Emulando al western, pero con facturas por cobrar con la historia, Los colonos (2023) nos traslada al Chile de principios del siglo XX, y nos presenta a un despiadado terrateniente dispuesto a todo para hacerse con el control del territorio -eso sí, sin mancharse las manos-. Su principal obstáculo: los habitantes originales de esas tierras, los indios. Así, José Menéndez (Alfredo Castro) envía a tres sicarios -tres hombres malos, pero nada fordianos- a aniquilar a las tribus que le están dando problemas. Ellos son un militar británico, MacLennan (Mark Stanley), un mercenario estadounidense (Sam Spruell) y un mestizo, Segundo (Camilo Arancibia). Comienza así un periplo por los inabarcables e inhóspitos paisajes de la Patagonia chilena, un territorio salvaje que saca lo peor de los colonos: asesinatos, violaciones y todo tipo de tropelías se suceden, en un intento de denuncia histórica. Los colonos es algo así como la hermana menor de Los asesinos de la luna (2023) que se interceptara con la estupenda Godland (2023). La película, dirigida por Felipe Gálvez Haberle, se queda en los planos generales -espléndidamente fotografiados por Simone D’Arcangelo- y no entra al cuerpo a cuerpo con los personajes: el retrato de MacLennan necesitaba más fuerza; el rencor de Segundo se queda en miradas de desaprobación; el tremendo drama de Kiepja (Mishell Guana) necesitaba de un mayor desarrollo dramático para que esa mirada final nos conmoviera realmente. Mencionemos la participación del director argentino Mariano Llinás en el guión y en un pequeño papel. La película mereció el premio FIPRESCI en el Festival de Cannes.
THE BEAST -VIDAS PASADAS
En La bestia (2024), Bertrand Bonello parece infectado todavía por el virus del miedo post-pandemia -su anterior película, Coma (2021) reflejaba la influencia de ese período vital- y nos narra una historia desde un futuro que no parece demasiado lejano, en el que las muñecas han sido animadas por la Inteligencia Artificial, seguimos llevando mascarillas y podemos acceder a posibles vidas pasadas. No importa que lo que nos cuenta Bonello sea real, simulado, o una película, su protagonista, una inmensa Léa Seydoux, que sigue madurando como actriz y aumentando su belleza -es ya una estrella del cine mundial- es más que capaz de sostener la película y de reaccionar ante una pantalla verde o ante su coprotagonista, un estupendo George MacKay, quizás demasiado joven, pero con la capacidad de transmitir romanticismo e inquietud con la misma convicción, según el momento. Bonello nos habla del miedo, de la sensación de amenaza que sentimos constantemente los seres humanos a romper nuestra vida por amor, a hacernos mayores, pero también a una inundación, a un terremoto y, en definitiva, a la incertidumbre del futuro. Un miedo que nos impide ser felices y encontrar el verdadero amor, y que nos condena a repetir los mismos errores una y otra vez a pesar de que las posibles señales de que algo irá mal están allí -esa paloma agorera-. En realidad, Bonello entrelaza tres historias a través del tiempo, que en el fondo son la misma y en la que sus personajes -Seydoux y MacKay- intercambian roles. Es capaz de contarnos una historia de época de vestuario y decorados preciosos, que se inspira libremente en La bestia en la jungla de Henry James; mezclándola con un asunto mucho más actual sobre las complicaciones de la identidad de género -ella trabaja como actriz y modelo, pero ya ha sido desechada por su edad; él es un incel a punto de estallar- y la soledad y la incomunicación de las redes sociales. Bonello habla, sobre todo, de la soledad y nos dice que si a principios del siglo XX una encorsetada sociedad nos impedía ser felices, las modernas redes sociales, el desenfreno sexual de las discotecas o incluso la realidad virtual, no ofrecen precisamente consuelo.
CLUB ZERO -COMER O NO COMER
CAZAFANTASMAS: IMPERIO HELADO -TODO TIEMPO PASADO
Vaya por delante que, para mí, Cazafantasmas (1984) es de esas películas ‘perfectas’. Una combinación poco frecuente de comedia, fantasía y terror que marcó una época y que creo que ha sido más influyente de lo que parece en el cine actual -Guardianes de la Galaxia (2014) y similares-. Ni siquiera una casi inmediata Cazafantasmas 2 (1989) pudo replicar la excelencia de la primera, más que nada, por su incapacidad de proponer algo nuevo con respecto a la original. ¿Era tan complicado idear, simplemente, nuevas aventuras del grupo de héroes ya formado? La serie de dibujos animados, The Real Ghostbusters (1986-1991) ha quedado como el ejemplo perfecto de lo que pudo ser. El remake femenino de 2016, aunque consiguió replicar el espíritu cómico del original gracias a sus estupendas actrices, tampoco fue capaz de ir más allá del mismo concepto. Quizás por eso, lo mejor de Cazafantasmas: Más allá (2021) era la rareza de la propuesta: una película intimista sobre una familia, de corte indie, que dialogaba con la franquicia con la coartada de estar dirigida por Jason Reitman, hijo de Ivan Reitman. Así, la película se presentaba como una obra muy personal, pero al mismo tiempo nostálgica y llena de guiños para los fans. Su secuela, Cazafantasmas: Imperio helado (2024), sin embargo, resulta decepcionante. Aunque Reitman sigue llevando las riendas del proyecto, detrás de la cámara se coloca Gil Kenan, director de la estupenda Monster House (2006). Lamentablemente se trata de una película que pugna contra sí misma, buscando su identidad. Desechado el tono de comedia pura, la película se desarrolla entre un drama familiar con toques de humor -estilo indie- y la aventura fantástica familiar. La película es posiblemente todo lo que un niño de 10 años quiere ver. El problema es que, si vamos más allá, el guión va planteando tramas e introduciendo personajes de forma caótica: por un lado, se nos habla de una familia en la que cada miembro tiene su propio conflicto, pero ninguno de esos desarrollos resulta satisfactorio y apenas están esbozados. Además, dichas tramas estorban a la historia principal, ralentizándola: el enemigo principal no aparece hasta casi el final del metraje. El argumento es, encima, una réplica del de la película original de 1984, pero descafeinado y predecible, mientras las mencionadas subtrarmas -la de Moquete, por ejemplo- no llevan a nada. Por si fuera poco, la aparición de los actores de la película de 1984 es testimonial: el fan service se queda en mero guiño. Replicando el ritmo narrativo de la entrega a anterior, esta película necesitaba mucho más dinamismo, y si bien las escenas de ‘terror’ o de atmósfera fantástica funcionan dignamente, la comedia necesitaba mucho más fuelle.
LOS PEQUEÑOS AMORES -DE MADRES E HIJAS
Tras Viaje al cuarto de una madre (2018), la relación madre-hija vuelve a ser el núcleo argumental en la segunda película de Celia Rico Clavelino, Los pequeños amores (2024). El planteamiento es tan sencillo como que una mujer, Teresa (María Vázquez) debe mudarse temporalmente con su madre (Adriana Ozores) para ayudarla a rehabilitarse tras una caída accidental. Como en uno de los cuentos de verano de Éric Rohmer, la directora consigue detener el tiempo en esa casa, en medio del campo, que sirve de escenario a la historia y cuya reforma se convierte en una metáfora de la vida de los propios personajes y de sus relaciones. Una vez allí, mientras los ventiladores combaten inútilmente el calor, comienzan a desvelarse los personajes: quién es la madre y quién es la hija. Dos mujeres, cada una en un momento diferente de su vida, las dos con sus problemas, sus manías y sus aspiraciones. Dice Celia Rico Clavelito en esta película -por boca de sus personajes- que no te puedes pasar la existencia esperando algo de la vida, pero también que quizás es todavía peor no esperar nada. En esas estamos. La directora se mantiene fiel a una narrativa formada por pequeños momentos cotidianos -así lo hacia ya en su ópera prima- buscando el naturalismo y evitando el drama y el efectismo. Apoyándose en dos estupendas actrices, Rico Clavelito nos vuelve a hablar de la soledad que todos sufrimos en mayor o menor medida, pero también de cómo la tecnología no acaba de servirnos de compañía; de los sueños de la juventud y de los remordimientos por las cosas que no hicimos. Introduce la directora y guionista un tercer personaje maravilloso, un pintor de brocha gorda que sueña con ser actor, Jonás (Aimar Vega) que debe elegir también -entre el amor y la vocación- y al que imaginamos ya maduro sopesando si tomó la decisión correcta. En su segunda película, Rico Clavelino profundiza en los temas y las dinámicas de su primer trabajo y se permite además algunas fugas poéticas, algunos momentos de amor al cine -la escena del cine de verano es preciosa, Cuando llegue septiembre (1961)- y sutiles ideas sobre el tiempo y la historia ¿Se parecen la vida y las preocupaciones de la protagonista a la de esa mujer prehistórica encontrada millones de años más tarde?
HOW TO HAVE SEX -CULTURA DE LA VIOLACIÓN
How to Have Sex (2024) nos muestra a nuestra sociedad actual en su faceta más deshumanizada posible: el turismo de borrachera. Tres adolescentes británicas se van de viaje de verano para celebrar el final del curso a un destino de playa. Allí se dedicarán exclusivamente a beber alcohol, bailar al ritmo robótico de la música electrónica y a intentar follar todo lo que se pueda. Esas tres jóvenes, Tara, Skye y Em -interpretadas por Mia McKenna-Bruce, Lara Peake y Ena Lewis, respectivamente- no parecen tener personalidad ninguna, empeñadas en divertirse continuamente y en gritar por todo lo alto lo bien que se lo están pasando. Serían las protagonistas perfectas de un reality show televisivo. Pronto sus días se convierten en noches eternas de desenfreno alcoholizado -cada noche es la mejor de sus vidas, aunque luego no recuerden nada- y días de resaca, vómitos y remordimientos. La directora y guionista que se presenta con esta película es Molly Manning Walking, experimentada directora de fotografía que sabe bien cómo captar las atmósferas de clubes, discotecas, habitaciones de hotel baratas, piscinas y playas; pero también la decadencia de las calles vacías, salpicadas de basura y cristales rotos, a primera hora de la mañana. La cámara no juzga a los personajes, pero tampoco embellece sus momentos de euforia y celebración descerebrada. Los jóvenes que vemos en pantalla son seres vacíos, de uñas postizas, mechas, tatuajes sin gusto y ropa hortera, que se comportan como creen que deben hacerlo. Quieren vivir en una fiesta eterna aunque no haya nada que celebrar, quieren vivir a tope aunque para ello tengan que beber y drogarse -para luego olvidar-, quieren tener sexo, aunque eso no tenga nada que ver con los sentimientos. Cuando estos aparecen, por fin, cuando la protagonista, Tara, comienza a sentir algo, es cuando la película comienza a cuestionarse ese desenfreno. La conclusión es que la fiesta de la liberación juvenil, empaquetada como rebeldía y transgresión, no es más la oferta de una agencia de viajes, una cara más del capitalismo que, encima, acaba siendo el peor reflejo del patriarcado y, todavía peor, de la cultura de la violación. Las luces, la música y la bebida que durante toda la película entusiasmaban a Tara se convierten luego en elementos que expresan su soledad, su aislamiento, la ausencia de un futuro y el que haya sido víctima de un hecho traumático. Recientemente, películas dirigidas por mujeres, como Creatura (2023) y Chinas (2023), se han detenido sobre la cuestión de esa primera experiencia sexual femenina y sobre cómo la presión cultural y social, los falsos mitos sobre la pérdida de la virginidad, las ganas de ser aceptada, convierten lo que debería ser el despertar sexual en una primera agresión sexual. La durísima conclusión de How to Have Sex es que las mujeres lo tienen prácticamente asumido. Son cosas que pasan. Prácticamente un ritual de iniciación asumido que certifica nuestro fracaso como sociedad y que hace que el feminismo siga siendo muy necesario.
DUNE: PARTE DOS -ESPECTÁCULO INSEPARABLE
Dune: parte dos (2024) es probablemente el blockbuster que llevábamos décadas esperando. El director Denis Villeneuve ha conseguido fabricar una histórica épica, entretenida, visualmente espléndida, que además permite diferentes lecturas da mayor calado. Adaptando la segunda parte de la novela de Frank Herbert, Villeneuve hace suya una historia que hoy parece un híbrido de Star Wars y Juego de Tronos, y que estéticamente parece fijarse en el cómic europeo de fantasía y ciencia ficción, en la revista Métal Hurlant. El resultado es apabullante y Villeneuve no se corta en el uso contundente del formato Imax, con una espléndida fotografía de Greig Fraser, un diseño de producción fabuloso, y la contundente música de Hans Zimmer para asegurarse de que cada momento épico resuene en nuestras cabezas. La película cuenta con un reparto de estrellas absolutas del cine actual, con Timothée Chalamet y Zendaya a la cabeza, entre los que hay que destacar a Javier Bardem y a Rebecca Ferguson, cuyos rostros más que para dar vida a unos personajes -más bien esquemáticos-, sirven para facilitar que la complicada historia sea más accesible al espectador. Dune: parte dos se compone de secuencias colosales, puntuadas por algunos momentos íntimos -los justos- aprovechando que la descripción del universo en el que ocurre la historia y las intrigas políticas ya habían sido presentados en el alargado prólogo que supone la película anterior de 2021. Con elementos de aventura, romance, acción, cine bélico y space opera, Villeneuve no rehuye la lectura geopolítica -más actual que nunca en tiempos de guerra- y su cinta comienza como una reimaginación de Lawrence de Arabia (1962) que luego se convierte en Apocalypse Now (1979). Un gran espectáculo que se permite, sin embargo, un tono más adulto, un giro final que impide la celebración, que vuelve la mirada hacia la imposibilidad de conquistar la revolución y cambiar el mundo sin mancharse las manos de sangre, sin perder el alma. Resulta complicado pensar que el cine comercial puede ofrecer en 2024 -o en esta década- algo mejor. Insuperable.