BEAU TIENE MIEDO -ZONA DE CONFORT
LOS TRES MOSQUETEROS: D'ARTAGNAN -BLOCKBUSTER A LA FRANCESA
Cada generación tiene sus mosqueteros. La historia ideada por Alexandre Dumas ha tenido numerosas versiones cinematográficas, tanto en Hollywood como en Francia, entre las que cabe destacar al sonriente Gene Kelly como D'Artagnan en 1948 o a Michael York en el mismo papel en 1973 -el de mi generación-, sin olvidar las versiones de los 90 -Chris O'Donnell- y de los años 2000 -con Milla Jojovich como Milady de Winter- entre muchas otras. En 2023 llega a los cines una superproducción francesa, dirigida por Martin Bourboulon, titulada Los tres mosquereros: D'Artagnan y con un elenco repleto de estrellas del cine galo: Eva Green, Vincent Cassel, Louis Garrel, Romain Duris, Lyna Khouduri, la importada Vicky Krieps, y con François Civil en el papel del famoso espadachín protagonista. Esta nueva propuesta se mantiene más o menos fiel a la historia original, y visualmente apuesta por un look moderno, oscuro y sucio. Si Gene Kelly peleaba y saltaba sin esfuerzo, con una sonrisa, aquí veremos a Civil jadeando tras las duras batallas que tendrá que librar. Lamentablemente, ese afán de convertir la película en un blockbuster moderno y 'realista' para los espectadores de hoy conlleva una fotografía espectacular, sí, pero en mi opinión demasiado oscura -bajo el sombrero, cuesta ver los rostros de los actores-, por no hablar de unos interiores abarrotados de velas: la influencia de una obra maestra como Barry Lyndon (1975) se sigue notando. Apuntemos también la música, en la que Guillaume Roussel parece fijarse en Hans Zimmer, para darle un tono épico al relato, cuyo guión, afortunadamente, tiene el ritmo de un folletín, en el que vamos saltando de una peripecia a la siguiente, como sería de esperar en la adaptación que nos ocupa. Aún así, creo que a esta superproducción le falta humor y ligereza, y le sobran sombras y detalles escabrosos para pasar por 'cine adulto'.
VIEJOS -MIEDO A SER MAYOR
20.000 ESPECIES DE ABEJAS -IDENTIDAD DE GÉNERO
Cuando tu nombre no te representa. 20.000 especies de abejas plantea dramáticamente que el nombre es el elemento clave para definir la identidad. En la película, Aitor (Sofía Otero) es un niño que se sabe niña y que viaja con su madre y hermanos al pueblo de su familia materna, en el que se ha perdido, no por casualidad, la imagen de San Juan Bautista. La ópera prima de Estibaliz Urresola Solaguren está llena de metáforas sobre la identidad de género, sobre lo masculino y lo femenino, sobre los cuerpos: Aitor juega con una muñeca rota, que solo tiene piernas; la charla sobre cómo una larva de abeja se puede convertir en obrera, zángano o reina; como Aitor se crea 'pechos' de espuma durante un juego infantil; la forma en la que la madre del niño moldea esculturas de cera, modificando los cuerpos como si fuera Prometeo; la idea religiosa de que al morir, nuestros cuerpos serán polvo mientras nuestras almas -nuestra identidad- asciende; y muchas otras más. Aitor -que se ha rebautizado a sí mismo como Coco, un nombre sin género- se enfrenta constantemente a las ideas sociales preconcebidas sobre lo que debe hacer un niño y lo que se supone que es una niña. Su madre, Ane (Patricia López Arnaiz), intentará defenderle de las ideas conservadoras de su familia -muy religiosa- y de los prejuicios del pueblo, aún sin ser del todo consciente de lo que está pasando con su hijo. Por otro lado, Ane, se enfrenta también a la búsqueda de su propia identidad, bajo la sombra artística de su padre -precisamente, el escultor de la talla perdida del Bautista- y al choque generacional con su propia madre. 20.000 especies de abejas es también una película sobre la educación de nuestros hijos y toca temas muy presentes en la sociedad de 2023: ¿Debemos ponerles límites a los niños o estimularlos para que encuentren su propio camino, por difícil que éste sea? Con un guión muy trabajado para que todas estas ideas se desarollen a través de situaciones cotidianas y realistas, la película de Urresola consigue también que sus personajes nos resulten cercanos y reconocibles, gracias también a las estupendas interpretaciones de López Arnaiz y Otero -Oso de Plata a la mejor actriz en el Festival de Berlín- y a un ajustado reparto -estupenda también Ane Gabarain, en un personaje funcional, pero muy humano-. En el clímax de la película -que no es más que un principio-, de nuevo, el nombre juega un papel clave, en la escena más emocionante de la película.
CONSPIRACIÓN EN EL CAIRO -LOS CAMINOS DE LA FE
Un montaje abrupto, que va cortando los planos de forma tajante, imprime un ritmo tremendo a Conspiración en el Cairo, impidiendo al espectador un momento de descanso. El efecto llega a ser desasosegante porque sentimos que el protagonista, Adam (Tawfeek Barhom), es empujado continuamente por fuerzas externas: un padre estricto y religioso que controla la conducta de sus hijos; una carta que llega desde el Cairo que le cambiará la vida y que desencadena la acción; luego, el entorno del centro de estudios -la universidad de Al-Azhar- al que accede y en el que ocurre la historia del film. Conspiración en el Cairo es una película de espías en la que Adam se ve implicado en una intriga política en un entorno religioso. El director Tarik Saleh firma un thriller tenso, de personajes en los que cuesta encontrar muestras de humanidad. Estamos ante lo peor del ser humano. Conspiraciones, asesinatos, corrupción y continuas traiciones en una reflexión sobre el uso del poder en las altas esferas desde la perspectiva de un hombre común, del hijo de un simple pescador. Pero, sobre todo, creo que Saleh se interesa por la religión y por la fe, que aparecen como formas de entender el mundo y como una guía de comportamiento que no se corresponde con la realidad, ni con la conducta de los que la profesan. La fe como excusa para no pensar -ese padre que castiga duramente a sus hijos, pero que no se opone a que Adam se marche porque es la voluntad de Dios-; la fe como instrumento de manipulación para conseguir el poder dentro de Al-Azhar; la fe, también, como una convicción que puede a convertir en un individuo en alguien incorruptible, y por tanto, en una amenaza para los poderes.
THE MANDALORIAN -TERCERA TEMPORADA -LA CONFIRMACIÓN
Star Wars es la aventura soñada y Jon Favreau es quien mejor ha sabido entenderlo en The Mandalorian. En su tercera temporada, la verdad, es que la serie no tiene mucho más que contar. Poco importa. Favreau está empeñado en seguir con su estupendo serial apostando por el entretenimiento puro, valiéndose de una mezcla de géneros y referencias que potencian el placer del fan y del cinéfilo.
Favreau parte del western con un protagonista, el Mandaloriano, que es una actualización del misterioso pistolero que deshace entuertos en el Oeste americano, llevado a su máxima expresión por Sergio Leone, inspirado a su vez por el samurái sin señor de Kurosawa. En esta tercera temporada veremos cómo Greef Karga (Carl Weathers) le ofrece a Din Djarin (Pedro Pascal) ser el sheriff del planeta a cambio de tierras para un retiro dorado como granjero. No hay nada más 'western' que eso. Por no hablar de ese último plano de la temporada, claro homenaje a Pasión de los fuertes (1946) de John Ford. Pero el cine del oeste no es la única referencia que maneja Favreau. En esta temporada, el héroe busca la redención para volver al seno de su pueblo, los mandalorianos, una suerte de caballeros de la mesa redonda, de coloridas armaduras, que tienen su propia Excalibur en la espada oscura, siempre listos para luchar en diferentes aventuras asaltando castillos, internándose en oscuras grutas y luchando contra peligrosos dragones. Favreau ha conseguido desarrollar una mitología estimulante alrededor de las tradiciones de los mandalorianos y que el lema 'Este es el camino' sea ya casi tan conocido como 'Que la Fuerza te acompañe'. Y por si fuera poco con el western y los caballeros medievales, Favreau agrega otros elementos del cine clásico de aventuras, como los piratas, que son aquí los primeros grandes enemigos a batir y que permiten unas divertidísimas batallas espaciales al más puro estilo Star Wars y que dan pie a una referencia que ya es clásica en esta serie: la de Los siete samurais (1954) -o Los siete magníficos (1960)- en el episodio The Pirate. Sumemos a todo esto referencias al cine de monstruos de Ray Harryhaussen: la lucha de los mandalorianos contra una especie de cocodrilo gigante, el rapto de un niño por parte de una criatura voladora, esa suerte de Kraken que es el misterioso Mythosaurio, la criatura colosal en el planeta Mandalore. Todo esto da como resultado un festín irresistible. Favreau se permite, además, divertidas digresiones como el episodio Guns for Hire, mezcla de cine negro con ciencia ficción a lo Blade Runner (1982) en el que el protagonista actúa como un policía racista ante una minoría étnica: los robots.
Y me parece también ejemplar cómo esta serie se sitúa en cronología de Star Wars, jugando con las referencias a las fallidas precuelas -el espectacular prólogo sobre el origen de Grogu, con la recuperación de Ahmed Best, quien fuera Jar Jar Binks, dignificado aquí como uno de los últimos Jedi-, manteniendo el tono de la trilogía original que todos amamos y presentándose como un prólogo con la discutida trilogía final. Si George Lucas enfrentaba a sus jóvenes héroes al fascismo de un Imperio Galáctico creado a imagen del nazismo, The Mandalorian nos muestra a los neonazis, a la ultraderecha escondida en los fallos de la democracia, preparándose para volver al poder, como bien demuestra el episodio The Convert.
En el último episodio de esta temporada, The Return, sin revelar spoilers, nos queda clara la sabiduría de Favreau: un argumento que es pura diversión, acción espectacular y estupendas ideas. Hay referencias a Star Wars (1977) con el droide R5 haciendo la mejor imitación de R2D2, y también hay elementos de las precuelas, con esa estupenda pelea marcada por las barreras láser que recuerda al mejor momento del Episodio I (1999), además de un desenlace con tres acciones paralelas a imagen y semejanza del El retorno del Jedi (1983). Y por encima de este buen hacer de Favreau, creo que su gran logro es haber desarrollado, dentro del Universo Star Wars, su propia historia, su propia mitología -la de los mandalorianos- que, por fin, se consolida como una alternativa interesante y divertida a la saga de Skywalker.
POSESIONES INFERNALES -LA SAGA DE EVIL DEAD
El estreno de Posesión infernal: El despertar (2023) es la excusa perfecta para repasar una de mis obras cinematográficas favoritas, The Evil Dead, creada por Sam Raimi en 1981 para convertirse en un fenómeno de culto, del cine de terror y de los añorados videoclubs. En las siguientes líneas comento esa primera película, sus secuelas y prolongaciones.
Posesión infernal (1981) es un título mítico. No solo por sus valores cinematográficos, que los tiene, sino también por la historia de su rodaje. El director, Sam Raimi, rodeado de un grupo de colaboradores -entonces amigos de instituto, como Bruce Campbell y Rob Tapert, o su hermano Ted Raimi- fabricaron esta película prácticamente sin dinero, de forma completamente independiente, rodando los fines de semana. El resultado es una de las películas de terror más icónicas de todos los tiempos, un éxito comercial en su momento, un título imprescindible de la cultura de los videoclubs, y la película que supuso la entrada de Raimi en la industria del cine, en Hollywood. Un sueño hecho realidad. Pero si hablamos de lo estrictamente cinematográfico, Posesión infernal también resulta única. Quiero apuntar el análisis que hace Quentin Tarantino en el documental History of Horror de Eli Roth sobre la obra de Raimi: si no aceptas el juego que propone la película, te parecerá una mierda. Y ese juego que plantea el futuro director de Spider-Man (202) es el cine. Si atendemos únicamente al argumento de la película, nos encontraremos con una serie de clichés del género de terror más casposo. Un grupo de adolescentes idiotas e insufribles -capitaneados por Bruce Campbell, socio de Raimi en toda su carrera- se prepara para un fin de semana de cervezas, porros y sexo en una cabaña aislada. Lo esperable es que sean atacados por uno o varios asesinos, en la línea de La Matanza de Texas (1974), Las colinas tienen ojos (1977) o Viernes 13 (1980). Pero aquí la amenaza tiene que ver más con El exorcista (1973): los personajes son poséidos y se convierten en una suerte de no-muertos, que recuerdan también, en algunos momentos a los zombies -La noche de los muertos vivientes (1968)-. Este pastiche se sostiene apelando a una mitología Lovecraftiana, con mención directa al Necronomicón, que le da un toque pulp y de misterio -queremos saber más- a la película. Pero nada de esto importa mucho. El argumento es una excusa para una sucesión de set pieces, con diálogos tan simples que parecen -y son- paródicos, y con el solo fin de encadenar un susto tras otro. Entonces ¿Dónde radica el interés de Posesión infernal? En la cámara. Sam Raimi convierte a su cámara en la gran protagonista del film, y persigue con ella a los personajes como una amenaza sobrenatural. Cada escena de la película, cada plano, más que buscar que la historia progrese, intenta meternos dentro de una experiencia tan aterradora como lúdica. Planos de cine mudo -porque podríamos prescindir de los diálogos-, movimientos de cámara ingeniosos, y todo tipo de recursos y trucos: ralentizados, acelerados, planos rodados al revés, y perspectivas forzadas que convierta esta obra en una fiesta visual que, tras un inicio convencional, se va volviendo cada vez más loca. Todo es exagerado: el gore -ese lápiz clavado en el tobillo sigue doliendo-, las desbocadas interpretaciones de los poseídos y el suspense están forzados al límite. Por no hablar de la infame escena en la que Cheryl (Ellen Sandweiss) es violada ¡Por el bosque! Una experiencia tan terrorífica que roza la comedia. El último tercio del film, en el que Bruce Campbel se convierte en la final girl y se enfrenta a una enloquecida cabaña, es cine experimental y de vanguardia, una experiencia abstracta de metaficción -la escena en la que Ash se enfrenta a un proyector- que incluye todo tipo de ensayos con la cámara, animaciones stop motion y ejercicios de montaje y sonido. Posesión infernal tiene la fuerza del cine primitivo y es, además, la película perfecta para chillar y reírse en una sala repleta. Eso, claro, como decía Tarantino, si aceptamos el juego.