THE CROWN -EL PRECIO DEL PODER


Seamos sinceros: The Crown en su cuarta temporada es más de lo mismo. Pero es que 'eso' que no cambia con respecto a las tres primeras entregas es de una gran calidad. La serie sobre la vida de la reina Isabel II es una superproducción, una lujosa recreación histórica que asombra en cada episodio. Hay que hablar muy bien de los directores tras las cámara, siempre solventes y con buenas ideas de puesta en escena, y por supuesto, de los intérpretes, de primer nivel. No hace falta mencionar los apartados técnicos: la fotografía, la edición, la música y el diseño de producción son de gran calidad. Cada episodio de The Crown es como disfrutar de una película, de esas que suelen aspirar al Oscar. Y a una factura intachable hay que añadir el morbo, el cotilleo de los entresijos de la familia real, un ingrediente que engancha irremediablemente. Y eso que los guiones de Peter Morgan no son precisamente complacientes y siempre reflejan una visión muy clara que coloca a seres humanos en momentos importantes de la historia británica. Con el cuidado por el detalle de la serie, sentimos que lo que vemos, al menos, parece real, aunque estemos ante una interpretación ficticia de hechos reales, que dan pie a un estupendo material dramático. Si The Crown es 'más de lo mismo', yo quiero más.

Paso a comentar primero la tercera entrega de la serie, de la que no había texto en Indienauta. Pido disculpas por ello. Recordemos que tras sus exitosas dos primeras temporadas, The Crown se enfrentaba a un cambio en su elenco para reflejar el paso del tiempo en sus personajes principales. Así, Claire Foy era sustituida por la oscarizada Olivia Colman, además de incorporarse intérpretes importantes como Helena Bonham Carter. El primer episodio de la tercera entrega es deslumbrante y recoge uno de los elementos más importantes y emotivos de lo que hemos visto hasta ahora en la serie: la relación entre la reina y el primer ministro británico. La reina Elizabeth se despide de Churchill (John Lithtgow) y comienza una nueva relación con Harold Wilson (Jason Watkins), de diferente signo político. Pero el argumento se centra de forma divertida en la existencia de un posible espía soviético, cuya identidad, al ser revelada, significa un sutil golpe a la maltratada autoestima de la reina por su falta de cultura, que además, se enfrenta al paso de los años y al envejecimiento -en un claro guiño al relevo de actrices-. Olding es una apasionante mezcla de historia política, intriga de espías y conflicto personal, con un uso soberbio de los diálogos, que juegan siempre al doble sentido, por parte del guionista y creador de la serie, Peter Morgan. 

El segundo capítulo, Margaretology es una deliciosa dramatización de la supuesta rivalidad entre Elizabeth y Margaret (Helena Bonham Carter). Una vez más, Morgan nos presenta hechos históricos como la crisis económica de Reino Unido y la visita real a Estados Unidos -fantástico Clancy Brown como Lyndon B. Johnson- desde la óptica de las frustraciones personales de Margaret -siempre una segundona en la Familia Real británica- y de los celos de Elizabeth por el carácter más sociable y desenfadado de esta. Conflictos personales y política internacional en un drama de altísima calidad.

La tercera entrega, Aberfan, es un drama portentoso que de una forma valiente y emocionante describe la tragedia del pueblo del mismo nombre, ubicado en Gales, que en 1966 sufrió la muerte de 144 personas tras el colapso de una escombrera en una mina de carbón. Con una narrativa ejemplar, se nos muestra primero a los alumnos de un pequeño colegio, emocionados por aprenderse una canción para una actuación escolar; conocemos a su profesor y a sus familias, lo justo para que estos niños nos resulten importantes de cara a la tragedia que vendrá enseguida. El episodio cuenta con varios momentos que ponen la piel de gallina: el silencio cuando los rescatadores detienen su actividad, en mitad de la noche, intentando escuchar alguna llamada de auxilio; la forma en que Morgan describe el dolor de las familias, a través de Lord Snowdown (Bern Daniels) y luego del duque de Edimburgo (Tobias Menzies); y cómo todo esto le sirve al guionista para hablar de un problema personal de la reina; el recurso de la canción que entona todo el pueblo como muestra de dolor; el plano final de la lágrima de la reina. No se puede hacer mejor. 

De hecho, el siguiente episodio, baja el nivel casi inevitablemente: Bubbikins parece menos inspirado, aunque cuestiona la necesidad -y el gasto que supone- cualquier monarquía y plantea un personaje interesante en la monja y princesa Alice (Jane Lapotaire), madre del príncipe Phillip. The Crown suele gravitar entre el hecho histórico y el drama personal de sus protagonistas: en Coup, la reina sueña con otra vida dedicada a la hípica mientras su tío político, Lord Mountbatten -estupendo Charles Dance- está a punto de liderar un golpe de Estado, conspiración a la que Elizabeth pone fin con una facilidad que demuestra cuál es su verdadero lugar. Tywysog Cymru es un fantástico episodio protagonizado por el príncipe Carlos (Josh O´Connor) que convierte el complejo problema de los nacionalismos -en este caso, galés- en un reflejo de la problemática personal de alguien que no es libre -ni feliz- por pertenecer a la Familia Real y que debe representar un papel. Muy original me parece Moondust, que hace coincidir la llegada del hombre a la Luna en 1969 con la crisis de la madurez del príncipe Phillip (Tobias Menzies). Dangling Man reincide en la incomodidad del príncipe Carlos, como miembro de la realeza, quien se identifica con el exiliado Duque de Windsor (Derek Jacobi) que se encuentra en los últimos de días de su vida. Imbroglio se ocupa de nuevo del príncipe Carlos, metido esta vez en un 'lío amoroso' con Camila Shand (Emerald Fennell) que obviamente repercutirá en la cuarta temporada. Por último, Cri de Coeur reitera las insatisfacciones personales de los miembros de la Familia Real británica. En este caso vuelve a ser la protagonista la princesa Margaret (Helena Bonham Carter), cuyo matrimonio se derrumba. Su fuga hacia una felicidad -efímera- se ve truncada por su condición de princesa.

La cuarta temporada arranca con Gold Stick, episodio marcado por una nueva primera Ministra, Margaret Thatcher -nada menos que Gillian Anderson-, prometiendo formar una interesante pareja con la reina Elizabeth. El guión introduce de forma tangencial la amenaza del grupo terrorista IRA, para luego plantear, de nuevo, el conflicto sentimental del príncipe Carlos, que sigue detrás de Camilla Parker Bowles y que, por fin, se encontrará con Diana (Emma Corrin). La mejor secuencia nos muestra tres escenarios diferentes, en los que vemos a la reina, al príncipe Carlos y lord Mountbatten realizando esas actividades que relacionamos con la privilegiada realeza: caza, pesca y navegación. Con solo intercalar estos tres escenarios se consigue una tensión tremenda que lleva a un desenlace trágico.

The Balmoral Test plantea, en tono de humor, una prueba a la que somete la Familia Real británica a sus invitados. Los primeros en sufrir dicho examen son la primera ministra Margaret Thatcher y su marido, Denis (Stephen Boxer). Luego será el turno de Diana Spencer, con un resultado algo diferente, que marcará el futuro de esta serie (y de la historia). En un momento del episodio, el príncipe Carlos (Josh O´Connor) señala a Diana que Verdi es recordado por las historias románticas de sus óperas, menospreciadas en su contenido político sobre la unificación de Italia. Es este un mensaje colocado por Peter Morgan para que no nos dejemos llevar -del todo- por el morbo de la trágica historia de amor entre Diana y Carlos: en la secuencia final escuchamos La Traviata, cuando Thatcher desmantela el Gobierno para componer un nuevo equipo, más acorde a sus fines y a su ideología reaccionaria.

Irónicamente titulado Fairytale, el tercer episodio de la cuarta temporada se centra en el compromiso matrimonial de Diana Spencer y el príncipe Carlos. Es un capítulo duro, que muestra el aislamiento de Diana en el seno de la Familia Real desde el primer momento, y sus problemas con la bulimia, además del patente desinterés de Carlos por ella, ya que el príncipe sigue prendado de Camilla Parker Bowles (Emerald Fennell). Hay que resaltar la sombra trágica que planea sobre esta historia, cuyo amargo desenlace, en la vida real, ya conocemos. Con este conocimiento, por supuesto, juega hábilmente Peter Morgan.

Favourites es un episodio que bien podría resumir qué es The Crown: conflictos personales que repercuten en la política británica. Así, el extravío del hijo de Margareth Thatcher en el rally París-Dakar se amplifica nada menos que provocando la desigual guerra de las Malvinas entre Gran Bretaña y Argentina. Pero además, el dolor de la primera ministra por la incertidumbre del paradero de su hijo remueve la conciencia de Elizabeth, que descubre que no conoce realmente a sus propios vástagos y que no tenía ni idea de lo que sufrían simplemente por formar parte de la Familia Real británica. Material dramático de primera calidad.

Fagan es el mejor episodio de la cuarta temporada de The Crown y puede ser uno de los mejores de toda la serie. La narración adopta el punto de vista de un fracasado, Michael Fagan (Tom Brooke), un hombre de clase obrera que lo ha perdido todo, empezando por su trabajo, su familia, su autoestima y su esperanza. Es una víctima, por así decirlo, de las políticas liberales de Margaret Thatcher. Marginado y excluido, Fagan decide nada menos que entrar en el palacio de la Familia Real para hablar, cara a cara, con la reina Elizabeth y que esta, por primera vez, pueda escuchar a la 'gente corriente'. El episodio expone de forma brillante la eterna pregunta: ¿Tiene la culpa Fagan de su fracaso vital o es una víctima del sistema? La respuesta es que importa poco ante una cuestión más importante ¿Debe el Estado abandonar a los menos afortunados o, incluso, a los que 'no se esfuerzan'? Y de esos polvos podría haber surgido el lodo del Brexit.

Terra Nullius es un estupendo episodio que funciona como un eco del capítulo Hyde Park Corner, en el que la reina Elizabeth y su marido hacían un largo viaje en el que se mezclaba su papel político con sus conflictos como pareja. Ese papel lo hacen ahora el príncipe Carlos y Diana, que visitan Australia para remontar la popularidad de la corona. El conflicto está entre el carácter cercano y mundano de Diana, contrapuesto a la distancia y frialdad de la Familia Real, por no mencionar que Carlos sigue enamorado de Camila Parker Bowles. Un culebrón de máxima calidad.

Los episodios dedicados a la princesa Margaret son prácticamente un subgénero dentro de The Crown. The Heredetary Principle reincide en la insatisfacción de la princesa por ser una segundona, una incomodidad existencial que aquí se agrava por una nueva rebaja de sus privilegios y porque un problema de salud la obliga a abandonar las adicciones que la mantenían distraída: los hombres, el alcohol y el tabaco. Desesperada por encontrarle sentido a su vida, Margaret decide concentrarse en resolver un misterio interesante, el de unas primas con discapacidad psíquica que permanecían ocultas, relegadas y a las que incluso se las creía muertas. El episodio se sostiene sobre la excelente interpretación de Helena Bonham Carter, cuyo personaje vuelve a descender a los infiernos. Los trapos sucios de la Familia Real.

Beneficia a la figura de la reina Elizabeth el episodio 48:1, en el que la soberana se muestra partidaria de la lucha contra el apartheid en Suráfrica, en detrimento de la de Margaret Thatcher, primera ministra que se opone aquí a cualquier sanción contras las políticas racistas de ese país. Este enfrentamiento entre dos figuras históricas que se decanta claramente a favor de la reina, se compensa con el feo episodio de la dimisión del escritor Michael Shea (Nichola Farrell), cuya cabeza debe caer para no manchar la reputación de la Corona tras el impulsivo gesto de la reina que pretendía afear la conducta de la primera ministra. El episodio funciona como un amargo comentario sobre el poder y sobre cómo, en política, incluso las buenas intenciones, acaban en el fango de la injusticia.

Avalanche es la crónica de los problemas matrimoniales entre Diana y Carlos, que reciben un toque de atención cuando el príncipe se queda atrapado en una avalancha y se teme por su vida. El episodio retrata a la pareja con sus defectos: infidelidades varias de Diana y la de siempre de Carlos con Camilla. Se narra, además, una sorprendente revelación -al menos para mí- sobre la personalidad de Diana: su afición al espectáculo, a cantar y bailar de una forma poco menos que ridícula. Un episodio de puro cotilleo y morbo. Lo que no tiene nada de malo.

Por último, en War, una foto de la Familia Real británica, en la que solo Diana aparece con gesto serio, es la imagen que resume las tramas que se han desarrollado en las últimas dos temporadas entre el príncipe Carlos y ella. La relación parece rota en un jugoso episodio de peleas conyugales que cierra la cuarta temporada y despide al elenco de actores que nos han acompañado en los últimos 20 episodios. Le decimos también adiós a Margareth Thatcher -estupenda Gillian Anderson- con una emotiva escena que demuestra, de nuevo, cómo Peter Morgan no olvida nunca que sus personajes son seres humanos, además de figuras políticas que jugaron papeles muy importantes -no siempre positivos- en la historia reciente de su país.

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