Alabada por la crítica, Little Joe, a pesar de su título juguetón, es un ejercicio angustioso con una puesta en escena radical. La directora austriaca Jessica Hausner hace gala en su quinta película de un rigor en la puesta en escena digno de un maestro como David Cronenberg. De una forma absolutamente coherente con su premisa argumental, Hausner utiliza planos prácticamente fijos, limitando al máximo los movimientos de cámara, cuidando mucho los colores -básicos pero apagados- de cada imagen, en lo que casi parecen las viñetas de un cómic. Mantiene sus planos Hausner hasta el extremo de permitir, en más de una ocasión, que los personajes humanos desaparezcan de delante del objetivo, en una clara metáfora de las intenciones de su historia. En el mismo sentido, las interpretaciones de sus actores -Emily Beecham, Ben Whishaw- se mantienen hieráticas, bressonianas, precisamente para evitar que el espectador resuelva el enigma de la cinta. Los personajes de Little Joe mantienen la distancia social, usan guantes, mascarillas y batas de laboratorio, como anticipándose a lo que será la 'nueva normalidad' tras el coronavirus. Se besan como robots. Y es que el argumento, del que todavía no he hablado, propone un experimento genético, una pequeña flor capaz de propagar un virus que podría modificar las emociones. Hausner propone algo así como una revisión abstracta de La invasión de los ladrones de cuerpos (1966), que lo mismo invita al terror, que insinúa un humor soterrado -del que da pistas el propio título- y que puede hacernos pensar, por qué no, en una versión minimalista de La pequeña tienda de los horrores (1960). Con estos elementos, Hausner se permite hablar de temas como la normalidad, el individualismo, la imposibilidad de la felicidad plena y los terrores de la maternidad.
LITTLE JOE -NATURALEZA HUMANA
Alabada por la crítica, Little Joe, a pesar de su título juguetón, es un ejercicio angustioso con una puesta en escena radical. La directora austriaca Jessica Hausner hace gala en su quinta película de un rigor en la puesta en escena digno de un maestro como David Cronenberg. De una forma absolutamente coherente con su premisa argumental, Hausner utiliza planos prácticamente fijos, limitando al máximo los movimientos de cámara, cuidando mucho los colores -básicos pero apagados- de cada imagen, en lo que casi parecen las viñetas de un cómic. Mantiene sus planos Hausner hasta el extremo de permitir, en más de una ocasión, que los personajes humanos desaparezcan de delante del objetivo, en una clara metáfora de las intenciones de su historia. En el mismo sentido, las interpretaciones de sus actores -Emily Beecham, Ben Whishaw- se mantienen hieráticas, bressonianas, precisamente para evitar que el espectador resuelva el enigma de la cinta. Los personajes de Little Joe mantienen la distancia social, usan guantes, mascarillas y batas de laboratorio, como anticipándose a lo que será la 'nueva normalidad' tras el coronavirus. Se besan como robots. Y es que el argumento, del que todavía no he hablado, propone un experimento genético, una pequeña flor capaz de propagar un virus que podría modificar las emociones. Hausner propone algo así como una revisión abstracta de La invasión de los ladrones de cuerpos (1966), que lo mismo invita al terror, que insinúa un humor soterrado -del que da pistas el propio título- y que puede hacernos pensar, por qué no, en una versión minimalista de La pequeña tienda de los horrores (1960). Con estos elementos, Hausner se permite hablar de temas como la normalidad, el individualismo, la imposibilidad de la felicidad plena y los terrores de la maternidad.
STAR WARS: THE MANDALORIAN -PENSANDO EN LOS FANS
En la raíz de Star Wars (1977) de George Lucas estaba también el western, además de la ciencia ficción, la fantasía, la aventura y el cine bélico. Solo hace falta fijarse en Han Solo (Harrison Ford) antihéroe pícaro y de gatillo fácil, su peludo compañero Chewbacca (Peter Mayhew), moviéndose en la taberna cochambrosa de Moss Eisley; o en el desértico Tatooine, con sus salvajes moradores de las arenas, tan temibles como los apaches de John Ford. El aspecto destartalado -y realista- de la película remite al spaghetti western de Sergio Leone, quien, como Lucas, también se inspiró en los samuráis de Akira Kurosawa. En la galaxia de Lucas, un personaje secundario como Boba Fett parece perfecto para emular al hombre sin nombre que interpretó Clint Eastwood: un cazarrecompensas de pocas palabras, letal y misterioso. Este es el espíritu de The Mandalorian, serie creada por Jon Favreau, sobre un personaje diferente a Fett -es un decir- cuyo rasgo principal es llevar una armadura similar a la del hijo de Jango Fett -guiño al famoso espaghetti western de Sergio Corbucci, Django (1966), emulado hace unos años por Quentin Tarantino-. Aquí, como Juez Dredd, el protagonista nunca debe quitarse el mítico casco diseñado por Ralph McQuarrie.
El primer episodio juega sobre seguro al aprovecharse de todos los elementos que molan de Star Wars, una estrategia que se mantendrá durante toda la temporada. Además de la mencionada armadura de Boba Fett, hay que destacar un look similar al Una nueva esperanza (1977), con la presencia de los icónicos stormtroopers y un repaso de los extraterrestres y droides más entrañables, que hasta ahora no habían gozado de un primer plano, pero que son de sobra conocidos por el fan. El casting es fenomenal, Pedro Pascal -Narcos-, y veteranos que molan como Carl Weathers, Nick Nolte ¡Y Werner Herzog!, además de Taika Waititi -que dirige un episodio- poniéndole voz a un droide, nada menos que un IG-11 -nunca habíamos visto en acción al IG-88 de El imperio Contraataca-. Eso por no hablar de la sorpresa mayúscula del final del capítulo.
La segunda entrega revela una de las claves de la serie: el humor. El enfrentamiento con los jawas es pura comedia -además de aventura y acción- con estos humanoides convertidos en algo muy parecido a los Minions, y sobre todo vaporizados sin piedad por el héroe. Desde el primer momento, a pesar del tono épico de los enfrentamientos y los tensos duelos de western, el guión de Favreau se ríe de todo: recordemos del primer capítulo que la excusa de Mythrol (Horatio Sanz) para escapar al cazarrecompensas es ir al baño -Luego acabará congelado en carbonita-. El tercer capítulo, The Sin, es puro éxtasis lúdico: actitudes heroicas, el descubrimiento de la liturgia de los mandalorianos, escenas de acción espectaculares y una huida que deja con ganas de más. No se queda atrás, esa mezcla de Los siete samuráis (1954) -y Los siete magníficos (1960)- con El retorno del Jedi (1983) que es el cuarto capítulo, Sanctuary, que introduce a Gina Carano como una veterana de la batalla de Endor. O la aportación de Dave Filloni, con experiencia en The Clone Wars, en ese regreso a Tatooine que es The Gunslinger. O esa aventura de piratas espaciales, muy en la línea de Guardianes de la Galaxia, con actores invitados divirtiéndose como Clancy Brown, Natalia Tena o Richard Ayoade. El desenlace, dividido en Reckoning y Redemption, tira la casa por la ventana demostrando que el Imperio galáctico no está del todo desactivado.
La segunda entrega revela una de las claves de la serie: el humor. El enfrentamiento con los jawas es pura comedia -además de aventura y acción- con estos humanoides convertidos en algo muy parecido a los Minions, y sobre todo vaporizados sin piedad por el héroe. Desde el primer momento, a pesar del tono épico de los enfrentamientos y los tensos duelos de western, el guión de Favreau se ríe de todo: recordemos del primer capítulo que la excusa de Mythrol (Horatio Sanz) para escapar al cazarrecompensas es ir al baño -Luego acabará congelado en carbonita-. El tercer capítulo, The Sin, es puro éxtasis lúdico: actitudes heroicas, el descubrimiento de la liturgia de los mandalorianos, escenas de acción espectaculares y una huida que deja con ganas de más. No se queda atrás, esa mezcla de Los siete samuráis (1954) -y Los siete magníficos (1960)- con El retorno del Jedi (1983) que es el cuarto capítulo, Sanctuary, que introduce a Gina Carano como una veterana de la batalla de Endor. O la aportación de Dave Filloni, con experiencia en The Clone Wars, en ese regreso a Tatooine que es The Gunslinger. O esa aventura de piratas espaciales, muy en la línea de Guardianes de la Galaxia, con actores invitados divirtiéndose como Clancy Brown, Natalia Tena o Richard Ayoade. El desenlace, dividido en Reckoning y Redemption, tira la casa por la ventana demostrando que el Imperio galáctico no está del todo desactivado.
The Mandalorian tiene para todos: guiños frikis a las películas clásicas -apariciones de individuos de la especie de Salacious B. Crumb- o el atrevimiento de sacar el arma que usaba Boba Fett en el repudiado especial navideño televisivo; ideas que molan como que el alemán Werner Herzog sea un villano que echa de menos los tiempos -fascistas- del Imperio; que la historia ocurra en ese sector más sucio y oscuro -de nuevo, más spaghetti western- de la Galaxia de Lucas, y que salgan speedbikes, tusken raiders, la cantina original en Moss Eisley, los dewbacks y un montón de frikadas más. Todo esto, sabiamente mezclado con personajes que son puro marketing, pero también irresistibles, como el ya famoso Baby Yoda -en la tradición de los Ewoks, del fallido Jar Jar Binks, de BB8 o de los Porgs-. Jon Favreau consigue cumplir con todos los requerimientos industriales, complacer al fan y dar con una historia atractiva. The Mandalorian es el mejor Star Wars posible.
ADAM -TODO EL ESPECTRO DEL ARCOIRIS
En el año 2006, una comedia adolescente como Ella es el chico -dirigida por Andy Fickman- nos mostraba como una chica (Amanda Bynes) se hacía pasar por chico para jugar al fútbol, en una historia que pasaba de puntillas sobre cualquier elemento incómodo de la identidad de género o de una posible atracción homosexual: porque la protagonista, evidentemente, acababa ligándose al guapo de turno (Channing Tatum). En 2019, Adam es una comedia indie que sitúa su acción precisamente en el año 2006. Su premisa, como uno de los personajes de la película llega a reconocer, es retorcida: Adam (Nicholas Alexander) es un adolescente, tímido, virgen y salido, que se hace pasar por un chico trans para ligarse a la pelirroja -y lesbiana- Gillian (Bobbi Salvör Menuez). Esto ocurre cuando Adam entra en contacto con el entorno LGTBI de su hermana, también lesbiana, Casey (Margaret Qualley). Ópera prima de Rhys Ernst, la película es una comedia de enredo costumbrista entrañable, un coming of age imposible en el que el protagonista no solo se inicia en el sexo y la vida, sino en la problemática de todo el espectro LGTBI: desde los gays y lesbianas hasta la transexualidad, pasando por todas las opciones posibles de follar con quien nos dé la gana. Un auténtico baño de consciencia, de tolerancia y de diversidad para Adam (y para el espectador). Lo más interesante de esta pequeña y disfrutable película, es la sana mirada irónica del director sobre el activismo LGTBI, y cómo esta comunidad puede ser también una cerrada y desconfiada con el 'otro', en este caso, el individuo cisgénero.
HABITACIÓN 212 -LA VIDA NO VIVIDA
La nueva película del director y guionista francés, Christophe Honoré, Habitación 212, podría ocurrir antes, después, o incluso durante el confinamiento. Se trata de una comedia dramática de aliento teatral, pero también de gran inventiva visual y cinematográfica: Honoré tiene ideas de puesta en escena atrevidas y preciosas, que se aprovechan de que la historia ocurre seguramente en la mente de su protagonista. María es una mujer madura que se ve obligada a revisar su vida sentimental cuando su marido descubre, por casualidad, una infidelidad. Protagoniza Chiara Mastroianni, divertidísima y espectacularmente atractiva, que por este papel se llevó premio en Cannes, a la mejor actriz en la sección Un Certain Regard. María desencadena toda la historia con su desliz y decide mudarse, al menos por una noche, a una habitación de hotel justo enfrente del piso que comparte con su marido, Richard (Benjamin Biolay), que poco a poco gana terreno en el relato, para hacer repaso también de su trayectoria vital. Así la película se va llenando de recuerdos y de personajes; los pisos y las habitaciones, las puertas que se abren y se cierran, se convierten en metáforas de la memoria. Comedia divertida, sexy, muy francesa, Habitación 212 es una refrescante fantasía sobre el amor, algo nostálgica. Una historia sobre el pasado, sobre los caminos no tomados, sobre la vida no vivida y sobre las frustraciones que acompañan a las relaciones de pareja, a las que seguramente no se les debe pedir la felicidad plena, si es que eso existe realmente.
PULLMAN -HANSEL Y GRETEL
Con buenas intenciones se presenta Pullman, cinta dirigida por el mallorquín Toni Bestard que utiliza su isla natal como un microcosmos que refleja la España actual. Dos niños, uno hijo de inmigrantes (Keba Diedhou), otra (Alba Bonnie) hija de una madre soltera de clase trabajadora (precaria), se escapan de casa -de los edificios residenciales que dan título a la cinta- para vivir una aventura en el mundo real. Con esta excusa, Bestard muestra situaciones que reflejan, sobre todo, las desigualdades sociales, fácilmente detectables en una Palma de Mallorca que conjuga hoteles de lujo y casinos, con turismo de borrachera, prostitución y drogas. Los infantes protagonistas, desde su inocencia, se enfrentan a estas realidades con una mirada limpia que acepta las cosas como son y que no juzga, aunque también sean inconscientes de los peligros a los que se enfrentan, como ese 'lobo feroz' disfrazado de friki que regala caramelos para atraer a sus víctimas. Los dos niños, con un bonobus robado, se mueven por el parque de atracciones del capitalismo, colándose por debajo de una valla y disfrutando de prestado de las bondades del consumismo que les están vedadas por su condición social. Bestard convierte en páginas de un cuento infantil los escenarios decadentes de falso lujo y de edificios deshumanizados en los que no parece que pueda vivir nadie. Es inevitable comparar Pullman con la magnífica The Florida Project y si esta proponía el reino 'mágico' de Disney World como un símbolo de la felicidad inalcanzable para los niños desfavorecidos, aquí Bestard se sirve de la familia Real española y sus veraneos anuales en el Palacio de Marivent con intenciones muy similares.
BETTER CALL SAUL -HACIA BREAKING BAD
La quinta temporada de Better Call Saul de Peter Gould y Vince Gilligan confirma sus dos constantes más importantes: su calidad y su capacidad para pasar desapercibida. No sé si las dos cosas estarán relacionadas, pero el seriéfilo medio parece interesado en descubrir la nueva serie de Netflix o HBO antes que seguir invirtiendo su tiempo en una ficción contrastada. Una de las cosas que aprecio de esta serie es su narrativa, eminentemente visual, cinematográfica, que exige la atención del espectador. El ritmo pausado de Better Call Saul tiene su razón de ser: es de las pocas series que nos da la oportunidad de pensar en lo que estamos viendo, una participación necesaria ya que los guionistas rara vez nos dan la información 'masticada'. ¿Cuántos espectadores están dispuestos a hacer ese esfuerzo? Esta temporada tiene varias metáforas visuales brillantes: el helado de Jimmy que cae al suelo en el episodio 50% Off cuando se lo llevan los narcos del clan Salamanca y cómo las hormigas dan buena cuenta del mismo en The Guy for This, expresando el posible futuro inmediato del abogado en manos de los criminales. Que no nos expliquen demasiado las cosas sirve para picarnos y mantener nuestro interés. En el inicio de Namaste vemos a Jimmy cogiéndole el peso a diversos objetos de una casa de antigüedades. Sabemos que algo planea ¿Pero qué? Mencionemos también secuencias estupendas y originales, como la idea de intercalar una persecución policial, con la limpieza a fondo de una freidora de Los pollos hermanos, consiguiendo una tensión tremenda, también en Namaste. Hablemos además del episodio Bagman, puramente visual, prácticamente un western, casi sin diálogos, para contarnos una travesía por el desierto, literal, que une a Jimmy y a Mike. Por último, resaltemos el rigor con el que se han mantenido a través de toda la serie los elementos visuales que marcan el desarrollo de la relación entre Kim y Jimmy, por ejemplo, en Bad Choice Road, en el que se recupera la pantalla partida que relacionaba a los dos personajes en el capítulo Something Stupid de la cuarta temporada -solo que ahora Jimmy está muy lejos- o el vaso que regala Kim a Jimmy -"El mejor abogado del mundo"- en la segunda entrega y que durante toda la serie ha servido de metáfora para la situación vital del protagonista, desde ese vaso que no encajaba en un coche de lujo, que significaba una traición personal, hasta el vaso agujereado por las balas que revela la mentira que ha contado a Kim en Bad Choice Road.
¿Qué otra serie se apoya casi exclusivamente en los conflictos morales de sus personajes? Como los de Kim para echar de su propiedad a un anciano que, legalmente, se tiene que ir, pero que moralmente, merece quedarse porque lleva allí toda la vida. La relación de Kim con Saul es el tronco argumental principal en esta quinta temporada, en la que dan un paso importante, que no comentaré, en el episodio JMM. Ambos personajes se van acercando poco a poco: él intenta estar a la altura de ella, pero atención, porque Kim va flexibilizando sus valores al darse cuenta de que los métodos de Jimmy, funcionan. Better Call Saúl esconde la idea de que el sistema está tan jodido que para hacer lo correcto hay que saltarse las reglas. ¿Es Saúl Goodman un sinvergüenza que saca de prisión a delincuentes de poca monta o un defensor de los marginados por el sistema? La respuesta puede decirnos mucho de nosotros mismos.
THE BOYS -¿QUIÉN SE TOMA EN SERIO A LOS SUPERHÉROES?

Lo cierto es que vivimos una época -feliz en mi caso- de saturación superheroica que en realidad es lo que hace posible la adaptación de un cómic como The Boys, del guionista escocés Garth Ennis -Predicador, la versión más 'adulta' de Punisher- y el dibujante Darick Robertson. Hablemos primero del original. Garth Ennis propone, además de una parodia, una versión desencantada y supuestamente realista -desde una mirada amarga sobre el ser humano- de un mundo con superhéroes, todos claras versiones de los personajes clásicos que ya conocemos, sobre todo los primigenios de DC Cómics: Superman, Batman, Wonder Woman, The Flash, Green Lantern, Aquaman y Martian Manhunter, todos miembros de la Liga de la Justicia, aquí llamados Los Siete. A ellos se enfrentan un grupo de personas supuestamente normales, The Boys, cuya misión es mantener a raya a los supertipos. Esta premisa es inmediatamente contradicha en el cómic, ya que los protagonistas tienen superpoderes y son tan superhéroes como sus enemigos. Lo que realmente busca Ennis es escandalizar con su versión de los héroes, presentados como lo peor del ser humano: son violentos, agresores sexuales, drogadictos y depravados. Ennis presenta todo tipo de excesos como felaciones, humor escatológico de dudoso gusto, y en general, parece divertirse como un niño que se atreve a desacralizar a sus mitos -o los de otros-. La primera historia convierte a los Teen Titans en algo parecido a una ‘manada’ y propone una versión macarra de Stan Lee, The Legend, que ha acabado odiando a sus propias creaciones. En el segundo arco argumental se atreve a hacer realidad las fantasías homófobas de los que ven en Batman y Robin a una pareja gay, con connotaciones pedófilas. Una aventura en territorio soviético plantea una trama política que equipara a los superhéroes con armas de destrucción masiva, seres que pueden desequilibrar el orden mundial. Esto se sigue desarrollando en los números siguientes, en los que Ennis crea su propia mitología para explicar el origen de los superhéroes -de todos-, el por qué acaban siempre resucitando, y hasta una teoría de la conspiración sobre el 11-S. Ennis reescribe la historia de los EE.UU desde Vietnam, imaginándose cómo habría cambiado todo si existiesen los superhéroes. Enseguida se divierte Ennis riéndose de los mutantes de Marvel, los X-Men -aquí G-Men- haciendo sangre con su éxito comercial exprimido por la editorial en incontables series, pero convirtiendo al profesor Xavier en un pederasta y corruptor de menores. Es aquí donde discrepo sobre la visión de Ennis: no está haciendo una crítica de los superhéroes basada en sus elementos más discutibles, como sí han hecho dos renovadores del comicbook como Frank Miller -El regreso del caballero oscuro (1986)- o Alan Moore -Watchmen (1986) de la que estos The Boys roba bastante-. Miller y Moore, o incluso Mark Millar décadas después con The Ultimates, sí sacaron a la luz que, si existiesen, los superhéroes serían probablemente unos fascistas, ya sea por libre, como el Batman envejecido del Caballero Oscuro o al servicio del Gobierno, como el Superman de aquella misma miniserie. O seres incontrolables, apartados de la humanidad, como el Doctor Manhattan. Ennis no explora el lado oscuro de sus versiones, sino que se lo inventa, bajo la premisa de que todos los seres humanos, superhéroes o no, somos unos hijos de puta capaces de las peores atrocidades.
Tras 72 números, y siete años después, aparece en Amazon Prime Video la adaptación televisiva de The Boys, con numerosos -y lógicos- cambios con respecto a la serie original, sobre todo en términos narrativos y de organización de la historia. Pero también hay menos sangre, menos sexo, menos sexo pervertido, menos superhéroes y menos referencias frikis a los cómics. Algunos cambios, personalmente, no me gustan. Por ejemplo, introducir a un nuevo personaje como Translucent (Alex Hassell), que no es una versión de un superhéroe importante, sino del hombre invisible, personaje más cercano a la ciencia ficción -H.G. Wells- y al terror -de James Whale a Leigh Whannell-. También creo que se rebajan los elementos grotescos, feístas y zafios del cómic, para que la serie sea más amable al público televisivo. Vista la primera temporada, me parecen innecesarias subtramas como la de A-Train (Jessie T. Usher) y su falta de dinero o lo referente a su pareja, que en el fondo no aportan demasiado. Creo que la serie tampoco replica con éxito el humor del cómic, véase la arenga sobre las Spice Girls -mejor unidas- o el episodio del delfín que intenta liberar The Deep (Chace Crawford). The Boys es un cómic macarra, incorrecto, que busca la provocación continúa de forma casi adolescente. Esta adaptación le da cuerpo dramático al argumento, desarrolla a los personajes, sí, pero creo que es bastante más convencional. Necesitas una historia para mantener una serie de televisión, mientras que en el cómic la parodia de personajes conocidos y el despropósito continuo, la búsqueda de la burrada cada vez mayor, mantiene el interés. Creo que aquí eso no ocurre, por un desarrollo dramático pobre y una trama endeble. El protagonismo de Starlight (Erin Moriarty) -excesivo en mi opinión- acaba dando lugar, por ejemplo, a un argumento que refleja claramente el Me Too. Así, un tebeo pensado como un divertimento ácido y deslenguado, se convierte en una denuncia poco sorprendente que busca incluso la corrección política. Impensable.
A pesar de estos defectos, The Boys es una serie disfrutable. Mencionemos primero el atractivo de un personaje como Homelander -estupendo Anthony Starr-, un 'Superman' malvado, que se convierte en una denuncia del populismo de derechas, patriotero, que claramente apunta a Donald Trump. Precisamente, me interesa la actualización de la sátira política que hacía Ennis: pòr ejemplo, aquí Queen Maewe (Dominique McElligott) parodia la famosa 'sonrisa falsa' de Melania Trump, en la inauguración del mandato de su marido en 2017. Los dardos también apuntan al negocio de la religión en Estados Unidos, con sus convenciones y sus telepredicadores, aunque de una forma bastante simple: las razones de Billy Butcher (Karl Urban) para decir que Dios es un cabrón, están a la altura de su arenga sobre las Spice Girls. Hablemos también de aciertos como que Simon Pegg interprete al padre de Hughie (Jack Quaid) ya que el actor británico era el modelo del personaje en el tebeo (supongo que ahora es demasiado mayor para el papel). Hay que señalar además momentos estupendos que hacen The Boys muy entretenida, como el súper-bebé usado por Butcher como arma láser. Hay momentos bastante inspirados, como el accidente aéreo -que en el cómic hacía referencia al 11-S- o el episodio dedicado al origen de The Female (Karen Fukuhara). Mencionemos también los momentos más atrevidos, como cuando Madelyn Stillwell (Elisabeth Shue) le da el pecho a Homelander. Dos personajes que son, en mi opinión, el gran hallazgo de la serie y lo más interesante de la misma. Si bien pienso que no está aprovechado argumentalmente el miedo que puede sentir una persona corriente ante el poder de un superhéroe, es en la relación entre Homelander y Madelyn donde realmente se percibe ese terror. El resto de elementos de la serie, me parecen endebles: las insuficientes razones de Hughie (Jack Quaid) para colaborar con el grupo -un problema argumental heredado del cómic-; el 'enamoramiento' de Frenchie (Tomer Capon) por The Female (Karen Fukuhara); y en general, cómo van resolviendo los conflictos los protagonistas enfrentados a los superhéroes. No hay ingenio. Sin embargo el tramo final de esta primera temporada y sobre todo el sorprendente final -que no revelaré- tiene el suficiente gancho para tenernos allí en la segunda entrega.
A pesar de estos defectos, The Boys es una serie disfrutable. Mencionemos primero el atractivo de un personaje como Homelander -estupendo Anthony Starr-, un 'Superman' malvado, que se convierte en una denuncia del populismo de derechas, patriotero, que claramente apunta a Donald Trump. Precisamente, me interesa la actualización de la sátira política que hacía Ennis: pòr ejemplo, aquí Queen Maewe (Dominique McElligott) parodia la famosa 'sonrisa falsa' de Melania Trump, en la inauguración del mandato de su marido en 2017. Los dardos también apuntan al negocio de la religión en Estados Unidos, con sus convenciones y sus telepredicadores, aunque de una forma bastante simple: las razones de Billy Butcher (Karl Urban) para decir que Dios es un cabrón, están a la altura de su arenga sobre las Spice Girls. Hablemos también de aciertos como que Simon Pegg interprete al padre de Hughie (Jack Quaid) ya que el actor británico era el modelo del personaje en el tebeo (supongo que ahora es demasiado mayor para el papel). Hay que señalar además momentos estupendos que hacen The Boys muy entretenida, como el súper-bebé usado por Butcher como arma láser. Hay momentos bastante inspirados, como el accidente aéreo -que en el cómic hacía referencia al 11-S- o el episodio dedicado al origen de The Female (Karen Fukuhara). Mencionemos también los momentos más atrevidos, como cuando Madelyn Stillwell (Elisabeth Shue) le da el pecho a Homelander. Dos personajes que son, en mi opinión, el gran hallazgo de la serie y lo más interesante de la misma. Si bien pienso que no está aprovechado argumentalmente el miedo que puede sentir una persona corriente ante el poder de un superhéroe, es en la relación entre Homelander y Madelyn donde realmente se percibe ese terror. El resto de elementos de la serie, me parecen endebles: las insuficientes razones de Hughie (Jack Quaid) para colaborar con el grupo -un problema argumental heredado del cómic-; el 'enamoramiento' de Frenchie (Tomer Capon) por The Female (Karen Fukuhara); y en general, cómo van resolviendo los conflictos los protagonistas enfrentados a los superhéroes. No hay ingenio. Sin embargo el tramo final de esta primera temporada y sobre todo el sorprendente final -que no revelaré- tiene el suficiente gancho para tenernos allí en la segunda entrega.
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