Lo que más me ha impresionado de El desconocido del lago es su rigor.
El rigor con el que se nos cuenta la historia manteniendo un único punto de vista. Porque todo lo vemos a través de los ojos del protagonista, Franck (Pierre Deladonchamps). Con su mirada descubrimos el lago, la playa, y el bosque en el que se practica cruising. Conocemos también a los personajes que lo frecuentan, y las reglas de estos encuentros. Y con sus ojos vemos un asesinato, sostenido, sin música, sin un sólo primer plano. Riguroso.
Con ese mismo rigor, el director nos expone a unas escenas de sexo que seguramente molestaran a más de uno -no estamos acostumbrados a escenas de sexo gay tan explícitas- pero que al igual que las de La vida de Adèle (Abdellatife Kechiche, 2013) son absolutamente necesarias para explicar las relación entre los dos personajes principales, y se justifican plenamente por el escenario en el que se desarrolla la historia.
Y hay que hablar también del rigor necesario para mantener toda la historia en ese único escenario, y utilizando unos pocos personajes. Una economía narrativa que convierte cada plano casi en una abstracción, a pesar de una intención naturalista que evita movimientos de cámara y elimina la música extradiegética.
Esa economía narrativa provoca que cada elemento de la historia tenga una función doble. El lago es un lugar de encuentro entre hombres desnudos -vulnerables- para practicar el sexo, pero también para el asesinato. Los jadeos que se escuchan entre los matorrales pueden ser los de la pasión, o los del forcejeo de un asesino y su víctima. El hombre que mira a una pareja puede ser un vouyeur o el inspector que investiga el crimen. Y Michel (Christophe Paou) demuestra el mismo desinterés por involucrarse sentimentalmente con su pareja sexual, Franck, que con la víctima que ha muerto entre sus manos. La misma actitud distante para amar, que para matar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario