de las aventuras del arqueólogo ocupa un lugar especial en nuestra memoria cinéfila: todas son estupendas, incluso, sí, la denostada El reino de la calavera de cristal (2008). Y gran parte del éxito de estas películas es el protagonismo de uno de los actores más queridos de la historia del séptimo arte, Harrison Ford, cuyo carisma irresistible ha impedido -de momento- que Indiana Jones sea interpretado por otros actores, como es habitual en el cine -pensemos en James Bond, Batman, Sherlock Holmes o Drácula-. Indiana Jones y el Dial del destino llega a las salas en 2023 con el gran reclamo de ser la despedida de Ford. Ya no están Spielberg, que ha preferido dedicar sus esfuerzos a otros proyectos; ni George Lucas, que ha vendido los derechos de su obra a Disney. Pero sí está Harrison Ford, empeñado en despedirse de su personaje más querido de forma digna. Y desde luego, lo consigue. Esta nueva película dirigida por James Mangold -que ya despidió a Lobezno en la estupenda Logan (2017)- tiene la complicada misión de recoger el testigo de una saga de otra época, actualizarla para las nuevas generaciones y, ya puestos, despedirla. Una misión imposible. A pesar de estas dificultades, Mangold sale airoso y consigue hacer una película entretenida, emocionante y que en varios momentos captura la magia de las películas originales. Eso sí, primero hay que superar un prólogo que quiere devolvernos a los tiempos de las aventuras originales y que, para mí, es un horror digital, carente de vida. Superado este primer tramo del film, solo hay que dejarse llevar por el encanto de Harrison Ford, que demuestra que el amor -que sentimos por él- no tiene edad. Le acompaña bien Phoebe Waller-Bridge, como una mujer inteligente, graciosa, y amoral, que es el necesario contraste entre la generación anterior, la de Indy, más idealista, y una juventud descreída y materialista -la actual-. La película juega temáticamente con conceptos como el fin de una época, el paso del tiempo, la pérdida de la inocencia y, en definitiva, con la imposibilidad de volver atrás, un mensaje que se ajusta a la perfección al personaje, a la propia saga, e incluso, al cine. Lo mejor -además de la música de John Williams- es un clímax maravilloso, sorprendente, que parece justificar la necesidad de utilizar los efectos especiales digitales. 
Indiana Jones y el Dial del destino va de menos a más y nos hace sentir, mientras pasan los minutos de su abultado metraje, que el tiempo de disfrutar de las aventuras del héroe del látigo se nos escapa, se agota para no volver nunca más. ¿O sí?

BLACK MIRROR -TODO EL MUNDO OCULTA ALGO


Aquí está el repaso de la nueva entrega de Black Mirror, disponible en Netflix. Tras las críticas por un supuesto agotamiento de la serie -que no comparto-, su creador, Charlie Brooker ha decidido dar un giro importante en estos nuevos episodios. Vamos allá.

Joan is Awful funciona como una comedia romántica, con una protagonista femenina que parece tenerlo todo, pero que en el fondo se siente insatisfecha: con su pareja sentimental, con su trabajo y hasta con el café que se toma cada mañana. Charlie Brooker plantea a Joan (Annie Murphy) como la imagen del conformismo, una mujer bien posicionada laboralmente que ha superado una relación tóxica, pero que, precisamente, echa de menos que la vida sea algo más que ver una serie de Netflix después de trabajar. El giro que propone el argumento es, de hecho, que Joan comienza a ver su propia vida en la pantalla de televisión, convertida en una serie de éxito y protagonizada por Salma Hayek. Este es el mayor fuerte de Brooker como narrador: crear una premisa que engancha y explorarla -con más o menos éxito-. Esta divertida idea da pie a un tema recurrente en las distopías que suele proponer Black Mirror: la pérdida de la intimidad. ¿Qué pasaría si todo el mundo pudiera ver lo que hacemos... cuando creemos que nadie nos ve? Este conflicto acaba desarrollándose tocando temas tan actuales como la Inteligencia Artificial y, en consecuencia, el libre albedrío; pero también hay un comentario sobre nuestros hábitos como espectadores -y como cotillas-. La historia acaba con moraleja: hay que tomar las riendas de la propia vida.

Loch Henry es un absorbente episodio sobre una pareja de jóvenes estudiantes de cine que pasan una noche en el pueblo de uno de ellos, en casa de su madre, de camino a realizar un documental de corte ecologista. El pueblo está casi completamente vacío y sorprendentemente ignorado por los turistas, una situación que se explica al desvelarse unos terribles asesinatos ocurridos hace décadas. Esto da pie a Charlie Brooker a utilizar registros del cine de terror y concretamente del found footage -se menciona explícitamente El proyecto de la bruja de Blair (1999)-, además de introducir la temática de los asesinos en serie y, sobre todo, del true crime. Y es que Loch Henry es, en realidad, una reflexión sobre el espectador y su relación con la realidad y la ficción. Y como en Joan is Awful, Brooker se atreve a reflexionar sobre ese espectador que ya no va al cine, ya no ve la televisión, pero consume 'contenidos' de Netflix y ha perdido contacto con la realidad. Todo le parece una ficción. La generación anterior, la del VHS, no se salva: debajo de las grabaciones de una pulcra serie policiaca se esconde el horror de una película snuff. Brooker cierra el capítulo señalando la hipocresía de la industria audiovisual, nada menos que en la ceremonia de los Bafta.

Beyond the Sea parte de una idea poderosa: en un 1969 alternativo, los astronautas que realicen largos viajes estelares contarán con réplicas robóticas que les permitirán seguir estando presentes en la Tierra y junto a sus familias. El argumento plantea como protagonistas a una pareja de pilotos -un estupendo Aaron Paul y Josh Harnett- que viajan por el espacio mientras sus réplicas viven una existencia idílica con sus familias. Pero Charlie Brooker introduce entonces una referencia a otro suceso histórico ocurrido en 1969: el asesinato de Sharon Tate por parte de la 'familia' de Charles Manson. Esto provoca una situación interesante que lleva a que los dos astronautas, de personalidades muy diferentes, acaben habitando la misma réplica y relacionándose con la mujer de uno de ellos (Kate Mara). Brooker explora, de una forma muy original, el tema del doble y del lado oscuro de cualquier ser humano, una idea presente en todos los episodios. En esta temporada de Black Mirror, Brooker ha decidido cambiar el foco argumental de la tecnología a la naturaleza humana. En este episodio, el conflicto no está en las réplicas de los astronautas -que solo son malignas para un grupo de hippies alucinados- sino en el lado violento de los dos hombres que protagonizan el relato. Es interesante pensar que este capítulo recuerda vivamente a un clásico de la ciencia ficción como 2001: Una odisea del espacio (1968), influencia obvia y lógica en todo relato sobre el viaje espacial. Pero ¿Qué elemento de la obra maestra de Stanley Kubrick ha sido eliminado por Brooker? La Inteligencia Artificial. Aquí no hace falta un demente HAL 9000 para desencadenar la tragedia. La raza humana se basta por sí sola.

Mazey Day es el episodio más sorprendente de Black Mirror, proponiéndose como un salto de la ciencia ficción distópica habitual de la serie, a otro subgénero del fantástico que no desvelaré para evitar el temido spoiler. Quizás por ello, el guión de Brooker nos lleva al pasado reciente, cuando todavía las redes sociales y los smartphones no dominaban nuestras vidas. La historia nos presenta a dos mujeres en lugares opuestos del mundo del espectáculo: una paparazzi, Bo (Zazie Beetz), que persigue a los famosos para ganar dinero desvelando sus secretos; y Mazey Day (Clara Rugaard), una estrella de cine que se ve envuelta en un oscuro incidente que no quiere hacer público y que la convierte en el objetivo de la prensa del corazón más despiadada. Brooker explora de nuevo temas sociológicos como el derecho a la intimidad y a la 'información', la hipocresía y el morbo con el que funcionan los tabloides, las webs de cotilleos y la televisión, y cómo todo se justifica por una mentalidad de mercado. Vender tu alma para dar el pelotazo. El episodio es eficaz, muy breve, y su final es absolutamente sorprendente. Para mí es un sí.

Todo lo visto en los episodios anteriores de la sexta temporada de Black Mirror, cristaliza en Demon 79, una comedia de terror de corte moral, en la que una dependienta de una zapatería, Nida (Anjana Vasan), encuentra un pequeño amuleto con el que convoca accidentalmente a un demonio que la pone a prueba: debe asesinar a tres personas para evitar el apocalipsis. Charlie Brooker se introduce así en el género de terror fantástico, bajo el título de Red Mirror, aunque no se puede decir que sus intenciones temáticas cambien demasiado. Una vez más, descubriremos que la protagonista y todos los que la rodean, esconden un lado oculto y son capaces de perpetrar los peores crímenes -asesinatos, abusos sexuales, desencadenar guerras-. Pero el verosímil para descubrir las sombras de la naturaleza humana ya no es una nueva tecnología, sino un elemento mágico, en este caso, un amuleto o la capacidad de un demonio (Paapa Essiedu) para conocer toda la historia -e incluso el futuro- de los que lo rodean. Brooker adereza su argumento, como siempre, con elementos de crítica social, y nos habla de racismo y machismo situando la historia justo en el comienzo del período de Margaret Thatcher como Primer Ministro, y con la Guerra Fría y el pánico nuclear como trasfondo. Un episodio bastante redondo que, por su duración, es prácticamente una película en sí misma.

UNA VIDA NO TAN SIMPLE -CASADO CON HIJOS


Retratar la vida cotidiana, los problemas y angustias de una generación puede parecer fácil, pero requiere de una gran capacidad de observación para separar lo particular de lo general, para encontrar con qué nos sentimos identificados la mayoría, y, sobre todo, dónde está la clave dramática de los conflictos a los que muchos nos enfrentamos. Félix Viscarret lo consigue en Una vida no tan simple, algo así como la respuesta masculina a Cinco lobitos (2022), con la que haría una interesantísima doble sesión. La película retrata a una generación para la que la paternidad ha acabado siendo una carga, un obstáculo, en lugar de un fin en sí mismo y una satisfacción. En plena crisis de los 40, estos ya-no-tan-jóvenes siguen persiguiendo sus 'sueños' y una idea de 'libertad' para los que los hijos son un impedimento. Aquí, el protagonista, Isaías (Miki Esparbé) es un arquitecto, que fue una joven promesa, y que ahora hace malabares para equilibrar su carrera profesional, su relación de pareja, y sus obligaciones como padre de dos hijos pequeños. Isaías, obviamente, no es feliz, no tiene claras su prioridades y se empeña en buscar algo que no existe, cuando, quizás, todo lo que necesita está justo delante de sus narices. Y en estas aparece Sonia (Ana Polvorosa), y que ella pueda ser la solución a la infelicidad de Isaías es una idea muy de hombre. Viscarret cuenta todo esto reflejando de manera divertida y exacta cómo es sentarse en el banco de un parque a ver a tus hijos jugar mientras intentas darle conversación a otro padre o madre tan aburrido como tú. Un argumento principal que se complementa con otros personajes: Nico (Alejandro García) es la constatación de que llegar soltero a ciertas edades puede ser incluso peor; y Ainhoa (Olaya Caldera), pareja de Isaías, es el necesario personaje femenino que refleja que estas preocupaciones no son solo cosa de hombres. Unos diálogos estupendos, situaciones reconocibles, y la capacidad de trascender la mera identificación en lo cotidiano para proponer ideas ingeniosas -que pueden llegar a recordar a Woody Allen- redondean una estupenda y entrañable comedia costumbrista.

FLASH -CORRE, FLASH, CORRE


Tras Spider-Man: Un nuevo universo (2018), Doctor Strange en el multiverso de la locura (2022) y Spider-Man: No Way Home (2021) puede parecer que Flash/Barry Allen, como siempre, llega tarde a las aventuras interdimensionales y los universos paralelos. Pero en honor a la verdad, el superhéroe velocista fue el primero. En el tebeo El Flash de dos mundos, publicado en 1961, con guión de Gardner Fox y dibujos de Carmine Infantino -siguiendo una idea del editor Julius Schawartz-, Barry Allen descubría un mundo paralelo en el que vivía Jay Garrick, el Flash de la Edad de Oro, una versión anterior del personaje, cuyos cómics se publicaron en los años 40 y cuya imagen se parece al Hermes griego. Reconocido esto, resulta inevitable pensar que esta primera película sobre Flash -personaje que ha contado con dos estupendas series de TV- viene a remolque de los títulos ya citados -por no hablar de una decena de películas sobre la misma temática cuyos protagonistas no son superhéroes-. Dirige el argentino Andy Muschietti -tras estar detrás de la cámara en It (2017) y su secuela- con mucha sorna, pero, también, con amor por los personajes. Protagoniza el polémico Ezra Miller, sorprendentemente eficaz, en un registro que va de Forrest Gump a Buster Keaton, pasando por Bugs Bunny. Comparado con el idealismo de Superman, la oscuridad de Batman y la épica de Wonder Woman, Flash es un payaso y eso se refleja en una película repleta de humor -sin llegar a la parodia de Deadpool (2016), pero cerca de las entregas de Thor dirigidas por Taika Waititi-. Argumentalmente, la película sigue el camino inverso de Marvel Studios y sus Vengadores: ya conocíamos a este personaje de sus aventuras en Liga de la Justicia (2017) y ahora toca verle en solitario. Más o menos. La película conjuga el origen del héroe, anclado emocionalmente en el personaje de la madre del protagonista, interpretado de forma luminosa por una espléndida Maribel Verdú, pero en las escenas de acción -que son muchas- el héroe siempre interactúa con otros personajes: la película, en esencia, es un festival de cameos. No es un spoiler decir que la aparición más esperada es la del Bruce Wayne/Batman de Michael Keaton -que interpretó al personaje en las dos películas de Tim Burton-, un irresistible gancho nostálgico con numerosos guiños a la banda sonora de Dany Elfman. Y es que Flash acaba siendo un homenaje a las películas de DC Comics, con sorprendentes apariciones de encarnaciones pasadas de superhéroes, incluyendo guiños para los más veteranos, como los de George Reeves y Adam West, e incluso, divertidas apariciones de actores encarnando a personajes que nunca llegaron a la gran pantalla. Todo esto inspirado en la miniserie de cómics Flashpoint (2011) -creada por Geoff Johns- y rozando la fundacional Crisis en las Tierras Infinitas que en 1985 firmaron Marv Wolfman y George Pérez. Dos series, por cierto, que significaron un reinicio del Universo DC en los cómics ¿Ocurrirá lo mismo tras Flash con la llegada de James Gunn? Veremos.

ASTEROID CITY -UNIVERSO CERRADO


Wes Anderson da un paso más en Asteroid City en su propia y personalísima concepción del cine. Una evolución que podría haber alcanzado aquí su máximo exponente: esta película parece el resultado de pedirle a la famosa Inteligencia Artificial que haga una obra al estilo de Wes Anderson. Sus rasgos de estilo se acentúan consiguiendo una estética apabullante, pero que también corre el riesgo de petrificarse. Y es que el director nacido en Houston sigue persiguiendo el plano perfecto. Si mi sensación trars ver La crónica francesa (2021) ya era que se podía imprimir cada fotograma para colgarlo en la pared, aquí Anderson consigue una obra preciosa, en la que todos los elementos -encuadre, la fotografía de Robert D. Yeoman, el diseño de producción, los decorados, el vestuario y hasta la fisonomía de los actores- se conjugan para que cada plano sea una fugaz delicia para los ojos. Esto, como ya he dicho, conlleva cierto estatismo narrativo, que curiosamente choca con la voluntad de Anderson de contar historias, de crear personajes, y de escribir diálogos tremendamente literarios, que incluso parecen creados para ser leídos antes que escuchados. Asteroid City es un curiosa mezcla de western y ciencia ficción, en clave de comedia, con estética de postales y carteles de los años 50, elementos del cartoon y hasta un personaje animado por stop motion, que se nos presenta como un universo completamente cerrado sobre sí mismo, que no esconde su naturaleza de cuento, mostrándonos un 'detrás de las cámaras' imposible, en formato cuadrado y en blanco y negro, narrado por un Bryan Cranston en plan Rod Serling. Como ya resulta habitual en el cine de Anderson, tenemos un amplio elenco de estrellas -fantástica Scarlett Johansson- en el que, sin embargo, brillan más los actores de menor relumbrón y, por supuesto, los niños, que aportan una muy necesaria frescura a una película en la que todo parece muy medido. Y con estos elementos, Anderson nos cuenta lo de siempre, una historia de familias rotas, de personajes marginados y excéntricos, tan inteligentes como sensibles e inseguros, que buscan afrontar la pérdida, enamorarse o encontrar nuevos amigos. Historias humanas, en definitiva, con un envoltorio de nostalgia congelada en el desierto.